empleado bajito, Padrosa de apellido, estudiaba el trombon porque decia que el clavicembalo habia pasado de moda. El de Cupones alardeaba de que con su bicicleta siempre dejaba atras a los coches en el casco urbano.
Todo ello se lo contaba a Julio y este lo gozaba. Gozaba sintiendose comprendido por Ignacio. Julio habia pedido permiso a Matias para retener a Ignacio incluso dos noches a la semana, y Matias habia accedido a ello. El resultado de este contacto era visible: a Ignacio le ocurria lo que a la ciudad: unas cosas morian en el, otras germinaban en su pecho.
Moria definitivamente la posibilidad de juzgar de prisa y a rajatabla. Nunca tuvo esa tendencia, pues presentia que el corazon y las circunstancias son complejos: ahora el sentido critico del policia le llevaba a pesar y medir, lo cual, dada su edad, no le resultaba comodo ni anadiria a su cuerpo un gramo de grasa. Ignacio cruzaba las calles, miraba las banderas y leia los anuncios de los periodicos con la conviccion de que unas y otros escondian mundos. Porque Julio le decia que todo es sintoma, que nada existe pequeno ni gratuito. ?Los anuncios de los periodicos! Especialmente los economicos constituian, segun el policia -compraventa, peticiones de empleo- una excelente piedra de toque para comprender la sociedad en que se vivia. «Observa que muchas chicas de pueblo se ofrecen para servir en Gerona. Es la desbandada, el triunfo de la curiosidad.» «Observa que los libreros de lance quieren comprar, comprar. Especulan sobre la evolucion del pensamiento. Saben que materias ahora corrientes seran muy pronto joyas arqueologicas.»
Nacian en Ignacio dudas y sentimientos, y su piel se llenaba de granos. Julio, de pronto, daba un bajon y le hablaba de cualquier cosa, creando un clima de sencillez y naturalidad. Con frecuencia, para con seguir esto, utilizaba los discos. Una sesion de discos.
– ?Que quieres oir? -le preguntaba, acercandose al mueble del rincon.
Ignacio parpadeaba como despertando de un sueno y contestaba:
– Lo de siempre.
Y lo de siempre no era precisamente
A estas reuniones en casa del policia asistia un tercer personaje: la mujer de Julio. Y su presencia era lo unico que molestaba a Ignacio. Porque este la aborrecia. Nunca llegaria a explicarse como un hombre como Julio habia elegido por companera aquel ser fatuo -dona Amparo Campo- que se paseaba en bata roja por el piso. Regordeta, le parecia tener derecho, porque su marido era policia, a colgarse media docena de brazaletes y a embadurnarse la cara con harinas de primera calidad.
En cambio, dona Amparo Campo le tenia a el mucha simpatia. Le alababa el pelo negro y encrespado, el bigote que apuntaba, la voz varonil que se le iba definiendo. «Hay que ver lo bien que te sienta el traje azul marino ese que tienes.» Y siempre le advertia a Julio: «?Ves? Deberias llevar brillantes los zapatos como Ignacio».
Ignacio no le hacia el menor caso. Cortaba sus peroratas y, volviendose hacia Julio, le interrogaba de nuevo sobre algo que le interesase.
Las sesiones no se prolongaban nunca hasta mas alla de medianoche. A las doce, Julio despedia al muchacho, el cual invariablemente se lanzaba escaleras abajo con la sensacion de haber aprendido algo.
Muchas veces su excitacion era tal que al llegar a su casa le resultaba imposible estudiar. Sentado en la cama, el libro de texto se le caia de las manos y se quedaba pensando en la teoria de la evasion o en la influencia de Norteamerica.
Por suerte, su padre estaba alli. Ignacio queria a su padre cada dia mas y se sentia incapaz de defraudarle. Ademas, sabia que en cualquier momento Matias llamaria a su puerta, entreabriendola, y asomando en pijama y zapatillas, le diria: «Recuerdos a Newton». O: «Los angulos de un triangulo…» ?Como no tener la luz encendida hasta una hora avanzada de la noche?
