efectivo a la vez que explica que le han robado el carne, que ya ha gestionado la tramitacion de uno nuevo, que entendiendo la irregularidad que ello supone se ofrece a pagar cuatro meses por adelantado en efectivo, sin recibo a cambio… El otro ni siquiera le deja acabar. Se guarda el dinero con un gesto tranquilizador y casi lo abraza antes de marcharse, encantado de su inesperado golpe de suerte. Bastian, una vez a solas, se sienta con la espalda rigida en el sofa barato del salon, empenado en oir en el silencio los sonidos de su nueva vida.
Entonces le paraliza un terror repentino y nuevo. Le lleva unos segundos localizarlo y definirlo, y cuando lo logra salta literalmente del sofa, sale a la calle, se sube al primer taxi y le da la direccion del lujoso hotel de la Castellana. Al llegar a destino, paga al conductor sin esperar el cambio, desprecia la cortes reverencia con que el portero del hotel se apresura a abrirle la puerta y corre por las calles hasta reconocer, a la tercera intentona, la esquina donde se halla el contenedor. Con ansiedad de toxicomano en abstinencia se pone a rebuscar entre la basura y da un respingo de alivio cuando localiza la bolsa que horas antes arrojo alli. Busca hasta encontrar la camisa y, con ella ya en las manos, se sienta sobre el bordillo de la acera, tranquilizando la agitada respiracion, por completo indiferente a las miradas curiosas o reprobatorias de los transeuntes. Si, ahi sigue, en el bolsillo superior… Lo mira largamente, sin alegria, resignado al vinculo irrompible con el trozo de papel.
17
– Si, soy yo -repite la sorprendida Emilia tras sus amplias gafas de concha. Comienza a preocuparle levemente la curiosidad, un poco pasmada, con que la miran desde el otro lado del mostrador del estanco la pareja de desconocidos, sobre todo la mujer. ?Seran policias? ?Habra pasado algo?
– ?Emilia… seguro? -apremia Clara, y al hacerlo percibe como hasta su companero accidental de pesquisa, el ensimismado dueno del caseron, se desconcierta por esta insistencia suya-. Quiero decir… ?No hay en Padros otra Emilia?
– Y yo como voy a saberlo… -se parapeta la estanquera tras un escudo de educada sumision ante quienes pueden representar algun tipo de autoridad. No los conoce de vista, a lo mejor son policias de Gijon o de Oviedo. O de Madrid…-. Pero, vamos, seguro que habra alguna mas, no es un nombre tan raro…
– Lo siento, es que me he expresado mal. Queria decir… -se esfuerza Clara por no incomodar a la mujer ni resultarle antipatica, pero no ha podido evitar sorprenderse ante su edad y apariencia fisica. Por las palabras de Eloy se podia deducir que la Emilia citada en la carta era una amiga especial, tal vez su medio novia o una amante, algo asi… Y ciertamente, le cuesta imaginar a su hijo, un muchacho alto, guapo, centro de atencion de todas las fiestas y de las chicas de su edad que hubiera en ellas, estableciendo cualquier forma de relacion intima con esta mujer de aspecto bonachon, pequena y regordeta, de enorme papada y mirada asustadiza, que debe pasar los setenta anos-. Queria decir si sabe usted de alguna otra Emilia que atienda un estanco.
– De los tres que hay en Padros de toda la vida, los del casco viejo, yo soy la unica, eso seguro. Han abierto otro en el puerto, pero no se si trabajara en el alguna Emilia. Y bueno, luego esta mi sobrina. Tambien se llama Emilia.
– Claro, ya entiendo. -Clara ve la luz de una explicacion-. Seguramente a quien buscamos es a su sobrina. ?Esta por aqui?
– A esta hora, en el instituto. Mi sobrina estudia. Tiene trece anos.
Las palabras, otra vez, se niegan a subir hasta la boca de Clara. Esta claro que Eloy se referia a la Emilia estanquera, a esta Emilia que ella tiene enfrente ahora, y por eso la radiografia intentando hallar en cada una de sus caracteristicas fisicas o incluso en sus detalles de vestuario una clave que le permita comprender la relacion con su hijo. Pero cada uno de esos datos nuevos, desde el descuidado tinte rubio de la mujer, excesivo para su edad aunque resulte entranable, tal vez por ingenuo, hasta la chaqueta de punto gris un poco dada de si que lleva sobre el vestido estampado, atemporal de puro antiguo, provoca un interrogante desgarrador en su alma de madre rota. Suena hace tiempo que la muerte de Eloy es un edificio alto e inaccesible plagado de ventanas cerradas a las que ella, desde el exterior, busca y buscara durante el resto del tiempo asomarse para saber algo mas de el, para verlo en la oscuridad interior aunque sepa que es imposible y cada mirada le arranque a mordiscos un poco de vida. Emilia es una de esas ventanas. La primera que tiene tan cerca, al alcance de la mano. Y su mente no es capaz de convocar los pensamientos ni las palabras para acceder a ella. Cierra los ojos buscando un instante a solas. Su horizonte desolado le chupa las fuerzas, y para no caer tiene que apoyarse en el mostrador. Bastian hace ademan de sostenerla. Sin saber que decir, coloca la mano sobre el hombro de Clara y, a modo de unica explicacion o disculpa, arquea las cejas en direccion a Emilia.
Pero la estanquera deja de pronto de ser la estanquera. Incredulo, Bastian ve surgir, crecer y solidificarse en la mirada que hasta ahora era la de una asustadiza anciana de provincias la resolucion de un sentimiento poderoso e indefinible. Podria ser pena, pena sincera y bondadosa por el derrumbamiento de Clara, pero hay algo mas.
Despacio, sin dejar de observar a la desconocida que pugna por contener el asomo de las lagrimas, Emilia eleva la esquina del mostrador y sale hacia ella. Bastian ve las pantorrillas gruesas y muy blancas, rematadas en las zapatillas de felpa a cuadros que cubren los pies. ?Es posible conciliar esta estampa con el portento de intensidad de sus ojos? Emilia, para no apartar la vista de la mujer que llora en su estanco, camina de espaldas, llega hasta la puerta de la calle y la abre, eleva el brazo hacia el cierre metalico y tira hacia abajo de el con fuerza insospechada. El chirrido metalico lacera el aire y trae de golpe una oscuridad repentina, incompleta debido a la luz exterior que se cuela por la franja de medio metro entre el suelo y el cierre echado a medias. Clara abre los ojos, amparada por la penumbra. De pronto se siente remotamente a salvo, aliviada como si su dolor, hasta ahora infinito, hubiera pasado a tener limites y, por tanto, posible fin. Su mirada sabe que debe buscar la de Emilia, y lo hace. No es dificil: los ojos de la estanquera son un faro en la suave tiniebla. Dan un paso una hacia la otra. Bastian se aparta, consciente de que es un intruso en este encuentro, y su papel es y debe ser el de espectador mudo.
Emilia es diminuta, y no tiene otro remedio que elevar un poco los brazos para cenir sus manos alrededor de los hombros de Clara, que baja su rostro hacia el de esta anciana de pronto inexplicablemente necesaria en su vida. Bastian, discreto ante la intimidad casi impudica de ese abrazo, da dos pasos hacia atras y se pregunta si para dejarlas un poco mas a solas bastara con desviar la mirada hacia los estantes repletos de cajetillas de