un esfuerzo para que los latidos del corazon no se impongan sobre la voz metalica de mujer que anuncia con amabilidad excesiva el mensaje nuevo. La pausa, eterna, forma en su mente un interrogante absurdo que no llega a formular, aunque tampoco sea capaz de dejar de pensarlo:
– Sebastian Diaz -comienza pausadamente, pero su parsimonia tiene cuchillas entre las silabas. Asi que esta es la voz de Humberto-. De Padros se llevo usted algo que no le pertenece. Seria conveniente que lo devolviera. Llamare hasta que me atienda. Le conviene hacerlo. Porque tambien… Tambien quiero que hablemos de Vera.
Y al pronunciar ese nombre la voz del verdugo se ha vuelto insegura, casi rota, humana.
– … siete mensajes de voz guardados… -termina de informar la voz. Y cae de pronto en la cuenta de que tienen que ser los mensajes de Vera. El no los borro en ningun momento, seducido por la tentacion de atesorar esas fetichistas capsulas, pero la posibilidad de que ahora surjan literalmente desde el mas alla lo situa con los pies sobre el abismo. Le atrae la idea de escucharlos.
?Por que no? Parece un nombre frances.
Decide que Bastian esta bien, que no va a darle mas vueltas. Pensar mas en ese asunto se le antoja traicionar a las generosas letras moribundas de neon, y adopta el nombre con irresponsabilidad casi alegre, infantil. Todavia hay zonas de su cerebro a salvo del trauma de la irreversible realidad acontecida, apacibles lagunas neuronales no anegadas por el maremoto que representa la bolsa de billetes. Bastian… Y por nombre de pila el mas simple y antiguo de todos, tan masivamente utilizado que su misma vulgaridad sera el mas tupido camuflaje: Juan.
En el exterior la luz del neon se extingue de pronto en ese instante, como cortada por un hachazo seco. El dueno esta cerrando ya el local, o las letras han muerto definitivamente, pero el lo entiende y acepta como un bautismo simbolico: Sebastian Diaz agarra el tirador de la persiana, la cierra de un solo golpe que suena con chasquido de tabla al partirse, y echa luego las cortinas para sentir que refuerza su aislamiento del exterior. Jadea como si se hubiera castigado con un numero abusivo de flexiones y se concentra en recuperar el sosiego de los pulmones. En la oscuridad hermetica, decide ingenuamente que esa respiracion serena es el ultimo acto consciente de Sebastian Diaz, y se quiere convencer de que quien percibe como el aire va recuperando poco a poco fluidez por los conductos de su cuerpo es ya su artificial gemelo repentino Juan Bastian, un bebe adulto sin destino ni esperanza, alumbrandose a si mismo desde un lugubre utero materno enmoquetado, con papel pintado en vez de humedades amorosas sobre las paredes. Bastian, un condenado a muerte de ochenta kilos al nacer, se desplaza hacia la cama sin ruido, temeroso de que el rumor de su movimiento por el cuarto pudiera ser un confidente a sueldo de sus verdugos y, como si la oscuridad absoluta le resultara refugio insuficiente, cubre completamente su cuerpo con la sabana, cierra con fuerza los ojos y de forma inconsciente adopta la postura fetal alrededor de la bolsa del dinero, que iza desde el suelo como si cualquier ser invisible al acecho pudiera robarsela y dejarlo sin nada, a solas con el arma que ni siquiera sabria como amartillar para poner fin a la existencia prestada que en estos instantes comienza a vivir. El miedo, al asentarse en sus tripas transcurridos minutos u horas, parece remitir, y le concede valor para abrir los ojos y enfrentarse, podria decirse que por primera vez, al nuevo mundo exterior que le aguarda: tiniebla sin geografia, significativamente negra y uniforme, en cuyo centro late una luz roja con regularidad tal que el imagina un corazon humano, puede que el suyo propio, que casi al alcance de su mano pide auxilio, como un naufrago a la deriva entre las sombras de la cama. La intermitencia roja, al acostumbrarse sus ojos ansiosos a la oscuridad, se expande y parece iluminar la habitacion, pero tambien adquiere su sentido simple y terrible: es el aviso de mensaje del movil, que no borro antes de lanzar el telefono sobre la cama. Y sin embargo, no es el miedo a las amenazantes palabras masculinas todavia agazapadas dentro del aparato lo que le lleva a recuperar el movil y aproximarse la pantalla a los ojos, sino la conciencia de que ahi dentro sobrevive tambien, aunque sea en un tiempo pasado y muerto, aunque sea asi de pauperrimamente archivada, la voz de Vera: «Vamos a probar los telefonos nuevos», anuncio ella mirando a Sebastian a los ojos apenas regresaron al caseron a mitad de la primera tarde, justo despues de haber comprado los tres moviles. En el salon, Vera marco el numero de el y se llevo luego el movil al oido, con alguna ocurrencia lasciva nitidamente senalizada en su sonrisa. Sebastian sintio en el acto la vibracion en el bolsillo del pantalon, y sonrio sin hacer ademan de responder. Cuando salto el buzon, Vera le miro a los ojos, luminosa y sucia: «?Alguna vez has visto follar a dos telefonos?». Y sin cortar la comunicacion dejo sobre la mesa su movil antes de comenzar a desnudarse. Sebastian, obediente y excitado, saco su telefono, abrio la linea, lo puso junto al otro y luego Vera y el se abrazaron…
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