Una locura colectiva, piensan otros, en la que fanaticos iluminados predicaron con cenizas en la cabeza el alistamiento de los cristianos en esa desaforada aventura que como siempre hizo principes y ricos a los poderosos y llevo al hambre y a la muerte a cientos de miles de ciudadanos, incluidos los ninos que tuvieron su cruzada propia, cuyas conciencias habian sido usurpadas, en nombre de la patria y la religion, por el senuelo de un premio eterno.
De las fortalezas para defender los cuatro principados que fundaron los francos en las tierras conquistadas del litoral, desde Palestina hasta Anatolia -Jerusalen, Tripoli, Antioquia y Efeso-, el Crac de los Caballeros parece ser el que conserva mas historia entre la penumbra de sus muros. En 1031 no era mas que una pequena fortaleza con una guarnicion de kurdos (en arabe ‘hosn al akrat’ significa fortaleza de los kurdos)
que por orden del emir de Homs vigilaba los caminos desde el litoral hasta sus propias tierras.
Construido con grandes piedras calizas que con el tiempo y a la luz del atardecer adquieren reflejos dorados, el Crac se levanta sobre una colina de roca volcanica a 650 metros de altitud y desde sus atalayas se domina un vasto panorama en el que, dicen, en dias claros aparece en la lejania la linea del horizonte del mar apenas a treinta y cinco kilometros a vuelo de pajaro. Sus muros, torres y almenas, sus multiples dependencias, graneros, patios y claustros, adaptandose al terreno sobre una superficie de tres hectareas, llegaron a albergar a una guarnicion de cuatro mil soldados francos que resistieron el ataque de Nureddin en 1163, el acoso de Saladino en 1188 y el de su hermano Al Malek al Adel en 1207, y solo cuando tras un asedio de mas de un mes comprendieron que su resistencia era inutil, se rindieron a Al Zaher Baybars el 8 de abril de 1271. Durante siglos el Crac fue residencia de reyes y principes hasta que perdio el interes de los magnates y paso a convertirse en un poblado de varios cientos de habitantes. Cuando en 1919 los franceses volvieron como amos al pais, en la epoca del Mandato, desalojaron el lugar y en 1934 lo convirtieron en un centro turistico y arqueologico.
En el antiguo comedor de la fortaleza se han instalado largas mesas cubiertas de hule donde compartimos con turistas alemanes el ‘kebab’ con alioli, deliciosas ensaladas de lechuga con menta y perejil, aceitunas curadas en aceite y pimienta, el ‘homos’ de los arabes, garbanzos cocidos y trinchados con limon, y aceite de sesamo, y cerveza clara y palida. Acabamos con el cafe espeso al que nos invitaron unos pastores con pantalones turcos, americana y el ‘kufie’ rojo o negro envolviendoles la cabeza.
El mar: Tartus (Tortosa) y Lataquia.
Descendimos del Crac y, al llegar al llano, Setrak tomo disimuladamente la autopista en el momento en que pasaba una caravana de camiones precedidos por un coche de la policia de fronteras cuyas unidades, como las antiguas caravanas de camellos, no seguian una estricta fila india y nos vimos obligados a arrimarnos a la cuneta. Eran camiones cargados de mercancia que se dirigian a Jordania y al Golfo procedentes de Turquia. Setrak suspiro varias veces, y yo tuve que imponerme para que saliera de la autopista y de mal talante cogiera la general. Pero a los pocos kilometros volvio a entrar en ella.
– ?Que ocurre? -pregunte.
– ?No querias ir a Tartus a ver el puerto? Pues ya tomaremos la carretera entonces, asi vamos mas deprisa.
– Pero yo no tengo ningun interes en ir deprisa.
– Si no vamos deprisa no podras coger el barco para ir a la isla Arwad.
– Si no voy a la isla, no voy a la isla.
Se referia a la unica isla que tiene Siria, la isla Arwad, a unos tres kilometros de Tartus, Tortosa, que en la epoca de los cananeos fue un reino independiente llamado Aradus. Un servicio de barquichuelas la comunica con tierra firme. Es una isla muy poblada que habria de visitar al cabo de unas semanas, de estrechas callejuelas y hermosas y antiguas casas de piedra, llena de cafes con terrazas sobre el mar desde donde se divisa Tartus y la cadena de montanas que la separa del valle del Orontes. Tras las casas se levanta la ciudadela que los franceses del Mandato convirtieron en carcel donde se pudrieron durante anos los hombres que lucharon en la resistencia. Por eso los sirios, sin que pueda decirse que consideran enemigos a los franceses, conservan intactas las inscripciones que contra ellos grabaron en las piedras los sonadores nacionalistas que les precedieron.
