recibo. «Bonito garabato. Nos llamamos», dicho lo cual, Cristi Cuaresma se esfumo, dejandome en medio de la calle con mi aluvion de quimeras.
Eche a andar. Por los caprichos de mi memoria intoxicada, me acorde del canallesco emperador Comodo, de la noche en que intentaron asesinarlo por culpa de las intrigas de su esposa Lucila, promiscua y ambiciosa, y yo era Comodo, y yo era la conciencia sin conciencia de Lucila, y yo era la espada que brillaba en la noche, y yo era la noche.
No tarde en perder el rumbo. Cuando vi de lejos el Coliseo, un pie de marmol de proporciones gigantescas emergio de el y se elevo en el aire en todo el esplendor de su blancura, y aquella vision, por lo descabellada, me desperto la risa, al menos hasta que me di cuenta de que el pie tenia la intencion de pisarme. Creo recordar que me sente en la acera, esperando sentir el peso ajusticiador de aquel pie fabuloso, y que acurrucado me quede durante un rato, hasta que abri los ojos y comprobe que el pie titanico se habia disuelto en la noche, que a esas alturas era de color verde esmeralda.
Y asi sucesivamente.
Mucho me temo que estuve deambulando hasta casi el amanecer, regido por la brujula del desvario, perdido de mi por completo, caminante peligroso por el laberinto de una Roma fantaseada. Recuerdo, eso si, que, a lo largo de aquella caminata surreal, iba contandome a mi mismo la historia del oscuro e implacable Tiberio, la del furioso Caligula, la del debil Claudio, la del disoluto y cruel Neron, la del bestial Vitelio y la del timorato e inhumano Domiciano. (Los epitetos que utilizo, por cierto, se los tomo prestados al laborioso caballero Edward Gibbon, forense de toda aquella descomposicion.) Mucho me temo tambien que busque un equivalente romano del Club Pink 2, aunque me conforta la certeza de que no lo encontre, porque tenia intacta la cartera a la manana siguiente.
Perdi el sentido del tiempo. Perdi la orientacion. (Perdido Jacob.) Y, guiado de la mano de no se que angel lazareto, me desperte a las tantas en mi habitacion del hotel Locarno, con la mejilla derecha aranada (a saber) y con la sensacion de ser el rey del mundo, de un mundo vaporoso que no tardo ni cinco segundos en estallar en varios miles de pedazos dentro de mi cabeza, asi que arroje la corona al water y recupere mi fardo natural de pesadumbre.
Me duche y llame a Cristi, dispuesto a pedirle explicaciones por haberme proporcionado sin aviso aquella embriaguez que, a pesar de mi aversion a los encantamientos quimicos, no dudaria en calificar de maravillosa, pues lo cierto es que no recuerdo haberme sentido tan dichoso y tan pleno en toda mi vida, tan libre de pasado y de pesares, aun teniendo en consideracion la adversidad de algunas de las visiones que me asaltaron, porque se ve que las irrealidades son tan imperfectas como la realidad. Salto el contestador y no le deje mensaje.
Llame luego a la compania aerea y reserve plaza para un vuelo de vuelta, de modo que rehice el equipaje a toda prisa y me fui al aeropuerto con el cuerpo muy perjudicado por el molimiento de la noche anterior, pero a la vez con un recuerdo de gratitud hacia aquella aventura desquiciada. (Una aventura, por cierto, con antecedentes ilustres: en la Odisea se nos cuenta que Helena vertio en la copa de Telemaco y de Pisistrato Nestorida una droga egipcia que hacia olvidar todos los males, hasta el punto de que quien la ingeria no derramaba una sola lagrima a lo largo de una jornada completa, asi viese morir a sus padres o degollar a su hermano.) (Y yo llegue a olvidarme, ay, de tia Corina y de sus males…)
Antes de embarcar, llame a Cristi Cuaresma cuatro o cinco veces desde una cabina, pero me salia siempre el contestador, su alter ego.
Y al rato ya estaba yo volando, peregrino entre nubes, despues de haber sido el peregrino psicodelico de la noche romana. Yo, que de joven sali huyendo en cuanto pude de esos paraisos de impostura, verme, a mis anos, colocado como un raton de laboratorio, errabundo por las calles, vagabundo de mi, incorporeo y tan pleno, y con la suerte ademas de que el pie colosal no me aplastara…
A tia Corina le dieron el alta el dia siguiente al de mi regreso, de modo que la vida volvia a su cauce, dentro de lo que cabe.
