dinero y apropiarse de el. Tomo la americana de lino, la extendio sobre la cama y arrojo encima los numerosos billetes sueltos. Y fue entonces, al disponerse a unir las mangas con un nudo para improvisar un hatillo, cuando vio, aislado sobre la cumbre de la montana de dinero, un papelito doblado en cuatro que se diria cuidadosamente colocado alli por el inexistente y terco azar. Sus movimientos se congelaron en el aire: parecia un mensaje. ?De quien? Pudo escuchar como se detenia su respiracion en el interior de los pulmones.
La bolsa a sus pies contiene una cantidad por fin precisa, esos quinientos treinta y seis mil euros que en los ultimos dias se han convertido en un aposito casi fisico de su cuerpo, pues teme aun mas perder la bolsa que ser sorprendido por sus perseguidores con ella encima. Debe ponerla a salvo y soltar a la vez el lastre que supone para su efectividad de movimiento, y debe hacerlo aprisa, pues ha resuelto que no leera el mensaje de Vera hasta hallarse en un lugar donde se sienta minimamente seguro. Pero ?donde guarda un fugitivo tan enorme cifra de dinero sucio en efectivo? Pide otro cafe y se sienta a la mesita del fondo, la mas discreta del local. Toma del servilletero una hoja de papel y comienza a garabatear sobre ella: lineas hacia arriba, lineas hacia abajo y ningun plan en la primera servilleta; circulos, rectangulos, trapecios y ningun plan en la segunda; triangulos y borrones, y ningun plan en la tercera. Las primeras soluciones que se le ocurren son las obvias para las personas que viven dentro de la legalidad, pero el ya no se encuentra entre ellas, no exactamente, y por ello descarta abrir una cuenta corriente o contratar una caja de seguridad, o varias, en distintos puntos de la ciudad. Tanto dinero despertaria el recelo de los empleados del banco en el primer caso, y la propia ubicacion de las sucursales donde se hallasen las cajas le supondrian, en la practica, una movilidad menor que llevar la bolsa encima. Sin contar con que formalizar cualquiera de esas dos opciones requiere la presentacion de un documento de identidad. Solo tiene su carne de identidad a nombre de Sebastian Diaz Moyano, y la constatacion de este hecho le muestra su desolacion desde un angulo nuevo e inesperado. Pero por otro lado, esta el acicate del papelito en su bolsillo. ?Y si es alguna clave, y si Vera le dice en el que lo espera en un lugar concreto? El ansia de saber choca frontalmente contra sus miedos. El mensaje podria ser tambien un regodeo burlon de sus perseguidores; ?como puede saber que no le han seguido, que no son, sin ir mas lejos, esos tres hombres que charlan animadamente en la calle? Sea como sea, el vertigo de la ansiedad se convierte en una brujula que estimula su determinacion y guia sus pasos.
Paga el segundo cafe con las mismas monedas que le entregaron antes en el cambio y sale al exterior, caminando a buen paso hasta la calle Serrano. El trio de supuestos sicarios ni siquiera le ha dedicado una mirada. El trayecto a pie, treinta o cuarenta minutos bajo el incipiente sol matinal del verano madrileno, se transforma en calor pegajoso y sudor sobre la piel, en olor corporal repentinamente intenso, revelador de los dias que, cae de pronto en la cuenta, lleva sin lavarse, sin cambiarse de ropa, sin desnudarse para intentar dormir. No le importa, casi lo prefiere. La suciedad se convierte en otro motor; cuanto antes actue, antes se liberara de ella y sera de verdad un hombre nuevo. No puedo ser Bastian mientras lleve la ropa y el sudor de Sebastian, se dice en un juego que es absurdo y efectivo a la vez, pues le hace acelerar el paso, aumentar su temperatura y su excrecion de sudor, revolucionar el motor de la suciedad nitidamente percibida por el olfato. Recorre las tiendas mas caras de la calle Serrano. En la primera elige camisas, ocho o diez; en la segunda, varios pantalones y dos o tres pares de zapatos; en la siguiente, ropa interior y complementos, y en la ultima, elementos de aseo. Todo sin mirar las etiquetas con los precios, se ha limitado a abrir la bolsa en el probador de la primera de las tiendas, sacar tres billetes de quinientos euros, otros tantos de doscientos y algunos mas de cien, diez o doce, y con ellos, siempre uno distinto ante las cajeras de cada tienda a fin de obtener con el cambio billetes limpios de las posibles marcas con que la banda mafiosa pudiese haber senalado los fajos, ha ido pagando las sucesivas cuentas. Tambien se detiene en una farmacia y, llevado de una subita inspiracion que le parece brillante, adquiere cinco altavoces nocturnos para bebes. La displicente exhibicion de liquidez es un salvoconducto, una magia, un milagro: su barba de dias no es ya la de un vagabundo desaseado que huye sino, por ejemplo, la de un viajero cosmopolita que entre vuelo transatlantico y vuelo transatlantico no ha tenido tiempo de rasurarse. Con esa reluciente conviccion cruza la puerta giratoria de un hotel de cinco estrellas de la Castellana, muestra el carne de identidad de Sebastian Diaz Moyano y contrata, argumentando ante la indiferente senorita de la recepcion una reunion de abogados de alto nivel que esta organizando; la cortina de humo puede parecer ingenua, pero a el se le antoja efectiva: cinco habitaciones contiguas y comunicadas que alquila para una semana y paga por adelantado. Sube en el ascensor a la cuarta planta portando las cinco llaves, abre la puerta de la habitacion central, que flanquean otras dos de las habitaciones alquiladas a cada lado y, sin perdida de tiempo, va abriendo las puertas interiores que las comunican todas. En cada una de ellas abre la puerta que comunica con el pasillo, coloca el cartel de «no molesten», cierra e instala luego sobre la mesa el altavoz infantil, sintiendose infinitamente ridiculo por ello. La operacion le lleva una hora larga, y al concluirla y tratar de conectar en la habitacion del centro, su cuartel general, los cinco receptores de los altavoces no es capaz de hacer que funcionen, lo que le provoca un ataque de irritacion y le lleva a recorrer de nuevo las cuatro habitaciones recogiendo a tirones los altavoces, que arroja luego de mala manera a una esquina. Esta en la misma situacion de peligro que al principio, aunque es cierto que si los sicarios del serrucho y el alfiler hubiesen logrado seguirlo hasta el pasillo de la cuarta planta del hotel tendrian cinco puertas delante, y no solo una.
El papelito esta doblado en cuatro. Lo desdobla una vez, lo desdobla otra, lo mira.
Once palabras en letras mayusculas con tinta roja:
TODO ES NADA, TODO ES A LO SUMO TIEMPO QUE FLUYE.
La tinta de algunas letras aparece emborronada por zonas, como si nada mas haber sido escritas una lengua humeda las hubiese lamido para desdibujarlas.
Y al pie, la firma.
Vera.
Una bruma de silencio frio se expande por la habitacion, vaciando la mente de Bastian. Herido por el recuerdo, abate la espalda muy despacio hacia atras, hasta estirar su cuerpo derrengado y sin aliento sobre la cama.