Si, muchas cosas nacian y morian en Ignacio. A veces el muchacho barria de su mente a Julio y el resto, y se dedicaba a pensar en la ciudad en que le tocaba vivir. Pensaba que Gerona le gustaba. No concebia la vida en un pueblo mas pequeno; pero tampoco en una gran ciudad. Era muy hermoso seguir la evolucion de los seres. Uno tenia la sensacion de tocar la vida con la mano. Algunas de las parejas que habia visto desde el balcon cuando lo del Seminario… ya tenian hijos. No conocia al hombre ni a la mujer, pero habia asistido al proceso de su expansion. Los habia visto cuando no eran nada, cuando eran simples dedos entrelazados a mediodia, bajo el sol; y ahora habian creado un nuevo ser. Los veia llevandolo en brazos o paseandole por las aceras en un cochecito. En una gran ciudad todo aquello no se vivia, los seres venian al mundo sin que se supiera de donde ni de quien. La poblacion aumentaba, aumentaba como si en ello intervinieran las maquinas; los pueblos pequenos ofrecian otras dificultades, Gerona se le antojaba la medida exacta. En un pueblo, los animales domesticos cobraban demasiada importancia y ello a Ignacio le causaba tambien verdadero espanto.
Estas cosas las echaba de menos en los libros de texto, especialmente en los de Ciencias. Mucho Newton y demasiados angulos y triangulos.
Aquello le llevaba a pensar que nunca seria ingeniero ni quimico. Tal vez abogado. La idea de defender a alguien le atraia poderosamente. Por desgracia, don Agustin Santillana le dijo un dia que en todos los pleitos defender a una de las partes implica atacar a la otra. Y aquello le habia desconcertado.
CAPITULO V
Mosen Alberto habia nacido en un pueblo de la provincia, Torroella de Montgri, de matrimonio modesto y solido, pequenos propietarios. Era la gloria de la familia. Mas bien alto, siempre impecable, su tonsura eclipsaba las demas de la localidad. Y, no obstante, todo el mundo al evocar su imagen le veia con sombrero de pelo liso, cuello almidonado, manteo cayendole con autoridad, zapatos de horma chata.
Lo mas claro que habia en el era la sonrisa. Cuando sonreia, inspiraba subita confianza, y mas de una persona que le tenia prevencion, al verle sonreir penso que a lo mejor era mas sencillo de lo que la gente andaba diciendo.
Fue vicario de Figueras, pero pronto obtuvo del Palacio Episcopal el nombramiento de conservador del Museo Diocesano. Vivia en el mismo Museo, en unas habitaciones inmensas, servido por dos hermanas que parecian gemelas, mujeres silenciosas, solicitas hasta lo inverosimil, que le trataban como si ya fuera canonigo. El las deslumbraba con sus libracos.
Era muy intolerante. Siempre hablaba «de los enemigos de la Iglesia». Distribuia el tiempo entre la misa, el Museo, la redaccion de catecismos y las visitas a diversas familias gerundenses. La unica familia no rentista y no catalana con la que hacia buenas migas era la familia Alvear.
Debia de tener mucha personalidad, pues, a pesar de contar con muchos adversarios dentro del mismo clero, siempre se salia con la suya. Con frecuencia, en el momento de la verdad, los adversarios se abstenian de perjudicarle y aun se ponian de su parte.
El Museo Diocesano era una institucion en la localidad. Su mayor riqueza consistia en unos retablos catalanes primitivos, varias casullas venerables, varios calices, las maderas de una gran coleccion de grabados al boj y una cama en la que habia dormido el beato Padre Claret. Estaba instalado en la Plaza Municipal, en un caseron historico que habia pertenecido a una familia de abolengo. Mosen Alberto daba la impresion de sentirse mas proximo a esta familia que a la suya propia, que continuaba viviendo en el pueblo.
Siempre tenia varios seminaristas a su servicio, cuyo estimulo alimentaba mostrandoles de vez en cuando algun secreto del Museo. Era un hombre convencido de que Gerona era una fuente de Historia y que bastaria un poco de sentido comun en las excavaciones para poner al descubierto muros sensacionales.
El obispo tenia en el mucha confianza y mas de una vez le habia ofrecido una de las tres parroquias de la localidad: Mercadal, San Felix o Catedral. Pero a ultima hora se decidia que continuara en el Museo y ocupandose en modernizar el sistema catequista de la Diocesis.
Estaba al corriente de toda la vida religiosa de la poblacion. Todos los conventos de monjas le consultaban sus dificultades, antes de atreverse a subir a Palacio. Para celebrar misa no tenia iglesia fija. A veces se iba a los