entender que las raices de su gozosa adhesion a la revolucion proletaria estaban ahi: mas conmocion sismica, mas facilidades para la vida desordenada y, sobre todo, mas impunidad. Ignacio admiraba el esfuerzo de David y Olga para, entre leccion y leccion, elevar su entendimiento. En algunas ocasiones lo conseguian, pero al salir a la calle se veia que todo habia quedado lo mismo.
Los maestros se movian en su mundo con un aplomo que era muy dificil no admirar. A sus alumnos de ensenanza primaria -veinte ninos y quince ninas- los tenian absolutamente embebidos, por lo menos durante las clases. Lo mismo que lo estaba Ignacio, cuando David, sin dejar de hablar, se paseaba de un extremo a otro de la clase con las manos a la espalda o cuando Olga le miraba con una sonrisa apretada, alisandose lentamente los cortos cabellos.
Continuamente los comparaba con Julio y le parecian mucho mas sinceros, o por lo menos mas espontaneos. Al igual que el subdirector, los maestros tambien encarnaban su doctrina. Ante ellos uno no solo veia la escalera, sino que la vivia, y la respiraba. Claro que Julio decia siempre: «Los jovenes confundis la ingenuidad con la sinceridad». Pero era innegable que David y Olga adaptaron sus actos a sus convicciones. Siempre iban juntos, todo lo hacian juntos, no se separaban jamas, como ejemplo vivo de la solidaridad humana que preconizaban.
La escuela estaba situada casi en las afueras, siguiendo la calle en que vivia el Responsable y remontando el Onar. Los muros eran blancos lo mismo los de la escuela que los de la vivienda, y el jardin cuidado con esmero. Era conocida por Escuela Libre. Las chicas del barrio imitaban a Olga y se ponian jersey alto y en verano sandalias. Algun domingo, los maestros entraban a su casa, bailaban un par de piezas, se tomaban una gaseosa y se volvian a estudiar. Los alumnos, al verlos por la calle, acudian a saludarlos.
David y Olga parecian preferir la amistad de la gente humilde a la de personas de importancia con las que sin duda alguna hubieran podido codearse. Solo de vez en cuando se relacionaban con el catedratico Morales, hombre extrano que vivia solo en un quinto piso; y luego con los arquitectos Massana y Ribas, en Estat Catala. David y Olga pertenecian a Estat Catala. Y alla iban todos los sabados por la noche, a oir tocar el piano o a hablar de arquitectura o de libros.
«A nosotros nos gusta la gente normal, la gente que tiene defectos», le decia David a Ignacio. Olga anadio un dia que las personas capaces de dejarla plantada a mitad de la conversacion y empezar a elevarse del suelo con un circulo luminoso alrededor de la cabeza, le inspiraban gran recelo.
A Ignacio no se le escapo la alusion a Cesar y aquel dia salio algo molesto. Sus companeros de curso se rieron de el, porque se tomaba aquello en serio.
– Hay que vivir la vida -decian siempre.
Para Ignacio vivir la vida era precisamente tomarse aquellas cosas en serio; pero ellos opinaban de otra forma. No cesaban de hablar de las postales que vendian los «limpias», aludian constantemente a la virilidad y aseguraban que nada hay tan poetico como una buena chavala.
– ?Traeme una buena chavalina y te regalo la Diada!
En la vida que llevaban aquellos chicos habia algo que a Ignacio le habia picado siempre la curiosidad: una llamada buhardilla a que siempre hacian referencia. Por lo visto era su secreto, su entorchado. Debia de estar instalada muy cerca de la escuela, pues iban y venian con suma facilidad.
Muchas veces le habian invitado a subir a ella y se habia negado siempre, por instintivo temor. Ignacio, a pesar del Banco, de Julio Garcia, de David, de Olga y de todo, continuaba acariciando en su interior varias reliquias: el amor a la familia, la castidad. Eso ultimo era muy importante para el. Sentia que mientras esto se conservara incolume, ninguna pieza maestra de su edificio espiritual se vendria abajo. Tentaciones las tenia por docenas y nunca olvidaria lo que tuvo que luchar aquel verano, precisamente en los dias en que quedo solo con Cesar. Las revistas en la barberia, plagadas de escenas de las playas, se le habian ofrecido con fuerza casi irresistible. Pero habia vencido con solo el pensamiento de que luego tendria que enfrentarse con su hermano.
Ahora le ocurria lo mismo pensando en Pilar. Su hermana era tan pura, a pesar de su picardia, de sus regateos con las amigas y de que mirara tambien por el ojo de la cerradura, que queria poder darle un beso cuando tuviera ganas de hacerlo, sin tener la sensacion de que a la chica le quedaba senal.
