Carmen Elgazu, que el sacerdote haria mucho mejor, en vez de pasarse la tarde alli, invitando a hombres pobres a merendar en el Museo; y en cuanto a Cesar… menos civilizaciones subterraneas y mas accion, mas obras de misericordia.

Carmen Elgazu le salio al paso diciendo que censurar a Cesar en el aspecto que fuere, era un acto rastrero, indigno de el. Y el propio Matias recordo a Ignacio que su hermano estaba en el Collell haciendo trabajos bastante mas duros y miserables que los que a el pudieran ordenarle en el Banco.

Ignacio no insistio. Se encogio de hombros y se encerro en su cuarto.

Nadie se atrevio a mirar al seminarista, que permanecia inmovil, como si le hubieran asestado un golpe. Todos creyeron que estaba afectado por lo intempestivo de la acusacion de Ignacio; la realidad era muy otra. Lo estaba porque desde el primer momento penso que la acusacion era justificada.

Al oir la palabra «pobre», Cesar se habia dado cuenta de que todo aquello era cierto, de que su ansia de perfeccion hasta entonces carecia de valor, pues no se inspiraba en la caridad. En sus sacrificios no buscaba otra cosa que la paz del alma, y en ello pensaba y no en el projimo cuando daba el mejor pan al interno que le tratara peor. Intercambiaba buenas acciones por alegria, eso era todo. ?Por que olia la yedra de los conventos de clausura, sino para su satisfaccion interior?

Considerose a si mismo dominado por un egoismo feroz. Recordo escenas de miserias entrevistas en su infancia, y mas recientemente en el barrio de Pedret, al llegar del Collell en el camion de alfalfa. No comprendia como podia buscar las catacumbas y aceptar chocolate y picatostes sentado al fresco en el Museo, mientras Gerona hervia, muchas familias comian arenques, cargadas de chiquillos que en vez de banarse, como el, en un establecimiento de azulejos blancos, se remojaban en las pequenas playas pantanosas del Onar.

Le parecio estar en pecado. Su madre queria tocarle y el, sin darse cuenta, la rechazaba. Tenia humedos sus grandes ojos, abrumados de culpabilidad. Se levanto, miro un momento a todos y luego, cruzando el pasillo, salio.

Nadie sabia que hacer, y todos pensaban que sufria por Ignacio, y la indignacion contra este aumento. Entretanto, Cesar se arrodillaba ante mosen Alberto, en el despacho donde el sacerdote redactaba sus catecismos.

Mosen Alberto le ordeno que se levantara:

– ?Te prohibo que tengas esos escrupulos! ?Te prohibo que te tortures de esa forma, y a partir de ahora dare orden de que te sirvan mas chocolate! Te prohibo incluso que vuelvas al cementerio.

Fueron dias terribles para Cesar. Por obediencia llego a casa sonriendo. Y con su presencia tranquilizo a la familia. Pero las sirvientas de mosen Alberto cumplieron -?hasta que punto!- el mandato, y cada vez el hubiera querido esconderse en el interior de la gigantesca armadura, ya que no bajo las sabanas del beato Padre Claret. Y el no poder ir al cementerio le angustiaba como quien ha de faltar a una cita, que en este caso era con personas conocidas, pues se sabia de memoria las fechas de nacimiento y muerte de muchos antepasados gerundenses, y habia conseguido lo que nadie antes que el: hablar diez minutos con el sepulturero, el cual le dijo que no era cierto que el espectaculo de la muerte no le afectara.

Fueron dias de prueba para el seminarista, que se hallaba en la rara situacion del hombre que peca con solo proponerse hacer el bien.

Lo que mas sentia era no poder demostrar a Ignacio que le agradecia el aviso. Decirle: «?Ves…? Ahora me acuerdo de los pobres. He hecho esto y aquello. Todo gracias a ti». Mosen Alberto se lo habia prohibido. «Te prohibo que halagues ni una pulgada la vanidad de ese necio que es tu hermano.»

Ignacio leyo en el semblante de Cesar todo cuanto ocurria. A veces tenia ganas de decirle: «Bueno, mira. No iba por ti, ?sabes?» Pero no lo hacia.

La sutileza de la situacion escapaba a Matias Alvear; en cambio, Carmen Elgazu vio la cosa clara. En primer lugar, tenia que dar una leccion a Ignacio; en segundo lugar, tenia que tranquilizar a Cesar.

Ambas cosas eran dificiles y urgentes. ?Que hacer? ?Como dar con las palabras justas?