«Te lo avise: una persona que se hace llamar Cristi Cuaresma no puede ser mas que una corista o una chiflada, o ambas cosas a la vez», y le di la razon. «Vamos a tener que recurrir al Falso Principe», y ahi no pude darle la razon, aunque tampoco se la quise quitar.
Por si les interesa, la historia del Falso Principe es, a grandes trazos, la siguiente: su nombre es Simone Sera y en su juventud fue camarero en Palermo, en el cafe Mazzara, que era donde el achacoso principe de Lampedusa iba con frecuencia a escribir, a despachar la correspondencia y a echar el rato, por no sentirse a gusto en su casa palaciega, o eso dicen. Simone solia atenderle, y lo hacia al parecer con maneras muy reverenciosas, aunque con los demas camareros se mostraba nuestro Simone altivo, contagiado de aristocracia, como consecuencia de lo cual se gano el apodo por el que hoy le conocemos y que el asumio por un prurito juvenil de mundanidad y vanagloria, hasta el punto de confeccionarse, con un manual de heraldica sobre la mesa, un escudo de armas con lambrequin, trechor, cuarteles repletos de bestias rampantes y pasantes y barbeladas, bucleadas y brochantes, e incluso con alguna flor de lis como ornamento de su genealogia fantasiosa, que mas parecia aquello un bazar que un escudo.
Simone recogia cuanto papel tiraba o desechaba el principe, ya fuesen borradores, anotaciones triviales, cartas ajenas o incluso facturas y cajetillas vacias de tabaco, lo que le permitio hacerse con un archivo intrascendente, aunque curioso, de aquel noble que, al final de su vida, toco con dedos de mago taciturno el arte milenario de la ficcion.
En mitad de una mala racha, el Falso Principe le encomendo a mi padre aquel archivo casual de bagatelas - muchas de ellas consistentes en papeles rotos y luego pegados con cinta adhesiva- para que lo colocase en el mercado, y mi padre consiguio al final un buen dinero gracias al entusiasmo fetichista de un erudito ingles que pujo por el -contra clientes simulados- en una subasta de la casa Putman y que al poco escribio una biografia del principe siciliano en la que no menciona a Simone, cosa que a Simone le dolio mas que una mala muela.
Con el paso del tiempo, a Simone se le disiparon sus humos nobiliarios, aunque jamas renego de su apodo, cuyo uso el mismo alienta todavia y por el que se le conoce en la profesion, en la que ingreso a mediados de los setenta con el sonado golpe de las alhajas austriacas, aunque pocos anos mas tarde, cuando se le manifestaron sus problemas de hipertension y de vista, se limito a asumir el papel de asesor de dudosos, pues siempre ha sido hombre de muy buen sentido, al margen de sus ventoleras principescas de juventud.
Hubo un tiempo en que el Falso Principe estaba al tanto de todo y ofrecia soluciones razonables para asuntos enconados, y buscaba intermediarios fiables, y la gente le confiaba la elaboracion de planes dificultosos y arriesgados, pero eso ya paso, y recurrir hoy por hoy a el viene a ser algo asi como aplicar una sangria con sanguijuelas a alguien que padece un cancer de pulmon, que fue precisamente por donde le entro la guadana a Lampedusa.
«Tenemos que ir a ver sin falta al Falso Principe. El sabra sacarnos de este embrollo», insistia tia Corma, que en el fondo es muy
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Sam Benitez no paraba de llamar. Cristi Cuaresma, en cambio, no contestaba ni uno solo de los muchos mensajes que le dejaba en el contestador, detalle que me resultaba menos irritante que sorprendente, dado su impetu por ponerse a la tarea.
«A mi ese putito me gusta menos que a ti. Pero si ella esta emperrada en trabajar con el, ?que carajo podemos hacer nosotros, compadre? Esta borrachita de amor la tia loca», me razono Sam desde Savanna-la-Mar, alla en Jamaica, adonde habia saltado despues de sembrar el panico de sus libertinajes en tierras tailandesas. Le replique que lo sensato seria prescindir de los dos. «?Y a quien buscamos, guey? El gallinero esta bien chingado», y en ese punto tuve que callarme, porque era cierto. «Llama a Gerald Hall, que lo sabe todo. El te ayudara segurito a localizar al Penumbra», me sugirio, aunque era un recurso que tenia yo previsto, porque Gerald, aparte de ser verdad que esta al tanto de todo lo que se mueve en el submundo londinense, tuvo empleado durante un