aguantar, no tratandose de asuntos del trabajo.

Una cosa le consolaba: siendo mucho mas joven que todos ellos, habia estudiado mucho mas, excepcion hecha, tal vez, de la Torre de Babel y de Cosme Vila. Tenian experiencia, eso era todo, y eran muy directos y muy mordaces, dominando bien el lexico agresivo de la region; pero su horizonte mental era tan limitado como su porvenir.

Asi que su mejor sistema de venganza era el estudio. Ninguno de ellos era bachiller; el, en cambio, preparaba sus cursos con voluntad indomable. Despues de mucho deliberar, Matias habia decidido que a la salida del Banco Arus fuera a una academia nocturna. Se eligio la Academia Cervantes, uno de cuyos profesores era amigo de don Agustin Santillana. Ignacio se inscribio, y alli se debatia con las matematicas, la fisica y la quimica, rodeado de alumnos que solo hablaban de bujias de radio y de que acababan de recibir los ultimos numeros de las mejores revistas tecnicas americanas.

Un pequeno exito lo obtuvo con motivo del problema de las horas extraordinarias. En los ultimos cuatro o cinco dias de cada mes, se les obligaba a trabajar hasta las nueve de la noche so pretexto de balances y otras amenidades. Todo el mundo protestaba… en voz baja. A Ignacio le perjudicaba aquello, pues no podia ir a la academia. En consecuencia, de resultas de un dialogo con el cajero, se sento a la maquina y redacto una demanda en regla, modelo en su clase y, sobre todo, muy valiente. Y entonces resulto que, excepto Cosme Vila, nadie se atrevio a firmar.

Fue un descubrimiento clave para Ignacio. Se quedo con la protesta temblandole entre los dedos, y luego dedico a la oficina en pleno una mirada mitad de asombro, mitad de reto. Cosme Vila le dijo: «Pues ?que te creias? Son una pandilla de cobardes». De regreso a su casa penso que el de la correspondencia tenia razon.

Su padre le aconsejo que tuviera mas calma, advirtiendole que es muy dificil no ser cobarde cuando uno se encuentra sin proteccion. «?Y el Sindicato? -objeto Ignacio-. ?Y la Republica?» Matias le dijo que de momento los Sindicatos, sobre todo en provincias, tenian muy poca fuerza. Los dirigentes eran unos cuantos hombres de buena fe, pero sin preparacion politica, y demasiado pobres para que no les temblara la voz. Los empresarios eran muchos mas poderosos y la Republica no habia tenido tiempo material de equilibrar la situacion.

Ignacio no lo veia claro. Le parecia que era un simple problema de decision. No le cabia en la cabeza que el director, con su pipa, pudiera vencer a quince hombres de cuerpo entero que se presentaran en su despacho. De nada le servia a Matias explicarle que el director tampoco era nada, que era un simple director de Sucursal y que aquellos asuntos -y esta era la gran trampa- se ventilaban en los grandes centros economicos. «?Pues ir alla!», exclamaba Ignacio. Carmen Elgazu le contemplaba entre orgullosa y asustada.

Discusion aparte, su acto de redactar la protesta le gano entre los empleados una buena dosis de consideracion, que ninguno de ellos acertaba a disimular. Sin embargo, ocurrio lo que nunca hubiera podido prever: a las veinticuatro horas el director le llamo y le dijo que era muy jovencito para dedicarse a organizar motines y que a la proxima se encontraria de patitas en la calle, aunque fuera un dia de tempestad.

Ignacio comprendio dos cosas: primera, que en el Banco habia un soplon; segunda, que era logico que el que tuviera hijos reflexionara antes de firmar.

A la salida le conto todo a la Torre de Babel, muchacho que vivia en las afueras y con el que iba haciendo buenas migas. La Torre de Babel llamo a los demas y todos parecieron indignados. El grupo no se disolvio y llegaron hasta la Rambla, donde la conversacion fue subiendo de tono hasta alcanzar una violencia inusitada, despues de haber acordado que el soplon no podia ser otro que el subdirector. El problema ya no era el de la protesta, sino que se generalizo hacia la situacion de toda Espana.

– ?Aqui lo que convendria seria un poco de trilita!

– ?Tonterias! Cortando cabezas no se va a ninguna parte.

– ?Ah, no…? ?Y la Revolucion francesa?

– ?Toma! ?Es que vas a comparar?

– ?Por que no?

Otra voz cortaba:

– Hay otra solucion.

– ?Cual?

– ?Entregar el pais a Norteamerica! ?En diez anos transformaban a Espana!

– ?Transformar…? ?En que?

