Ignacio acepto. Acepto en el acto. Por lo demas, precisamente la Psicologia le tenia obsesionado. Por cierto que David y Olga tenian fe ciega en el porvenir del psicoanalisis. La Torre de Babel parecia dudar del sistema, lo mismo que el comandante Martinez de Soria. El comandante Martinez de Soria para curar complejos proponia la disciplina del cuartel.

La visita al manicomio se realizo. Y constituyo una gran experiencia para Ignacio. Salio de ella muy satisfecho de haber visto todo aquello. Conocio al amigo que la Torre de Babel tenia alli, un enfermero que primero los acompano por el jardin donde estaban los locos inofensivos: gente que parecia normal, tal vez algo abatida, la mayoria con un punto de raquitiquez; otros, por el contrario, dando una monstruosa impresion de fuerza. Algunos, de repente, se levantaban y empezaban a dar vueltas por el patio; otros permanecian sentados mirandose las manos con fijeza. Una mujer se pasaba las horas palpando los troncos y riendo.

Al entrar en el inmenso edificio del fondo, Ignacio reconocio, en, un pasillo, al patron del Cocodrilo. El hombre tenia una hija alli que solo sabia decir: «Bo, bo…» Cuando veia a su padre cada domingo se arreglaba un poco el pelo y le llamaba «Bo, bo…»

El enfermero les permitio ver a traves de las mirillas de las puertas casos escalofriantes en celdas individuales. Hombres de craneo infrahumano, otros que hacian muecas continuamente, sin parar. Lo tragico era la familiaridad con que el practicante hablaba de ellos y los comentarios humoristicos que de paso iba haciendo.

En un rincon, rezando el Rosario, una mujer prematuramente envejecida. Cuando llegaba al final de las cuentas, besaba la cruz y volvia a empezar. El enfermero les aseguro que al llegar tenia una cara horrible y que despues le iba ganando una expresion de gran dulzura y beatitud. Pasaba las cuentas incluso mientras dormia. Dijo:

– Todos los domingos vienen su marido y sus dos hijas a verla, pero no los reconoce. Solo una vez se quedo mirandolos, pero en el acto continuo su rezo.

Ignacio no queria moverse de alli. Recibio una impresion profunda. «?Que misterio. Senor!»

Pero el enfermero no les daba tiempo a reflexionar. Nuevos casos, nuevas celdas. Y les explicaba que a veces era preciso pegarles y que tenian un medico joven que era un barbaro, que no hacia mas que experimentar con los enfermos aplicandoles extranos aparatos de su invencion.

Ignacio descubrio al oir aquello que el enfermero queria a los reclusos mas de lo que sus bromas pudieran dar a entender. AI doblar uno de los pasillos aparecio una mujer que se tocaba la barriga. «?Que, todavia no…?», gritaba, mirando al techo. Llevaba anos preguntando lo mismo y nadie supo nunca a que se referia.

La Torre de Babel pregunto si tenian estadisticas sobre los pueblos que daban mayor contingente de locos.

– Eso… -contesto el acompanante- en la oficina te lo diran. Pero, en fin, tengo entendido que la costa y el Ampurdan. En general, pasa una cosa curiosa: el campo y el mar mandan mas clientes que la ciudad. Por lo menos, es lo que he oido decir. -De repente anadio-: No puedo atenderos mas tiempo. Perdonadme. Volved cuando querais. -Se dirigio a Ignacio-. En realidad, no has visto casi nada.

Entonces la Torre de Babel, por su cuenta, acompano al muchacho a las cocinas. E Ignacio vio montones de patatas echadas a perder, y de nabos y de carne maloliente. Al cabo de esto, exquisitos dulces y platos de crema. «Esto es lo que traen las familias», informo la Torre de Babel.

Ignacio le pregunto:

– Pero… ?esas patatas y esa carne es lo que comen…?

La Torre de Babel le contesto:

– No hay mas remedio. No tienen ninguna proteccion seria, ?comprendes? La Diputacion contribuye con algo, pero el resto son donativos.

