manana los pasaba practicamente con un taco en la mano. Encontro un companero ideal para el juego, un muchacho de su edad, que no podia ni estudiar ni trabajar porque estaba enfermo, Oriol de apellido.
Por otra parte, el juego era muy adecuado para aquellos meses de invierno, que invitaban a permanecer en locales cerrados. Era un invierno crudo, sobre todo enero y febrero. Un invierno que tenia dos maneras precisas de manifestarse: la lluvia, monotona, que transformaba a Gerona en pantano de humedad, con los muros y la boveda de todas las arcadas chorreando y el rio de color rojizo a causa de la arena que arrastraba, y luego de repente la tramontana, viento glacial que, viniendo de Francia, cruzaba los Pirineos y la llanura del Ampurdan como un caballo desbocado, inclinando pajares, postes y arboles, y entraba en Gerona levantando en vilo la ciudad. Cuando la tramontana llegaba, ocurrian extranos sucesos: la gente se disponia a doblar una esquina y no podia, o se encontraba con que una persiana le caia en la cabeza. Las barracas en el mercado se desplazaban solas con sorprendente facilidad. Flamantes sombreros, rozando las barandillas de los puentes, se caian al rio, y a veces eran pescados entre gran jolgorio por algun atento Matias Alvear; pero, sobre todo, el cielo alcanzaba su apoteosis de azul. La tramontana era un viento seco, limpio, que se llevaba las nubes por el horizonte. El cielo aparecia claro, sereno, lejanisimo y contra el se recortaban las murallas de la ciudad, las Pedreras y Montjuich y, mas cerca, los altos campanarios de la Catedral y San Felix. Todo ello desembocaba en una nitidez nocturna dificil de imaginar. En las noches de tramontana aparecian millones de estrellas rodeando una luna grande, tan hermosa que asustaba. Estrellas como los reflejos que surgian de los tejados. Gerona se convertia en una ciudad sonambula, comprendiendose que los antepasados eligieran la piedra solida. Eran noches frias en que Pilar se ocultaba bajo las mantas, porque le parecia que de un momento a otro se iba a encontrar en medio del rio.
CAPITULO IV
Entretanto, Pilar iba creciendo. Trece anos. Todavia llevaba trenzas, que encuadraban con mucha gracia sus pomulos alegres y sonrosados. De la familia era la que mejor hablaba catalan. Matias, a quien en Telegrafos habian obligado a estudiar la gramatica de aquel idioma nuevo para el, decia siempre: «La pequena es la que me toma la leccion. Y mas de una vez me saca de apuros».
Pilar contaba de las monjas del Corazon de Maria cosas que a Cosme Vila le hubieran puesto la carne de gallina. A las alumnas internas les prohibian totalmente pintarse los labios y depilarse las cejas. «Hay que respetar lo que Dios ha hecho.» Les censuraban la correspondencia y si una de ellas pasaba ocho dias seguidos sin comulgar, la Superiora la llamaba y con discrecion le preguntaba «si habia incurrido en falta grave».
Sin embargo, el clima era mas que alegre, pues algunas de las monjas eran, de corazon, unas chiquillas. Pilar queria especialmente, entre las amigas, a Nuri, Maria y Asuncion, que vivian tambien en la Rambla y que la llamaban todos los dias a la misma hora pegando un aldabonazo escalofriante en la puerta de abajo; entre las monjas preferia a la Madre Caridad. Esta monja era sorda y se paseaba por el convento con una trompetilla en la oreja. Por la trompetilla y porque tocaba el armonio, una de las internas empezo a llamarla Sor Beethoven. Este apode tuvo poco exito entre las pequenas. Pero, a medida que crecian comprendian el significado y entonces la llamaban tambien Sor Beethoven. Dejar de llamarle Madre Caridad a la monja sorda era un poco el diploma de mayoria de edad.
En cuanto Matias Alvear se entero de que su hija habia conseguido este diploma, advirtio a Carmen Elgazu: «Prepara a la chica, que de un momento a otro va a ser mujer y no quiero que se lleve un susto». Carmen Elgazu le contesto: «Tu no te metas en cosas de mujeres. Tiene mejor vista que tu».