Comprendio que lo mas urgente era tranquilizar a Cesar, pues este sufria demasiado. Decirle que obedeciera a mosen Alberto, que obedeciendo cumplia «como si visitara a diario a los muertos y como si acariciara las pustulas de los pobres de la ciudad».

Muchas veces estuvo a punto de parar a su hijo y hablarle, pero siempre le estorbaba alguien: Ignacio, Matias o Pilar, la cual continuaba deslizandose por los pasillos. Y ademas, aquello no era una solucion. Nadie le quitaria de la cabeza al seminarista que su obligacion era darse entero a los necesitados. ?Y mosen Alberto no pensaba levantarle la condena hasta el verano proximo!

Carmen Elgazu vio ante si y ante Cesar todo el invierno. Todo un invierno con su hijo en el Collell, roido aquel por los escrupulos. Era preciso inyectarle una esperanza, dar con algo que llenara su mente y saciara su hambre de misericordia.

?Que facil le resulto, a la postre, dar con la solucion! ?Y como se arquearon de alegria sus cejas al ver que Cesar, vencida la primera perplejidad, le tiraba del delantal y le decia: «?De acuerdo, de acuerdo! ?Eso hare!»

Carmen Elgazu dio con algo inesperado y sencillo: le sugirio a Cesar que durante el invierno, en el Collell, aprendiera el oficio de barbero.

– Mosen Alberto me ha prometido que si para mayo llegas aqui sabiendo afeitar y cortar el pelo, te comprara un estuche con todo lo necesario y podras hacer uso de el cuanto quieras en la calle de la Barca.

?Viejos, enfermos; tomar entre las manos la cara y el craneo de viejos y enfermos y afeitarlos, cortarles el pelo, lavarles luego la cabeza… y besarsela! «?De acuerdo, de acuerdo, eso hare!»

?Cuanta alegria aleteo en la casa! Y, sin embargo, Carmen Elgazu no cantaba victoria aun. Siempre tuvo confianza en que lo de Cesar se arreglaria. A ella los angeles no le daban miedo; en cambio, los diablos…

?Como darle a Ignacio su merecido sin herirle, pues bien claro se veia que se estaba arrepintiendo? ?Y dejar sentada su autoridad?

De momento habia pasado dos dias mirandole con extrana dureza. Varias veces estuvo a punto de pegarle un bofeton tremendo, pero siempre se contuvo, y se alegraba de ello… ?Que hacer? Tal vez lo mas sutil fuera darle una leccion de serenidad…

Esta fue la decision que tomo. El instinto le decia que adivinaba, que seria lo eficaz. La misma noche en que convencio a Cesar para que se hiciese barbero llevo a Ignacio, a la cama, un tazon de leche humeante y le dijo:

– Ignacio, sabes mejor que yo lo que te mereces, ?verdad?

Al ver que el chico tomaba la taza sin decir palabra, anadio:

– Bueno, solo queria hacerte una advertencia. En esta casa solo hay una persona que pueda hablar de los pobres: tu padre, pues el si ha pasado hambre, lo mismo que sus hermanos. Pero tu has tenido siempre un tazon de leche, lo mismo que yo. Asi que hablar de ese asunto es tonteria. En todo caso, lo unico que cabe es salir a la puerta y darlo todo.

CAPITULO VI

Las palabras de Carmen Elgazu fueron certeras. «Lo unico que cabe es salir afuera y darlo todo.» Cuando, a la manana siguiente, Ignacio desperto, sintio que algo le quemaba en el pecho. Se desayuno sin decir nada y bajo las escaleras en direccion al Banco. Al llegar a la esquina de la Plaza Municipal, miro el monedero. Llevaba seis pesetas; se las dio integras a la vieja que formaba parte de aquellos muros.

Suponia que su rasgo era ingenuo, que acaso no tuviera valor, que su madre debia de haberse referido a una accion periodica; pero hecho estaba. Y en todo caso, las seis pesetas tendrian valor para la vieja.

Y para el. Porque, en el fondo, fue la base de su reconciliacion. De su reconciliacion con Cesar, con sus padres, con todo el mundo. Incluso con el director del Banco. El director del Banco, a raiz del incidente con don Jorge, le dijo que era la segunda vez que le avisaba. «A la tercera, te quedaras en la calle.» Pero luego el hombre se rio, Queria mucho a Ignacio, no podia disimularlo. «El cliente siempre tiene razon, ?comprendes?», termino diciendo.

Carmen Elgazu se sintio satisfecha de su intervencion. Cuando ocurrian aquellas cosas se asustaba mucho. Nada podria contra los cambios que se operaban en la ciudad; pero, por lo menos, que la familia se sostuviera intacta.

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