Hermanos de la Doctrina Cristiana, donde Cesar, que fue el primero de la familia que entro en contacto con el, le reconocio.

Las monjas sentian adoracion por mosen Alberto. Porque siempre les explicaba algo nuevo sobre la Pasion, sobre la vida de los apostoles y sobre las misiones. Era el quien organizaba las grandes colectas de sellos para mandarlos a los negritos. Matias Alvear le decia: «Vea, mosen. A mi lo de las misiones me inspira un gran respeto; pero lo de los sellos…» En cambio Carmen Elgazu estimulaba a sus ocho hermanos a que le escribieran para poder dar sellos a mosen Alberto.

Entre las familias que mas frecuentaba se contaba la del notario Noguer, persona muy solvente, la de don Santiago Estrada, propietario, y varias que guardaban pergaminos y papeles relacionados con la historia de la ciudad. Su sensibilidad era muy aguda y a la tercera visita notaba que la mitad de los miembros de la casa le eran simpaticos y la otra mitad lo contrario. Ello le ocurria con las monjas, con todo el mundo.

Habitar los grandes salones del Museo le habia incitado a adoptar varias costumbres patriarcales. Las visitas que no eran de puro tramite tenian la seguridad de que por una de las puertas disimuladas aparecerian las dos sirvientas llevando una bandeja con chocolate y otra con picatostes. Asimismo la altura de los techos le habian familiarizado con los grandes espacios. Era el sacerdote que con mas naturalidad y prestancia bajaba las escalinatas de la Catedral.

La familia Alvear no escapo a la ley de la clasificacion, como no habia escapado a la del chocolate. Mosen Alberto, despues de la tercera entrevista, se dio cuenta de que habia situado a la derecha a Carmen Elgazu y a Cesar; a la izquierda a Matias e Ignacio… A Matias le decia, sonriendo: «A usted, Matias, siempre le quedaran resabios». Con Ignacio la cosa era mas fuerte que el. Tal vez una suerte de repugnancia fisica. Pilar pasaba inadvertida para el, a pesar de que la nina, al verle, acudia a besarle la mano, iniciando una genuflexion.

Carmen Elgazu fue quien opero el milagro de que el sacerdote se interesara realmente por ellos. Mosen Alberto tuvo la impresion de que era una mujer de muchos arrestos y muy buena, hasta el punto que tardo poco en presentarla como modelo a las familias que visitaba. «Si, si -decia-. Esta visto que los vascos pueden ensenarnos muchas cosas.»

La consideraba una autentica madre cristiana. Explicaba que toda su solidez giraba en torno de la religion, desde su manera de hacer las camas -con respeto porque el crucifijo estaba presente- hasta cocinar.

– Figurese usted -le decia al notario Noguer-, que en la unica medida de tiempo en que cree para hacer un huevo pasado por agua, es en el rezo del Credo.

– ?Eso tambien lo hago yo! -le interrumpio un dia la esposa del notario.

Mosen Alberto no se arredro.

– ?Y para el cafe? -le pregunto-. ?Que hace usted, antes de servirlo a la mesa?

La esposa del notario se mordio los labios.

– Nada. Nada. Creo que lo huelo -anadio por ultimo.

Mosen Alberto traslado su manteo al brazo izquierdo.

– Carmen Elgazu dice: «Esperen un momento, que se esta 'serenando'. Y el serenarse dura exactamente lo que tres padrenuestros y una salve».

A Ignacio le recriminaba mosen Alberto muchas cosas. No le gustaba la barberia que habia escogido, no le gustaba que fuera al cafe Cataluna a jugar al billar, no le gustaban sus incursiones en la biblioteca municipal, y menos aun sus buenas migas con Julio Garcia. Mosen Alberto consideraba a Julio una de las mas funestas importaciones de la ciudad, y en Palacio se habia hablado de ello con frecuencia. «Es un hombre que ahora esta quieto. Pero el dia que empiece…» En cambio, consideraba excelente persona a don Emilio Santos, director de la Tabacalera. «No hay mas que fijarse en el. Tiene una cabeza venerable.»

Ignacio pagaba a mosen Alberto en la misma moneda. Le bastaba saber que algo le molestaba para ponerlo sobre el tapete. Estaba seguro de que en sus ultimos anos de seminarista tenia que haber sido «ayo», un ayo de voz mas lugubre que ninguno. Y no le gustaba su manera de proceder. Preferia a otros sacerdotes mas humildes que habia en Gerona, los cuales ejercian su ministerio calladamente. Siempre citaba como ejemplo a uno muy joven, de la parroquia de San Felix, bajito y con el sombrero calado hasta las cejas, pero que no daba un paso que no fuera para prestar algun servicio. No negaba que mosen Alberto fuera inteligente, y probablemente muy entendido en lo suyo, pero le parecia que todo aquello hubiera podido llevarlo a cabo sin ser sacerdote. «Mosen Alberto tenia que haber seguido la carrera diplomatica», decia.

