distorsionadas por el grosor del chaqueton y de la ropa debajo de el. Ya en la otra acera, todavia se niega a soltar la presa hasta que es la propia ciega la que, un poco extranada y todavia irreconocible bajo las gafas que en la distancia corta parecen aun mas anchas, se desembaraza de el con una levisima sonrisa, inimaginable hasta unos segundos antes, y una palabra musitada apenas entre dientes:
– Gracias…
?Ha sido la voz que hace cuatro anos pronuncio la misma palabra con similar brevedad cuando el, tras la tension generada por no haberla llevado la vispera a la ciudad se ofrecio para acompanarla al dia siguiente hasta la entrada de la torre de apartamentos, y esperarla cuando saliese con el dinero? ?Era tal el miedo a perderla que se impuso sobre el miedo a Humberto!
«Gracias…».
La ciega echa de nuevo a caminar y el la mira como miro aquel dia a Vera cuando se dirigia hacia la puerta giratoria de la torre.
Como si hubiera contado los pasos exactos desde el restaurante, la ciega empuja sin dudarlo la puerta de cristal de un cafe y pasa al interior. Bastian aprieta el paso para ir detras, con un temor infantil de que haya una puerta trasera por la cual pueda la mujer escabullirse y burlarlo. Es un local moderno que recuerda a los viejos cafes, con impecables espejos nuevos artificialmente envejecidos y mesitas imitacion madera. La ciega debe de ser una cliente habitual que viene todos los dias a la misma hora y toma siempre lo mismo, porque la camarera la saluda sonriente, aunque sin pronunciar su nombre ni otra pista que a Bastian le pueda dar mas datos, y sin que ella lo pida comienza a prepararle su consumicion: un sofisticado cafe con nata y espuma que luego le lleva en una bandejita hasta la estrecha barra adosada a la pared del fondo, bajo uno de los enormes espejos falsos. Bastian le pide un cafe solo, espera a que se lo sirva, va con el hacia la pared del fondo y, como un cliente mas, se sienta junto a la ciega. El espejo le devuelve el reflejo de ambos. Para cualquier observador externo podria ser la imagen de una pareja bien avenida, incluso feliz, que ha hecho un alto en el largo camino de la convivencia para tomar un cafe. La ciega sostiene la taza en el aire por el asa y sopla hacia la superficie del cafe, demasiado caliente. Ese detalle es el unico que pinta con un toque de vida su gelida quietud. Estatica, ensimismada e inexpresiva, parece mirarse fijamente al espejo, a solas con sus pensamientos. Bastian piensa que frase podria atreverse a decirle de pronto…
Pero se limita a callar, mirando la imagen del espejo. Con cautela meditada, dejando de lado toda impulsividad, invierte el tiempo que le lleva a la ciega tomar su cafe en observarla con toda la proximidad impune que las circunstancias permiten. Luego expulsa muy despacio el aire de los pulmones, hasta dejarlos vacios, y temerariamente inclina la cabeza hacia la minima piel del cuello femenino que asoma bajo el jersey de cuello vuelto. Cuando se halla a escasos centimetros de la carne desnuda cierra los ojos a fin de no distraer sus sentidos y lentisimamente, en riguroso silencio exterior a pesar de que lo ensordecen sus propios latidos, la huele. Inspira con emocion contenida, como un catador al que le fuera la vida en la acertada catalogacion de las esencias, y poco a poco logra aislar y apartar el aroma del cafe, aislar y apartar el perfume elegido por la ciega esa manana, aislar y apartar los olores del mundo hasta quedarse solo, conmovido y aterrado, ante las sensaciones olfativas que le llegan desde la exigua zona de piel desnuda. ?Es ella, puede ser ella? Si los olores tuvieran color y textura, este que ahora le inunda los sentidos camino del corazon y de la memoria seria blanco y suave, asi le parece. Tambien resulta limpio, cargado con la nitidez de la pureza, y evoca un amanecer junto a Vera en que ella dormia profundamente, y el, como acaba de hacer ahora, se aproximo a su cuello y aspiro el perfume de su desnudez. Ella, al sentirlo entonces, se giro. Olia a serenidad, a ese bienestar de los cuerpos que en el amanecer se abrazan para desperezarse de cara al nuevo dia, amparados uno en los brazos del otro. Fue uno de los momentos de mayor felicidad real de su vida: la hermosura absoluta existia y era asi de simple. Bastian ha buscado en ese recuerdo la prueba definitiva de que la ciega y Vera son la misma mujer, pero el destino ha querido jugar con el, desconcertarlo. No es el olor de aquella felicidad vivida, sino otro. El olor de una posible felicidad presagiada. La piel de la mujer ciega huele a su propia serenidad, contiene su propia promesa de hermosura aguardando el amanecer. Bastian, con el aire retenido en los pulmones, osa abrir los ojos. Y ve la piel, tan cerca que podria aventurar la lengua para rozarla, humedecer con su saliva esa carne para adentrarse mas hondamente en la verdad. Pero ahora debe renunciar, y al apartarse como un ladron ve como ese rectangulo de desnudez abismal, lleno de preguntas, se aleja sin retorno. Nunca pudo despedirse de Vera. Le fue amputada con un hachazo seco tras empujar la puerta giratoria de la torre de apartamentos. Sin la concrecion de un adios, sin una sola palabra, sin miradas. Solo oceanos de incertidumbre, desesperacion, melancolia… La ciega termina su cafe y se levanta. Bastian no puede aun ponerse en pie.
Viva o muerta, Vera lo sigue zarandeando con sensaciones extremas.
Extranamente sereno tras la insolita intimidad que siente haber vivido con la ciega al oler su carne, la sigue mas de cerca, apenas tres pasos por detras de ella. Si la torturaron, piensa de repente, no me delato. Un escalofrio intenso lo recorre al decirse, explicito como nunca antes, que en esos casi cuatro anos nunca, en ningun momento, ha sentido que nadie lo seguia realmente.
Unos metros delante de la ciega, junto a la esquina por la que se dispone a cruzar, hay dos chavales apoyados en un coche. Uno de ellos ve a la mujer y mediante un codazo reclama al otro que la mire tambien. ?Es un juego inocente o estan sopesando lo facil que seria pegar un tiron al bolso que lleva en bandolera? Bastian, sin saber por que, acelera hasta ponerse entre la mujer y los chavales y camina unos metros junto a ella, hasta dejar atras el peligro tal vez imaginado. Le late el corazon, pero no es por los chicos, sino por el inesperado valor que ha desplegado para pegarse a ella, por su decision de ponerse a su lado para protegerla. En los siguientes metros la mujer gira imperceptiblemente la cabeza en dos o tres ocasiones, como si sus entrenadas sensibilidades hubieran detectado al intruso que continua caminando a su lado.
La ciega echa entonces mano al bolso. Bastian se alarma, se aterroriza cuando ve que extrae de el un manojo de llaves.
Pero la ciega, con las llaves en la mano, se halla ya ante la puerta de cristal del portal de su vivienda, y los dedos de Bastian siguen congelados a dos milimetros de su antebrazo. Todo se precipita de forma vertiginosa, atrozmente veloz, devastadora. La ciega abre la puerta, entra al portal y vuelve a cerrar. Los dedos de Bastian no se han decidido, y cuando lo hacen es tarde. La ciega, tan ajena a su presencia como lo ha estado todo el tiempo, ha desaparecido ya en el interior.
Se ha ido. Bastian queda a la deriva en la incertidumbre. Sus dedos, ya inutilmente apresurados, se lanzan