preservar ese cadaver para Leonor, entregarselo para que al menos pueda enterrar a su hijo. Si la muchacha transparente le ayuda en su plan, podra lograrlo.

Montana no les dirige una sola mirada. Comienza a alejarse por la arena, camino del resto de su vida. Gabriel le ve mover los labios. Habla consigo mismo, o tal vez agradece a Jose que este junto a el en tan tristes momentos.

– ?Tu, poeta, cabron! ?Preparate, que vas de viaje!

Sixto y el hombre encadenado, docil aunque sin resuello ya por tanto esfuerzo, lo agarran y tiran de el hacia la barquita varada en la arena. El cuerpo de Gabriel carece de sensaciones, no tiene dolor ni miedo. Toda su energia se concentra en abrazar al bebe, en luchar con lo poco que le queda para no dejarlo abandonado en la orilla, como un triste pez muerto a merced de las gaviotas. El borracho duerme aun, y Sixto lo despierta con un puntapie suave en el vientre. El otro se queja y abre los ojos, se sienta en la arena sin saber muy bien donde esta.

– Mira, poeta, te voy a presentar a mi amigo Fermin -dice el guardia senalando al hombre encadenado-. Daos la mano, venga.

El llamado Fermin duda, cada vez mas claramente atemorizado, y Gabriel siente que su capacidad de sufrimiento fisico ha sido rebasada, lo que de alguna manera le pone a salvo de los maltratos y le da una ventaja.

– Hijo de puta -se atreve a susurrar en direccion al guardia.

A Sixto parece complacerle la minima rebelion, indica que todavia hay voluntad que domenar por la fuerza. Alza el cinturon y comienza a descargar golpes sobre la espalda de Gabriel, al ritmo de las silabas que se esmera en pronunciar muy despacio.

– Que… os… deis… la… ma… no.

A Gabriel lo trae de vuelta a la realidad el miedo a morir en tierra, sobre la arena. La barquita que el borracho empuja hacia el mar puede ser, aun, una esperanza de salvacion. Por ello hace un esfuerzo sobrehumano y, sin dejar de proteger el cuerpecillo muerto, eleva la diestra hacia la mano que tiende a su vez Fermin.

– Asi me gusta, que seais educados. Mira, Fermin, este es el poeta hijo de puta al que hay que matar. Y tu, poeta, aqui tienes a Fermin, que es el que te va a abrir en canal con esta faca. ?A que si, Fermin?

Y Sixto, dibujando una sonrisa, extrae desde algun punto de su espalda, bajo la camisa, una faca que abre y exhibe ante Gabriel como si fuera un juguete o un regalo precioso.

– ?Que te parece? -pregunta socarron-. Mira. Esta hoja se hunde aqui -explica mientras apoya la punta del arma sobre su propio estomago-, a la altura del vientre, bien hondo, y luego se tira con fuerza hasta arriba, para abrir bien las tripas y la carne y todo lo que se pille en el camino. Asi, abierto y destripado, es como te va a tirar Fermin al mar, para que te vayas al fondo bien rapido y nunca mas se vuelva a saber de ti. ?A que si, Fermin?

Fermin, sin poderlo evitar, palidece y vomita sobre la arena.

– Es que Fermin no ha matado nunca a nadie, poeta. Tu vas a ser el primero. Podria matarte yo, me encantaria hacerlo, pero no quiero ensuciarme, no vaya a ser que algun dia se sepa y me vea en un lio. Por eso lo va a hacer Fermin. Lo teniamos en una celda por robo, para llevarlo al juez. Ya le hemos pillado varias veces, y esta vez le va a caer una buena, diez o doce anitos no te los quita nadie, ?eh, Fermin? Y como no quiere ir a la carcel, va a hacerme este favor a cambio de que lo deje ir.

El borracho, resoplando y entre maldiciones, ha logrado poner la barquita a flote tras perder el equilibrio varias veces. Sixto libera de las cadenas a Fermin, que logra tirar de Gabriel hasta encaramarlo por la borda. El guardia, al ver los esfuerzos de Gabriel por seguir agarrando el cadaver infantil, tiene una ocurrencia. Los encadena uno al otro, el cuello infantil a la muneca adulta, y mira luego su obra, muy divertido, sin imaginar que acaba de favorecer el plan de Gabriel.

– Venga -insta a Fermin, poniendole la empunadura de la faca en la mano-. Acaba, que va siendo hora de comer.

Fermin y Gabriel, a bordo ambos de la barquita, se miran con impotencia que los paraliza.

– No tengo mas remedio. Perdon, perdon -Fermin, con patetica mirada, suplica al poeta, y parece la victima el-. No puedo ir a presidio, tengo mujer y un nino pequeno. Perdon, perdon.

