los hoteles del pueblo un hombre en silla de ruedas habria llamado la atencion. Y ahi entras tu.

– ?Yo? -Bastian finge asombro ingenuamente, como si asi pudiera esquivar la dura y obvia verdad.

– Si, hombre, tu. Tu y esta casa. Y ahora dos cosas. Una: ?diste a Vera las llaves de esta casa en algun momento?

– Si -responde Bastian. Tampoco ha sido posible eludir esta pregunta que entrevio un momento antes.

– Bien. Y dos: ?hubo algun momento de vuestra relacion en que la dejaras sola en la casa? Me refiero a un rato, unas cuantas horas.

– Si -confiesa Bastian.

Y recuerda que un dia el tuvo que ir a la ciudad, y entre la ida y la vuelta se ausento la tarde entera. A su regreso ocurrio inesperadamente un hecho nimio pero trascendente. Debia de ser la hora cuarenta y cinco o la hora cuarenta y seis. Cuando entro en la casa las luces estaban apagadas, y todo lo cubria el silencio del crepusculo. La busco en la oscuridad de las amplias dependencias sin encontrarla, hasta que lo guio la luz tibia que surgia de la cocina, al otro lado de la casa. A medida que se acercaba percibia con nitidez mayor el canturreo de una voz femenina que parecia dichosa. El capto en el acto las metaforas que podia encerrar la escena y se permitio el lujo de regodearse en ellas: avanzaba en la solitaria oscuridad hacia una voz de mujer que surgia desde la luz leve intuida al fondo. Vera se hallaba desnuda en la cocina, preparando una tarta de chocolate a la que luego supo dar mejor utilidad erotica que gastronomica. El permanecio unos instantes junto al quicio de la puerta, observandola sin delatarse mientras removia el chocolate puesto al fuego. Todavia hoy la recuerda medio de perfil, ensimismada y apacible, tan contenta que su voz alzaba el tono euforico en el estribillo de la cancion. A el le parecio entonces una nina feliz. Y hoy se lo parece igualmente, a pesar de las acusaciones de Julian. Aunque fueran ciertas. ?Es que las asesinas no pueden sentirse ninas felices? La imagen de Vera resultaba coherente con la paz de la casa, era parte de ella o acaso la originaba. Otras veces, cuando exhibia con lujuria su cuerpo, siempre solia portar algun sabio elemento minimo que ensalzaba su desnudez y la hacia mas sexual: un larguisimo collar enrollado sin fin alrededor del cuello y el vientre, unos zapatos de tacon de altura inverosimil, una simple pulsera… Minucias, objetos inanimados sacados del cajon del mundo para tomar vida sobre su cuerpo. Sin embargo, aquella vez su desnudez surgia de la tierra y del aire, era esencial y profunda, contenia la verdad y la vida. Sintio el impulso de abrazarla mas alla del afan sexual, inhibido e inimaginable en aquel instante iniciatico, y casi le mareo la ternura desbocada que le inspiraron aquella piel pura y aquella desnudez limpia. Estupefacto de si mismo y de su inaudito deseo subito, quiso que esa mujer permaneciese en su vida para siempre. Aquel instante infinito termino, como todos los instantes infinitos, muy aprisa y sin previo aviso. Ella se volvio de pronto, y sin sobresaltarse por su presencia le regalo una sonrisa de bienvenida que parecio pletorica y sincera. Bastian comprende de repente que pudo ser aquel instante la causa de que haya el penado a lo largo de estos interminables cuatro anos.

– Pues aprovecho aquel rato para meter a Humberto en la casa -dice demoledoramente Julian-. Y para ser mas exactos, aqui, en esta bodega.

– No puede ser -Bastian intenta salvaguardar sus recuerdos del ataque del cruel agresor. Julian quiere ensuciar su amor entero, negarlo y anularlo, volatilizarlo.

– ?Cuantas veces bajasteis a esta bodega? -insiste Julian.

– Una vez. Una sola.

– ?Lo ves? Mientras echabais el polvo de turno ella vio que era el escondite ideal. Y luego aprovecho aquella ausencia tuya para traer a Humberto. Le empujaria sin esfuerzo por esa rampa que he visto en la entrada. Llevara ahi cien anos, pero parece hecha a medida para una silla de ruedas. Despues tuvo buen cuidado de que tu no volvieras por aqui. ?Puede ser como estoy diciendo?

Bastian calla para no admitirlo en voz alta, pero lo cierto es que su realidad, la que recuerda y quiere cierta, la que durante tanto tiempo ha alentado y recreado con la imaginacion y el deseo, no se contradice en ningun punto importante con las elucubraciones del ex policia. Si, todo podria coincidir.

– El escondite ideal, si… -repite Julian-. Aunque a lo mejor no era solo un escondite. A lo mejor era tambien una celda.

Y Bastian ve como el ex policia se acerca a las rejas y tras examinarlas las sacude con fuerza, verificando su solidez en un gesto muy parecido al que hizo Vera cuatro anos atras. ?Tambien ella penso que podia ser una celda?

El ex policia, sin mirar siquiera a Bastian, se adentra de pronto en el estrecho pasillo que conduce a la estancia principal de la bodega. Bastian aguarda expectante. Le asalta la fantasia de que, transcurridos unos segundos, tendra lugar un cruce de disparos entre Julian y el cadaver, que se revolvera furioso al ver invadido su hogar. Pero el silencio se alarga, y acaba por ser aun mas inquietante. La fantasia del indeciso Bastian visualiza ahora la imagen del ex policia parado ante los restos de ceniza del cuerpo descompuesto que pudo pertenecer a Vera, y siente que incluso esos rescoldos apagados, polvo muerto y desperdigado por los aires vigorosos de cuatro inviernos, merecen ser protegidos frente al inmisericorde Julian. El impulso lo lanza a atravesar el pasillo, y tras un breve recodo curvado desemboca en la bodega. Su diestra, por el vicio adquirido de la memoria, recuerda el lugar de la pared donde se halla el interruptor de la luz y sus dedos lo buscan. Antes de encender, Bastian se paraliza por la escena que se siluetea al fondo, bajo la ultima luz crepuscular que se cuela en la bodega por los altos ventanucos enrejados. Julian se halla en pie, parado ante algo que Bastian no puede ver, aunque en el acto intuya que es la causa de su estremecimiento. Es el momento inaplazable de la verdad desnuda, y Bastian pulsa el interruptor.

31

Es posible, fisicamente posible, que pueda producirse de subito la quietud absoluta en los seres vivos.

Bastian lo comprueba en propia carne ante la mujer del restaurante. Quietud absoluta, brutal, electrificada. Paralisis de los musculos y del espiritu, silencio riguroso en las visceras expectantes, tambien inmoviles. El alma y el corazon atrapados en su movimiento cero.

Vera, ha pensado nada mas verla. Vera, vuelve a pensar al acercarse y verificar que el parecido es tan grande, inverosimil de puro exacto, que tiene que ser ella. Y, sin embargo, hay un elemento diferenciador, todavia impreciso, que abre la puerta de la duda.

Durante el primer instante, la magia del parecido fisico la ha traido para el desde la muerte, y la excitacion es tan similar a la felicidad que podria merecer ese nombre a pesar incluso de las rabias adormecidas y los reproches, que ya comienzan a agitarse.

Da otro paso. Aun ignora como actuara. No puede acercarse sin mas y saludarla tranquilamente, tampoco agarrarla de la solapa y maldecirla por su traicion. Asi habla la mente. ?Y el deseo? Abrazarla. Permanecer unido a ella. Largo rato, largo rato, largo rato… Luego, lo que sea. Toda logica se desbarata. La alegria instintiva se desboca como una mortal crecida de rio ante la que nada puede la muralla endeble del odio largamente meditado.

Es en el siguiente paso, a dos metros de la mesa, cuando vuelve a adquirir protagonismo el elemento diferenciador, esa anomalia a punto de explosionar que todavia no logra definir. ?Por que la mujer no alza la vista? A la fuerza ha debido de percibir que alguien se halla plantado ante ella, mirandola… ?Por que no me miras?

Pero la mujer no parece verlo, y esa inexplicada invisibilidad le sirve para examinarla en detalle. La mujer pincha distraidamente con el tenedor brotes de ensalada minimos que mordisquea con indiferencia, como si su boca fuera la boca de otra persona o comer fuera una molesta pero inevitable imposicion de la vida. Igual que comia Vera, solo porque hay que alimentarse.

Viste un jersey de cuello vuelto color ciruela bajo el traje de ejecutiva, pantalon y chaqueta oscuros. Bastian casi siempre vio a Vera desnuda o casi desnuda, bien a punto de desnudarse o bien a punto de vestirse, y de nada sirve cotejar el recuerdo indeleble de su pletorica piel bronceada con la palidez otonal que se adivina en las manos y el rostro de la desconocida que come sin ganas. ?Son sus manos las de Vera? ?La zurda que desliza el dedo indice sobre la revista apoyada en la mesa, como si senalara algun dato especialmente importante, es la misma que lo masturbaba con avidez glotona para, de repente, parar y dejarlo al borde del extasis una vez y otra vez y otra vez? ?Y esta diestra que agita nerviosamente el tenedor sostenido en el aire mientras los dientes mastican es

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