hacia delante pero solo chocan contra su propio reflejo en el cristal de la puerta cerrada.
Es el fin, aunque la vea aun en el interior, detenida ante los buzones, que tantea en busca del suyo. Bastian piensa en aporrear la puerta. ?Y luego? Encajonado en sus propias angustias, responde al impulso patetico e infantil de sacar el movil y hacer una foto de la mujer que, tras cerrar de nuevo el buzon, se gira hacia la derecha camino del ascensor.
Es la foto de un fantasma: inmersa en la penumbra del portal, se ve una silueta humana que gira a un lado, nitidamente desenfocada por el movimiento del cuerpo y las bajas condiciones de luz. Tenerla es mejor que nada, y Bastian, temiendo de pronto que su movil pueda estropearse, decide protegerla enviandosela a si mismo al telefono que permanece oculto en el cajon de sus espectros, a salvo de la bondad de Pepa.
Mentalmente memoriza la direccion de la ciega. Es el portal numero dieciseis de la calle Curvatura.
La decision lo tranquiliza, y comienza a alejarse, de retorno al hogar normal que tan brutalmente acaba de ver sacudidos sus cimientos.
Piensa en el papelito con semen seco, en el revolver y en el propio telefono movil donde ha enviado la foto. Si fueran seres vivos, esos objetos estarian alborozados: Vera, en forma de foto espectral, ha vuelto de entre los muertos para reunirse con todos ellos, en la oscuridad inmovil del cajon bajo llave del despacho de Bastian.
32
A lomos del penco de color desvaido que considera simbolo de su reciente prosperidad, Rufino Matamoros escruta la noche sin estrellas mientras deja atras Padros, de regreso a la ciudad en la que hace semanas vive. Barrunta que acecha una tormenta oculta tras el cielo negro, tanto huelen a lluvia inminente la tierra del camino y las hojas de los arboles que lo bordean. Pero al nuevo Matamoros no le irritan las inclemencias del tiempo, casi podria decirse que siente alegria ante ellas. Y es que estan definitivamente enterrados los tiempos vagabundos en que maldecia cuando comenzaba el aguacero y no tenia otro remedio que refugiarse bajo el arbol mas cercano. Ahora, la proximidad de la lluvia casi lo llena de orgullo, como si las nubes hinchadas de agua fueran una mas de las humildes propiedades que esta atesorando gracias al periodismo, ese hermoso oficio nuevo que tanto le esta dando. Se arrebuja ante las primeras gotas en el gaban de segunda mano que adquirio pagando sin trapacerias, con dinero contante y sonante, y desenrolla de la silla la gran manta que lleva siempre consigo desde que viaja por las localidades proximas en busca de noticias. Con presteza ya muchas veces ensayada, coloca una de las puntas de la manta sobre su cabeza, la cine encajandose el sombrero con las dos manos y despliega el resto sobre sus hombros, cruzandola luego sobre las piernas de forma que algo abrigue tambien los lomos y cuello de su querido penco. Ciertamente, se dice, que hermosos pueden llegar a ser el bienestar y la buena vida. Y piensa, como siempre en las noches desapacibles, en su antiguo amigo Gabriel, tan misteriosamente desaparecido sin dejar rastro semanas atras. Matamoros, poeta al fin ademas de supersticioso sin remedio, se pregunta a veces si no sera cierta la historia relatada en
Plantada en mitad del camino, una alta y recia silueta masculina le da el alto. ?El fantasma de Gabriel, al que ha convocado con sus imprudentes pensamientos? Pero no, este intruso es mas alto que Gabriel. ?Sera un simple salteador? Aunque avaro, Matamoros es poco amigo de codearse con los muertos, aunque fueran en vida buenos amigos, y reza en silencio para que se trate de la segunda opcion. El aparecido, cubierto de negro de pies a cabeza y tocado por un sombrero de ala ancha que lo protege de la lluvia, extiende su brazo derecho con la palma extendida, en un gesto que tiene menos de amistoso que de hostil, y cuando Matamoros, y a su orden el penco, se detienen mansamente, habla con voz rasposa que muy bien podria salir del nicho mas oscuro del infierno:
– Eres Matamoros, el escritor… -y la evidencia de que no es pregunta, sino afirmacion, desata los temblores en el cuerpo del jinete cubierto por la manta-. Desmonta. He de hablarte.
