durante uno de los paseos de exploracion que entre escena sexual y escena sexual se obstinaba ella en dar por lugares reconditos del caseron, en este caso uno de los dormitorios de la primera planta, clausurados decadas atras. Curioseandolo todo y haciendo preguntas sobre cada detalle de la casa, de sus antiguos ocupantes, de las estancias cerradas, Vera se habia empenado en abrir un armario cerrado con llave que, segun echo cuentas Sebastian, llevaba alli desde siempre, sin que ni el ni sus padres antes hubieran intentado mirar en su interior. Ese armario, junto a otros muebles viejos, se habia pasado anos esperando a que alguien se decidiera a llamar al anticuario del Pueblo, pero por una cosa u otra nunca llego a hacerse. Vera, igual que habia explorado las estancias cerradas una por una, sin olvidar ninguna, se encapricho en ese momento de mirar dentro del armario y el, vanidosamente henchido en su papel de amante desprendido y gran senor del castillo, no puso obstaculos a la idea de hacer saltar la cerradura, y como si fuera un juego de cazadores de fantasmas la reventaron entre los dos. El armario solo contenia cofres de madera, cinco o seis de distintos tamanos, todos abiertos excepto uno, el mas pequeno, de roble con adornos de cuero repujado, al que tambien habia alguien echado la llave, quien sabe cuantas decadas atras, y que por supuesto no dudaron un instante en forzar. Contenia un papel que ella tomo entre los dedos y se llevo ante los ojos. Sebastian observo con curiosidad y extraneza el ensimismamiento, acaso un punto lugubre, que asomo al rostro de Vera cuando leyo el texto. «Parece una sentencia de muerte», dijo tan repentinamente seria, demudada, que el le quito el papel de las mano y leyo en un susurro… «Todo es nada, todo es a lo sumo tiempo que fluye»… La piel de Vera se estremecia aun por el escalofrio y el la estrecho entre sus brazos, consolandola con la narracion de historias mas o menos exageradas en ese momento sobre los amantes malditos que habian habitado en el caseron. «Seguro que follaban aqui mismo mucho antes de que mi familia comprase la casa», habia relatado en tono dicharachero a pesar de que sabia bien, y por eso prefirio ocultarlo, que los duenos anteriores, el matrimonio de Tomas Montana y su esposa Leonor habian conocido la tragedia, el asesinato de su bebe y la posterior locura de la mujer. «Podiamos convocar a sus fantasmas y hacer con ellos intercambio de parejas», bromeo Vera, plenamente recuperada de repente para la alegria. «Asi que es una sentencia de amor, ?eh? No de muerte… Espera, voy a hacerte un regalo». Y minutos despues se encontraba copiando la frase en un papel apoyado sobre el vientre desnudo de Bastian, que la miraba con embeleso, demasiado enamorado para preguntarse por que una mujer como ella habia elegido a un hombre tan mediocre y apagado como el. Pero no queria saber la respuesta, nunca quiso, solo le intereso disfrutar de la posible mentira que parecia tan inmensa verdad. Vera, que juguetonamente fingia teatral concentracion en la escritura de la frase letra a letra y se detenia unos instantes en la contemplacion de cada una de ellas, tomo con suavidad, casi indiferencia, el pene al alcance de su mano izquierda y se lo llevo a la boca sin apartar la vista del papel, evocando todavia la imagen de la colegiala que se aplica con el lapiz. Fue esa idea de la felacion displicente, ejecutada sin prisa ni glotoneria, como mero recurso para hallar mayor concentracion ante el papel, la que provoco en Sebastian una ereccion ferrea y peculiar, presidida por la morbosa sensacion de que Vera despreciaba a su miembro. Se lo sacaba cada poco de la boca y lo masajeaba con la mano sin prisa ni pasion, antes de pararse de golpe para escribir, llevada de una repentina inspiracion, otra letra mas y retomar entonces la fria masturbacion del pene que enseguida volvia a llevarse a la boca. La extraneza de sentirse ausente en su propia ereccion era ajeno a ella, le provoco una excitacion de violencia inexplicable, primitiva, y culmino en la eyaculacion mas desconcertante de toda su vida, rara, como una expulsion de semen acontecida en la lejania de su ser. Sintio que la dejaba transcurrir sin disfrutarla, en silencio, demasiado absorto en la actuacion de Vera, cuya mano acelero la friccion casi con desden, sin apartar la vista del papel ni mostrar reaccion alguna, ni instintiva ni meditada, a los golpes de semen que le cayeron sobre los labios y la mejilla antes de que se le aflojase el miembro en la misma mano. La limpio sobre el muslo de Sebastian y luego, al fin, alzo la vista hacia el y sonrio, tal vez por constatar su expresion de entrega estupefacta. Tomo el papel donde habia escrito la frase y lo uso como servilleta para limpiarse los labios y la mejilla, como una jovencita pulcra y bien educada. «No se refiere al tiempo, Sebastian. Ya lo he entendido», dijo entonces misteriosamente. Y con una expresion obscena que habria sonrojado a los demonios que inventaron la lujuria se encaramo hasta su cuello y se recosto a su lado, caricatura repentina de mujer saciada que reposa su cuerpo extenuado de placer junto al del sabio amante incansable. «Se refiere al semen». Doblo el papelito embadurnado en cuatro y lo puso sobre el pecho masculino. Luego susurro: «Todo es nada, todo es a lo sumo semen que fluye». Bastian, al rememorarlo con el recuperado papelito sobre el pecho, siente que la inexistencia de Vera, la ausencia de su cuerpo junto a el, es lo que verdaderamente llena la habitacion, y se expande bajo las otras puertas como una niebla invisible y malsana, hasta ocupar por completo su patetico fortin de cinco habitaciones de lujo que, en repentina inspiracion pesimista, le parecen ahora no el enigma de cinco puertas que podria hacerle ganar tiempo ante sus asesinos, sino un agujero sin salida al que se puede acceder por cinco puntos distintos, en vez de por uno solo, que a cambio seria mas facil de vigilar. No quiere vivir asi ni un minuto mas, se esta diciendo cuando en ese instante suena de nuevo el movil. Pero esta vez, enardecido por su resolucion, lo descuelga en el acto. Desea que sean sus perseguidores. Sabe que lo son.