Y, sin embargo, tampoco podia huir de sus companeros de curso ni hacerse el salvaje. Ademas de que les tenia sincero aprecio, dado que intentaban remontar el origen humilde de sus familias estudiando bachillerato. Asi que acabo aceptando la invitacion de estos a subir a la buhardilla.
A ciencia cierta, no tenia idea de lo que encontraria alla arriba. Los tres muchachos eran capaces de cualquier cosa, de todo lo bueno y de todo lo malo. Tambien podia ser algo digno de locos, de esa edad en que la clandestinidad dispara la imaginacion hacia mundos monstruosos. Podia ser humoristico, podia ser macabro.
La casa se hallaba a doscientos metros escasos de la escuela, y la escalera estaba oscura.
– Es aqui -dijeron. Y penetraron en ella.
– Tu, siguenos… -le ordenaron-. Subiremos, entraremos, y en cuando estemos todos dentro encenderemos la luz. Asi te hara mayor efecto. Ignacio obedecio. Iba el ultimo de los cuatro. La escalera crujia bajo sus pies, pues era de madera. Hacian gran ruido. A tientas dio con la puerta y en el acto tuvo la sensacion de que se encontraba en una habitacion inmensa. Sin embargo, no veia nada.
De pronto, estallo la luz. Y el muchacho recibio en la retina una impresion imborrable. Cuatro paredes blancas, abarrotadas de laminas sin nombre. Eran fotografias de mujeres desnudas, arrancadas del semanario
Los tres muchachos soltaron una carcajada, pues ya esperaban el desconcierto de Ignacio.
La primera intencion de este fue huir. Pero le parecio que se reirian de el toda la vida. Afecto naturalidad. Y, sin embargo, el descubrimiento de la mujer desnuda le recorrio la columna vertebral. Eran figuras de cuerpo entero en actitudes de falso pudor. De un tono dorado, litograficamente bastante imperfecto. Por fin, dijo:
– Bueno… yo no discuto eso, pero valia la pena haberme advertido. Y salio.
Y mientras bajaba la escalera sentia en su espiritu una gran turbacion. ?Por que todo aquello, ahora que ya el verano habia pasado? Al alcanzar el aire libre respiro hondo. Sentia no tener tabaco para poder fumar. El camino era largo, se oia el rumor del rio. Penso en la noche en que en el Seminario cedio, penso en el padre Anselmo. Y casi lo que mas dolorosamente resonaba en sus oidos era la carcajada estupida, extemporanea, de sus companeros.
?Que ocurria en el cuerpo del hombre, que tan imperiosamente tendia al exceso? ?Por que la gente se empenaba en no dejar su cuerpo tranquilo? La barberia, los del Banco, la Torre de Babel, diciendole cada dos por tres: «El dia que quieras yo te acompanare…» David y Olga distinguiendo entre vicio y las exigencias de la naturaleza.
Al llegar a su casa, todos habian cenado. Carmen Elgazu le miro inquisitivamente. Pilar, rendida de sueno, se habia quedado dormida, esperandole.
Cesar le habia dicho un dia que para el el Misterio mas grande era el de la Resurreccion. Ignacio creia en el Espiritu Santo. Muchas veces habia experimentado su intervencion directa, precisa, sobre su cabeza. Una lengua de algo que descendia sobre el salvandole de un peligro. A veces le parecia que podria andar entre abismos y que si pedia ayuda al Espiritu Santo, llegaria al otro lado con las manos en los bolsillos, silbando.
Al dia siguiente de la escena en la buhardilla, a media manana, en el Banco, penso en ello con mas intensidad que nunca. Porque las laminas de las paredes se mezclaban en su mesa -seccion de Impagados- entre los nombres de los comerciantes que no podian pagar las mercancias, y al oir la voz de su companero que iba canturreando: «Otro que se va a caer con todo el equipo… Y otro… y otro…», el iba pensando:
Y, no obstante, llego el aviso. De pronto oyo a su espalda los pasos del subdirector. En el acto tuvo la impresion de que se le dirigia para comunicarle algo importante. El subdirector le queria mucho y siempre le enteraba de lo que suponia interesante para el. Ignacio se pregunto: «?La CEDA…? ?Aumento de salario…?»
Pero no fue nada de eso. El subdirector extendio
ERNESTO ORIOL, DE 18 ANOS, HA ENTREGADO SU ALMA AL SENOR
?Su companero de billar! Ignacio se levanto y quedo como yerto. Volvio a leer la esquela, miro al subdirector. Este le sostuvo la mirada con una expresion comprensiva y dolorosa. ?Que habia ocurrido? Nada, todo, un hecho corriente y elemental. El muchacho sutil y magnifico que pocos dias antes le habia dicho: «Me gusta que seas asi.