Setrak se rio, pero no tomo la general. Bien es cierto que en cuanto se entraba en la autopista era dificil dejarla porque habia pocas salidas, quiza por esto la gente las atraviesa por donde les parece, igual que atraviesan las calles divididas de la ciudad.
Finalmente aparecio el mar. El Mediterraneo brillaba al oeste, placido bajo un cielo inmovil y palido. La costa de Siria de unos 183 kilometros se extiende desde este punto hasta Turquia en un sinfin de playas de arena suave.
No pude dejar de pensar en el topico: del otro lado de este mar, en su extremo mas occidental, esta mi ciudad, mi pais, la gente que quiero. La gente que tambien vive en pueblos y ciudades de calles estrechas, y toma el sol en los bancos de los paseos de palmeras o de las plazas duras como todas las del Mediterraneo, la gente que comera esta noche, como nosotros, pan mojado en aceite y sal y cordero a la brasa con alioli o pescado de roca cocido con patatas, cebolla, ajo y especias, mientras el olor a salitre entra por las ventanas siempre abiertas, porque en nuestros paises nunca hace demasiado frio y el exceso de calor se suaviza con la brisa que llega del mar al atardecer.
Le dije a Setrak que se detuviera y sali del coche. Las margenes de la carretera estaban rebosantes de retama, el aire olia a procesion y a primavera. Saque la pequena nevera, la botella de whisky, me servi un trago y le eche agua y hielo.
– ?Quiere usted? -pregunte a Setrak que me miro con ese aire de querer decir vamos a ver ahora que mas se le ha ocurrido.
– No, no me esta permitido.
– Usted ?no es armenio?
– Si, pero los buenos musulmanes no beben.
– Pero usted no es musulman.
– No, soy armenio y como tal cristiano.
– Y ?por que no le esta permitido beber?
– Porque no beben los buenos musulmanes.
Y saco un palillo del bolsillo para hurgarse los dientes con ostentacion. Me di la vuelta hacia el mar y bebi despacio el whisky helado. Era la sagrada hora del regreso, la hora de las sombras incipientes en el cielo y en el mar, la hora de la calma y del piar de los vencejos rasgando el firmamento. Se iniciaba el crepusculo que en mayo se alarga hasta el limite en esta zona del pais donde nada impide al sol brillar hasta su ocaso.
Por ese mar y a esas costas llegaron en el ano 333 a.C. los griegos, mucho antes de que los barbaros reyes francos vinieran a recuperar los Santos Lugares.
Fueron los griegos los que establecieron sus colonias en esa antigua provincia del imperio persa, la Siria del norte, Antioquia y el valle del Orontes, y fundaron Hama y Afamia abriendo con ello un periodo de influencia grecorromana que habia de durar hasta la conquista arabe: un milenio de helenizacion cuyas huellas permanecen aun visibles. Como permanecen aun visibles en mi tierra las de los fenicios, que saliendo de estas playas habian de desembarcar en las de todo el Mediterraneo. Tal vez por eso aqui aun a pesar de no hablar su idioma no logro sentirme extranjera.
El puerto militar de Tartus estaba en construccion; el de transporte y mercancias bullia de gente y de animacion. En el paseo del mar las casetas de bano se sucedian hasta el agua. Y en la acera del paseo, en la parte antigua de la ciudad, se alineaban los tenderetes umbrios donde se vendia el pescado recien descargado de las barcazas. En la parte nueva que la sucede se levantan los mismos edificios de siempre, de hormigon, algunos pintados, la mayoria descascarillados ya. Y por supuesto, nos encontramos con la estatua del presidente, una copia mas de las muchas que vimos a la entrada de los pueblos.
Sin perder aun la esperanza, le pedi a Setrak que tomara la carretera general que segun habia visto en el mapa corria paralela al mar.
Pero debi de haberme confundido porque precisamente al norte de Tartus no hay carretera. Asi que tuve que callarme y Setrak, vencedor, ya no abandonaria la autopista hasta llegar a Lataquia.
En el mar en calma del atardecer flotaban los petroleros esperando descargar en las refinerias que flanquean la carretera por la parte del interior, y los camiones cuba pasaban por los puentes ocultos bajo el firme de la autopista.