El telefono es el unico y acuciante sonido en el cuarto a oscuras de la pension situada en la calle Fuencarral, frente a un neon vertical verde con la mitad de las letras apagadas que senala un bar de copas al otro lado de la calle. Pero Sebastian no atiende la llamada. Se limita a tragar saliva, progresivamente inquieto por la insistencia del timbre, y elige seguir mirando a traves del cristal hacia el bullicio enmudecido por la ventana cerrada de la cercana zona de Chueca, como si el simple hecho de observar la generalizada alegria nocturna constituyera una guarida donde refugiarse de los verdugos que acaban de marcar su numero, tal vez desde mucho mas cerca de lo que el imagina. Es la primera llamada en varios dias, la unica desde el tiroteo, la unica desde que hace unas horas llego a Madrid huyendo de Padros.

Aguanta la respiracion, aferrandose a la idea que constituye la columna vertebral de su fragil serenidad: No saben que estoy aqui, he recorrido quinientos kilometros, nadie me ha seguido… Aun asi solo expulsa el aire cuando cesan los pitidos tras saltar el contestador, pero la tregua apenas dura lo que tarda en vibrar el aviso del buzon de voz, y solo cuando este calla osa Sebastian volverse hacia el telefono, que resulta visible en la oscuridad gracias al parpadeo luminoso del mensaje entrante. Tienen que ser ellos. Ellos, los hombres de Humberto, porque Vera esta muerta. ?O no?, prueba a mentirse… En realidad, nada es palpable, cientifico, irrefutable, excepto la bolsa con el dinero y el arma en su mano, nada excepto el disparo que escucho dentro del caseron y la paranoia de la fuga. Pero ?como han logrado el numero si solo Vera y el lo conocian? Juntos, plenos de alegria fisica compartida en fase de esplendor, compraron tres telefonos nuevos de numeracion correlativa: uno que Vera necesitaba para asuntos de trabajo y los otros dos dedicados a comunicarse exclusivamente entre ellos. Fue otro de los juegos eroticos que inventaron sobre la marcha, muy al principio de su relacion, en la primera salida a la calle tras el primer y determinante encuentro sexual. «Cuando vibre -le habia susurrado Vera al oido mientras el vendedor, ajeno a las osadas palabras de sus clientes al otro lado del mostrador, desplegaba un catalogo ante ellos -querra decir que mi boca y mi cono estan pensando en tu polla». Esa frase, pronunciada en realidad tan cerca en el tiempo que Sebastian casi cree oirla rebotar viva contra las paredes de su memoria, es ahora el pasado remoto y solo sirve para estimular el miedo, porque la llamada que le acaba de azorar se ha realizado desde un numero sin identificar, y porque los muertos no llaman por telefono. ?Tendra voz aguardentosa el verdugo que acaba de dejarle el mensaje, o habra querido que entrevea el mismo los espantos que le aguardan mediante inflexiones sadicas en tono sedoso? ?Que se escuchara de fondo, el motor del coche que los trae hacia Madrid aunque el pensase que era imposible localizar su rastro o el ambiente del bar de la esquina, donde hace un rato se ha comido un pincho de tortilla para taponar el repentino agujero del hambre? ?Y el alfiler? ?Lo torturaran con el alfiler? Ese suplicio que Vera le presento como la especialidad de Humberto resulta lo peor de todo. Un alfiler, un solo alfiler en manos del sadico Humberto. «?Para que mas, si un solo alfiler le basta para traerte el peor de los infiernos?», habia explicado ella en voz alta. Sebastian busca con la mirada su coche, que aparco en la calle Infantas tras comprobar que resultaria bien visible desde la pension; una estratagema de seguridad que ahora se le antoja disparatada y altamente peligrosa: usar de cebo el coche, como una cabrita atada en un claro del bosque de Chueca para atraer a los invisibles tigres de la noche. Un enemigo con rostro es mas debil que un enemigo sin rostro, y por esa razon habia puesto en practica ese absurdo plan: una estratagema de seguridad ideada por un hombre que nada sabe de estratagemas de seguridad. ?Y si han visto ya el coche y estan esperando a que sea yo el que aparezca? Sebastian se deja derrumbar sobre la cama, sobresaltandose por el gemido de muelles que provoca su peso, y cuando queda sentado y, todavia estremecido, alza la vista, le asusta verse sin verse en el espejo frente a el: una silueta negra sentada sobre la cama, que escruta a la silueta negra sentada sobre la cama que mira hacia el espejo. Nada en ella, ni la desvalidez identificable en la oscuridad por el encorvamiento de hombros caidos, ni el temblor de las manos refugiadas como cachorros ateridos entre los muslos, ni el contagio febril a todo el cuerpo de la respiracion agitada, le resulta tan desasosegante como el contorno de su cabeza calva, vislumbrada por primera vez desde que hace dos horas escasas, al poco de llegar a Madrid, antes incluso de buscar donde pasar la noche, entro en una barberia de barrio para que le raparan su abundante y siempre impecable cabellera, unica y burda operacion de camuflaje personal que su imaginacion fue capaz de planear. Encogido en el sillon giratorio y ajeno a la trivial conversacion del peluquero, con los ojos clavados sobre la bolsa del dinero de la que bajo ningun concepto se separa encajada entre los pies, y cenida a la cintura el arma que ni siquiera sabe amartillar, intentaba decidir cual debia ser su siguiente paso cuando la realidad, inopinadamente, habia lanzado la primera ofensiva surgiendo como una revelacion traidora desde su propio cerebro:

Vera esta muerta. No desaparecida, ni perdida, ni huida. Muerta.

