tabaco? ?Un estanco por aqui?
El chico lo mira con recelo, rascandose la barbilla como si buscase rastros del primer asomo de barba. Esta harto de que los adultos le repitan que fumar mata, pero este no parece un pelmazo, sino alguien extraviado que ni siquiera ha reparado en que el estanco esta ahi mismo, a cinco metros de donde ha aparcado el coche, y por eso le cae simpatico. Se lo senala agitando con suavidad el indice arriba y abajo, muy despacio, recreandose en la arrogante indolencia de su gesto, que le hace sentirse superior al adulto, y luego se aleja, regalandose, retador con el mundo, una calada profunda.
Bastian lo mira y se ve a si mismo de adolescente. Opto por no fumar porque penso que la imagen del cigarrillo en la mano desacreditaba su vocacion de buen chico conservador y cabal, siempre con las mejores notas escolares. Su solido acatamiento a toda forma de orden, calcado del acatamiento previo de sus padres, no le habia permitido eludir el fracaso profesional ni vital, ni tampoco ser inmune a la seduccion letal de Vera; tal vez fue incluso determinante para que esta se produjera, hasta puede que ella lo considerara al elaborar su plan: «Busco hombre de cuarenta-cuarenta y tantos, vida gris y mediocre, a ser posible educado en colegio de curas. Imprescindible no haber vivido jamas una salvaje pasion sexual». Bastian se pregunta, cuando el chico fumador ha girado en la esquina desapareciendo de su vista, si el desparpajo que ha exhibido ante el se desarrollara en el futuro, evolucionara hacia una personalidad segura de si, pletorica, dominadora de su entorno.
– Buenos dias. ?Trabaja aqui una chica llamada Emilia? -nada mas entrar al estanco vacio de clientes, se dirige al sesenton calvo y alto, de gafas de gruesos cristales apoyadas sobre la punta de la nariz, que anota cifras en un papel inclinado sobre el mostrador.
El hombre alza la vista a la vez que se ajusta las gafas con un instintivo golpe seco. Inspira gravemente antes de contestar. Bastian piensa que algunas personas inspiran gravemente antes de contestar hasta la pregunta mas simple. El estanquero es una de ellas.
– No, aqui no.
– ?Y en algun otro estanco del pueblo? ?Le suena?
El hombre inspira de nuevo.
– No.
Bastian se fuerza a sonreir:
– Y… ?hay algun estanco mas por aqui cerca?
Tras inspirar, esta vez largamente, el hombre extiende el brazo derecho hacia la puerta. Bastian cree que lo esta expulsando de su local.
– En la plaza Indiano Sanchez, por ahi a la derecha.
– Se donde esta la plaza, gracias. Y ahora caigo en que tambien me suena el estanco. Un millon de gracias - agradece a la vez que retrocede hacia el exterior. El hombre inspira y vuelve a enfrascarse en sus cuentas antes de que Bastian llegue a salir.
A Clara le han sobrado algunos de los quince minutos para encontrarse lista junto al coche. Ataviada a su estilo, el que debe de ser el verdadero, con pantalon vaquero, jersey verde, botas negras y una cazadora de cuero tambien negra, genera en Bastian una insolita desazon: le alivia que ya no vista como Vera, le decepciona que ya no vista como Vera.
– Emilia trabaja en el estanco de la plaza del pueblo, me lo han dicho en recepcion. ?Sabes llegar?
Se le ha adelantado para conseguir, rapida y efectiva, la informacion que buscaban. Es lista, resuelta, imparable. Le gusta, y por ello le dedica una sonrisa mientras se pone a su lado para descender por una calle a la izquierda, y luego otras dos a la derecha, antes de desembocar en la plaza. En el trayecto le pregunta:
– ?Has colgado el vestido azul junto al tuyo de buzo por alguna razon?
– Manias de orden -lo mira Clara con naturalidad que desarma cualquier recelo-. Lo puse en el lavabo mientras me duchaba. Con el gel del hotel. No es lo mejor, pero olia a humedad, seguramente por llevar tanto en esa bolsa. Y luego lo tendi.
– Mmm… Oye, disculpame, es una simple curiosidad. ?A que te dedicas?