– Si -se limita a decir al descolgar. Es un «si» sin signo de interrogacion ni puntos suspensivos. Un si seco, solido, arrogante. La respiracion del otro lado capta el reto monosilabico y lo encaja con una pausa que lo mismo puede parecer calculadora, colerica o hasta conciliadora. Tal vez Humberto, al otro lado del telefono, este dispuesto a perdonarle la vida a cambio del dinero.
– Sigues teniendo algo que no te pertenece -se le oye decir con frialdad sin fisuras.
– Si -se copia Bastian a si mismo.
– Y sigues deseando hablar de Vera.
– Si -intenta repetirse el, pero esta vez la silaba ha temblado en un estremecimiento invisible e intangible, pero no inaudible: Humberto lo ha oido, y en el acto adquiere su voz un tono de victoria.
– ?No crees que deberiamos hablar de ello en persona? Podemos citarnos donde tu digas. Ya imagino que no me vas a dar la direccion de tu casa, asi que elige un lugar publico, con varias entradas y salidas, un lugar donde te sientas seguro.
Bastian siente como dentro de el la duda lucha y se desgarra contra si mismo dentro: el miedo contra el afan de saber de Vera.
– De acuerdo -resuelve por fin-. En la rotonda del hotel Palace, en Cibeles. ?Te parece en dos horas?
– Demasiado pronto para mi. Antes debo resolver cierto asunto. Pero el sitio me parece bien. El viernes a las doce en la rotonda del hotel Palace -y cuelga sin darle tiempo a replicar.
El viernes es tres dias despues. La demora puede esconder una estrategia para que el panico lo ablande, o un truco para que piense que durante esa tregua se halla a salvo… En cualquier caso, el inminente encuentro con sus tres dias de aplazamiento es un regalo que le acaba de hacer el enemigo, por supuesto sin imaginarlo. La conversacion le hace reaccionar. Instintivamente pone en marcha una cuenta atras de tres dias. Setenta y dos horas es el tiempo del que ahora dispone para fortificar su futuro. Y no duda. Por primera vez en todo ese tiempo, no duda. Sus movimientos, por su precision repentina, parecen una coreografia meticulosamente ensayada: salta de la cama, se viste con las ropas recien compradas poniendo buen cuidado en que su cuerpo no roce ninguna de las prendas de Sebastian, que guarda en la misma bolsa de la tienda de firma donde ha agrupado los altavoces infantiles, recoge todo rastro de si, ?de el, del otro?, y antes de abandonar la habitacion solo detiene su frenetica actividad ante el papelito desdoblado sobre la cama sin deshacer, apenas hollada como si en ella hubiera agonizado un cuerpo etereo o se hubiesen abrazado amantes espectrales, y duda un instante, hasta que su recien estrenada determinacion le recomienda meter otra vez el papelito doblado en el bolsillo superior de la camisa sudada de Sebastian antes de introducir esta en la bolsa de basura. Asi lo hace. Sale a la calle tras devolver en recepcion las cinco llaves mascullando alguna excusa sin que, de nuevo, sea en absoluto necesario hacerlo y, tras recorrer unas cuantas manzanas, arroja al primer contenedor que se cruza en su camino la bolsa con los restos de Sebastian Diaz. Tambien el papelito. Libre de su propio cadaver, continua su camino impulsado por el repentino envalentonamiento que de ninguna manera quiere dejar pasar porque, ciertamente, esta iluminando con ideas que podrian funcionar.
De su anterior epoca en la ciudad, alguien a quien conocia de oidas a traves de alguien que a su vez conocia a ese alguien de oidas, alquilaba apartamentos por semanas sin hacer demasiadas preguntas, ?como no lo ha recordado antes? Localiza su numero haciendo un par de llamadas previas, habla con el presentandose como Juan Bastian, alguien que lo llama de parte de un conocido comun y, forzandose a olvidar las paranoias y en consecuencia mas seguro de si, es capaz de explicarle el tipo de apartamento que busca. En el acto se citan en una direccion del barrio de San Blas, el ansioso por tener casa y el otro ansioso, asi le ha parecido a Bastian, por coger en mano dinero fresco. No se equivoca. Cuando, ya en el apartamento, se estrechan las manos y el otro le pide algun documento de identidad, Bastian saca a la luz, como si fuera un movimiento casual, tres mil euros en