El embozado, abriendo en arco la diestra, hace un gesto en direccion a un claro junto al camino donde, a resguardo bajo los arboles, aguarda una carroza negra a la que estan enganchados dos corceles tambien negros extranamente estaticos y silenciosos, como si hubieran sido aleccionados por su dueno para no alertar a la victima de la emboscada. No hay mayoral a la vista, y Matamoros deduce que ha debido de ser el propio diablo quien ha guiado el carruaje hasta aqui.
Sin otra opcion, el periodista obedece y desciende del penco. Al quedar frente al embozado resulta patente que este lo duplica en tamano a lo alto y casi tambien a lo ancho, y comprende el enclenque Matamoros que, si fuera la intencion del otro matarlo con sus propias manos, ya puede irse dando por estrangulado y descuartizado. Se ve, exangue pero todavia vivo, a merced de los lobos que un rato antes aullaban en la oscuridad. En su epoca de miseria temia morirse solo, pero nunca llego a verse entre fauces voraces que se disputasen sus trozos.
– Tu eras amigo del tal Ortueno Gil, ?verdad? Se os vio juntos mas de una vez y mas de dos…
– Amigo es mucho decir… -recula el atemorizado periodista, sintiendose hermano gemelo de Judas.
– Si, se os vio juntos -reitera el otro, tajante, como si no hubiera captado su cobarde requiebro-. Dime, ?sospechaste en tus meses de convivencia con el que pudiera ser un asesino?
– ?Oh, no, senor! Gabriel era un pedazo de pan, incapaz de hacer dano a nadie. Estaba un poco loco, por algo era poeta, pero fuera de eso…
– ?Sabes que hace unos dias mi hijo fue secuestrado? Fue raptado de mi casa, sobre el acantilado, en mitad de la noche. Un bebe de poco mas de un ano… Mi esposa esta destrozada, y yo…
Matamoros identifica entonces al diablo. Es Tomas Montana, el todopoderoso senor de Padros. Y entonces, recordando los rumores que lo representan como un hombre tiranico, acostumbrado a ser obedecido sin rechistar, se pone en guardia, incapaz de imaginar si este encuentro tendra final feliz o desdichado.
Montana hace una pausa, repentinamente emocionado, y rebusca un panuelo por los bolsillos interiores de su atuendo. Al abrir el abrigo ha quedado al aire la culata de un revolver encajado en su cintura, y Matamoros se pregunta si no sera mostrarle el arma su verdadero objetivo al hacer el gesto de extraer el panuelo como un padre compungido, cuando carece de sentido y logica secarse la cara bajo el chaparron. ?Por que no se protegen de la lluvia en el interior del carruaje? ?Es que piensa matarlo en mitad del camino?
– Me consta -continua el hombre-, oyeme bien, he dicho que me consta, que Ortueno lo secuestro. Y tambien que lo ha asesinado.
– Senor, eso es imposible -salta esta vez Matamoros-. Gabriel…
Pero el otro le corta, posandole sobre el hombro una manaza que vuelve a poner de manifiesto la desigualdad de fuerzas.
– Dime una cosa, Matamoros. ?Estas interesado en el dinero?
El brusco cambio sorprende felizmente al periodista. Un asesino no ofrece dinero a su victima, y por ello, a pesar del miedo, la avaricia de Matamoros se apresura, casi antes que el mismo, a asentir con la cabeza.
– Magnifico, Matamoros, no esperaba menos. Y dime otra cosa. ?En la justicia estas tambien interesado? La justicia con mayusculas, me refiero.
– ?Por eso me hice periodista! -osa mentir el antiguo trovador. El hambre le acostumbro a ser rapido en sus respuestas, y aqui ha visto el resquicio para colarse en el aprecio de quien ya comienza a ver como un posible nuevo amigo.
– Bien, Matamoros, bien… -Montana sonrie por primera vez, pero ante la frialdad cruel que sugiere esa rendija alargada abierta entre sus labios, casi habria preferido el periodista que no lo hiciera-. Porque no es posible vivir sin la justicia, la justicia con mayusculas, esa que debe imponerse por encima de la voluntad de los hombres. Veras, hace anos vivi en America.
– Lo se, senor.