lector. Estratos infinitos de ideas, de imagenes y de sentimientos han ido superponiendose, leves como la luz, sobre tu cerebro». Me miro por encima de sus gafas. «?De quien es?» Amague escarbar en mi memoria, para asi seguirle el juego, ya que de un juego se trata: el juego favorito que tenia establecido con mi padre. Uno leia un fragmento, o una mera aporia, o un aforismo contundente, y el otro debia adivinar el autor, sin darse pista alguna. Cada acierto puntuaba, y tia Corina casi siempre estuvo por delante de mi padre a lo largo de los mas de veinte anos en que se divirtieron con esos rebuscados acertijos.
«Es facil. ?Seguro que no lo sabes?» (No, porque reconozco que no tengo buena memoria textual: los libros que he leido forman en mi memoria una bola humeda de papel, y apenas recuerdo un centenar de frases mas o menos celebres.) «?Sterne?» No. «?Samuel Johnson?» Tampoco. Y me rendi. «Thomas de Quincey. ?Adivinas al menos de que libro?» Le dije, por decir, que de
Por cierto, no se -y lo digo de verdad- si entre ellos hubo alguna vez una relacion propia de amantes. Quizas al principio, cuando la nina Corina se transformo en una muchacha de formas rotundas y de mirada honda y transparente. Y el viudo… Es posible, ya digo, porque la vida es muy corta, y las noches muy largas, y el deseo muy terco. Pero si hubo algo, desde luego no prospero, pues, desde que tuve conocimiento de las espirales invisibles de la realidad -si me permiten ustedes la expresion-, tia Corina y mi padre se trataban a veces como si fuesen dos hombres y otras veces como si fuesen dos mujeres, y no se si me explico. Por otra parte, mi padre jamas trajo a ninguna mujer a casa, a pesar de ser el de naturaleza galante y de no tener miedo alguno a las melancolias derivadas de la fugacidad de los dones terrenales, y sospecho que de tarde en tarde se aliviaba las ansias a golpe de cartera para no complicarse el corazon con las maranas de otro corazon, conforme a la tradicion atribulada que mantengo.
A tia Corina solo le he conocido un pretendiente estable: Louis Campbell, aventurero multiple de Louisiana, que estuvo durante un tiempo en la profesion hasta que, aburrido de incertidumbres y de clandestinidades, decidio montar un restaurante en Kalamata, alla en el Peloponeso. A principios de la decada de los ochenta del siglo pasado, aquella relacion cogio fuerza. Tia Corina hizo varios viajes largos con el, e incluso paso un verano en aquella costa, y Louis paraba en casa cuando venia por aqui, siempre con sus chaquetas de aire nautico y su pelo blanco y sedoso de Romeo invencible, pero se ve que la pasion, segun suele, acabo en humo, aunque todavia humea, porque se llaman en fechas senaladas y Louis no deja de invitarla formalmente cada ano a que lo visite en su isla.
Aparte de eso, tia Corina sigue hablandome de algun que otro caballero que ha conocido en el Casino Novelty, en sus jueves de azares, y en la voz se le nota la ilusion crepuscular de un imposible.
– Oye, por cierto, ha llamado esa tal Cristi Cuaresma, que tiene nombre de monja travesti, en el caso de que tal cosa sea imaginable tanto para las monjas como para los travestis.
– ?Que te ha dicho?
– Nada en particular. Que la llames.
Al oir la voz de Cristi Cuaresma, oia la voz de ese espectro de espinas que aun me hace sangrar un poco, y algo se estremecia dentro de mi conciencia con un crujido de hojarasca pisoteada, pero esquive aquella especie de trampa acustica y concerte con Cristi una cita en Roma, a pesar de que intente convencerla de que aquella cita era innecesaria y solo reportaria gastos, ya que podiamos vernos en Colonia unos dias antes de llevar a cabo la operacion y precisar alli mismo los detalles. Pero se ve que hay gente con principios muy solidos, por lo general a costa de los principios ajenos. «El domingo a las nueve en el restaurante Da Luigi, en Piazza Sforza Cesarini. Tu invitas», y le dije a todo que si. Como un recluta.
Tia Corina volvio muy de madrugada de su peregrinaje semanal en pos de la fortuna fortuita, de perseguir las pompas de jabon de los numeros venturosos con un cazamariposas agujereado, siempre a la espera de que la suerte le brinde su enorme sonrisa de gato de Cheshire (ya saben: aquel gato de aspecto diabolico -cualquier felino sonriente tiene por fuerza ese aspecto- con el que se topo la nina Alicia en el complicado Pais de las Maravillas). Por si acaso tenia que bajar a pagarle al taxista, la habia esperado viendo uno de esos debates televisivos que giran en torno a los fangales de la mundanidad, con sus celebridades fugitivas y vociferantes, al que siguio un documental en el que se especulaba con la localizacion del monte Sinai.
