un esfuerzo para que los latidos del corazon no se impongan sobre la voz metalica de mujer que anuncia con amabilidad excesiva el mensaje nuevo. La pausa, eterna, forma en su mente un interrogante absurdo que no llega a formular, aunque tampoco sea capaz de dejar de pensarlo: ?Estas ahi? ?Podrias ser tu? En el silencio sucio que anuncia el comienzo del mensaje flota por un momento el rumor casi inaudible de lo que podria ser una garganta absorbiendo aire. Estas ahi… La respiracion del otro lado de la linea crece, abarca espacio sonoro como si buscara valor para decidirse a hablar, y por fin suena la voz. Pertenece a un hombre. Humberto, deduce en el acto. ?Quien si no? Sebastian traga saliva al imaginarlo jugueteando con un alfiler en la mano, mientras, hace apenas unos segundos, grababa el mensaje que el escucha ahora.

– Sebastian Diaz -comienza pausadamente, pero su parsimonia tiene cuchillas entre las silabas. Asi que esta es la voz de Humberto-. De Padros se llevo usted algo que no le pertenece. Seria conveniente que lo devolviera. Llamare hasta que me atienda. Le conviene hacerlo. Porque tambien… Tambien quiero que hablemos de Vera.

Y al pronunciar ese nombre la voz del verdugo se ha vuelto insegura, casi rota, humana. ?Amorosa… a punto de echarse a llorar? En la primera mitad de una decima de segundo, el inconsciente de Sebastian vislumbra una idea que su razon, en la segunda mitad del mismo segundo, emborrona y arroja al olvido: la posibilidad de que Humberto siga todavia enamorado de Vera, a pesar de todo. Ella habia olvidado su vieja relacion hacia mucho, y lo odiaba, segun explico mil veces. Pero ?y el? ?Quien dijo nunca que habia dejado de amarla? Fin del mensaje. El silencio de la habitacion, de nuevo protagonista, parece un ser vivo que repta sobre la moqueta sucia, al acecho, volviendo a dibujar en el aire la cuestion acuciante. ?Como es que Humberto tiene mi movil? El silencio se convulsiona de repente, removido por algun sonido cotidiano de la habitacion contigua, y Sebastian se apresura a empunar el revolver. No hay amenaza definida, pero sostener con la diestra sudada el arma que no sabe manejar le otorga proteccion y seguridad, y poco le importa que sean falsas. Tiene el numero porque se lo dio Vera… Del movil que aun sostiene en la zurda, a la altura del muslo, surge otra vez el susurro metalico femenino. Sebastian se acerca el aparato al oido.

– … siete mensajes de voz guardados… -termina de informar la voz. Y cae de pronto en la cuenta de que tienen que ser los mensajes de Vera. El no los borro en ningun momento, seducido por la tentacion de atesorar esas fetichistas capsulas, pero la posibilidad de que ahora surjan literalmente desde el mas alla lo situa con los pies sobre el abismo. Le atrae la idea de escucharlos. Tu voz, tu risa, un instante de paz falsa… Para eludir el impulso, corta la comunicacion a toda prisa y arroja el movil sobre el colchon, al otro extremo de la cama. ?Como pudiste darles mi numero, Vera? ?Es que te torturaron? ?Es que estas en sus manos? ?Viva? La angustia, como si fuera una dolorosa estructura mecanica adherida a su esqueleto, le obliga a ponerse en pie, a dar zancadas absurdas aqui y alla, repitiendose mientras se frota las manos que debe ordenar los pasos a seguir. Huir sigue siendo la prioridad y la unica ley, y la lucidez que ha sido necesario convocar para constatarlo le regala inesperadamente ese nombre nuevo que esta buscando. Porque ve justo entonces, al recalar ante la ventana en su epileptico deambular, el neon que al otro lado de la calle anuncia un local de copas. Sus dos primeras letras estan apagadas, definitivamente muertas, y las demas parpadean a intervalos agonicos, anunciando el chispazo que las arrojara sin retorno a la oscuridad. Sebastian siente una ternura histerica por esas moribundas letras de neon. Tambien a mi me queda poco, piensa que le gustaria decirles. Y las letras le hablan, al menos las dos letras apagadas; son ellas, con su muerte electrica a cuestas, las que le sugieren el camuflaje minimo, pero acaso efectivo, de cercenar la primera silaba de su nombre.

Sebastian sin la ese y la e… Bastian.

?Por que no? Parece un nombre frances. Mejor como apellido. Bastian, cuando ellos buscan a Diaz… Si, ?por que no?