Matias era un hombre liberal, equilibrado, que huia de los fanaticos en la medida de lo posible. Por ello, antes de elegir el cafe al que iria todos los dias, tarde y noche, y la barberia en la que haria tertulia tres veces a la semana, lo penso mucho. No era cosa de pasarse media vida rodeado de cerebros unilaterales, cuya fuerza motriz fuera el odio al adversario.
Por eso, en cuanto al cafe, eligio, despues de multiples tanteos, el Neutral. Porque, salvo excepciones, los habituales del establecimiento hacian honor a su nombre. Pesaban el pro y el contra, y cuando alguien se encabritaba le rociaban con humor de buena ley. Los grandes espejos del Neutral multiplicaban a diario corros sonrientes, puros enormes y palmadas en la espalda. La atmosfera era de benignidad y al poner a secar el alma del projimo contaba lo humano de las gentes, no su filiacion.
Por identicas razones eligio Matias la barberia «Raimundo», porque Raimundo el barbero sentenciaba siempre: «Aqui lo mismo afeitamos a Alfonso XIII que a Largo Caballero». Era una barberia en que solo era mal visto quien hablara en contra de los toros. Las paredes estaban empapeladas con carteles de toros, cuyos cuernos apuntaban al techo o a los ojos de los clientes. Raimundo, el patrono, dirigia, navaja en ristre, las conversaciones. Su bigote se le sostenia increiblemente horizontal, y aquella linea era el simbolo del sosiego que reinaba en el establecimiento.
Matias se sentia bien alli, hojeando revistas y escuchando, o metiendo baza si se terciaba, si se le pedian, por ejemplo, datos de Madrid. Raimundo no dejaba nunca de advertirle si veia pasar por la calle a Pilar, cuando salia de las monjas, o a Ignacio. El barbero captaba sin olvido todo el rumor del barrio. Los clientes tenian la seguridad de que serian avisados si algo ocurria que les afectara de algun modo.
El Neutral, la barberia de Raimundo y, por supuesto, Telegrafos eran los tres observatorios ideales para vivir al dia, las tres mejores antenas de Matias. Una hora en el cafe, otra en la barberia y luego el trabajo bastaban para tomarle el pulso a la ciudad y al mundo.
Gracias a tales observaciones, Matias creia entender que en la ciudad se operaban grandes cambios, que penetraban en ella elementos nuevos, de momento en estado embrionario, pero que acaso un dia sentaran plaza. Siempre hablaba de ello con Julio y con don Agustin de Santillana. Minusculos detalles que demostraban que unas cosas iban muriendo y que, por el contrario, otras nacian a la vida con fuerza biologica.
Segun Julio -?Raimundo estaba inconsolable!-, moria la aficion a los toros. Tal vez fuera cierto. Por de pronto se decia que los ingleses consideraban el espectaculo cruel e inhumano. Por su parte, don Agustin Santillana asistia estupefacto a la irrupcion del
Ignacio, muy ocupado con el trabajo y los estudios, apenas advertia estos cambios, y al oir hablar de ellos les concedia poca importancia. Julio, que consideraba superficial la actitud del muchacho, procuraba abrirle los ojos. Las visitas de Ignacio al piso del policia eran periodicas, y Julio las aprovechaba para iniciarle en lo que el llamaba la sociologia.
– Cometerias un grave error suponiendo que se fundan orfeones porque si, como podrian fundarse clubs de coleccionistas de cosas raras. Son movimientos que tienen su ley.
Julio entendia que aquellos desplazamientos obedecian a una rebelion instintiva de la masa, rebelion que el nuevo clima politico facilitaba. Segun el, el deporte era una declaracion de voluntad de poder que lanzaba la gente modesta -«fijate en que la mayor parte de los que van al Ter son trabajadores»-; el
Ignacio acabo por pensar que el policia tenia razon. En el Banco, la Torre de Babel se especializaba en triple salto para impresionar al director, y en visperas de competicion le pedia permiso para salir mas temprano. El