Ignacio se habia detenido en la acera del bar Cataluna, junto con unos futbolistas. Y de repente, vieron asomar un entierro por la plaza del Ayuntamiento, viniendo de la iglesia del Carmen. El monaguillo en vanguardia, con la cruz en alto. Detras del monaguillo seis sacerdotes cantando, perfectamente alineados. Luego los caballos engalanados, dos cocheros con sombrero de copa; y detras del feretro, solo, el hijo del muerto, al que seguia una larga comitiva, comitiva algo desordenada hacia el final.

Por el numero de sacerdotes y coronas y por la calidad de la madera del ataud, resultaba evidente que se trataba del entierro de alguien de categoria; sin embargo, los huelguistas abrieron sus lineas y todos se quitaron la gorra o la boina. Varios, al pasar el feretro, levantaron el puno.

Pero al hijo del muerto, muchacho de la edad de Ignacio, le acribillaron a miradas amarillas; aunque por fortuna el no lo advirtio.

– Hasta entre «fiambres» hay clases -barboto alguien-. Si pagas, mas curas y mas cocheros.

– Pero una vez en el hoyo, se acabo -contesto otro-. Cuando llueve, llueve.

– A mi que no me vengan con coronas.

– Yo si, yo querre una del Sindicato.

Pasado el entierro aparecio, acercandose por la orilla del rio, el Responsable. Le escoltaban sus dos hijas y un sobrino suyo, cojo, muy joven, que siempre llevaba un panuelo rojo en el cuello. Eran las once de la manana.

Ignacio le vio andar con su paso menudo, decidido, la misma gorra del dia del mitin, los mismos ojos de acero. Tenia algo de pequeno general vestido de paisano y recordo que se decia de el que habia aprendido a hipnotizar.

Ignacio no pudo resistir la tentacion de acercarse al grupo que se formo en torno de aquel. El contacto directo entre el jefe y los suyos le parecio un detalle honrado. Ignacio odiaba con toda su alma «los organizadores de revoluciones desde un despacho».

Tan ensimismado estaba, que no se dio cuenta de que una de las dos hijas del Responsable le habia clavado una banderita en la solapa, hasta que la chica hizo tintinear por tercera vez ante el una bolsa llena de calderilla.

– ?Ah, perdon! -se registro los bolsillos hasta dar con unas monedas.

El Responsable decia: «Tenemos que esperar». Y su sobrino, el cojo, muy joven, pero mucho mas alto que el, con eternas costras en los labios, se reia frotandose las nalgas con las manos.

Momentos despues Ignacio sintio que le tocaban en el hombro: era Jose, que llegaba con cara de sueno. Jose, despues de cenar, habia salido solo, sin dar explicaciones, y regresado muy tarde.

– ?Que pasa?, ?como esta eso? -pregunto.

Ignacio le dijo:

– No se. El Responsable acaba de llegar.

Jose echo una mirada de conjunto, con aire experimentado. Movio de arriba abajo la cabeza. Se le veia con ganas de actuar. Ignacio penso en la absoluta inutilidad de aquella discusion con Julio. Nadie convenceria a Jose. En cuanto veia costras en los labios de alguien, tambien empezaba a frotarse las nalgas.

Quedo perplejo al ver que, sin preambulos, Jose se abria paso entre los grupos.

– ?Jose…!

Jose no le oyo. En pocos segundos se planto audazmente frente al Responsable.

– ?Salud, camaradas! -dijo. Ignacio le habia seguido y pronto estuvo a su lado.

El Responsable, al ver a Jose, permanecio inmovil. El primo de Ignacio le sostuvo la mirada y le ofrecio la mano.

El Responsable dudaba. Miro a su gente, como consultandola. Pero muy pocos conocian a Jose, aunque todos estaban pendientes de la escena y algunos murmuraban su nombre.

Por fin el Responsable tomo una decision.

– Salud -dijo, y estrecho la mano a Jose, dando con aquel ademan por liquidado el asunto del mitin. Y acto seguido se la estrecho a Ignacio.

Jose no perdio tiempo en explicaciones.

– Parece que esto marcha -dijo.

– Si. La gente ha respondido.

– Salarios de paria, ?no es eso?

El Responsable tomo un pitillo que llevaba entre la gorra y la oreja. El Cojo se lo encendio.

– Hay ferroviarios padres de familia que cobran jornales de seis pesetas.

– ?Y las mujeres?

El Responsable lanzo por la nariz dos larguisimas columnas de humo, que bifurcaron hacia su pies, clavados en el suelo.

– ?Mujeres…? En la fabrica Soler, en la seccion de embalaje, las hay que cobran dos cincuenta y tres pesetas. Trabajando de pie las ocho horas; incluso estando embarazadas.

– ?Y como es posible que la UGT no haya colaborado?

El Responsable dijo:

– A esos un dia habra que arreglarles las cuentas.

– ?Dos cincuenta! -A Ignacio aquel dato le habia dejado sin respiracion.

– ?Hay una Comision nombrada?

– No. ?Para que? Hemos presentado nuestra propuesta.

– ?A la Inspeccion de Trabajo?

– Claro. Esperamos que nos llamen.

Jose dijo:

– ?Y si no aceptan…?

– Entonces -contesto el Responsable, enarcando las cejas-, veremos.

Jose miro a lo largo del puente. ?Que podria hacerse sin el apoyo de los demas sindicatos? Trescientos, cuatrocientos camaradas…

Mucha gente salia a los balcones y entraba de nuevo. Hacia las doce, empezaron a salir del Gobierno Civil patrullas de guardias de Asalto. A la vista de los uniformes, los huelguistas se miraron sin decir nada. Caia un sol aplastante, que daba vertigo.

Pasaron unos chavales repartiendo prospectos: «?Gran audicion de sardanas, a las doce!»

Oyose un rugido.

– ?Quietos! -ordeno el Responsable.

Exactamente frente al Club de los militares, unos empleados del municipio empezaron a instalar el tablado de los musicos.

Las sirenas de las fabricas que trabajaban dieron la hora, despidiendo a la gente. ?Todo el mundo a la Rambla!

La curiosidad los movia. Pasaban cerca de los huelguistas como diciendoles: «A ver, a ver si nos dais un espectaculo que valga la pena».

El Responsable se negaba a dar credito al anuncio de las sardanas. Ni siquiera en aquellos momentos, a pesar de ver que los musicos iban llegando, que se dirigian hacia el tablado llevando sus instrumentos.

– Dejadlos, dejadlos, no se atreveran -decia.

Jose no comprendia al Responsable.

– ?Como que no se atreveran? Soplaran como demonios.

Los curiosos iban dividiendose en dos mitades. Los que permanecian cerca de los huelguistas, mordiendose las unas, y los que se desentendian de ellos y se acercaban a los musicos dispuestos a bailar al primer soplo de la tenora. El cafe Neutral habia instalado en un santiamen dos docenas de mesas que fueron materialmente asaltadas.

El Responsable empezo a comprender que aquello iba en serio. Y a los cinco minutos se convencio de ello. La tenora tronaba en el espacio con alegria y fuerza desbordantes.

No hubo necesidad siquiera de dar la senal. Los huelguistas echaron a correr hacia el tablado capitaneados por Jose y el Responsable.

La mancha oscura de los monos azules eran tan intensa que la gente les abrio paso. Llegados alli, el Responsable ordeno a los musicos, sin preambulo:

– ?Fuera! ?Abajo!

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