sorprendente, introducir algun factor alquimico y arreglartelas para que, al final, el protagonista masculino acabe en la cama con la protagonista femenina, que incluso puede ser descendiente directa de Krishna, de Cristo o de Odin, segun te lo pida el argumento», le sugirio tia Corina, jugueteando con nuestro problema. A Lolo Letaud le parecio todo aquello razonable, e incluso se mostro dispuesto a aplazar el proyecto que tenia entre manos: una novela sobre la vejez de Judas, que, con las treinta monedas que cobro por traicionar a Cristo, se habia comprado un terreno en las afueras de Jerusalen, en un pago llamado Hakeldama (que en hebreo significa «el campo de la sangre», como ustedes saben), donde vivia sin problema alguno de conciencia, mientras que sus antiguos socios de apostolado, cegados por la ambicion del poder espiritual, propagaban la doctrina del Maestro y se dedicaban a infamar a Judas, de quien hicieron correr la leyenda de que se habia ahorcado, presa del remordimiento y la atricion. (Lolo nos confeso que la idea se la habia brindado la lectura de la Vida de Jesus, de Ernst Renan, que tia Corina le presto y que al dia de hoy no nos ha devuelto, como tantos otros libros.) «Me pongo a la tarea enseguida», nos comunico con mucha euforia, seguro de que aquella iba a ser la tecla buena, y se que tia Corina penso en ese instante lo mismo que yo: que dentro de un par de semanas apareceria una novela sobre el robo de las reliquias de los Reyes Magos, porque Lolo Letaud tiene la suerte de espaldas y, cuando la suerte adopta esa postura, no hay cosa en el mundo que consiga darle la vuelta.

Tia Corina me sugirio que llamase a Sam Benitez y que le exigiera mas datos sobre el entramado oculto de la operacion, porque todas las alarmas de nuestra suspicacia habian saltado. No es que aquel trabajo entranase un grado mayor de absurdidad que cualquier otro (todos son absurdos, todos se resisten al analisis de la razon: haces un trabajo sin comprender para que lo haces). No, ya digo. Era solo una cuestion de instinto, y el instinto nos habia avisado de algo. «?De que?» No podria yo especificarlo: el instinto no entra en detalles.

El problema era que Sam debia de andar ya por Tailandia, entre monjes y putillas, convertido en el diablo mexicano de Bangkok, con horario de loco. Varias veces le llame, y todas ellas para nada.

«?Por que no llamamos a Vassil?»,me pregunto tia Corina, y me parecio bien.

Vassil Dimitrov fue medico antes que anticuario. Escapo de la URSS de Kruchov en cuanto vislumbro una rendija y vago durante anos por Europa y America, hasta que se instalo en Frankfurt, dedicado a vender antiguallas y cosas que lo parecieran y a dar cobijo en su caja fuerte a mercancias de origen delicado. «Llamalo y preguntale si no le importa darse una vuelta por Colonia para inspeccionar la catedral», y asi lo hice. Descolgo una mujer. Como solo parecia conocer el idioma aleman, que yo no domino, le pase el telefono a tia Corina, que intercambio con ella apenas un par de frases antes de colgar. «Vassil esta muerto», me informo, con la mirada un poco ida. «Murio hace mas de cuatro anos», y cerro los ojos, supongo que para reconstruir la imagen de Vassil en su memoria. «A este paso, va a hacernos mas falta un medium que un telefono.»

Volvi a llamar a Sam. Tampoco.

«Pues tu decides, ?seguimos o lo dejamos?» Pense en el anticipo: una pequena fortuna en forma de cheque sin cobrar, que alegraria nuestras finanzas. Pense en el negocio fallido con el argentino Casares. Pense en lo breve y estrafalaria que puede ser la vida y en lo complicado que resulta subsistir sin sobresaltos ni tribulaciones. Pense en la vejez galopante de tia Corina y pense tambien en mi vejez, que canturreaba ya a la vuelta de la esquina proxima, pintarrajeada, con los tacones desmochados, con el bolso atestado de medicinas contra el dolor. «Por mi, adelante», le dije, porque hay ocasiones en que la sensatez se pone temeraria. De manera que, saltandonos a la garrocha la exigencia de Sam de trabajar con quien el nos indicase, empezamos a ponderar las cualidades de los distintos profesionales del gremio, a la busqueda del personal idoneo.

«?A la busqueda del personal idoneo?», es posible que se pregunten ustedes. Y aqui se impone una explicacion, a saber: tia Corina y yo, como en su dia lo fue mi padre, somos gestores y organizadores de operaciones diversas, pero jamas sus ejecutores. Quiero decir que es mas que probable que ustedes se mueran sin habernos visto trepar por los contrafuertes volantes de una catedral, romper una vidriera, descender por una cuerda hasta la nave, descerrajar el sagrario y salir de alli con un caliz de oro del siglo XIV incrustado de zafiros, esmeraldas y amatistas, por ejemplo. No es esa nuestra tarea en este mundo. Nosotros, si recibimos un encargo de ese tipo, estudiamos, in situ y en planos, la estructura de la catedral en cuestion, hacemos un informe sobre su sistema de seguridad, su horario de apertura al publico, etcetera; nos documentamos -por simple gusto, por mera curiosidad en la mayoria de los casos- sobre el caliz del siglo XIV, pensamos en la persona adecuada para llevar a cabo la operacion, le hacemos una oferta, le sugerimos un plan de actuacion acorde con la informacion acumulada, le recogemos la mercancia lo antes posible y se la entregamos a quien corresponda en el lugar y hora que nos haya indicado. No es lo que se dice una epopeya, pero, aun asi, les aseguro que resulta mas comodo relatar el proceso que llevarlo a cabo.

