practico y que, por lo tanto, tres cursos a la vez eran muchos. El subdirector le animaba: «?Ale, ale, dejalos! Tu a lo tuyo y no te pongas nervioso». El subdirector sentia que las circunstancias politicas no fueran otras para haberle buscado una recomendacion.

La Virgen de Begona debia de tener mucha influencia, pues Ignacio lo aprobo todo en un abrir y cerrar de ojos. Notable; ?en latin sobresaliente! Mosen Alberto arrugo el entrecejo.

Mucha alegria en la familia, bizcocho vasco con tres velas encendidas. En el Banco, todo el mundo le felicito. El se sintio tan ligero que al entrar en su cuarto dio varios saltos increibles, uno de los cuales lo aprovecho para depositar los libros encima del armario. ?Tres cursos de Bachillerato! Y en septiembre se examinaria del cuarto.

Matias Alvear dijo en la tertulia: «Pues si… Mi chico se come las manzanas de Newton de tres en tres». En la barberia de Raimundo, este le dio la enhorabuena. «Vaya pase de muleta, ?eh…?»

Julio se alegro de ello doblemente. Primero por Ignacio y luego porque en un momento dado temio que, siendo este madrileno, los catedraticos del Instituto le suspendieran.

Llego la primavera. A Carmen Elgazu le desaparecieron los sabanones, Pilar cambio el uniforme azul marino de las monjas por unos vestidos floreados que le sentaban muy bien. Todo, en la ciudad y en los corazones, se ponia tan hermoso que la vida parecia deslizarse como los chicos del Instituto por la baranda. Los cafes de la Rambla vertian sus redondas mesas de marmol al exterior, ocupando la mitad de la calzada. En el centro de cada mesa, un solitario sifon. La hilera de sifones constituia una vision inedita para los forasteros. Las luces que caian de las fachadas arrancaban del duro cristal de los sifones reflejos de todos los colores. Pilar decia siempre a sus amiguitas Nuri, Maria y Asuncion: «El sifon tiene sabor de calambre en una pierna».

La primavera significaba muchas cosas para los Alvear. La estufa barrida del comedor, la alegria del mundo, la alegria de la Rambla, mas trabajo para Matias en Telegrafos, a causa de la proximidad del verano; y sobre todo, en aquel ano, significaba el retorno del ausente entranable, del otro examinando de la familia, de Cesar.

El acontecimiento ocurrio el 15 de junio. El 15 de junio Cesar monto en un camion en el Collell, en direccion a Gerona, para pasar las vacaciones.

Iba montado en la parte trasera del camion, al aire libre, sobre unas cargas de alfalfa. Con el traqueteo se iba hundiendo en ellas y llego un momento en que se sintio a si mismo vegetal, cuerpo de raices verdes. Hicieron el viaje en un santiamen. Al descender en la Plaza de la Independencia, le salia alfalfa por todos lados. Dejo la maleta en el suelo y se quito las briznas mas aparatosas, pero al echar a andar los picores no le dejaban vivir.

Cuando Pilar oyo el timbre de la puerta, sintio que el corazon le daba un vuelco. «?Mama, es Cesar, es Cesar!» Carmen Elgazu, alocada, solto el molinillo del cafe y exclamo: «?Dios mio!» Se arreglo el mono rapidamente y se precipito al comedor en el momento en que Cesar entraba en el y se echaba en sus brazos.

Carmen Elgazu recibio una impresion profunda. Su hijo habia crecido increiblemente. «?Hijo mio!» Aire feliz, expresion de inocencia, una manera muy personal de estrechar entre los brazos, como en pequenas sacudidas. ?Que importaban las rodilleras en el pantalon? Se plancharian. ?Cesar estaba alli! En cuanto Carmen Elgazu pudo verle detenidamente el rostro, observo que sus ojeras eran muy pronunciadas. Tal vez por culpa del viaje. ?Primer curso, primer curso!

Pilar contemplaba a su hermano pensando: «Pues claro que le quiero como a Ignacio. ?Quien dice que no?»

Ignacio, al regresar del Banco, se encontro colgado del cuello de Cesar sin darse cuenta. «Bien venido, hermano. Ya tenia ganas de verte.» Matias fue quien afecto mas naturalidad. Llego de Telegrafos convencido de que en casa encontraria a Cesar; asi fue. Matias Alvear podia alcanzar tal grado de emocion que el corazon casi se le paralizaba. Nadie mas que el sabia lo que sufria en estos casos; los demas no leian en su semblante mas que una ternura un poco ironica.

Fueron dias inolvidables. «?Que tal la pista de tenis? ?Que tal el director? ?No pasabas mucho frio? ?Te gustaba leer en el comedor? ?No te cortaste nunca los dedos con el cuchillo del pan? ?No te ha invitado ninguno de los internos a ir a Barcelona?»

