Julio pregunto:
– ?Quien es mosen Alberto?
– El conservador del Museo. Del Museo Diocesano, se entiende. Un cura importante.
Julio sonrio.
La entrevista habia sido positiva. Matias solo tenia una duda: no sabia como seria acogido en casa lo del Banco. Carmen Elgazu mas bien habia pensado en un empleo particular, en el despacho de un notario, de un corredor de fincas…
Tuvo suerte. La noticia fue bien recibida. Su mujer exclamo: «?Un Banco! Buena cosa. Segura, por lo menos». Luego anadio, sonriendo, y recordando varias quiebras celebres en Bilbao: «Si los directores no son unos granujas, naturalmente». Por su parte, Pilar palmoteo. «?Ole, ole, un Banco!» Le parecio que Ignacio iba a ser rico, que pronto iban a ser ricos todos.
Matias decia:
– No os hagais ilusiones. Julio ha dicho que lo intentara.
Ignacio lo daba por hecho, y tambien se alegraba de ello. Lo daba por hecho porque tenia en Julio tanta confianza como Carmen Elgazu en mosen Alberto; y se alegraba porque… podria ayudar a sus padres. ?Pues no era poco regresar a fin de mes con un sobre y decir: «Tomad. Esto lo gane yo»! O simplemente: «Tomad». Por lo menos podria pagarse los estudios, los libros y la academia nocturna. Por lo demas, un Banco le parecia una especie de laboratorio secreto de la Economia, donde se provocaba por medios cientificos la felicidad o la bancarrota de muchas familias.
La confianza que Ignacio le tenia a Julio provenia de un hecho simple: del respeto que le inspiraba la profesion de policia. Suponia que los policias con sus ficheros y olfato debian de estar enterados de terribles secretos individuales; para no hablar de los misterios de la ciudad y aun de la nacion. Estaba seguro de que el director del Banco Arus no podria negarle nada a Julio, so pena de verse apabullado por un sinnumero de acusaciones oficiales, que le llevarian a la carcel.
Por otra parte, Julio, personalmente, le causaba enorme impresion. Ignacio correspondia al afecto que el policia le profesaba. Especialmente desde que colgo los habitos charlaba mucho con el, cuando Julio subia al piso a hacerles una visita y le decia a Carmen Elgazu: «Dona Carmen, ?un cafetito de aquellos que usted sabe…?» Incluso un par de veces fue el chico a casa de Julio invitado, a oir discos y a ver la biblioteca. Julio le ofrecio, recorriendo los lomos como si fueran las teclas de un piano: «Lo que te interese de aqui, ya lo sabes».
Ignacio veia en el policia alguien muy a proposito para satisfacer su curiosidad. Julio era muy culto, mucho mas desde luego que su padre. Con una experiencia de la vida mas… compleja y mundana. Siempre empleaba la palabra «Europa» y hablaba sobre muchas cosas con la misma autoridad con que en el Seminario el catedratico de Historia hablaba de los cartagineses. Muchas veces le decia: «Eso de que la parte moderna de Gerona no te gusta… cuidado, ?sabes? Naturalmente hay arquitectos malos, y por otra parte aqui copiamos de Alemania y demas. Pero no olvides esto: «arquitectura funcional». Es curioso que un hombre que haya aprendido a declinar, tiritando, en un edificio «de los antiguos» se horrorice porque vea grandes ventanales, aceras limpias y calefaccion. Al fin y al cabo, te marchaste del Seminario asqueado, ?no es eso? -Le ponia un disco de flamenco-. Ya veras, ya veras que la Republica te ira ensenando muchas cosas».
Eso era lo que Ignacio habia pensado: «que la Republica traeria calefaccion». Claro que el no lo habia enlazado con el resto. Lo evidente era eso: que Julio sabia muchas cosas. Por ejemplo, de politica sabia mas que su padre, a pesar de que Matias Alvear se leyera de cabo a rabo
En todo caso, no le sorprendio en absoluto que, apenas transcurridas cuarenta y ocho horas de la conversacion en el Neutral, Julio subiera y, despues de pedir el cafetito a Carmen Elgazu, les comunicara que el director del Banco Anis estaria encantado de conocer al muchacho.
– ?De veras? -pregunto Matias.
– En realidad, podra empezar el primero de octubre. Cualquier dia le haceis la visita de cortesia. En fin, que vea la cara que tiene.
Fue desde luego una gran alegria para todos y Carmen Elgazu se pregunto una vez mas: «?Como se las arregla ese hombre para tener tanta influencia?» A decir verdad, Julio le daba un poco de miedo. No comprendia por que se le habia despertado aquel interes por Ignacio, dada la diferencia de edad. «En cuanto Ignacio se traiga algun libro suyo -se dijo-, llamo a mosen Alberto. Estoy segura de que sera materia prohibida.»
