– Quiero que lo leas -susurra Gabriel, y le resulta inevitable lanzar otra mirada al mar-. Aqui se cuenta el precio que tiene nuestro abrazo.
Leonor inspira. Su mirada es firme, resuelta.
– No, Gabriel. Asi no.
La negativa deja desarmado al poeta, que no sabe que decir.
Leonor lo toma de la mano y tira de el de regreso a la cueva. Una vez dentro se planta ante el y comienza a quitarle las ropas aun mojadas hasta dejarlo desnudo. Gabriel se deja hacer. Sabe que la desnudez de sus cuerpos traera represalias del mar, pero no es capaz de oponerse a las manos de Leonor. Ella se desnuda tambien, y otra vez tira de la mano de Gabriel, invitandolo a sentarse junto a ella sobre la arena humeda.
– No voy a leerlo yo, Gabriel. Quiero que lo hagas tu. Quiero escucharlo de tus labios.
Escuchar es la palabra magica, la mejor medicina que puede precisar el corazon extraviado de Gabriel, y al oirla en labios de Leonor se conmueve otra vez el poeta. No se ha equivocado con Leonor. Aqui esta ante el.
16
El billete de cinco euros contiene una historia de muerte, resurreccion y vida nueva pero incierta, piensa el recien nacido Bastian.
La camarera acaba de depositar el billete en un platito marron, junto a unas pocas monedas que constituyen el resto del cambio. El lo mira sin atreverse a tocarlo, como si el simple contacto del desvaido color azul del papel manoseado fuese venenoso. ?Cual sera la biografia de este billete? ?Que caminos habra recorrido hasta llegar a la caja registradora de donde lo ha extraido la camarera para llevarlo hasta el? Pudo llegar hasta la cafeteria en el bolso de una mujer joven que convidaba a una amiga para contarle donde viajara de luna de miel, una historia de felicidad mediana como hay millones; o tal vez, en clave mas dramatica, vino en la mano sudorosa de un alcoholico que lo utilizo para pagar el vaso de cerveza que enseguida llevo temblando hasta los labios, temeroso de no lograrlo; o pertenecia a cualquier extranjero llegado un rato antes al aeropuerto, que lo habria usado nada mas bajar del taxi para pagar su primer cafe en tierra espanola y, tal vez, hacerse una foto del momento que luego remitiria a sus amigos y familiares desde el telefono movil. Las cajas registradoras contienen tantas historias como billetes, tantas como monedas… El ha aportado la suya, seguramente la mas inaudita de todas, y tambien la mas intensa: ademas de contener la muerte y resurreccion propias, certifica su vida en vilo. Hace un momento entro al bar, ruidoso y atestado de oficinistas a la hora del desayuno, pidio un cafe solo y apenas la camarera se lo sirvio extendio hacia ella el billete de diez euros que llevaba en la palma de la mano, dentro del bolsillo lateral de la americana, apretado con tal fuerza que cuando lo puso sobre la barra hubo de abrir y cerrar varias veces la mano para recuperar la circulacion. La joven tomo el billete, y el acto sencillo e inocente, probablemente repetido en ese mismo instante millones de veces en todo el planeta, supuso para el una frontera trascendental, unica e irreversible; sobre todo irreversible.
Unas cuantas horas antes, puede que a las dos y media de la madrugada, puede que a las cuatro, lo ignora porque desde dias atras su insomnio no mira el reloj, se hallaba sentado en la cama de la pension con los codos sobre las rodillas, la cabeza entre las manos y los pies sobre la moqueta del suelo, uno a cada lado de la bolsa del dinero, cuando por fin tomo la decision. La serpiente de silencio, inmovil frente a el, lo acuciaba a ello… Y lo hizo asi, de pronto. Un subito chasquido luminoso le sacudio la mente con un golpe verbal.
?Ya!
Sin pensarlo dos veces, aprovecho la estocada de la osadia, descorrio con un gesto seco y preciso la cremallera de la bolsa y permanecio expectante… Nada se movio en el interior, la bolsa no respingo, ni la vio luego agitarse por el ritmo de alguna respiracion ominosa. Para asombro de su bulliciosa paranoia, era una bolsa normal: el objeto inanimado e inerte, sin demonios al acecho en el interior, que su razon llevaba insistentemente explicandole. Una y otra vez se habia dicho a si mismo que sus manos habian abierto ya la bolsa en Padros, que estaba comprobado que ningun peligro le aguardaba en su interior, pero aun asi espero todavia un poco antes de separar los dos labios de la gran boca abierta de la bolsa, y cuando lo hizo se ayudo de un boligrafo para no rozar la tela con los dedos. Miedos inverosimiles e ilogicos dirigian sus actos. Escruto la oscuridad interior, acerco un poco mas la cara y acabo por sentarse en el suelo, junto a la bolsa destripada, tras depositar el revolver sobre la cama, a su alcance. A los pocos segundos, el familiar hombre calvo del espejo, sentado en el suelo frente a el, y como el junto a una bolsa abierta, tomo la iniciativa. Lo vio meter resueltamente la mano izquierda en el estomago de la bolsa y palpar en su interior, primero la esquina derecha, luego la parte central… La bolsa respondio a la exploracion con un gemido casi inaudible hecho de sonidos minimos de papel contra papel, de papel sobre papel, de papel bajo papel. Una colmena de billetes de banco se desperezaba en infinitas formas rugosas al paso de los dedos del hombre del espejo. Cerro al azar el pulgar y el indice, como una pinza de precision quirurgica o de tragaperras que sortea chucherias, y tiro hacia arriba. La mano extrajo un unico billete: los primeros diez euros de los seis millones que debia de contener la bolsa. Lo miro con curiosidad, le tuvo lastima al verlo bregado por la vida y envejecido, y mimosamente lo aliso y deposito sobre la cama, junto al revolver, adoptandolo en el acto como el primer amigo de su vida nueva. Luego, llevando su valor mas alla que el del hombre del espejo, metio de golpe las dos manos y saco un buen punado de billetes, y luego otro, y luego otro. La mayoria eran billetes de cincuenta y de cien euros, tambien algunos de doscientos y de quinientos. Tras la octava incursion, resolvio atajar la tarea y volteo la bolsa, agregando de golpe todo su contenido al monticulo de papel multicolor que habia ido formando ante sus pies. La cascada de billetes arrastro en su caida fajos aislados como cadaveres en una riada. Ni su condicion de aterrorizado condenado a muerte le impidio respingar con un remoto titubeo de euforia. ?