Decide que Bastian esta bien, que no va a darle mas vueltas. Pensar mas en ese asunto se le antoja traicionar a las generosas letras moribundas de neon, y adopta el nombre con irresponsabilidad casi alegre, infantil. Todavia hay zonas de su cerebro a salvo del trauma de la irreversible realidad acontecida, apacibles lagunas neuronales no anegadas por el maremoto que representa la bolsa de billetes. Bastian… Y por nombre de pila el mas simple y antiguo de todos, tan masivamente utilizado que su misma vulgaridad sera el mas tupido camuflaje: Juan. Si, ?por que no? Juan Bastian…

En el exterior la luz del neon se extingue de pronto en ese instante, como cortada por un hachazo seco. El dueno esta cerrando ya el local, o las letras han muerto definitivamente, pero el lo entiende y acepta como un bautismo simbolico: Sebastian Diaz agarra el tirador de la persiana, la cierra de un solo golpe que suena con chasquido de tabla al partirse, y echa luego las cortinas para sentir que refuerza su aislamiento del exterior. Jadea como si se hubiera castigado con un numero abusivo de flexiones y se concentra en recuperar el sosiego de los pulmones. En la oscuridad hermetica, decide ingenuamente que esa respiracion serena es el ultimo acto consciente de Sebastian Diaz, y se quiere convencer de que quien percibe como el aire va recuperando poco a poco fluidez por los conductos de su cuerpo es ya su artificial gemelo repentino Juan Bastian, un bebe adulto sin destino ni esperanza, alumbrandose a si mismo desde un lugubre utero materno enmoquetado, con papel pintado en vez de humedades amorosas sobre las paredes. Bastian, un condenado a muerte de ochenta kilos al nacer, se desplaza hacia la cama sin ruido, temeroso de que el rumor de su movimiento por el cuarto pudiera ser un confidente a sueldo de sus verdugos y, como si la oscuridad absoluta le resultara refugio insuficiente, cubre completamente su cuerpo con la sabana, cierra con fuerza los ojos y de forma inconsciente adopta la postura fetal alrededor de la bolsa del dinero, que iza desde el suelo como si cualquier ser invisible al acecho pudiera robarsela y dejarlo sin nada, a solas con el arma que ni siquiera sabria como amartillar para poner fin a la existencia prestada que en estos instantes comienza a vivir. El miedo, al asentarse en sus tripas transcurridos minutos u horas, parece remitir, y le concede valor para abrir los ojos y enfrentarse, podria decirse que por primera vez, al nuevo mundo exterior que le aguarda: tiniebla sin geografia, significativamente negra y uniforme, en cuyo centro late una luz roja con regularidad tal que el imagina un corazon humano, puede que el suyo propio, que casi al alcance de su mano pide auxilio, como un naufrago a la deriva entre las sombras de la cama. La intermitencia roja, al acostumbrarse sus ojos ansiosos a la oscuridad, se expande y parece iluminar la habitacion, pero tambien adquiere su sentido simple y terrible: es el aviso de mensaje del movil, que no borro antes de lanzar el telefono sobre la cama. Y sin embargo, no es el miedo a las amenazantes palabras masculinas todavia agazapadas dentro del aparato lo que le lleva a recuperar el movil y aproximarse la pantalla a los ojos, sino la conciencia de que ahi dentro sobrevive tambien, aunque sea en un tiempo pasado y muerto, aunque sea asi de pauperrimamente archivada, la voz de Vera: «Vamos a probar los telefonos nuevos», anuncio ella mirando a Sebastian a los ojos apenas regresaron al caseron a mitad de la primera tarde, justo despues de haber comprado los tres moviles. En el salon, Vera marco el numero de el y se llevo luego el movil al oido, con alguna ocurrencia lasciva nitidamente senalizada en su sonrisa. Sebastian sintio en el acto la vibracion en el bolsillo del pantalon, y sonrio sin hacer ademan de responder. Cuando salto el buzon, Vera le miro a los ojos, luminosa y sucia: «?Alguna vez has visto follar a dos telefonos?». Y sin cortar la comunicacion dejo sobre la mesa su movil antes de comenzar a desnudarse. Sebastian, obediente y excitado, saco su telefono, abrio la linea, lo puso junto al otro y luego Vera y el se abrazaron… No hace ni dos semanas de ese momento. La rememoracion de la escena de sexo, que ambos interpretaron exagerando al maximo, caricaturizando casi el despliegue sonoro de jadeos y obscenidades ante el publico unico de los microfonos de los moviles, le resulta doliente bajo la sabana, Y un sentimiento de repulsion le empuja a lanzar el telefono hacia el otro lado de la cama; es un rechazo debil ademas de ficticio o impostado, porque sus ojos abiertos continuan hipnotizados por la intermitencia roja, anclados sin poderlo remediar en el invisible universo sonoro, ahora necrofilico, que representa, y que el, aunque se opone con todas sus fuerzas, es incapaz de negarse a escuchar. Temblorosamente, como un atemorizado voyeur de su felicidad muerta y enterrada, se pega el movil al oido a tiempo de escuchar con pudor doloroso su propio orgasmo. Luego, silencio. Luego, la voz de Vera. Poderosa, salvaje, tambien jocosa, inofensivamente frivola, llena de luces de amor y de vida que entonces parecieron verdaderas y por lo tanto lo fueron:

Cuidado… ?Mira que si entras en mi ya no podras salir!

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