– Si. Hay que conocer a las personas, creo.

– ?Conocer…?

– En fin. Quiero decir que don Pedro Oriol… es una persona digna. -Viendo la perplejidad de todos, anadio-: ?Bueno! Por de pronto, se le ha muerto un hijo.

– ?Y eso que tiene que ver? -preguntaron tres a la vez.

– ?Es amigo tuyo…? -inquirio Blasco.

– Lo era el chico.

El Responsable le miro.

– ?Sabias que su padre era uno de lo jefes monarquicos?

Ignacio levanto los hombros.

– Yo jugaba con el al billar.

El despeinado dijo:

– No se… Te veo mucha corbata…

– Eso no tiene nada que ver- corto el Responsable.

– ?Desde cuando llevar corbata es pecado? -pregunto Ignacio, conteniendose.

– El muchacho tiene razon -sentencio el Responsable.

– ?Basta ya! -interrumpio el Grandullon-. ?Se zumba a ese Oriol, o no?

– Por mi, si -repitio el Cojo.

– Por mi tambien.

– Por mi tambien.

Entonces el Responsable movio la cabeza: -Sois unos borregos.

Todos le miraron.

– ?Que pasa?

– ?Os he dicho mil veces que hay que hacer funcionar eso! – Y se pego en la frente.

– Nadie le quitara la gran paliza.

– ?Y que? El periodico continuara saliendo. Explotaran el asunto y venderan mas ejemplares. -Se hizo el silencio. Todos comprendieron que el Responsable llevaba razon. Este los miraba uno por uno, centelleando-. A veces me revienta que seais tan ignorantes -les dijo-. Aqui lo que hay que hacer es algo mas serio, de mas fuste.

– ?Como de mas fuste?

– Si. Algo que impida que esto -senalo hacia El Tradicionalista- continue infectando la provincia.

El Cojo le interrumpio. Siempre miraba a su tio tan fijamente que a veces le adivinaba el pensamiento.

– ?Ya esta! Destruir la imprenta.

Hubo un instante de perplejidad. Todo el mundo miro al Cojo y luego al Responsable. No se sabia si este ordenaria tirar a su sobrino por la ventana o si aprobaria su plan. Aquello era inesperado y probablemente una barbaridad. Destruir la imprenta. ?Como, con que? ?Y las autoridades? El Cojo debia de estar loco.

Por fin el Responsable dijo, tomando de la oreja un pitillo segun costumbre.

– Eso… me parece mejor.

– ?Hurra! -grito el Cojo.

Los demas se movieron en la silla. Ignacio no cesaba de parpadear. Porque El Tradicionalista se tiraba desde antiguo en la imprenta del Hospicio y, junto con su taller de encuadernacion, era la principal fuente de ingreso del establecimiento. Asi se lo habia contado a Ignacio la Torre de Babel.

Ignacio supuso que el Responsable desconocia aquel detalle, porque a la pregunta de Blasco: «?Y donde esta la imprenta de esos burgueses?», el jefe de la CNT volvio a llamar a su hija para que le trajera del armario otra libreta.

Entonces Ignacio corto su gesto.

– Yo puedo deciroslo -informo-. El Tradicionalista lo tiran en la imprenta del Hospicio.

Supuso que aquella razon bastaria… Y se equivoco.

– ?Magnifico! -exclamo el Grandullon, levantandose y encendiendo su cigarrillo en el hierro, al rojo vivo, de la estufa-. De noche no habra vigilancia.

Todos asintieron. Era evidente que tenian gran cantidad de energia disponible y que buscaban en que emplearla. El Rubio, cuyo rostro expresaba generalmente una especial bonacheria, anadio:

– Hay otra ventaja. Se puede entrar en la imprenta por una puerta pequena que hay que da a la calle del Pavo. No hay necesidad de atravesar el edificio.

Ignacio se pregunto si el muchacho habria salido de aquel establecimiento…

Pero no decia nada. Todo aquello era tan grotesco en su opinion que un sentimiento de superioridad le habia invadido. Casi habia adoptado un aire ironico.

Parecio que el Responsable se daba cuenta de ello porque le sirvio mas ron y le pregunto:

– Bueno, la maquinaria se destroza, de acuerdo. Pero… ?y el papel?, ?que se hace con el papel? Porque las balas de papel son asi. -Y con la mano indico una alzada enorme.

El Grandullon, a quien el personal descubrimiento de que por la noche no habria guardia habia animado, opino:

– Una cerilla y ?ale!, ?abur, mariposa!

Los dirigentes de la CNT sonrieron, indicando que era un exaltado. El Responsable tiro al aire un cigarrillo que el Grandullon recogio.

– Nada de incendios, idiota. A ver si vas a quemar el edificio.

– Bueno… ?y que dice a todo esto el estudiante?

Ignacio alzo los hombros. Reflexiono un momento. Dudaba entre varias preguntas que se le ocurrian. Finalmente, se decidio por dar un viraje.

– Yo querria saber… antes que nada, si la acusacion de El Tradicionalista es fundada.

– ?Como…?

La pregunta cayo como un martillazo.

– Si. Si fuisteis vosotros quienes saboteasteis la via del tren. -Ignacio, de repente, habia recordado la huelga de los peones ferroviarios.

El Responsable le miro.

– No. No fuimos nosotros. -Luego anadio-. Pero si lo hubieramos sido, ?que?

Ignacio vio todas las miradas fijas en el.

– Pues… la cosa cambia, ?no es cierto? Porque… destruir una imprenta…

Blasco, que continuaba colocado de espaldas a la reunion, pregunto:

– ?Que pasa…? ?Tambien hay algun inconveniente?

Ignacio entendio que debia hablar. Sobre todo porque el Responsable le habia llamado por primera vez estudiante.

Con la mayor naturalidad posible explico su punto de vista. Que la imprenta del Hospicio era la fuente de ingresos del establecimiento. El Tradicionalista les pagaba un alquiler crecido y luego hacian otros trabajos.

– Y les hace falta, ?sabeis? El Hospicio… esta peor aun que el Manicomio.

El Responsable no altero uno solo de sus musculos. Los demas continuaban escuchando sin reaccionar.

– Por lo demas -prosiguio Ignacio, algo nervioso a fuerza de oir su propia voz-, en la imprenta es donde aprenden el oficio muchos de los hospicianos, que tienen tambien el taller de encuadernacion alli. Si se destruye la maquinaria, ellos son los perjudicados. El Tradicionalista comprara otras maquinas y probablemente las instalara en otro local independiente. Asi que…

El Grandullon fue el primero en cortar.

– Primero, un tio muerto -dijo fumando con la boca torcida y cerrando el ojo izquierdo a causa del humo-. Ahora, unos huerfanos.

Ignacio no se arredro.

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