Jose se puso en pie -llevaba una toalla en la frente- y dijo que ellos no estaban dispuestos a pedir adeptos como quien pide limosna, y que siempre que se tratase de una huelga justa se llevarian por delante cuantas coblas de sardanas se opusieran.
– Queremos que se nos escuche, eso es todo.
Matias no pudo reprimir una respuesta dura.
– ?Si por lo menos supierais lo que quereis! -dijo. Era la primera vez que el hombre censuraba la conducta de su sobrino.
La sorpresa de este fue total. Se puso muy nervioso buscando un cigarrillo.
Julio, entonces, tomo asiento. Se dirigio a Jose, a pesar de todo.
– Ya sabe usted que soy el primero en admitir que la huelga era justa. Pero lo que digo… es que la habeis llevado con los pies.
– ?Ah, si…?
– Naturalmente. -Luego anadio-: Lo que teniais que haber hecho era mandar subir al tablado de los musicos, de una manera pacifica, a los veinte obreros despedidos. Gorra en mano, a saludar a la multitud. -Ante el asombro de todos explico-: A la gente lo que la emociona es conocer directamente a las victimas, verlas de carne y hueso.
Jose se mordio los labios. La toalla empapada en agua fria le bailoteaba en la cabeza. Se disponia a barbotar algo, pero el desconocido de la herida en el menton intervino inesperadamente:
– Eso hubiera sido humillante.
El policia hizo otro gesto de impotencia.
– Pero eficaz.
Jose pego un punetazo en la mesa. Entonces sintio sobre si la mirada de Carmen Elgazu. Con un esfuerzo sobrehumano consiguio dominarse y, cruzando el comedor en dos zancadas, se retiro a su cuarto.
CAPITULO XI
Carmen Elgazu estaba indignada. El espectaculo que en la Rambla habia dado Jose la habia trastornado. No podia salir sin que le dijeran: «Caramba, dona Carmen, se ve que su familia tiene el genio vivo». Se estaba preguntando si podria resistir por mas tiempo semejante situacion.
Por fortuna, Jose parecio querer facilitar las cosas. A la hora de cenar no dijo nada, a la manana siguiente tampoco. Pero en cuanto vio que el chichon de la cabeza no era nada importante, decidio marcharse. Habia comprendido que la cosa se ponia mal. La visible hostilidad de Carmen Elgazu no le importaba; pero que su propio tio le dijera: «Si por lo menos supierais lo que quereis…»
Una cosa sentia: separarse de Ignacio. Le habia tomado afecto. Creia que habia en el madera de anarquista. Con muchos resabios que pulir, naturalmente, y una extrana soberbia personal. Seria necesario darle a leer mucho Bakunin y muchos Manuales Bergua. Y menos crucifijo en la cabecera de la cama… Pero, en fin, el chico sentia que el mundo era injusto y esto era un gran paso.
Pero era preciso marcharse. Esto les dijo a todos, a la hora de comer. Matias quedo perplejo. «?No quedamos que ocho dias? Todavia faltan dos…» No fue posible convencerle.
– Sentiria haberte molestado ayer, pero crei que era mi deber.
Ignacio tampoco consiguio nada.
– ?Nada, nada! ?Ahora vente tu por Madrid!
El tren salia a las cinco y media. Ignacio aprovecho aquellas tres horas para estar con su primo. Hablaron mucho, con gran cordialidad.
– ?Te veo casado con la nina esa del abogado!
– No lo creas.
Ignacio pregunto:
– ?Que haras ahora en Madrid?
– Como siempre.
– ?Trabajas en algo?
– Lo que cae.
Luego hablaron de la familia de Burgos, e Ignacio se entero de que
– Todo Burgos se hara socialista -rio Jose.
– ?Y el chico? -pregunto Ignacio.
– Pues… un poco tonto. Pero ya aprendera.
Matias le dio varios puros para su hermano Santiago. Carmen Elgazu le preparo una solida merienda. Pilar salio de las monjas media hora antes para poder darle un beso de despedida. La maleta extrana, de madera - rebajado su contenido- volvio a salir del cuarto y fue llevada a la estacion.
Antes que el tren arrancara, Matias dijo, con sorna:
– Recuerdos a mi cunada, la mecanografa.
Al arrancar el tren, Ignacio le grito:
– ?Escribe! ?Cuenta cosas de Madrid!
Jose estaba menos alegre que cuando llego. Era un sentimental. Le dolia irse. Hubiera vuelto a bajar.
– ?Si no fuera por tantos campanarios!
– ?Dejalos en paz!
Se oyo un silbido.
– ?Recuerdos a Cesar!
– ?De tu parte!
– ?Salud, salud!
– ?Adios, adios…! -El tren arranco y las manos se saludaron hasta perderse de vista.
Ignacio quedo solo. Apenas entro de nuevo en su casa, en su cuarto, y vio que la maleta de Jose habia desaparecido, asi como la botella de brillantina del lavabo y sus enseres de afeitar, se dio exacta cuenta de la realidad. Comprendio que la marcha de Jose significaba el termino de aquellas vacaciones extemporaneas. Se sintio situado de nuevo frente a la realidad de su vida: el Banco y la Academia.
Volveria al Banco, volveria a estudiar. Algo habia ocurrido, sin embargo. En la tarde del domingo, su soledad se hizo patente. Su primo le habia dejado huella. Tambien a el le habian dado, en cierto modo, un golpe en la cabeza.
Tanta tension le habia fatigado. Comprendio que su soledad era grande cuando despues de cenar paso un rato agradable contemplando un cuaderno de dibujo en colores que guardaba de cuando era chico: el prado verde, los tejados rojos. «?Por que diablos pinte yo de amarillo todas las ovejas?», comento en voz alta. Matias le contesto, con sorna: «La lana es oro, hijo, la lana es oro». Fue una velada lenta y magnifica, con Pilar dormida al lado, los codos sobre la mesa.
Al entrar en el Banco, el lunes, le recibieron con sonrisas alusivas. Y aquello duro varios dias. «Caray, uno de estos dias te vemos entrando a sangre y fuego en el Palacio Episcopal.» Le identificaban ex profeso con Jose. El subdirector no queria equivocos. «Nada, nada. Ya se que era tu primo y que le acompanaste por obligacion.» Luego anadia: «?Y que…? ?Te gusto el primer orador?»
Le entro el sarampion del cine. Queria ver peliculas del Oeste. Se evadia en la grupa de los caballos y deseaba con toda el alma el triunfo del
Entre las personas que le identificaban con Jose, se contaban evidentemente el Responsable y su sequito. Al encontrarle por la calle, le saludaban como amigo. Con cierto agradecimiento incluso, o por lo menos lo parecia; porque la huelga habia sido un fracaso. Los ferroviarios habian vuelto a sus martillos y las tres empresas habian vuelto a abrir sin que el Inspector de Trabajo hubiera accedido a las peticiones del personal. Especialmente Blasco, el «limpia» del bar Cataluna, y el Cojo, que todo el dia iba de aca para alla, le trataban como a un amigo.