ciudad, le miran como si les hubiera hablado en chino.

Repite con una pronunciacion distinta, mas parecida a la suya y tampoco le entienden, entonces les muestra la palabra escrita, ya sea en la transcripcion ya sea en arabe. El gesto es de total ignorancia. Sin embargo el sabe que esta calle es importante, que esta en el mapa y que es centrica. De nada sirve. No saben de que les esta hablando. Pero como son muy amables, estan dispuestos a ayudarle y tienen una extraordinaria facilidad para los idiomas, le preguntan: ?A donde quiere ir? y si responde: A la agencia de viajes Krony o al restaurante Sahara, entonces parecen despertar, lanzan una exclamacion de alegria, ?Aaahhh!, y enseguida comienzan a comentar el hecho con las personas que estan alrededor que siempre las hay mirando o escuchando o queriendo ayudar. Y le cuentan el itinerario de una forma tan sutil y complicada que el viajero, aun lleno de agradecimiento, se desanima. Lo mas probable es que su interlocutor se ofrezca a acompanarle, sea a pie o en coche si lo tiene o incluso en taxi, y aunque decline con amabilidad el ofrecimiento, el insistira hasta dejarle en la mismisima puerta que busca, le dara las gracias y le deseara una feliz estancia en Damasco. Pero de todos modos mejor sera tener varios puntos de referencia en el mapa de la ciudad para mostrar al taxista el que convenga y a partir de ahi buscar la direccion uno mismo. Los taxistas, por lo menos con los turistas, se guian por las embajadas, las fuentes, los monumentos y poco mas.

Aunque Damasco es una ciudad grande que pasa de los tres millones de habitantes, es bastante facil orientarse en el centro. A una altitud de 707 metros sobre el nivel del mar y construida en el centro de un oasis frondoso de arboles y huertas rodeados de tierras deserticas, la ciudad esta cerrada al norte por el monte Casiun, tachonado de luces que por la noche se confunden con el firmamento. No es facil perderse, por lo menos en el centro y sobre todo si se dispone de una brujula, como yo. No hay que fiarse nunca de las mezquitas como yo hice los primeros dias, intentando recordar la esquina en la que me encontraba, porque hay ahora en Damasco mas de 650 mezquitas, es decir, poco menos de una en cada cruce y todas ellas casi exactamente iguales.

Hay que tener en cuenta varios aspectos de la curiosa circulacion de esta ciudad y de Siria en general. En primer lugar que en cualquier momento y desde cualquier esquina puede surgir uno de los cientos de coches que cruzan o tuercen o adelantan sin reducir jamas la velocidad. Quiza convencido de que los designios de Ala son inmutables, de que nada ocurrira que el no haya previsto, el sirio va directo a su objetivo despreciando lo que para los demas humanos supone un peligro, o tal vez la reduccion de la velocidad sea un movimiento que no se ensene en las escuelas de conducir. Aunque detenerse si se detienen. De golpe y sin avisar. Incluso en plena calle, delante de nosotros, casi siempre para saludar a un amigo y departir con el unos minutos, o en la mismisima autopista bajo un puente para que la sombra les cobije.

No es extrano tampoco que en una calle de direccion unica o incluso en plena autopista nos venga un coche en direccion contraria a velocidades de vertigo, aun cuando la ley prohibe sobrepasar los 80 km_hora en las zonas urbanas, tocando el claxon sin medida para indicar quien sabe que. Tampoco es raro que crucen la carretera a ciegas grupos de mujeres veladas, chicos que salen de la escuela o funcionarios con sus carteras en la mano.

Y sobre todo no hay que olvidar la peculiar forma de comportarse de los guardias de la circulacion, seres misteriosos cuya funcion sigue siendo un enigma para mi, que permanecen a veces impavidos ante el caos que les rodea, donde centenares de coches, taxis y autobuses se empenan en ir en una direccion y otros tantos centenares en otra, todos tocando el claxon sin parar.

El publico indiferente a esa lucha se escurre entre ellos como el agua por las piedras. A ese caos monumental asiste el guardia vestido de oficial britanico en una campana del desierto, pantalones cortos, calcetines largos, camisa caqui y porra bajo el brazo, como si aquello no fuera con el. De repente, sin que nada especial parezca empujarle a ello, se acerca a un paso de peatones un tanto apartado del galimatias, que mas o menos funcionaba, levanta la mano y logra que le vea algun coche y, lo que es mas dificil, que le obedezca y se detenga. El guardia vuelve a levantar la mano, a tocar el pito y se retira entonces sin el menor interes por conocer en que ha alterado el trafico su presencia. Y a veces, desde la sombra donde se ha situado a fumar un cigarrillo, hace gestos cripticos, esotericos y enigmaticos a los que esperan, sin apenas mirarles.

Tal vez sea cierto que Ala, que es clemente y misericordioso, no permite que ocurra nada malo.

