– Domino, ?eh? ?Toma! -y escupio en el suelo-. M… para ti y para ese. -Y se fue.

Jose continuaba arreglandose el nudo de la corbata. Ignacio estaba sobre ascuas. Era la primera vez que le dedicaban «aquello». Estaba furioso porque no se habia ofendido. Sin embargo, se sentia arrastrado por una carrera apasionante. Aunque, en realidad, ?que pasaba? La postura de Jose no habia quedado muy holgada. Claro que, tal vez fuera el quien tuviese razon. Si bien el otro parecia tener mas experiencia. En fin, aquello era vivir.

La gente estaba acostumbrada a interrupciones de aquel tipo en los mitines. Sin embargo, lo de Jose tuvo, al parecer, una gracia especial, pues al dia siguiente mucha gente hablaba de ello. El Democrata hizo varios comentarios jocosos, ridiculizando al orador. El Tradicionalista juzgo un exito que el unico obstructor hubiera resultado «un forastero menor de edad». Jose exclamo: «?Aqui envejeceria yo en menos de un mes!»

Matias Alvear e Ignacio tenian identico temor: que Carmen Elgazu se enterara de lo ocurrido. Era preciso no aludir para nada a ello. Durante la cena hablaron de la familia de Burgos, de la de Bilbao, y luego se repitio la escena del rosario, aunque esta vez Jose se quedo dormido como un tronco nada mas meterse en cama.

Pero a la manana siguiente Carmen Elgazu lo supo todo de pe a pa. Antes de las diez. Fue en la pescaderia donde la informaron.

– ?Merluza, dona Carmen?

La mujer noto algo raro en varias de las vendedoras.

– Pero ?que pasa?, ?por que me miran asi? -Finalmente, una de ellas, que le tenia gran simpatia, se lo conto.

– ?Virgen Santisima! ?Deme, deme la merluza!

– Hace usted muy buena compra, dona Carmen. Es del Cantabrico.

Carmen Elgazu regreso a casa desorientada. «?No puede ser! ?No puede ser! ?Y no me dijeron nada! ?Y esto tiene que durar una semana!» Estaba decidida a provocar un escandalo.

Por desgracia, en el piso ya no habia nadie. Jose se habia levantado en plena forma, sin acordarse en absoluto de lo ocurrido, y le habia propuesto a Ignacio ir a ver la parte moderna de Gerona.

Ignacio le habia seguido, comprendiendo que hay personas cuyos actos impiden pensar. Jose era una de ellas. A su lado era imposible ordenar las ideas, pues tomaba las decisiones mas bruscas e inesperadas.

Carmen Elgazu penso incluso en ir a Telegrafos y comunicar a Matias lo que habia decidido. Pero le parecio demasiado espectacular. Por lo demas, Matias se pondria furioso. ?Durante la cena se estuvo comiendo con los ojos a su sobrino! Cuan cierto era lo de los «resabios» de que hablaba mosen Alberto.

«Senor, Senor -pensaba Carmen Elgazu-. Dios me perdone, pero ojala le hubiera venido un calambre al tomar el billete en la estacion. ?Si es que tomo el billete!», exclamo para si.

Carmen Elgazu tampoco lo podia remediar: sentia repugnancia por varias personas. Toda la familia de su marido… Cuando los tenia cerca, no era la misma. A esto se referia cuando le decia a Ignacio: «?Yo perfecta? Tambien tengo mis celos y mis cosas, hijo». Ella habia dudado menos que mosen Alberto y se lo habia dicho al confesor habitual, un viejo canonigo de una paciencia infinita; y el canonigo le aconsejo: «No se torture, hija mia. Procure tener caridad. Contra esto… no podemos nada».

Ahora hubiera podido aprovecharse de esta ultima frase, que en cierto modo le daba carta blanca; pero no debia disgustar a Matias. Recordo que este, en Bilbao, tuvo mucha paciencia con sus hermanas, algunas de las cuales le ponian nervioso. Mientras hacia la cama de Jose, iba pensando: «Caridad». Pero consideraba que para Ignacio todo aquello no era bueno. Al hacer la cama de este, contemplo un momento su pijama. «?Ignacio!» Lo doblo con cuidado, con mucho cuidado, sintiendo que del de Jose se habia desprendido lo antes posible. «Contra esto no podemos nada. ?Que le voy a hacer!»

