estaria sumida en esa clase de pensamientos que solo pueden compartirse con uno mismo, y a veces ni siquiera eso.
Y mi reloj era lento como una vida.
Llame a Cristi Cuaresma para postergar nuestra cita, circunstancia que adverti que le fastidiaba bastante, sin duda porque estaba deseosa de entrar en danza, que es lo que nos ocurre a todos cuando somos nuevos en esto: nos impacienta el placer de comprobar lo facil que resulta alterar el orden del universo en cuestion de minutos y ganar ademas un poco de dinero a costa de esa alteracion.
En el contestador tenia varios mensajes de Sam Benitez, todos ellos freneticos y confusos, de manera que decidi desconectar el telefono.
Al tercer dia, a tia Corina la bajaron a planta. «A partir de ahora, sere una filosofa profesional», me dijo nada mas verme. Por un instante, temi que se le hubiese ido la cabeza, que es lo que les ocurre a muchos enfermos despues de haber puesto un pie en el Mas Alla, trastornados por ese viaje a medias y por los efectos imprevistos de las compotas de farmacos. «?Recuerdas lo que decia Platon, aquello de que la filosofia es una meditacion en torno a la muerte? Pues bien, yo he estado un buen monton de horas meditando solo y exclusivamente en la muerte. Solo en eso. Un curso intensivo. De modo que creo que merezco al menos un diploma.» Y nos reimos. Y la vida parecio restablecerse. Y ella estaba mal pero feliz. Y yo estaba aterrado pero feliz.
Tia Corina compartia habitacion con una anciana instalada en quien sabe que limbo, con la boca siempre abierta, respirando a compases de agonia, como si quisiera tragarse la vida. «Ahi tienes la representacion mas clara de la prueba de san Anselmo para demostrar la existencia de Dios», dijo, senalando a su vecina de purgatorio. «Hay que ser el emperador cosmico para concebir esta canallada, porque a una persona vulgar no se le ocurriria una cosa parecida», y me estremeci, y me acorde de paso de aquella coplilla de los tiempos del barroco que decia que bien esta que tengamos que morirnos, pero envejecer, ?por que?
Charlamos durante un rato sobre nada en concreto, que es de lo que hablan las personas alegres que temen la disipacion de su alegria, y me fui a casa, donde me aguardaba una sorpresa.
«Ha llegado esto para usted», me dijo Elias, el portero del edificio, que es un hombre curioso: hace mas de veinte anos que no se mueve del cubiculo de la porteria, pero si tienes la imprudencia de seguirle la conversacion, te cuenta sus viajes por los lugares mas raros de la Tierra: «El ano pasado, cuando estuve en la Republica de Kazajstan para visitar a mi hermano pequeno, que es alli cazador…». Cuando no anda resolviendo sus tareas, Elias se enfrasca en un atlas, que para el compendia la realidad: alli estan todas las ciudades y todos los desiertos, todas las tormentas pasadas y venideras, la infinitud enganosa de los mares, toda la nieve, todas las historias posibles… A vista de pajaro, a vista de Dios. El mundo entero en miniatura, igual de manejable que un juguete, y, detras de cada nombre, un tesoro escondido: el oro liquido de la fantasia.
«Lo trajo el cartero esta manana», y Elias, el cosmopolita quimerico, me entrego una especie de palo envuelto en papel de estraza, con mi nombre, sin remite.
Era raro: casi nadie sabe donde vivo. Todos los envios me llegan a un apartado de correos. A casi nadie doy la direccion de mi casa ni mi numero de telefono, por un motivo facil de imaginar: si alguna vez necesito un escondrijo, ya estare en el escondrijo.
Rasgue el envoltorio mientras subia en el ascensor y al instante tuve entre las manos el baculo que aquel tipo del que ya les hable intento venderme a la puerta de mi hotel en El Cairo; aquel baculo que, segun parece, contenia el alma inmortal del mago Tamiro o tal vez Temuro, quienquiera que fuese aquel fascinador.