Hasta este instante su mente habia bloqueado la informacion que ahora le parece tan fatidicamente obvia. La implicacion de Vera en el breve tiroteo habia pasado por distintas fases dentro de su cabeza: primera, la conviccion irracional de que los muertos habian sido otros, de que los muertos tenian que haber sido otros; luego la duda, una ansiedad intensa, muscularmente fatigosa, ramificandose dentro de el a medida que pasaban las horas sin noticias. ?Y si la han herido? ?Y si se esta desangrando en algun descampado? Incertidumbre solida y racional, progresivamente verosimil desde el instante en que el panico le forzo a huir de Padros sin mirar atras. Y por ultimo, esta brutal comprension sin retorno en el sillon giratorio mientras el peluquero rasuraba con la maquinilla su nuca desnuda, como el verdugo que prepara al condenado para la silla electrica… Esta muerta… Hasta este momento, se habia defendido contra esa revelacion a sablazos de pura cabezoneria: algo le impide llamar, pero tiene que estar viva. Antes o despues llamara, pero tiene que estar viva. El miedo a la verdad avalaba las mentiras. Al salir de la barberia a toda prisa, sin recoger el cambio y tropezando con el siguiente cliente, le sorprendio en la calle el alivio minimo, puramente fisico, del aura de frescor que parecia masajearle la cabeza, liberada de repente del sudor pegajoso de los ultimos dias, y aferrado al vestigio humedo del agua de colonia como si constituyera un presagio venturoso, pudo pensar con un poco de calma.

Los treinta y tantos euros sueltos que llevaba en el bolsillo, los ultimos legitimamente suyos, fueron los que decidieron el hotel en que se hospedo. Se resistia a abrir en publico la bolsa, y al iniciar la huida no habia tenido la prevision de coger dinero en efectivo. Temia a esa masa de billetes, a todos y cada uno de ellos, como si pudieran hablar y delatarle. Todos podian traerle la muerte lenta. Todos y cada uno de ellos. Llevo conmigo seis millones de traidores. Tras preguntar en distintas pensiones, eligio la unica que podia pagar por adelantado con el billete de veinte, el billete de diez y las monedas sueltas, y en la recepcion, el gesto minimo de mostrar su carne de identidad, tantas veces realizado en su ahora casi extinta vida anterior, desencadeno un terremoto interior. No puedo usar mi nombre autentico. Ahi, en ese instante, resolvio que nunca mas lo volveria a hacer. Y por ello, cuando entro en la humilde habitacion y echo el pestillo, y probo a trabar la puerta encajando una silla inclinada bajo la cerradura, y la volvio a quitar sintiendose ridiculo por haberla colocado alli o tal vez porque el gesto contenia una aceptacion fisica, real, de que lo estaban persiguiendo, y cuando se desnudo y entro en la ducha tras depositar la bolsa con el dinero junto a la banera y bien a la vista, y puso sobre el lavabo, lo mas cerca posible de su mano, el arma que ignoraba como utilizar caso de tener que hacerlo, y se abandono por un instante al placer del agua caliente, dedico el primer pensamiento a buscar el nombre nuevo que habia de adoptar cuanto antes. El cuerpo comienza en el nombre. Es lo primero que tenemos tras nacer, fuera del cuerpo desnudo cubierto de sangre. Y por ello habia dedicado las horas siguientes a buscar un nombre nuevo para el, para ese fugitivo que nacia adulto en el bano de una pension de Madrid. Cada poco, la tarea en apariencia sencilla adquiria una dimension descomunal, que lo derrumbaba. ?Era todo este desorden verdad?, se preguntaba cada poco. ?En serio el, un hombre que hasta solo dos semanas antes se hallaba deprimido por el monotono fracaso de su vida, estaba efectivamente empenado en buscar un nombre nuevo para burlar a los hombres del serrucho y el alfiler? Fue entonces, mientras miraba por la ventana hacia la calle, hipnotizado por el neon verde de letras muertas, cuando lo habia sorprendido, repentino y feroz, el pitido del movil.

Ante su latido mudo de parpadeos rojos sigue ahora ensimismado, paralizado, aterrorizado. Tienen mi numero. Vera se lo dio. ?Como la habran obligado? Esa opcion implica que ella lo ha traicionado, pero tambien que sigue viva. ?Y si es ella? Extiende la mano hacia el movil. ?Y si son ellos? Tal vez sea una llamada del banco, o de publicidad, alguna nimiedad semejante… Pero ?y si son ellos?

Vuelve a parar la mano en el aire, y cuando cae en la cuenta de que ha realizado por tercera vez el gesto, comprende tambien que la unica manera de no desquiciarse es escuchar el mensaje. Se vuelve a ver a si mismo en el espejo, un hombre calvo que pulsa la tecla del buzon y se lleva ansiosamente el aparato al oido. Debe hacer

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