Con arreglo al escalafon y a la jerga del gremio, tia Corina y yo estamos en la categoria de los denominados «cobardes», aunque espiritus mas amables se refieren a nosotros como «la retaguardia». La nuestra es, en definitiva, una labor de corretaje de mercadurias en las almonedas de un hampa de guante blanco, con un margen de beneficio que suele rondar el cuarenta por ciento del monto acordado por la operacion. Ahora bien, si el calculo de la estrategia degenera en un azar incontrolable, la cosa acaba en deficit, de lo que se resienten no solo el bolsillo y el animo, sino tambien -y sobre todo- el prestigio: no solo pierdes dinero, sino tambien la posibilidad de ganarlo, porque las noticias de las pifias las divulga la estafeta del viento, que siempre va con sellos de urgencia, y cuesta mucho borrarse el estigma de perdedor.

Por si acaso les interesa, les dire que entre los riesgos principales de nuestra profesion se cuentan los llamados «mensajeros falsos»: infiltrados policiales dedicados a tramar operaciones ficticias para intentar echarnos el guante, como es logico, pero tambien para crearnos un clima de desconfianza, ya que se trata de una estrategia de eficacia sobre todo psicologica: no puedes fiarte de cualquier desconocido que te llegue con un abrete-sesamo, lo que constituye un metodo muy astuto para reducir nuestro ambito de operatividad y para condenar el gremio a la endogamia, por asi decir, y mas de cuatro andan penando a causa de su candidez o de su codicia, que siempre es ciega, o tuerta como poco.

Por otro lado, si algun factotum acaba entre rejas, el asunto se complica, ya que en el trato verbal suele contemplarse la clausula de que el llamado cobarde tiene la obligacion de asumir todos los gastos procesales que acarree esa contrariedad y de pasarle una pension mensual al desventurado mientras cumpla condena, lo que es ya la ruina. En caso de incumplimiento por parte del cobarde, el factotum encarcelado (al que en la jerga de la profesion se conoce por el nombre generico de «conde de Montecristo») adquiere el derecho moral de poder delatarlo sin que ello le reporte entre los del gremio una fama de confidente, que es fama mala en cualquier gremio, incluido el de los confidentes.

Una moral, en suma, un tanto asquerosilla, como casi todas, pero al fin y al cabo inevitable: la jacarandaina tambien necesita vivir atemorizada por sus propias leyes.

Tia Corina, mi padre y yo tuvimos una vez en la carcel a Teo Friber, que conocio la prosperidad gracias a uno de esos golpes estelares de la suerte: estaba el en 1971 en Leningrado, atento a algun trapicheo cuya indole desconozco, cuando por casualidad se topo con un borrachin nativo que, tras muchos tanteos de desconfianza, le confeso, entre vaso y vaso, que tenia algo que podria interesarle, ya que Teo le habia revelado su condicion de marchante artistico. En esos casos, lo frecuente es que el tipo acabe ensenandote unos cuadros post- impresionistas que pinto su abuelo o una cacerola abollada que el imagina prehistorica. De todas formas, por respeto a la ley del por si acaso, se subio Teo de paquete a la motocicleta de aquel sujeto, que puso rumbo a las afueras de la ciudad. Cuando llegaron a una dacha ruinosa, el ruso le abrio un baul repleto de iconos antiguos. Mas de treinta. Un par de ellos del siglo XV, media docena del XVI y los restantes del XVIII y del XIX. Por lo visto, habia encontrado aquel baul bajo tierra hacia cosa de un ano, cuando cavaba una fosa para enterrar un caballo de unos parientes suyos que murio de una anemia infecciosa o de algo parecido a eso. Con arreglo a la hipotesis del ruso, un grupo de terratenientes asustadizos, ante el temor de que los revolucionarios de Octubre se dedicaran a mandar a los creyentes junto a su dios por el camino mas corto, habrian decidido enterrar los iconos heredados de una larga cadena de antepasados devotos, con la esperanza de poder recuperarlos una vez que los bolcheviques se calmasen. El hecho de que los iconos siguieran bajo tierra en 1970 solo podia significar una cosa: que ninguno de sus propietarios logro sobrevivir a aquella confabulacion de malentendidos escabrosos que propicio la Revolucion, hasta convertir Rusia en un matadero a escala industrial en los tiempos de Stalin, que tan mal hizo en nacer.

Los iconos se quedaron bajo tierra, en fin. Sus duenos murieron sin poder desenterrarlos, sin duda alguna porque ellos tampoco tardaron en estar bajo tierra. Ellos y, con toda seguridad, sus descendientes. Sea como sea, no quedo nadie que pudiera desenterrar los iconos. Murieron todos los que conocian el secreto, y con ellos murio el secreto de los iconos ocultos… Hasta que la divina Providencia se le manifesto al borrachin bajo la apariencia

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