En este pais los accidentes de coche son escasos y casi nunca graves. O tal vez haya que atribuir el merito a la prohibicion de las bebidas alcoholicas que anulan la sensacion de peligro en el conductor o a la longevidad de la mayoria de los coches que se arrastran con cientos de miles de kilometros y ya no estan para grandes velocidades.

Baje la cuesta, pues, fijandome bien en el aspecto de las plazas y las calles y buscando embajadas o monumentos que hicieran mas facil mi ubicacion y el regreso. Pase por la de Rumania, como me habia dicho Fathi, y luego continue bajando la loma y me encontre en la plaza donde se erige la estatua del general Malki. Nunca supe lo que habia hecho el general Malki para merecer tan gran honor, porque aunque descubri muy cerca un museo que le estaba dedicado, estaba cerrado por obras.

El dia era bueno y hacia calor.

Al llegar al Cham Palace, en el mismo centro de la ciudad, sali a Yusuf al Azme, una plaza en forma de estrella de donde parten cinco calles populosas. Por una de ellas, Port Said, y con la ayuda de un plano me dirigi dando un rodeo a la ciudad antigua que en gran parte esta todavia amurallada. La calle bullia de ruidos y voces, hacia calor y las multitudes se cruzaban indiferentes. Las chicas andaban cogidas de la mano, charlando y riendo; a veces asomaba bajo su chilaba la vuelta de los tejanos y algunas habia que se cubrian la cabeza con un panuelo. Yo miraba las tiendas y las calles intentando memorizarlas, pero estaba sumida en el desconcierto.

Cuando se llega a una ciudad desconocida se diria que con tantas novedades las fachadas se esconden tras el velo del anonimato de tal forma que en cuanto se deja atras, la memoria retiene una imagen confusa y uniforme de la que apenas sobresalen los ojos de una mujer o un escaparate atiborrado de joyas que en vano buscaremos al dia siguiente. No lograba ordenar las calles del centro en mi mente. La estacion en desuso, los puestos de frutas, las mujeres con ninos, la multitud que rodea los hospitales, carritos, el centro de autobuses, soldados, tiendas ambulantes de colonia amarilla o de frutas o de sellos, casas escondidas en jardines umbrosos de adelfas, jazmin y laurel y grandes edificios con palmeras; arquitectura francesa de los anos treinta pasada por el gusto arabe, viviendas antiguas con patios cerrados, miradores y balconadas donde el tiempo y el abandono vuelcan la vegetacion sobre las rejas e inundan la calle, edificios en construccion, otros a medio derribar. Todo era confusion.

Ritmo, lo mas dificil de adquirir es un ritmo determinado, a veces incluso es dificil descubrirlo para acoplarnos a el. Ni conocemos el ritmo de la persona de la que acabamos de enamorarnos, ni el de la ciudad a la que hemos llegado.

Y comprendi que el ritmo de Siria era tan distinto al nuestro que harian falta varios dias o meses o incluso anos para conocerlo, y milenios para hacerlo propio. No me aclarare, pensaba mientras intentaba descifrar donde estaba el secreto que me llevaria al conocimiento o por lo menos a la familiaridad.

Debia haberme aflorado a la cara el desconcierto de mi mente.

– ?Puedo ayudarla en algo?

?Busca usted algun lugar determinado? -pregunto alguien a mi lado en frances.

Era un muchacho de unos dieciocho o veinte anos, con las cejas muy juntas y la piel oscura y unos libros que se puso bajo el brazo cuando extendio la mano:

– Me llamo Samir Zerio y soy estudiante de frances en la universidad. ?Quiza se ha perdido?

– No me he perdido, estoy yendo hacia la ciudad antigua y me tomo mi tiempo -respondi.

– ?Me permite acompanarla? Sera para mi un verdadero honor. Solo ‘quelques minutes’.

No pude resistirme y aunque deseaba ir sola durante ese primer dia hice el recorrido con Samir.

Descendimos por una arteria abierta en lo que debio de ser el corazon de la ciudad, las aceras apenas estaban construidas, obras inacabadas jalonaban ambos lados de la calle. Habia polvo y ruido y bocinazos. Los coches se apretujaban para pasar todos a la vez, un guardia en una esquina movia el brazo displicente, indiferente, indicandoles que pasaran, o quiza que hicieran lo que quisieran.

Samir me acribillo a preguntas sobre mi pais, sobre que estaba haciendo en Damasco y cuanto tiempo me quedaria.

– Yo puedo hacerle de guia si asi lo desea -me dijo cuando nos detuvimos en una fuente y me ofrecio agua fresca en un vaso de cobre atado con una cadena al cano despues de haberlo enjuagado con esmero. Un vaso publico, pense mientras bebia con sed porque el calor apretaba desde hacia un buen rato.

– ?No necesita un guia?

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