Ignacio, por el contrario, se entrego sin reservas. La seguridad del empleo, la seguridad de poderse pagar las matriculas del bachillerato, la bruma en que iba quedando envuelto el Seminario y la paz de su familia hicieron de el un hombre virtualmente feliz. ?Los tres cursos de bachillerato los aprobaria en mayo, sin dificultad! Tenia todo el invierno por delante.
Los dias que faltaban para llegar al primero de octubre los empleo en eso, en ser feliz. En ser feliz, en hacer rabiar a Pilar porque mojaba las plumillas con la lengua antes de estrenarlas, en ir a la calle de la Barca y en leer. Todavia no habia osado pedirle libros a Julio, pero la Biblioteca Municipal, situada en la misma Rambla, estaba abierta y llena de estudiantes con un sentido del humor que, pensando en los ayos del Seminario, le oxigenaban el pecho. Tambien seguia alli con el dedo los titulos de los libros imitando el ademan del policia. Era incapaz de leer nada completo. Husmeaba aqui y alla. Los rusos, el Quijote, Dante. Tambien consultaba en el Diccionario Espasa palabras que le inquietaban; aunque muchas veces los tomos necesarios habian sido requisados antes de su llegada y veia cuatro cabezas de estudiantes concentradas sobre una pagina.
De repente, en medio de un parrafo cualquiera, encontraba una frase que le penetraba como una bala. Asi le ocurrio con un libro de Unamuno. Refiriendose a las personas sin impetu ni curiosidad leyo: «caracoles humanos». ?Caracoles humanos! Era cierto. El Seminario estaba lleno de caracoles humanos. Debia de estar lleno de ellos el mundo. Los Julio Garcia y los Matias Alvear no abundaban como seria menester. ?Cuantos caracoles humanos habria en Gerona? ?Cuantos en el Banco Arus…?
En la cima de Montilivi, sintiendo el azote del viento, se decia luego que por el hecho de ser caracoles los hombres no eran despreciables ni mucho menos. Tal vez tuvieran que ser doblemente amados por eso. Recordaba unas palabras de Carmen Elgazu: «No digas tonterias, hijo. Todos somos hijos de Dios».
De todos modos, su felicidad era tan grande que no podia compartirla con nadie, excepcion hecha de su padre. Cuando se cansaba de estar solo, le buscaba donde fuera: en el balcon, en el Neutral y aun en Telegrafos. Varias veces se habia presentado en Telegrafos, con cualquier pretexto, y al ver a Matias Alvear con bata gris, el paquete de la merienda sobre la mesa, captando misteriosos mensajes, sentado ante una maquina incomprensible, experimentaba una autentica emocion. Porque pensaba que con aquel aparato su padre ganaba el sustento de todos, los habia educado a el, a Cesar y a Pilar. «Ta-ta-ta», «ta-ta-ta.» Habia algo muy noble en el acto de intercambiar esfuerzo y sustento. Por lo demas, Matias Alvear no perdia su ironia mientras vigilaba el aparato, por lo menos estando el alla, y se veia que los demas funcionarios le querian mucho. «Ya lo ves, hijo. Comunicando horarios de llegada, y si la ciguena ha traido chico o chica.» Ignacio le preguntaba: «?No podrias comunicar con el tio de Burgos y decirle que estoy aqui?» Matias se reia. «Hay que pasar por Barcelona, ?comprendes? Y ademas… hoy no es Navidad.» Con gusto hubiera leido Ignacio todo el monton de telegramas de la mesa. «Leelos, leelos. De vez en cuando se aprende algo.» Ignacio los leia. «Es verdad -decia-. ?Cuantas cosas pasan, cuantos problemas hay!»
Quedaba demostrado que el director de Nuestra Senora del Collell era un hombre ironico. Cuando, en presencia de Matias Alvear y Carmen Elgazu, le dijo a Cesar que aquel ano se iba a construir una pista de tenis, no se refirio a que Cesar podria jugar al tenis, sino a que en aquel curso los «famulos», ademas de sus trabajos habituales, tendrian este suplementario: construir dicha pista.
La verdad era que mosen Alberto habia pecado de optimista, o tal vez las cosas hubieran cambiado desde que el estuvo alla. Los «famulos» trabajaban de lo lindo. El director estaba convencido de que la cifra de trece bastaba para servir holgadamente a ciento veinte estudiantes de pago. Este calculo era erroneo si se tenia en cuenta que las monjas solo cuidaban de la enfermeria, la cocina y el lavado de ropa. Todo lo demas cortar lena y cortar pan, poner la mesa y servirla, barrer el monstruoso edificio, reparar grifos, matar ratas y hasta quitar el polvo al esqueleto de la clase de Historia Natural, todo iba a cargo de esos trece, el mas pequeno y enclenque de los