– ?Vainilla o chocolate?
– Mitad y mitad.
En el camino, Jose dijo a su primo:
– ?Sabes que Pilar empieza a ser de buen ver?
Ignacio asintio.
– ?Si, es cierto! Me he dado cuenta ahora, viendola a lo lejos. Es curioso -anadio- lo que cambian las personas vistas de lejos.
El Teatro Albeniz estaba, efectivamente, lleno a rebosar, y todavia la Plaza de la Independencia era un hormiguero de gente. Grandes carteles, sensacion de juventud.
– ?Caray con los jesuitas! -comento Jose.
Entraron dando codazos, como todo el mundo. Tuvieron que instalarse en el pasillo central, de pie, presionados por la masa.
El aspecto del escenario era impresionante. Brillaban las banderas, la sonrisa optimista del jefe, don Santiago Estrada, las joyas de varias senoras de la presidencia y la calva del subdirector. Entre el publico se veia muy poca gente de la clase trabajadora. Burguesia y muchos jovenes del Partido, con brazaletes verdes en la manga.
Los preparativos era lo que mas gustaba a Ignacio. El silencio sepulcral que se hacia cuando el primer orador terminaba de sacar sus cuartillas y se disponia a hablar.
?El primer orador! Dijo que el programa social del Partido se inspiraba en las enciclicas papales y que su fuerza residia en la moralidad de los dirigentes.
– Por eso estais aqui en tan gran numero. Porque sabeis que los dirigentes de la CEDA son personas honradas.
Luego describio la incalificable demagogia de los gobernantes de la Republica. El fracaso de la Reforma Agraria. «Han dejado a los colonos sin creditos, sin elementos, sin nada. Muchos de ellos piden a sus antiguos propietarios volver a las condiciones de antes.» Describio la terrible campana antirreligiosa en todos los sectores de la sociedad. «Estamos gobernados por gentes que creen mas en Paris y Londres que en Espana, que van contra lo tradicional en la Patria. Se queman iglesias, se persigue a las Congregaciones, se prohibe la ensenanza religiosa, se implanta el divorcio. ?Todo eso es progreso! Y los quioscos y las barberias… y hasta los salones de espera de ciertos abogados populares estan llenos de revistas pornograficas.»
Luego hablo de los obreros. De la influencia del oficio sobre la mentalidad. «Un hombre sin oficio es un desgraciado -dijo-. Hay que dar un oficio a cada hombre y hacer que lo ame. Aumentar los salarios sin conseguir que los obreros amen su oficio, es no hacer nada.»
Todo bien, todo perfecto. Las ovaciones se sucedian. Ignacio recorria con la mirada toda la platea y los palcos en busca de gente conocida. Debia de haber muchos curiosos como ellos, pues vio a la Torre de Babel, surgiendo un palmo mas que los demas, y a Julio Garcia. Hasta el tercer orador no consiguio localizar a su padre, de pie en el pasillo lateral derecho, con el mismo aire satisfecho de quien asiste a una revista con combinaciones de luces.
– ?Senoras y senores! -empezo de pronto el cuarto orador, con voz dispuesta a levantar a las masas-. ?Es para mi un honor…!
El orador era un hombre experimentado, que comunicaba, por algo indefinible en el optimismo de su rostro, simpatia a la multitud. No decia nada, pero surtia efecto.
– ?Quereis prestaros al juego de las fuerzas marxistas y extranjerizantes que invaden nuestro suelo…?
– ?Nooooo…!
Luego pregunto, esta vez agitando las manos:
– ?Quereis una Patria prospera, justa y cristiana, donde…?
– ?Siiiii…!
La atmosfera se habia caldeado.
– ?Nosotros daremos a los ciudadanos…!
– ?Que les dareis? -grito, de pronto, una voz rotunda, que se impuso en la sala-. ?Un bombon?
Era la voz de Jose Alvear.
– ?O un pico y una pala?