Incluso su manera de celebrar misa le parecia afectada. Separaba los dedos de la mano, sobre todo los meniques, en forma espectacular. Probablemente era cierto que desde el punto de vista liturgico cada genuflexion suya era una obra maestra; pero Ignacio decia que lo que necesitaban los fieles eran obras santas. «Las obras maestras, que las guarde en el Museo.»

En el Banco criticaban mucho al sacerdote y aseguraban que tenia mucho dinero. A Ignacio le constaba que esto no era cierto. Si ganaba algo con los catecismos lo empleaba inmediatamente en editar otras cosas, en adquirir algun aparato de proyeccion para los colegios o en reparar algo del Museo. No era culpa suya si tenia facha de rico, si accionaba el manteo con aire palaciego. Y referente a su pulcritud, el aseguraba que antes no era asi, que se acostumbro mal a causa de las dos sirvientas, las cuales, de verle salir con arrugas en la sotana, habrian sufrido un ataque.

En todo caso, en el Banco Arus su ficha no figuraba desde hacia tiempo. En cambio habia dos sacerdotes que guardaban a su nombre un pliego considerable de laminas. Ignacio, cada vez que veia sus apellidos en algun papel del Banco, se ponia nervioso.

Lo que mas lamentaba mosen Alberto era que hubieran sido prohibidas las procesiones, especialmente la de Semana Santa y la de Corpus. Cuando el 14 de Abril, primer aniversario de la Republica, presencio la manifestacion de jubilo popular -con representantes de Barcelona- anoro con toda su alma la procesion que por aquellos dias salia en otros tiempos, como remate de la Cuaresma. Ahora en vez de las campanas doblando a muerto o del silencio patetico del Jueves y Viernes Santo, se oian himnos, sardanas y tremolaban muchas banderas. Para el dia del Corpus, triunfo de Cristo Rey, en los cristales se habia anunciado con mucha anticipacion: «Excursion a Perpinan, salida en autobus, precios moderados».

Mosen Alberto sufria por aquella relegacion absoluta de las funciones religiosas al interior de los templos, a un plano semiclandestino.

El invierno era tan crudo en Gerona, que al llegar marzo, abril y mayo era maravilloso salir con palio, antorchas y cruces y proclamar la vitalidad de la Iglesia en la ritmica sucesion de las estaciones. En aquel ano, el trimestre magico fue triste para mosen Alberto. A don Santiago Estrada le decia: «Menos mal que tengo placas de todo esto, y que vamos proyectandolas por la Diocesis. De otro modo, los chicos acabarian no sabiendo lo que es una procesion».

Mosen Alberto estaba convencido de que Ignacio habla perdido bastante tiempo desde que entro en el Banco, que no habia estudiado lo debido. Y puesto que el habia sido quien garantizo al muchacho cerca del director del Instituto para que este accediera a examinarle de tres cursos a la vez, ahora temia que Ignacio, al llegar mayo, quedara mal en los examenes. De modo que le decia a Carmen Elgazu: «No se, no se. Me parece que se lo toma un poco a la ligera». Carmen Elgazu le contaba lo de la luz en la habitacion a horas avanzadas; el sacerdote comentaba: «Bien, bien, que Dios la oiga».

Cuando Ignacio se entero de los comentarios del sacerdote redoblo sus esfuerzos. «Le colgare los sobresalientes en las narices.» No falto ni un dia mas a la Academia, a pesar de que el ambiente de esta le aburria. Le favorecio el brusco cese del frio. Porque en la Academia ocurria lo mismo que en el Seminario: no habia estufas. Inconcebible, pero era asi. Las ideas de estudio y frio habian llegado a confundirse en la mente de Ignacio. Mosen Alberto no veia aquello claro, pues decia que los muros donde estaba instalada la Academia eran de identico espesor que los del Museo y que conservaban todo el ano una temperatura razonable, alrededor de los diecisiete grados. Ignacio no se tomaba la molestia de contestar.

El dia en que se instalo el primer puesto de helados en la Rambla, precisamente bajo el balcon de su casa, comprendio que la cosa iba de verdad, que los examenes estaban proximos. Entonces su madre le dijo: «Mira, en Bilbao todas tus tias hacen una novena a la Virgen de Begona para que apruebes». ?Santo Dios, aquello era una gran responsabilidad! Matias le tranquilizo: «No lo creas. Si apruebas, sera la Virgen de Begona. Si te suspenden, sera porque no habras estudiado». Carmen Elgazu replico: «Valdria mas que te callaras, hombre de poca fe».

En el Banco habia cierta expectacion para ver si Ignacio aprobaba. Cosme Vila esperaba el resultado con tanta impaciencia como mosen Alberto. Porque estaba convencido de que en el Seminario no le habian ensenado nada

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