hacerlo!
Ignacio y Cesar fueron a despedirlos a la estacion. Matias, en la ventanilla del tren, tenia gesto de hombre responsable de un batallon. Carmen Elgazu se habia negado rotundamente a ponerse un panuelo en la cabeza atado a la barbilla. «Cuidaos, hijos, cuidaos. A mi no me gusta marcharme sin vosotros.» Pilar no se retiro al interior del coche hasta mitad del trayecto.
Ignacio y Cesar quedaron solos. Ignacio trabajaba en el Banco solo de ocho a dos, de manera que las tardes las tenia libres. Jornada intensiva, exito exclusivo de la UGT. A Cesar, mosen Alberto le habia encargado de la vigilancia del Museo y alla se iria, esperando turistas, hasta las cinco de la tarde, en que las dos sirvientas le presentarian ?imposible rehusar! el chocolate y los picatostes, y luego podria ir a la calle de la Barca a afeitar y dar clase.
Carmen Elgazu habia llegado a un acuerdo con una vecina para que en su ausencia cuidara de los dos chicos, especialmente comida y lavado de ropa. «Las camas se las haran ellos mismos. Y que barran tambien el piso, ?que caramba! En todo caso, el sabado da usted un repaso a los metales y al suelo.»
– ?Y los cristales, dona Carmen?
– ?Los cristales…? ?Que los limpie Ignacio!
A los dos hermanos se
Ignacio, aun cuando el periodico y
Aquella era una jocosa y muy frecuente escena. Cesar, de repente, se ponia a estornudar. Y soltaba cuatro, cinco, seis y hasta ocho estornudos seguidos. Pero unos estornudos breves, raquiticos, fracasados. «?Jesus, Jesus, Jesus…!» Al terminar, alzaba
Ignacio tuvo que ponerse muy serio para que su hermano le permitiera limpiar los cristales. «Deja, deja, ya lo hare yo.» Ignacio se nego rotundamente. «Tu, a barrer, que lo haces muy bien.» Y era cierto. A Ignacio le encantaba ver como barria Cesar. La practica adquirida en el Collell, con las cuarenta celdas diarias, no habia sido baldia. Asia la escoba por la parte mas elevada del mango y apenas la levantaba del suelo. Avanzaba con rapidez increible, en pequenas y ritmicas sacudidas. La vecina quedaba maravillada. «Si lo hace mejor que yo…» Cesar explicaba que, acostumbrado a barrer la terraza del Collell, de ladrillos rojos, barrer aquella soleria era lo mas facil del mundo.
Un dia decidieron hacerse la comida. Cesar pelo las patatas, Ignacio las freiria. Uno y otro querian freir los huevos. «?Lo haremos a cara o cruz! No, no, mejor que cada cual se fria el suyo.»
El de Ignacio quedo precioso. Una aureola blanca, orlada de oro, y la yema amarilla, impecable, en el centro. A Cesar no se le revento el suyo, pero habiendo utilizado el mismo aceite que Ignacio, se le ensucio; se le ennegrecieron el huevo y el plato. Pero lo comieron muy a gusto, frente por frente, riendose como benditos al mojar en el el pan. El piso era ancho, enorme para los dos. Les parecia que habian zonas inexploradas. Un dia Ignacio propuso: «?Por que no vamos durmiendo en camas distintas? Hoy duermes tu en la mia y yo duermo en la de Pilar. Manana yo en la de Pilar y tu duermes en la…» No, les fue imposible. Uno y otro pudieron dormir en la de Pilar, aun cuando a Cesar le dio gran angustia, como si fuera sacrilegio, un pecado. Lo hizo para que Ignacio no le tildara de timorato o para que no le dijera como otras veces que los escrupulos le volverian loco; pero en la de sus padres… imposible. Solo al decirlo sintieron como un nudo en la garganta. Y luego, al entrar Ignacio en la alcoba y encontrarse ante el robusto y tibio lecho matrimonial, se sintio poseido de tal respeto, que tuvo que retroceder.
En cambio, una tarde en que se quedo solo paso revista al armario de luna de la alcoba de sus padres. Vio viejos sombreros de Matias Alvear, todos con la forma de su cabeza, con algo ironico que habia impreso en ellos la presion de sus dedos. ?Luego descubrio, en un tubo de carton, el diploma de la Primera Comunion de Carmen Elgazu! Firmado en Bilbao, en 1903… El nombre, en letra redondilla, todo con una patina de comienzos de siglo que recordaba el estilo pictorico de la flamante Escuela Gerundense.
