Bastian, acostumbrado a sospechar de todo y de todos, a temer a todo el mundo, a cerrar sus sentimientos a cualquier ser viviente que se le acerque, se dice de pronto que tal vez esta exagerando su recelo hacia la desconocida.
– Paso todo hace algo mas de un siglo -comienza a explicar.
– En 1902, si.
– Este hombre era poeta, o actor, iba por los pueblos recitando, viviendo de lo que podia. Era bastante popular, porque ademas de ser por lo visto un tio muy guapo, con fama de don Juan, fue un heroe en la guerra de Cuba. Pero aqui, en Padros, cometio un crimen horrible.
– Mato a un bebe de pocos meses, lo se -y de nuevo le viene a Clara a la cabeza la imagen submarina descrita por Eloy…
– Todavia peor, mas cruel, mas monstruoso. Si, esa es la palabra, monstruoso. El nino era hijo de su amante. Debio de ser una venganza, o algo asi, una cosa de odio salvaje, demencial. Pero ahora si que te voy a sorprender. Dime, ?crees en las casualidades?
– No, no creo en las casualidades -afirma Clara, contundente.
– ?Sabes quien era la madre del bebe? -Bastian alarga un poco la pausa, inesperadamente divertido por la intensa curiosidad que ha logrado despertar en Clara. Pero no es solo eso, se demora tambien en el aprecio de esta conversacion relajada, interesante, llena de estimulo, con una mujer que nada sabe de sus turbulencias pasadas, una mujer que leal y apaciblemente lo ha aceptado como Sebastian, el hombre que, simplemente, la ha ayudado tras su desmayo.
Clara, que no cree en las casualidades, siente un estremecimiento en todo su cuerpo y en toda su razon. La mente trata de definir la causa exacta de su crispacion sin conseguirlo. Mira a Bastian en silencio, vapuleada por emociones indescifrables. El azar, o quien se oculte bajo ese disfraz, la ha depositado, literalmente, sobre la cama de la mujer cuya historia investigaba su hijo. Clara siente que su vinculo con los pasos que dio Eloy en Padros es ahora de una solidez inquebrantable, y solo puede conducirla hasta el ultimo aliento del espiritu de su hijo. El vertigo la invade. Hace un instante estaba ante un abismo desconocido. Ahora se ha lanzado de cabeza a el.
– ?Que fue de Leonor?
– Murio.
– Hombre, ya… Obvio, ha pasado un siglo.
– Obvio, si, aunque bueno, no tanto… Tambien surgieron leyendas sobre su fantasma, que erraba buscando a su hijo. Un chaval que llevaba los bueyes de regreso al establo vio a su fantasma en los anos cincuenta. Todo esto lo se bien, en detalle, hasta lo de los bueyes, porque ya te imaginas que en Padros lo he hablado mil veces con los vecinos. En los pueblos, este tipo de leyendas son comunes. Si ahora hay poco en que entretenerse, imaginate en 1900. Leonor debio de morir a finales de los anos cuarenta o principios de los cincuenta, creo. Todo el mundo piensa que cuando el chaval de los bueyes la vio ya era un fantasma.
– ?Entonces no es seguro cuando murio? ?Ni como?
– No, ni cuando ni como. Estaba muy trastornada, loca desde la muerte del hijo. Cuarenta anos loca, ?te imaginas? El marido la llevo a un sanatorio mental no muy lejos de aqui, todavia quedan restos del edificio. Pero un dia Leonor, ya anciana, desaparecio del sanatorio, escapo. Y no se supo mas de ella. A mi, de joven, me daba cierto morbo vivir en una casa con esta historia tan dramatica dentro.
Mientras habla, recuerda el dia en que Vera, tras conocer alrededor de la hora ciento diez la historia que acaba el ahora de contar a Clara, sintio el obsceno apremio de hacer el amor sobre la cama de dosel de Leonor, por si se avenia el espectro de la desdichada a formar un trio con ellos. Lo hicieron entre risas, sin que por supuesto acudiera fantasma alguno. Pero hoy, tras fluir sin prisas ni aspavientos el tiempo inexorable, tambien son sombras transparentes aquellos Sebastian y Vera que se abrazaron sobre la cama arrebatada al espiritu de una loca que murio de pena, y de pronto aquel acto le parece lo que no le parecio entonces: la vejacion indigna de la intimidad del espectro.
– ?Y el marido, el tal Tomas Montana?
– Tambien chiflado, supongo que por la muerte del bebe. Tomas Montana, a pesar de todo su dinero y de todo el carino y respeto de la gente, murio tambien con la cabeza perdida. De muerte natural, sobre mil novecientos cincuenta y poco. Se dice que en sus ultimos tiempos se paseaba por el caseron con los revolveres que trajo de America al cinto, pegando tiros. Si quieres, luego volvemos y te enseno algunos balazos en las paredes.
Clara apenas escucha los detalles biograficos de Tomas Montana. Una imagen del relato ha adquirido protagonismo, pegandosele al corazon encogido:
– El mar de este acantilado vive una maldicion de amor -dice Clara en voz baja, y la frase que sustentaba la carta de Eloy les hace callar como si el mar que bordea la carretera por la que avanza el coche tuviera efectivamente poderes sobrenaturales. Con la vista en el camino de curvas y la emocion fijada sobre sus respectivos muertos, Bastian y Clara llegan hasta las callejuelas del centro y, tras un laberintico recorrido, Bastian frena con suavidad en una placita en medio del pueblo, ante un antiguo palacete convertido en apacible hotel familiar.
– Aqui esta tu hotel. Aparco en ese hueco mientras subes. Te acompano a buscar el estanco y ya te dejo. ?Te basta una hora?
– Me sobran quince minutos -corrige Clara. Pero en vez de apearse permanece mirando a su companero, con la sensacion de que este desea anadir algo.
A Bastian le gustaria que Clara no se moviera del coche, que durante el resto del dia siguieran hablando como acaban de hacerlo ahora, que sus respectivos pasados les concedieran la tregua de un dia agradable, paseando bajo la lluvia de noviembre. Pero sabe que no puede ser.
– Vale. Quince minutos -dice tan solo.
Cuando Clara desciende por fin y rodea el coche camino de la entrada del hotel, Bastian ve alejarse a una mujer que por una decima de segundo,
Tambien el se apea, y cierra de un portazo furioso, como si el coche tuviera la culpa de los picos de su obsesion. ?Por que entraria a aquel restaurante y miraria hacia la esquina donde la ciega comia solitaria?
En una de las terracitas que ofrecen las habitaciones del hotel, una del segundo piso, cuelga de una percha metalica, parcialmente visible desde la posicion de Bastian, un traje de buceo negro mecido suavemente por el aire. Bastian comprende que es la habitacion de Clara, y siente renovado respeto, casi emocion, hacia la mujer. La salud le impide sumergirse, pero por su hijo ha traido el traje de buceo. Y buceara, acabara por bucear en busca de esa cosa extrana que Parece hallarse bajo el agua.
– ?Oye, chaval! -grita como si buscara huir del hilo de sus pensamientos, llamando a un chico de trece o catorce anos que pasa junto a el con un cigarrillo encendido entre los dedos-. ?Sabes donde puedo comprar