Ignacio no comprendia. Miraba a los locos rodar por el patio, sentarse aqui y alla. Una altisima tela metalica, lo suficientemente tupida para que no pudieran agarrarse a ella, separaba los hombres de las mujeres. Si, si, la nota dominante era la raquitiquez.

La cocina y, en general, los trabajos subalternos del establecimiento, estaban a cargo de los propios reclusos. Los habia muy dichosos de poder ser utiles. Habia locos que vivian completamente felices y que al pasar junto a Ignacio, llevando un enorme cubo de agua, le decian: «A ver, a ver, chaval… Que se esta haciendo tarde».

– ?Se esta haciendo tarde para que?

– Antes habia aqui una fuente -le explico la Torre de Babel, senalando una estatua-. Pero los habia que pasaban el dia bebiendo agua o mojandose la cabeza.

Un estanque seco yacia en el lado norte, junto a la gran tapia que circundaba el edificio.

– Aqui tambien habia agua. Pero algunos entraban en ella como si fuera tierra firme.

Ignacio iba pensando en lo inexplicable que resultaba que no tuvieran proteccion seria.

– Pero…

– Asi es, chico.

Luego el muchacho pregunto:

– Y… los que les pegan, ?quienes son?

– Los enfermeros. ?Quienes van a ser? Ese que nos ha acompanado. -Viendo la expresion de Ignacio, la Torre de Babel anadio-: ?Que van a hacer, si no? ?Sabes tu la fuerza que tienen?

?Como era posible que tuvieran tanta fuerza, alimentandose con aquellos nabos y de aquella carne maloliente?

Finalmente, salieron del edificio. Anduvieron en silencio en direccion al autobus que hacia el servicio Salt- Gerona. La Torre de Babel le propuso, sonriendo:

– ?Quieres que vayamos al Hospital?

– ?Ni hablar! -exclamo Ignacio-. Basta y sobra por hoy.

Durante el trayecto, Ignacio le pregunto:

– Bueno… y a ti, ?por que te interesan estas cosas?

La Torre de Babel se limpio las gafas ahumadas.

– No se, chico. Me interesan. ?Que voy a decirte?

Ignacio se referia mas bien a lo del hospital, a los motivos que le habian impulsado a inscribirse como donador de sangre.

– Comprenderas -anadio Ignacio- que todo el mundo hace las cosas por algo. -Marco una pausa-. Por ejemplo, la primera vez que diste sangre…

La Torre de Babel toco el boton del autobus pidiendo parada.

– Pues… no se. Creo que fue porque he tenido a mis dos hermanas siempre enfermas. -Se apearon y, ya en la acera, anadio, echando a andar-: Luego me parecio bien continuar.

Ignacio insistio… al cabo de unos segundos.

– Debe de causar mucha impresion…

– ?Ah, claro! -La Torre de Babel anadio-: Pero no todo el mundo sirve. Antes hacen un analisis, ?comprendes?

– Natural, natural.

Ignacio le pregunto:

– Bueno… ?Y el hospital tambien carece de elementos?

– ?El hospital…? Mucho peor que el manicomio. ?Hombre! El hospital y el hospicio son lo peor.

– ?Tambien viven a base de donativos…?

– Hay una subvencion de la Diputacion, es lo normal. Y algun trabajo. Pero no es nada, ya puedes figurarte. Si, si, los donativos son los que van manteniendo.

Ignacio pregunto:

– ?Y quienes son los donantes?

La Torre de Babel se detuvo un momento.

– ?Ah! ?Ves…? En eso te llevarias sorpresas. Gente que no sospecharias nunca.

– Dame un nombre…

– Pues… ?que se yo! Bueno, los hermanos Costa, por ejemplo.

– ?Los jefes de Izquierda Republicana?

– Si. -La Torre de Babel prosiguio sonriendo-. Y luego otro que te va a gustar: don Jorge. Si. Don Jorge… El solo mantiene una de las salas de tuberculosas del Hospital.

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