Ignacio supuso que Cesar experimentaria una emocion fortisima al ver aquel diploma, con su ilustracion, que representaba una nina vestida de blanco -Carmen Elgazu- arrodillada en el altar, con Jesus en persona dandole la comunion y dos angeles sosteniendo uno la palmatoria, el otro la patena. Y sin embargo… metio otra vez el diploma en el tubo de carton y lo dejo en su sitio. No sabia por que, pero algo indefinible le impelia a privar a su hermano de aquel gusto. Al cerrar el armario se vio en el espejo llevando aun uno de los sombreros de su padre. Entonces se atuso el naciente bigote. Le parecio que acababa de cometer una villania. «Se lo ensenare -se dijo-, se lo ensenare. ?Por que diablos sere tan complicado?»
Luego descubrio postales que Matias Alvear escribia a Carmen Elgazu cuando eran novios. Fechadas en Madrid, 1913, 1914… «Claro, claro, todavia yo no habia nacido…» Ignacio recordo que cuando nino este pensamiento le habia preocupado con frecuencia: que sus padres no los hubieran conocido ni a el, ni a Cesar ni a Pilar… desde siempre. ?Como pudieron vivir? Aquel dia se dijo que el tambien tendria probablemente hijos un dia y que tampoco los conocia. Y penso en Cosme Vila: «Yo quiero tener un hijo». El hijo de Cosme Vila… ?tendria alguna vez diploma de Primera Comunion? Fueron jornadas de rara intensidad. La soledad parecia conducir los pensamientos hacia algo hondo y secreto, no perceptible en medio de la agitacion cotidiana. Alguna vez, en el Seminario, Ignacio habia experimentado aquella sensacion. Cuando el dia moria, tras las montanas de Rocacorba, en una apoteosis de rosa y rojo y nubes aureas, Ignacio se subia a la azotea para verlo. Y con frecuencia, al acercarse a la barandilla que daba a la Rambla, veia llegar, diminuto, andando con los pies separados, a Cesar, con el estuche de afeitar bajo el brazo. Nunca mas le diria que debia pensar en los pobres… Luego Cesar le contaba. Sobre todo de los chicos. Pero tambien le hablaba de una mujer. La hija de Fermin le pidio que cortara el pelo al rape a una mujer joven que tenia el tifus. Cesar recibio una impresion profunda al descubrir su nuca, sus sienes, el realismo indescriptible de su craneo. Era una mujer bonita, que luego, al mirarse en el espejo, se puso a llorar. Cesar barrio los cabellos con mucho cuidado… Y despues de cenar salian al balcon. Era la hora preferida por uno y otro. Habia noches en que el cielo se extendia tan rutilante y esplendido sobre los tejados, que los dos muchachos permanecian callados porque las palabras hubieran roto el encanto. Noches en que entre estrella y estrella se presentia la oscuridad insondable, el ignoto abismo planetario. De la Rambla ascendian mil olores, los faroles estaban sonolientos. El baston del vigilante tenia una sonoridad concreta, de emperador de la noche. Pasaba gente extrana, amigos y desconocidos. El cajero del Banco, del brazo de su gruesa mujer, un panadero en camiseta, la hija del Responsable con su sargento, besuqueandose. ?Y los del ajedrez, inconmovibles! Y Cesar despidiendose de pronto para irse a la cama, para cumplir la orden paterna de dormir diez horas diarias.
?Valgame Dios! Los ultimos dias de agosto senalaron el retorno de los desertores. De los peregrinos del jubileo, de Julio Garcia, ?de Matias Alvear, Carmen Elgazu y Pilar!
Hubo abrazos a granel, exclamaciones, apertura de maletas.
– ?Contad, contad! ?Mama, cuentanos!
Matias dijo:
– ?No espereis que abra la boca! Paso demasiado miedo.
– ?Miedo yo?
– ?Ah, no…? Escuchad bien. Metia un pie, luego otro… y luego retrocedia con los dos.
La mujer exclamo: -?Ay, hijos! ?Creeis que estoy para esos trotes?
A Ignacio le entusiasmo la situacion.
– Pero… ?que traje de bano llevabas, mama?
– Negro y muy decente -contesto ella, simulando naturalidad-. Uno muy bonito, ?verdad, Pilar?