Le obligaron a sentarse en el comedor, presidiendo la reunion en torno a la mesa. El muchacho contestaba a todas las preguntas como si cada una fuese la primera. Cada vez inclinaba todo el cuerpo hacia el interlocutor de turno. En realidad, estaba un poco aturdido y aun asombrado de que se interesaran por los detalles mas prolijos de su estancia en el Collell. «?No te han salido manchas de humedad en el techo de la celda? ?A que horas dices que os levantabais los domingos?»

Cesar, que tenia una obsesion: «He subido el primer peldano de la escalera», se dio cuenta entonces de que era terriblemente distraido. Muchas de las cosas que le preguntaban no podia contestarlas. No se acordaba, no se habia fijado. «?Habian salido o no habian salido manchas de humedad en su celda?»

En cambio, cuando una cosa le era conocida, contestaba con rara precision y con el menor numero posible de palabras. Ignacio penso:

«El latin se le nota». Matias mas bien lo atribuia a herencia de estilo telegrafico.

La alfalfa continuaba cosquilleandole, y Carmen Elgazu dijo:

– ?Sabes que? Ignacio te acompanara a tomar un bano.

Cesar no vio ninguna razon para negarse. Aquel brusco cambio de ambiente le tenia algo desorientado. Por la manana habia ayudado aun la misa del padre Director, como todos los dias. Y al barrer la inmensa terraza habia visto aun aquellos arboles, robustos, aquella tierra amarillenta, los barrancos; ahora se encontraba en un pequeno comedor, rodeado de los suyos. Y dentro de poco se encontraria dentro de una banera.

Ignacio le acompano, resolviendo los detalles administrativos con el encargado del establecimiento. Le abrio incluso la puerta del cuarto de bano. Luego permanecio fuera y por los ruidos fue siguiendo mentalmente las operaciones de Cesar. Sonrio porque, a juzgar por la catarata de agua que se oia, debia de estar luchando a brazo partido con la ducha. No se atrevio a llamar porque le supuso desnudo y que aquello le azoraria mas aun. Finalmente, la tromba de agua se calmo y Cesar salio colorado y sonriente.

– Limpio de cuerpo -dijo.

Al regresar a casa y encontrar todo su equipaje cuidadosamente clasificado en el armario, se sintio repentinamente mas adaptado. Un hecho quedo patente a la hora de cenar: la presencia de Cesar elevaba el tono de todos y cada uno. Pilar adopto posturas mas correctas ante el plato y se dio cuenta de lo dificil que era sorber la sopa sin hacer ruido. Matias Alvear dudo mucho rato entre sentarse a la mesa en mangas de camisa, como siempre, o no. Finalmente no lo hizo: «Por un dia tengamos paciencia». Carmen Elgazu se bajo las mangas hasta que estas alcanzaron decentemente las munecas.

Y en cuanto a Ignacio, fue, tal vez, quien mas se afecto. No solo aquel dia, sino en los siguientes. Sin querer se encontro observando a Cesar en forma casi enfermiza. No se le escapaba detalle de el. ?Su hermano constituia un mundo tan distinto al del Banco! Se hallo como planchado entre los dos. La cortesia de Cesar le evidenciaba que el habia adquirido varios gestos vulgares. La voz de Cesar le parecio una invitacion a moderar el tono de la suya, que a veces le salia disparada con violencia. La concision del lenguaje de Cesar, ademas de recordarle el latin, le descubrio que el intercalaba vocablos e interjecciones innecesarias. En resumen, se encontro ante una especie de juez, cuya originalidad consistia en que lo era sin saberlo. Que con frecuencia le miraba y le sonreia: «?Y pues, Ignacio…? ?Estas bien en el Banco? ?Estas bien…?»

A Ignacio le ocurria una cosa extrana: a los pocos dias advirtio que el resquemor hacia su hermano no habia muerto. Le fatigaba el examen de conciencia a que la presencia de Cesar le sometia. ?Como adoptar, en la cama, la postura que le fuera mas comoda, con Cesar tendido en la cama contigua, impecablemente, sin respirar apenas…? Y mas con el bochorno de aquellas noches. Por suerte, el seminarista tenia detalles entranables, que le llegaban al corazon. Por ejemplo, aparecer en el Banco inesperadamente, a media manana, con pan y una tortilla, si Ignacio habia olvidado tomarla en casa. La manera de pasar el brazo por la ventanilla para que Ignacio pudiera alcanzar el paquete sin necesidad de levantarse del sillon, era un prodigio de buenos deseos… y de equilibrio. La Torre de Babel se preguntaba si Cesar no era en potencia un campeon de alguna especialidad atletica que exigiera mas destreza que fuerza.

En el fondo, los empleados del Banco tomaban al seminarista en broma, por sus orejas, por su cabeza al rape, por los pantalones, entre los que a veces se le enredaban los pies. «Tu hermano es un tipo muy pintoresco -le decian a Ignacio-. Sera de esos curas que no llegan nunca a canonigos. Que el obispo manda a un pueblo y

Вы читаете Los Cipreses Creen En Dios
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату