ausencia, que era un hueco, disolvia el recuerdo con mas rapidez que la tierra el cuerpo.

Y a pesar de todo, continuo creyendo en el Espiritu Santo. Porque no solo intento salvarle antes de la caida, sino que luego le incitaba al arrepentimiento. Por un camino extrano: el de situarle ante la alegria, con la sensacion de no merecerla. Porque le ocurria algo singular: no podia abrir la boca sin que los demas se echaran a reir. No acertaba a explicarselo, pero era asi. Por lo visto, de repente habia adquirido gracia por arrobas, tal vez a causa de su aparente seriedad. En el Banco, en todas partes. Pronunciaba frases sencillas y corrientes, y veian que su interlocutor se quedaba mirandole y soltaba una carcajada. «?Caray, chico -le decia el cajero-, que bien te han sentado las elecciones!»

Ignacio no comprendia, pero era asi. Se constituyo en el contrapeso del pesimismo que sin el hubiera invadido el Banco, por haber visto denegadas sus bases de trabajo… Los hacia reir, porque a la larga acabo contagiandose, algo halagado. Acabo inventando formas extranas de humor.

– ?A ver! -preguntaba a Padrosa-. ?Una palabra que fume un puro!

– ?Que fume puro…?

– Si. ?Rimbombante! -decia Ignacio.

Todos se reian. La Torre de Babel exclamaba: «?Rimbombante!» Es verdad. -Reflexionaba, representandose graficamente la palabra-. Fuma un puro.

Cosme Vila no era insensible al humor de Ignacio. Incluso invento alguna palabra, que a su entender, llevaba bigote, bigote, como Raimundo: «Tufo».

– Cierto -admitio Ignacio-. Es por la efe.

Ignacio acabo mirandose en el espejo para ver que diablos tenia en sus facciones que hiciera reir a los demas; y no vio sino unas ojeras algo mas pronunciadas que de ordinario.

A los unicos que no conseguia divertir, por lo visto, era a mosen Alberto y a David y Olga… A mosen Alberto porque, ocupado con el Museo -las nuevas autoridades municipales habian votado una subvencion- siempre andaba atareado y con mil cosas en la cabeza; a David y Olga porque, en realidad, se habian impresionado mas que los demas con el reves politico, hasta el punto que al oir la Marcha Funebre le habian dicho al arquitecto Ribas: «?Hombre, no comprendemos que tomeis todo esto tan a la ligera!»

A Ignacio le parecia que los maestros exageraban un poco y que la vida tenia otros recursos. Sospechaba que uno y otro eran mas vulnerables de lo que en momentos de euforia daban a entender. Los tres companeros de curso de Ignacio compartian la opinion de este. Continuaban diciendo: «Hay que vivir la vida». Pero a estos Ignacio los escuchaba muy poco, pues la jugada de la buhardilla no se la perdonaria jamas. En realidad, le daban un poco de asco.

David y Olga le decian:

– Pero… ?no te das cuenta? ?Gil Robles en el poder?

Ignacio se daba cuenta. E intuia que el nuevo botones del Banco Arus tendria que poner mucho serrin a la entrada y que los viajantes que llegaban a Gerona abrumados bajo su muestrario, conseguirian pocas notas. Se volveria a la rutina de siempre: el dinero estancado. ?Pobre camarero del Neutral! Adios viaje a Estambul, a Vladivostok…

A decir verdad, habia razones para preocuparse. En el Banco habian hecho un prestamo a un comerciante de la calle de la Barca para que pudiera vender juguetes para Reyes, y vendio un mecano y dos caballos de carton. Y una nariz con gafas de alambre. Nada mas. ?Que les trajeron los Reyes a los demas ninos? ?A los que Cesar ensenaba, a los que chapoteaban en el rio? ?Que les traerian el ano proximo? Otro mecano, otros dos caballos de carton, otra nariz…

Si uno se ponia a pensar en aquello…

David y Olga habian perdido, de momento, las ganas de trabajar. Despues de la jornada se sentaban ante la estufa comentando la evolucion de los acontecimientos. Censuraban especialmente el tono en que «La Voz de Alerta» escribia en El Tradicionalista. «Se aprovecha, se aprovecha.» Al parecer, habia hecho alusion a su escuela, llamandola centro experimental y cosas peores. Tambien decian que el caballo del comandante Martinez de Soria parecia haberse aduenado de la Dehesa. «Vayas a la hora que vayas, oiras el trap-trap, trap-trap.»