– Trenes, carreteras…

– ?Si! Pero a pico y pala tu, y yo, y tu padre…

– Eso ya lo veriamos.

– Ya lo hemos visto con los ingleses, en Riotinto.

– Pues ?que creias? Aqui el que no corre, vuela.

– Nada, nada. Lo que dije. Trilita. Y al que se muera que le parta un rayo.

Ignacio quedo perplejo. Otra vez la ira de los corazones. Pero aqui entre gente de clase media, que se veia obligada a llevar corbata. Cosme Vila, al comienzo de la conversacion, habia asentido con la cabeza. Y no hizo otra cosa hasta el final. Llevaba un libro bajo el brazo e Ignacio se esforzo en leer el titulo, pero no lo consiguio. Cuando el grupo se disperso, Cosme Vila, como si la familia no le esperara para comer, se sento en uno de los bancos de la Rambla y se puso a leer.

Ignacio subio a su casa. Le conto a su padre lo ocurrido. Matias comento:

– A mi me revienta esa gente que habla de trilita. Estoy viendo que esos empleados son una pandilla de cretinos.

Ignacio no contesto, pero se dijo que todo aquello no era tan sencillo. En los primeros dias tal vez hubiera dado la razon a su padre, sin mas. Ahora no podia, a pesar de aquella conversacion.

A Ignacio le parecia que acaso el mismo se hubiera precipitado considerando mediocres a sus companeros de trabajo. Iba pensando que tal vez lo fueran en colectividad, en el Banco, embrutecidos por la rutina; pero vistos a solas, en su vida personal e intransferible, cada uno debia de tener su caracter y probablemente alguna gran ilusion. Por ejemplo, entre los solteros, casi todos tenian novia. Y con solo verlos al lado de la novia uno quedaba desconcertado. Parecian otros seres. Educados, con una dignidad formal y a la vez alegre; excepto uno de la seccion de Impagados, que llevaba trece anos arrastrando monotonamente a la misma mujer sin decidirse a llevarla al altar. Y muchos tenian conocimientos extraprofesionales, como tocar el violin, o jugar muy bien a las cartas, o cultivar tabaco. Un hecho le habia llamado grandemente la atencion: por Navidad, y algun que otro domingo corriente, Ignacio sorprendio a varios de ellos en misa, muy compuestos. El los miro sonriendo; entonces ellos le pusieron la novia por delante, como demostrando que no se trataba de claudicacion, sino de mera cortesia.

Esta necesidad que a veces sentian de justificarse ante el indicaba otra cosa: que no tomaban al muchacho del todo en broma. Algunos de los empleados no admitian esta situacion y, con mas amor propio que expresa voluntad de escandalo, parecian decididos a humillarle y, sobre todo, a resquebrajar las defensas de su espiritu. La experiencia les aconsejo atacar por un flanco inesperado: el chiste subido. Iniciaron conversaciones escalofriantes sobre mujeres, en tono francamente escandaloso. El oido de Ignacio, al principio, las rechazo; pero, sin darse cuenta, el tono le fue penetrando, hasta el punto que muchas imagenes que a su entrada en el Banco hubiera repelido de su mente con decision, pronto las admitio como si fueran habituales, sin contar con los detalles de tipo tecnico que brincaban alegremente por los escritorios. Esto constituia un evidente peligro, del que su madre se dio cuenta en seguida, pues algunos de aquellos chistes de repente brotaron en la mesa del comedor, ante la sonrisa de Matias Alvear, quien penso para sus adentros: «Tienen hule esas historietas. En Telegrafos caeran bien».

Mosen Alberto estaba alarmado con Ignacio. Esperaba que el dia menos pensado se levantaria de la mesa, tenedor en alto, afirmando que Dios no existe. Por otra parte, el sacerdote conocia al personal del Banco, pues en tiempos tuvo en el una pequena cuenta corriente, y los consideraba nefastos, especialmente al Director.

A veces Ignacio se cansaba de aquellos escarceos psicologicos, en el centro de los cuales el recuerdo de Cesar actuaba siempre de censor. Y entonces le entraba de nuevo aquella especie de alegria luminosa que se contagiaba. En el Banco habia conseguido arrancar grandes carcajadas, carcajadas nuevas de aquella comunidad, contandoles anecdotas del Seminario, de la academia nocturna y detalles soberbios de la juventud de su padre. Estas estaciones de alegria y su intensidad de vida y trabajo le impulsaron a buscarse tambien un saber extra, que resulto ser el billar. De pronto se aficiono al billar de una manera loca. Comia de prisa para poder estar en el cafe Cataluna, donde habia dos tapetes viejos, antes de que otros le tomaran la delantera, y los domingos por la

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