Como pueden ustedes suponer, me quede menos inquieto que asombrado, con la cabeza repleta de interrogantes huecos y, sobre todo, de signos de admiracion, que es de las peores cosas que pueden pasarle a una cabeza humana.
Aquello era un mal sintoma de algo que ignoraba, ?verdad? Y les confieso que se me hundio el animo: estoy un poco mayor para soportar con entereza los misterios que derivan en misterios, pues el entusiasmo ante lo misterioso suele ser privilegio de juventud. Ademas, a estas alturas de la vida, los misterios vienen a ser fracasos de la razon, porque ya esta uno en edad de comprender que en nuestro mundo no hay misterios, sino que todo es un misterio inabarcable, una matematica fantasmagorica, un mecanismo incomprensible aunque perfecto: el algebra del sin porque. Los pequenos misterios que nos fascinan o que nos atormentan no son mas que parodias del gran misterio basico: el misterio anonadante de vivir en un universo que procuramos interpretar con la ayuda de una mente que ni siquiera consigue interpretarse a si misma.
Pasado el pico agudo de la sorpresa, adverti que habia un trozo de papel enrollado en el baculo, sujeto con cinta adhesiva. RECUERDO DE EL CAIRO. La letra parecia de pendolista, entre arabiga y gotica, con cimeras y rabos.
Pero la caligrafia era lo de menos, ya que lo de mas era mi cabeza, que no acertaba a encajar aquello en ninguna zona de la realidad, ni siquiera en las mas suburbiales, digamos, como lo es por ejemplo la zona del absurdo, a la que van a parar tantisimas cosas.
Por la tarde fui al hospital. Tia Corina tenia muy mal aspecto, aunque intentaba bromear a toda costa, que es un metodo como cualquier otro de expresar el panico. «?Sabes? Cada vez que me traen la comida, me acuerdo de tu padre, que decia que los menus de hospital tienen sabor a cadaver. Te ponen pollo y no te sabe a pollo, sino a cadaver de pollo. Te ponen sopa y no te sabe a sopa, sino a bilis de muerto. Hasta la fruta huele a morgue.»
No le comente lo del baculo, como es natural, porque demasiado tenia ella con lo suyo. Y alli estuve hasta la noche, hablando de intrascendencias, leyendole fragmentos del libro de Geoffrey Parrinder sobre la brujeria, que me habia pedido que le llevara («Asi practicamos un poco de ingles y, si se tercia, un poco de brujeria»),y admirandonos de que en la decada de los treinta del siglo pasado hubiese todavia en Africa perseguidores de brujas: los llamados
Le di compania durante un rato mas y me fui a casa, con mucho desasosiego.
7
«?Donde chingados te metiste?» Sam Benitez habia prolongado su estancia tailandesa, sin duda porque se encontraba alli a sus anchas, crapuleando y trascendentalizando a su antojo, por esa cosa anomala y bipolar que tiene el dentro de la cabeza, aunque no descuidaba nuestro asunto. «Oye, cuate, hay que arreglar eso enseguida.» Le comente lo del baculo, pero no quiso darle importancia. «Eso son pendejadas», y de ahi no logre moverlo.
Tia Corina estaba mucho mejor, aunque seguia hospitalizada. Le referi los apremios de Sam. «Vete a Roma. Ya me encuentro bien. Vas, resuelves lo que tengas que resolver y en cuanto vuelvas nos ponemos a la tarea… Y no te olvides de sacrificar alli una paloma para que Apolo nos lleve por el buen camino, que falta nos hara.»
Fui a la agencia de viajes y le encargue a Nati un billete para Roma, con la fecha de regreso abierta, en prevision de imponderables. (La diligente, la amable Nati: casi cuarenta anos detras de una mesa, ante la miniatura de un avion, mandando a miles de noveleros y de comerciantes a trotar por las siete partidas del mundo, y ella sin moverse de alli por culpa de su panico a volar: esos dragones fragiles que pueden morir en pleno vuelo…)