Durante las horas en que Clara permanecio desmayada, Bastian elucubro, entre otras cosas, sobre el oficio de esta mujer surgida de las aguas, y su fantasia habia sugerido que podia ser artista, tal vez pintora o escultora o, mas pragmatico pero tambien dentro de lo creativo, ejecutiva de una casa discografica o una productora de television, tal vez editora o galerista de arte, galerista especializada en arte africano, o centroamericano, o algo asi.
– Soy economista. Trabajo para una firma holandesa especializada en auditorias. ?Por?
– No, por nada. Curiosidad -zanja Bastian el tema, remotamente decepcionado.
La plaza, entre el tiempo desapacible y la hora laboral, se encuentra desierta. A Bastian le parece el negativo triste, apagado, de la colorida foto de anos atras, cuando Vera y el aparecieron desde otra de las callejuelas buscando, a pesar de la temprana hora, un lugar para desayunar. Habian pasado juntos la noche, abrazados, y por la manana, tras el sexo implacable, fueron a desayunar en el pueblo y resurgieron las preocupaciones de Vera, que Sebastian quiso hacer suyas para demostrarle la sinceridad de su amor. A pocos metros del estanco hacia el que se dirige ahora con Clara, y en el que ni siquiera reparo entonces, quedaban sin desmontar algunas mesas de las cenas al aire libre de la vispera, y entre los dos despejaron la superficie de una de ellas y se sentaron, imaginando que algun camarero acabaria por aparecer antes o despues. Vera permanecio en silencio con gesto solemne, concentrada en problemas que su rostro nunca habia exteriorizado asi. Medio minuto, tal vez un minuto. El la observaba, contagiandose de la gravedad. Era la hora noventa, o la hora noventa y cinco. El tiempo, aunque el lo ignorase entonces, apremiaba ya a Vera, y a pesar de que le urgia solicitarle ayuda, debia tambien mostrarse cautelosa a la hora de exponer un plan criminal a un hombre normal y corriente. Podia asustarse, huir. Contarselo debia ser necesariamente un movimiento de alta precision, como el primer golpe del joyero sobre el diamante en bruto: la precipitacion no tendria vuelta atras. «Estoy metida en un lio muy gordo, necesito tu ayuda», le habia adelantado horas antes a modo de preambulo para que las palabras comenzasen a operar sobre el, predisponiendo su mente enamorada. «Y supongo que para contartelo bien es necesario que empiece por hablarte de Humberto», continuo apenas se hallaron con sendos cafes frente a si, tras pedirselos por senas a un camarero somnoliento que habia asomado desde la puerta del bar. Ahi habia vuelto a escuchar el nombre de Humberto ya escuchado antes una vez, pero ahora le parecio que Vera lo pronunciaba con un matiz mas complejo que el simple miedo, y mas perturbador que la lineal inquietud. La frase siguiente, tal vez por toda esa ambiguedad significativa, se le quedo pegada a la memoria. La recuerda aun, la revive hoy, y por supuesto la entiende en su totalidad ahora, mientras entra detras de Clara al estanco, fascinado por la idea de que ahi al lado, apenas a unos metros de donde esta pisando en este instante, Vera lo miro a los ojos y hablo muy despacio, esmerandose en dotar de dramatismo a sus palabras: «Humberto, si se lo propone, puede Parecer cualquiera de todas las cosas buenas que no es».
Bastian recuerda como Sebastian sintio que las tres silabas que componian el nombre de Humberto venian tenidas de algo parecido a la admiracion, y por ello alentaron un imperceptible viento frio sobre su amor sin fisuras ni limites. La paz salvaje de la posesion exclusiva se descoloco, levemente estremecida por el temblor de lo que, quisiera el o no, parecia razonable denominar celos.
14
?El timbre del movil!
Los pitidos rasgan la soledad de la habitacion barata en Madrid, y se aterran al unisono los dos hombres que habitan el mismo cuerpo, crispados como siameses pugnando por desgajarse sin asistencia quirurgica: el que siempre ha sido pero sabe que debe dejar de ser Sebastian Diaz y el otro, todavia sin nombre, que para que sobreviva fisicamente el primero no tiene mas remedio que nacer de golpe, irrumpiendo sin gestacion ni parto en ese cuerpo ya adulto que esta, y lo sabe, en el punto de mira de los sicarios de Humberto, condenado a la muerte del serrucho y el alfiler.