Se le escapan los ojos hacia el muneco de gelida carne humana que yace entre ellos, enganchado del cuello por la cadena como un cachorro muerto, y tal vez reconoce en el a su hijo, o intuye oscuros presagios. Gabriel, en el delirio temerario que le otorga la proximidad de la muerte, no presta ya atencion a lo que acontece sobre la barquita. Piensa en la muchacha transparente que lo arrebato una vez de las manos de la muerte, en Cuba. Piensa que podria volver a suceder. Y por ello apremia a Fermin:

– No dudes. Hazlo y arrojame cuanto antes al agua, todo lo mar adentro que puedas. Solo te pido eso. Lo mas adentro que puedas.

Solo esa obsesion sostiene a Gabriel: volver a sanar, regresar de la muerte como ya hizo una vez y, aunque sea su ultimo acto sobre la tierra, devolverle a Leonor el cadaver de su hijo y decirle la verdad.

No lo mate yo, amor. No lo mate yo.

– Fermin -acierta a pronunciar el poeta.

El infeliz asesino a la fuerza eleva la vista hacia Gabriel, sorbiendo las humedades que le resbalan de la nariz por el sollozo. Sixto, contrariado e impaciente, se adentra en el agua para abordar la bamboleante barquita.

Hiereme, Fermin… Echa mi cuerpo al mar.

Gabriel intenta decirlo en voz alta pero la voz no le fluye.

Ya avanza Sixto dispuesto a rematar el mismo el trabajo, y el poeta, convencido de que su unica oportunidad es llegar vivo, aunque sea en estado agonico, al mar profundo, no duda en lanzarse sobre la hoja que Fermin sostiene ante si con las dos manos.

Siente Gabriel frio intenso en el vientre, un estilete de hielo puro que entra rasgando y rompiendo, y cuando el horrorizado Fermin se impulsa hacia atras trastabillando como si el herido de muerte fuera el, sale velozmente de las tripas trayendo detras un borboton rojo. Al poeta le sube hasta la nariz el olor de su propia sangre y se le ciegan los ojos con lagrimas de pena infinita. Asi huele mi vida al irse…

Pero en el acto aleja la tentacion de abandonarse, y para hallar animos se dice que ha logrado la minima tregua que deseaba. Esta herido de muerte. Pero no esta muerto. Entre ambos extremos pueden hallarse los minutos que necesita. Sixto, ante la vista de la sangre, sonrie satisfecho y se para con el agua hasta la cintura cuando estaba casi a punto de llegar hasta ellos. Luego, de un empujon que le hace perder pie y hundirse hasta el cuello soltando una imprecacion, enfila hacia el mar la proa de la barquita de la muerte. Y grita a Fermin:

– Rema hasta que yo te diga, y entonces tiras al poeta al mar. Antes, le atas al tobillo el saco de piedras que tienes ahi al lado. ?Me oyes? Te vigilo desde la playa. Mas te vale obedecer.

A pesar de todo, la voz de Sixto es para Fermin el unico faro que guia en la niebla a su desbaratada razon. El reo, llorando como un nino, comienza a remar al ritmo de la cantinela que entre hipidos le sale de los labios, inconcretamente dirigida hacia el poeta:

– Perdon… Perdon…

Gabriel se agacha hasta acomodarse sobre la proa. Teme desmayarse, y trata de no mirar hacia la fuente de sangre que le mana del vientre. Pero casi le marea mas la sensacion de calor humedo empapando la mano que tapona la herida. No puede permitirse el miedo, y el dolor tardara todavia un poco en venir. Sin embargo, la tristeza de sentirse morir es tan intensa como amplio el horizonte del mar. Los primeros espasmos ya se anuncian entre escalofrios, y Gabriel se esfuerza por pegar el cuerpecillo muerto encadenado a su cuerpo y cenirlo todavia mas con el cinturon, que arrastra torpemente desde su cintura hacia el pecho. ?Puede concebirse sosten mas endeble para enfrentar la eternidad?

– Perdon… Perdon… Tengo un hijo pequeno, una mujer y un hijo pequeno… -repite Fermin sin dejar de remar, y es tan grande su ansiedad que se traduce en fuerza contagiada a los brazos. Pronto la playa queda atras, lejana como una pesadilla irreal, y Gabriel, pensando que si hay alguna opcion se halla en el fondo, se ata el mismo el saco de piedras al tobillo antes de que las fuerzas le abandonen por completo, y luego, sintiendo inminente el inevitable desmayo, emplea el ultimo soplo de aire de su cuerpo en alzar la mano y decir, simplemente:

– Aqui…

Fermin entiende y obedece en el acto la orden, que en este caso le da el hombre al que acaba de matar. Tal vez no sera ya capaz de tomar una sola decision por si mismo en lo que le quede de vida. Detiene la barca y se

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