La maleta de Jose estaba alli. Sentia deseos de abrirla. Pero no lo hizo. Al regresar al comedor vio que el Sagrado Corazon, sentado en su trono, sostenia en la palma de la mano el globo que representaba el mundo. Habia una gran quietud matinal en toda la casa. Todo aquello la tranquilizo. «?Si Vos protegeis a mi hijo, Senor, me rio yo de la CEDA y de los mitines!» Luego penso que, en el fondo, cinco dias que faltaban no eran mucho.

Las andanzas de Ignacio y Jose eran diversas. Primero habian ido a la barberia. A la de Ignacio, situada en la arteria comercial de la ciudad, calle del Progreso. Los Costa, los jefes de Izquierda Catalana, la habian hecho prosperar. Arrastraron a mucha gente y ademas impusieron la moda de las lociones y de las propinas crecidas.

Alli tuvieron la gran sorpresa. El patron, al verlos entrar, lo reconocio en seguida: «Amigo, le reconozco a usted del mitin. Pida usted el masaje que quiera». Jose quedo estupefacto. «?Si, si, usted!» Ignacio solto una carcajada, divertido. «Curioso -penso- que un grito anticedista pueda valer un masaje.»

Aquello puso definitivamente de buen humor a Jose. Recorrieron la Gerona moderna, que a Jose le parecio espantosa. A las doce dijo, de repente: «Ahora me doy cuenta de que desde que sali de casa no les he mandado ni una postal».

– Mandales un telegrama -propuso Ignacio.

– ?Hombre! -exclamo Jose-. Es una idea. -Y alegres, pensando en Matias, echaron a andar hacia Telegrafos.

Matias no pudo atenderlos como hubiera deseado. Tenia mucho trabajo.

– Habra huelga -les dijo- y todo el mundo manda telegramas.

– ?Como huelga?

– Si. No se sabe si huelga general, o solo de la CNT.

CNT… Jose volvio a pensar en el Responsable. Lo mismo que Ignacio. A este le habia parecido que el gesto del jefe anarquista de pegarse, seco, en la mejilla, tuvo una gran dignidad. Todavia no habia digerido su encuentro rapidisimo con aquel personaje. Los ojos de acero del Responsable los tenia clavados en la memoria. Y su gorra calada hasta las cejas. Bajito, sin afeitar…

A Jose le hubiera gustado olfatear por Telegrafos y, sobre todo, por la Seccion de Correos. Le gustaba ver montones de cartas. Nunca habia comprendido por que la gente se escribia tanto. «Ya ves, yo todavia ni una postal.» Aquel pensamiento le envanecio tanto que decidio no mandar el telegrama. «?Nada! Cuando llegue, ya me veran.»

Matias se despidio de ellos.

Luego fueron a la Rambla comentando lo de la huelga. Ignacio ya habia oido hablar de ello. Los ferroviarios cobraban un salario infimo, y ademas habia habido varios despidos, al parecer injustificados. Lo mismo entre los camareros. Pero los camareros eran menos decididos y por otra parte pertenecian a la Union General de Trabajadores.

Jose le pregunto:

– ?Asi… que la CNT pita, a pesar de todo?

Ignacio no estaba muy bien informado, porque en el Banco le habian afiliado a la UGT. Pero desde luego el Responsable abria brecha. Tenia poca ayuda, al parecer, pero era de una tenacidad implacable. «Ya lo viste.»

Jose le pregunto:

– ?Y me dijiste que se reunen en un gimnasio?

– Si. Eso cuentan.

Ignacio le explico entonces que el cajero del Banco Arus vivia enfrente y siempre les contaba el pintoresco efecto que hacia ver a unos hombres muy serios, discutiendo de salarios y demas, rodeados de poleas, paralelas, cuerdas con anillos, etc.

– Si la sesion se prolonga -anadio- sin darse cuenta empiezan a utilizar los objetos. -Ignacio se animo hablando de ello-. Al parecer a veces terminan como si todos fueran atletas. El Responsable sentado en el potro y este haciendole dar tumbos, y sus hijas rubias haciendo biceps con dos bolas de hierro.

Jose tambien se divertia.

– ?Sus hijas tambien asisten a las reuniones?

– ?Como! No abandonan nunca a su padre.

– ?Caray! Como si dijeramos, una familia modelo…

– Es asi.

A Jose le entraron unas ganas inmensas de conocer todos los locales politicos de la ciudad.

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