sigue, ?que duda cabe! Gil Robles tiene prestigio.

Jose medito un momento.

– Ya sabreis que el Partido lo fundaron los jesuitas, supongo…

Carmen Elgazu abrio los ojos, pero ante su asombro Matias asintio con la mayor naturalidad.

– Si, si, ya lo sabemos.

– ?Por que dices eso, Matias? -intervino la mujer.

Matias se volvio hacia Carmen Elgazu.

– Porque es lo cierto, mujer. Los jesuitas son los que aconsejan a Gil Robles.

Pilar intervino, inesperadamente.

– De eso, la Madre no ha dicho nada… -Todos se volvieron al oir su voz y ella sonrio con coqueteria.

Poco despues entraron Nuri, Maria y Asuncion, y Jose se disponia a darles detalles sobre la familia de Burgos. Pero entonces el timbre de la puerta volvio a sonar. Ignacio fue a abrir. ?Quien era? Matias y Carmen Elgazu reconocieron en seguida la voz de mosen Alberto.

– Es mosen Alberto… -informo Matias a su sobrino. Supuso que a Jose le divertiria tener un sacerdote tan cerca.

Pero no fue asi. Jose, al oir la palabra mosen, arrugo el entrecejo.

– ?Va a entrar aqui? -pregunto.

– Claro.

Se le veia dudar.

– Bueno… -dijo, con brusquedad-. Si me permitis me ire a mi habitacion a escribir unas cartas.

Y levantandose se dirigio al cuarto de Ignacio. En aquel momento mosen Alberto, que se habia quitado el manteo y el sombrero en el vestibulo, irrumpia en el pasillo, seguido de Ignacio, y se cruzo con Jose. Este le miro e hizo una casi imperceptible inclinacion de cabeza. Ignacio se disponia a presentarlos, pero en el acto comprendio que lo que buscaba Jose era evitarlo, pues ya abria la puerta del cuarto y se metia en el.

Todo el mundo presencio la escena. Carmen Elgazu no sabia que hacer ni que decir. Era la primera vez que en aquella casa se desairaba a un sacerdote.

Mosen Alberto quiso disimular. Entro en el comedor sonriendo. Matias dijo:

– Es… mi sobrino. -Hizo un gesto de impotencia-. Tiene su manera de pensar.

Mosen Alberto se miro la sotana.

– Ya lo veo. Parece que le damos miedo.

Carmen Elgazu intervino.

– ?Miedo el…? -Iba a anadir algo pero Matias le hizo un signo invitandola a tranquilizarse.

– Por lo demas -dijo-, es… un chico alegre. ?Vamos! Quiero decir amable y tal.

– No lo dudo, no lo dudo -asintio mosen Alberto en gesto que daba por zanjado el asunto-. Exactamente, ?que ideas tiene? -pregunto, en tono de simple curiosidad.

– Pues… ya se lo puede figurar -contesto Matias.

Ignacio preciso:

– Es anarquista.

– Ya…

Despues de un silencio, mosen Alberto pregunto, dirigiendose a Carmen Elgazu:

– ?Es el que intervino en Madrid en la quema de las iglesias?

Carmen Elgazu asintio con la cabeza.

– Asi es. -Y de repente anadio, como dispuesta a desahogarse-, ?Por desgracia! ?Me gustaria que le hablara usted delante de Ignacio! -prosiguio, decidida-. ?Me asusta pensar que van a salir ocho dias juntos!

– ?Ni una palabra! -exigio Matias repentinamente serio.

– ?Por que se ha encerrado en su cuarto de esa manera? -insistio Carmen.

– Eso… mosen ya conoce su oficio…

– Cierto -admitio el sacerdote.

Ignacio anadio, por su parte:

– Y hablarle delante de mi, ?por que?

Mosen Alberto le miro.

– Tu… ya eres mayorcito, ?no es eso?

– No tanto, pero en fin.

Nada podia mosen Alberto contra aquel sentimiento: Ignacio le sacaba de quicio. Nada del muchacho le caia en gracia. Sentia por el repugnancia fisica.

En realidad, este era su gran drama: con aterradora frecuencia sentia repugnancia fisica por las personas. Era algo extrano que le recorria la piel. A veces lo notaba cuando le besaban la mano, otras cuando en el confesionario el penitente se le acercaba demasiado. Otras al dar la Comunion.

– Es algo fisico, es algo fisico -se repetia a si mismo. Un medico lo atribuyo a disturbios gastricos. Otro le enseno un libro en el que se decia que el ejercicio prolongado de la castidad puede en ciertos casos producir estas reacciones.

Carmen Elgazu creia que era Ignacio quien le pinchaba. Por ello aquel dia sufrio horrores ante la actitud de Matias, quien le prohibia con la mirada empeorar las cosas.

Por suerte Nuri, Maria, Asuncion y Pilar entraron en tromba y despejaron la atmosfera. Mosen Alberto se tomo la taza de cafe «sereno» y dijo: «Bueno, ahora ya los he visto a ustedes», y discretamente se retiro.

CAPITULO X

El subdirector del Banco de Ignacio estaba convencido de que la CEDA obtendria mayoria absoluta en las proximas elecciones. De modo que todo cuanto hacia por el Partido lo hacia con uncion religiosa. Era un hombre tranquilo, de ojos bonachones, que, al igual que el cajero, no habia conseguido tener hijos. Ahora miraba a Gil Robles como a hijo suyo. Un hijo que le hubiera salido precoz, brillante. Los empleados se mofaban de el, aunque en el fondo le querian porque en el trabajo les daba facilidades.

A las seis y media Ignacio subio al piso en busca de Jose. Carmen Elgazu zurcia calcetines junto al balcon. Cuando estaba nerviosa, Ignacio se lo notaba en algo indefinible al clavar la aguja. Ignacio llamo a la habitacion de su primo y entro. Encontro a Jose medio desnudo, en slip, haciendo gimnasia ante el espejo.

– Anda, que es tarde. Tenemos que ir al mitin.

– Voy en seguida. Uno, dos, uno, dos.

– Estara lleno, ?comprendes?

– ?De veras? Uno, dos. Claro. Arriba, abajo, arriba, abajo.

– Sea lo que sea, hay que ir.

– Voy volando. ?No teneis ducha?

– Lo siento.

En diez minutos Jose estuvo preparado. Su traje azul marino, de anchos hombros; el pelo brillante, gran nudo de corbata.

Cuando salieron del cuarto fue en busca de Carmen Elgazu.

– ?Hasta luego, tia!

Carmen Elgazu levanto la cabeza.

– Id con Dios.

Cuando salieron a la calle se cruzaron con Pilar, que regresaba del colegio.

– ?Me comprais un helado?

– ?Hombre! -Jose echo mano a la cartera. Se acercaron al carro con tres capuchas que se habia instalado frente al Neutral.

– ?Un cucurucho para la senorita!

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