Llego derrotada por fuera, pero por dentro victoriosa, con la euforia estampada en unos ojos que se le cegaban de agotamiento. «He ganado durante toda la noche, como si fuese la duena del talisman infalible que Ruperto de Cavendish le vendio al falso sultan de Witu, ?te acuerdas?»
Los viernes, como he dicho, tia Corina se los pasa en cama destilando venenos y solo se levanta un rato a mediodia para que Lola le arregle la habitacion y hacia la medianoche para tomar algo, medio sonambula, hasta que el sabado por la manana vuelve a la vida con buen son, dentro de lo que cabe. Pero aquella noche no se levanto y me inquiete mucho, de modo que llame a la puerta de su alcoba y, al no tener respuesta, entre con mas panico que sigilo, temeroso de que la muerte, disfrazada de sueno, se la hubiese llevado.
Parecia no respirar. De todas formas, comprobe que tenia una fiebre altisima, lo que, a pesar de ser una senal muy mala, era una senal buena. Estaba empapada en sudor. La zarandee, pero no reaccionaba. Pronuncie su nombre no se cuantas veces, a modo de conjuro nervioso. Y asi hasta que solto un gemido que parecio salir del centro mismo de la agonia, y luego tuvo una convulsion, y pronuncio una palabra rota en pedazos: «Agua».
Llame a un medico que tardo cinco o seis eternidades en venir. «Coma diabetico», diagnostico. Al rato, dos enfermeros entraron por la puerta y nos fuimos en una ambulancia.
Como era de temer, la dejaron ingresada en la UCI, a cara o cruz.
Sali del hospital a media manana, cansado de cuerpo y de incertidumbres, de estar sentado en una silla de plastico, de presagios adversos, con la luz de los tubos fluorescentes metida en los ojos como una alucinacion de blancura.
Nada mas llegar a casa, me acoste, pero el sueno me huia, supongo que por culpa de esa ley universal que hace dificil la consecucion de cuanto se desea, por insignificante que sea lo que se desee. (Dormir un par de horas, por ejemplo.) Me levantaba. Me acostaba. De nuevo me levantaba. No queria tomarme un ansiolitico por si acaso avisaban del hospital y me pillaban deambulando como un bobo por una arcadia quimica, como quien dice, y tambien porque en ese instante estaba convencido -no me pregunten por que- de que aquel dolor me pertenecia y no debia abandonarlo.
El presentimiento de que tia Corina iba a morirse me desgarraba, por esa cosa que tienen los presentimientos de querer apoderarse de mas realidad que los acontecimientos mismos. Lloraba por ella y lloraba por mi. Lloraba por nuestro mundo en miniatura, nuestro pequeno mundo de saberes inutiles y de negocios anomalos. Lloraba por el pasado, por el presente y por el futuro, ese futuro que suele ser para la mayoria de la gente -yo incluido- la categoria mas devaluada del tiempo. Lloraba porque me veia llorando en el espejo y porque el llanto llama al llanto. Lloraba de lastima por ese individuo que lloraba ante mi con mi cara, con mis ojos, con mi corazon atenazado por el presagio de un vacio irreparable. (Mi ectoplasma en pena, mi sosias borroso, mi desdibujo.)
«Jacob? ?Como va eso, cabron?» Sam Benitez seguia sembrando el terror hedonista en Tailandia. Le pinte el panorama y le dije que tendria que aplazar mi cita con Cristi Cuaresma. «?Que chinga nos pusieron!» (Si.)
Quedo en llamarme al dia siguiente para ver que rumbo tomaba la cosa, aunque las expectativas eran pesimistas: tia Corina podia morirse o bien seguir moribunda, segun el medico.
Como en casa solo conseguia desasosegarme, me tome un cafe y volvi al hospital.
«Va bien», me dijo una enfermera con aspecto de bailarina. «Esta fuera de peligro, pero habra que esperar la evolucion», me dijo un medico con aspecto de nino que juega a las resurrecciones con los polvos sobrenaturales de su estuche infantil de mago.
Me permitieron entrar a verla durante un momento, a traves de una cristalera. Tia Corina era un bulto blanco y dormido entre paredes blancas, entre utensilios sin color, entre figuras blancas: la escenografia de la nada misma. «Tiene que salir», me indico la enfermera con aspecto de bailarina, y volvi a sentarme en el pasillo, a pensar en lo que menos queria pensar.
Tras aquella sucesion de puertas prohibidas para mi, en la camara hermetica de las grandes dudas, tia Corina