Ignacio apenas conocia a los dos personajes. El dentista le era antipatico por las sortijas y por algo indefinible que tenia en la sonrisa. Una boca apretada, afilada, sensual. Nunca hubiera prestado un centimo a un comerciantes de la calle de la Barca para que vendiera juguetes. El comandante siempre le habia impresionado por su estatura y por su nariz borbonica. Asi como por la naturalidad de sus movimientos. Y tanto como el le impresionaban su esposa y su hija, esta de la edad de Pilar. Las dos mujeres andaban siempre juntas, silenciosas y aristocraticamente vestidas de negro. Miraban escaparates, cruzaban la Rambla, entraban en una iglesia. Parecian tan inseparables como los campanarios de San Felix y la Catedral. O como las palabras de Ignacio y el regocijo de los empleados del Banco.

Ignacio se iba dando cuenta de que la gente proporcionaba sorpresas. Nunca habia dudado de ello porque… ?se daba tantas a si mismo! No obstante, en aquel mes de enero tuvo menos motivos de reflexion.

En primer lugar, el vicario de San Felix, aquel cura bajito y con el sombrero hasta las cejas al que tanto habia admirado siempre, aun sin hablar nunca con el, desaparecio de la ciudad. Mosen Alberto explico a la familia Alvear:

– Pues si… Se ha ido a la leproseria de Fontilles.

Carmen Elgazu junto las manos con admiracion, Matias parecio que se tragaba algo, Pilar busco en vano sus trenzas para tirar de ellas, e Ignacio hizo lo de siempre en estos casos: se paso la mano por el encrespado cabello.

Era lo de siempre: una palabra que de pronto brincaba en la vida ante el, tomando volumen; un dia era la palabra comunismo, otro la palabra mujer o la palabra muerte; ahora la palabra lepra.

Ignacio habia oido hablar poco de la lepra. Un dia Cesar le conto algo sobre unos misioneros en una isla, en Molokai; pero todo ello le habia parecido siempre lejano, o perteneciente a un mundo aparte. Y he aqui que ahora resultaba que a menos de seiscientos kilometros de Gerona habia una leproseria y personas que consagraban a ella sus vidas; que, en vez de expulsar a los leprosos hacia algun bosque, colgandoles una campana en el cuello, se les acercaban y los cuidaban. Y que aquel vicario bajito era una de esas personas.

Mosen Alberto habia dicho:

– Llevaba mucho tiempo solicitandolo; por fin lo ha conseguido. – Y se veia que el sacerdote estaba verdaderamente impresionado, pues habia sido mas o menos director espiritual del vicario.

Otra de las personas que le dio una gran sorpresa fue la Torre de Babel. Ignacio, de repente, se entero de que su companero de trabajo iba con mucha frecuencia al manicomio que habia en las afueras de Gerona, en un pueblo llamado Salt, y que habia dado cinco veces sangre en el Hospital Provincial, que dirigia el doctor Rossello.

Ignacio se sintio abrumado por aquellas acciones que llevaba a cabo la gente. «?Caray, caray!», repetia, al apagar la luz e introducirse bajo las sabanas.

La Torre de Babel le dijo:

– Todavia te sorprenderia mas saber quien esta en el manicomio.

– ?Quien?

– La mujer del Responsable.

– ?Como…?

– Asi es.

El empleado, alto, con gafas ahumadas y tartamudo, le dio detalles. Al hablar de aquellas cosas parecia transformado. Le dijo que el Responsable no dejaba de ir un solo domingo a ver a su mujer, lo mismo que sus hijas.

– Para ellos es tan sagrado como para ti ir a misa.

A Ignacio le mordia la curiosidad. Todo aquello era inesperado.

– Y ella… ?los reconoce?

– ?Ni hablar! -La Torre de Babel prosiguio-: Es un caso muy extrano. Dicen que se volvio loca un dia en que su marido intentaba hipnotizarla, cuando estudiaba este asunto. Pero los practicantes me contaron que no, que es un caso hereditario.

Viendo el interes de Ignacio, propuso, con naturalidad:

– En fin. Si te interesa visitar aquello, me lo dices y un dia vamos juntos.

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