El escandalo fue fenomenal. Silbidos, murmullos, todo el mundo se puso en pie. Matias Alvear miraba por todos lados, como si hubiera reconocido la voz. La Torre de Babel, erguido en primera fila, intentaba ver a traves de sus gafas ahumadas.
Jose sintio que una mano poderosa se posaba en su hombro izquierdo. Habituado a aquellos lances, con la barbilla dio un golpe rapido y seco a los dedos y luego dijo, con el rostro ladeado:
– Cuidado, nene… que esto quema…
El orador no se habia dado por vencido y agitaba sus brazos intentando reconquistar la atencion.
– ?No! -gritaba-. ?Nosotros no prometemos bombones! ?Es Largo Caballero quien los ha prometido, y no los ha dado! ?Es Azana quien los ha prometido! ?Para bombones, los de Casas Viejas…!
– ?Bravo…!
Un silbido escalofriante cruzo la sala. «?Fuera, fuera! ?Y Sanjurjo, que?»
Esta vez Jose no tenia nada que ver. Sin embargo, fue el quien recibio un punetazo en la cabeza. No fue gran cosa, pero lo suficiente para que el agresor recibiera una respuesta que justificaba el «uno, dos, arriba, abajo» de aquella tarde. Ignacio vio al agresor caerse desplomado: hubo un gran barullo. Mueras, vivas, nuevos gritos de ?fuera, fuera! De repente Ignacio distinguio a Julio, abriendose paso hacia ellos, acompanado de dos agentes. Jose, docilmente, se dejo expulsar del local. Ignacio le siguio a distancia.
Al llegar afuera, Julio dijo, dirigiendose a Ignacio:
– ?Es tu primo?
– Si.
– Manana le traes a tomar cafe. Ahora, andando. -Y dio media vuelta con los agentes.
– ?Que borregos! -comento Jose, componiendose el nudo de la corbata-. ?En Madrid hubieran salido cincuenta en mi ayuda!
– Aqui nadie te conoce…
– ?Que tiene que ver! -La cosa estaba clara. Armar camorra…
Disimulando, salio de un cafe un hombre bajito, sin afeitar, con las manos en los bolsillos, y fue acelerando el paso hasta alcanzarlos y ponerse a su lado.
– ?Mira! -exclamo Jose-. ?Ahora aparece el Responsable!
– Buen trabajo, camaradas -dijo este, guinando un ojo a Jose y a Ignacio.
– ?Si? ?Te ha gustado?
– Ese bombon lo llevaran en la tripa.
Jose se paro, y se quedo mirandole, moviendo la cabeza.
– Conque… ?en la tripa, eh? ?Y vosotros que? ?Tocando el violon?
– Un par de esas pildoras y van que chutan.
– ?Tu crees? -Y de repente le agarro por la solapa-. Y vosotros ?que! ?Mutis como ratas! Si me cortan el pescuezo, ?que pasa? Mala suerte, ?no es eso? ?Si estuvieramos en Madrid hablariamos con calma! -Y le solto.
El hombre bajito se irguio sobre sus pies. Sus ojos habian ido cobrando el color del acero, y los labios, apretados, le infundian una extrana expresion de energia. Por fin susurro, arrastrando con lentitud las silabas:
– Nada de ratas, ?me oyes…? ?Nada de ratas! Cuando tu mamabas, yo ya me habia jugado esto -y se pego a si mismo, seco, en la mejilla-. ?Aqui sabias muy bien que nadie te cortaria el pescuezo! Conque ?menos chillar!
– Pero el mitin continua.
– ?Y que? La CEDA no es peligro aqui. No voy a meterme entre rejas para darte gusto.
– Bonita excusa.
– Esta manana ya te cale. Un quinto. Cuatro gritos, y en Madrid ya os mandan de inspeccion. Aqui os querria yo ver… -continuo, volviendo a arrastrar las silabas- con tanto obispo y tanto obrero lamiendo al patron.
– Yo querria verte a ti en Madrid -contesto Jose-. Abres la boca y te encuentras con un chupinazo dentro. ?Aqui hay mucha confiteria, y por las noches todos jugais juntos al domino!