En cuanto hubo echado la carta al correo le parecio que todo lo veia de otro modo. Recordo que Olga le habia contado detalles muy penosos de la infancia de los componentes de la pandilla, especialmente del Grandullon. Por lo visto, el chico quedo solo, sin nadie, y se dedico a robar gallinas. Ignacio regreso a su casa pensando que evidentemente un hombre que de nino ha robado gallinas y otro cuya madre ha cocinado los huevos rezando el Credo han de juzgar de muy distinta manera las imprentas.

Lo que con mas fuerza le habia quedado grabado de la reunion era el «No se, te veo mucha corbata…» Lo asocio al «?Jolin, bastantes senoritos tengo en casa!», de la criada en el baile. La verdad era que desde el primer momento, con solo ver el aspecto de la habitacion, se habia sentido un extrano. En la calle le importaba poco andar con el Cojo, con quien fuera. Pero, por lo visto, alrededor de una mesa la cosa era distinta.

Y luego, todo lo que ocurrio le parecio absurdo. La reaccion de aquellos seres por el hecho de que hubiera estado en un Seminario no tenia ni pies ni cabeza. ?Admitia la infancia del Grandullon! Pero ?que culpa tenia el?

La infancia, la infancia… Tambien habia tenido una infancia penosa su padre, Matias Alvear. Y Julio Garcia. Y lo terrible era pensar que El Tradicionalista tampoco tenia razon.

No obstante, se confeso, a si mismo, que si en lo de la imprenta hubiera protestado en cualquier caso, en lo de la agresion personal tal vez no hubiera dicho nada si la victima elegida hubiese sido «La Voz de Alerta». Pero don Pedro Oriol… Don Pedro Oriol le inspiraba un gran respeto. Gran propietario de bosques, de acuerdo. Pero se lo habia ganado con su trabajo. Los propios empleados del Banco conocian la historia y le trataban con deferencia. Era un hombre que habia vencido a fuerza de tenacidad y altruismo. Siempre decia: «A mi me ha salvado el hacer favores». Su mujer llevaba una vida muy retraida y era mas sencilla que la hija del Responsable. Tenian un coche anticuado, que traqueteaba por la ciudad, pero que, al parecer, subia como un demonio y en los bosques se internaba hasta donde trabajaban los carboneros. En fin, que hasta el coche era simpatico.

La unica objecion era: ?Por que eligio a «La Voz de Alerta» como redactor jefe, y por que permitia aquellos articulos con la «plebe» y demas? Segun el subdirector, don Pedro Oriol se encontro con que «La Voz de Alerta» era la unica persona en la ciudad que entendia algo de periodismo, y el dentista impuso como condicion que en los editoriales tendria pluma libre… una vez por semana. Aquella semana habian elegido al Responsable. Y de resultas de esto el tenia la mandibula hinchada.

Y ademas le habian gritado: «?Cuidado con hacer de soplon!» En compensacion… habia visto a Julio del brazo de un coronel esqueletico, el coronel Munoz. ?Julio del brazo de un coronel!

La curiosidad que sentia por el policia se renovo en el. ?Y por que no? Dona Amparo Campo era la primera en no dar importancia a lo ocurrido en el divan.

Masones, masones… ?Que diablos ocultaba aquella palabra?

Una cosa en contra de Julio. Se habia encontrado por la calle con Pilar y en un tono, que al parecer habia desconcertado a la chica, le habia preguntado: «?Que pequena…? Te gusta mas la primavera que el invierno, ?verdad?» Y la habia mirado descaradamente al pecho.

Habian entrado en Cuaresma y Carmen Elgazu prohibio muchas cosas, sobre las que ella empezaba dando ejemplo: no tomaria ni postre ni cafe.

Habia prohibido silbar y cantar. En resumen, todo cuanto fuera frivolo o extemporanea manifestacion de alegria. Habia prohibido ir al cine. Y Pilar volveria directamente de las monjas a casa.

?Que hacer los domingos sino ir al cine? Ignacio se fue a ver a Julio. Por lo demas, este le andaba diciendo: «?Que te pasa, muchacho? ?Te he ofendido en algo?»

El primer domingo, Ignacio encontro a Julio en un estado que Carmen Elgazu hubiera juzgado poco cuaresmal. El mueble bar estaba abierto y todas las botellas en desorden sobre la mesa. Julio daba la impresion de que, de haber eructado, se sentiria mas ligero.

No obstante, tenia en los ojos la chispa especial de la cordialidad.

– ?Sientate! Tomaremos conac.

Ignacio se sento, contento de que dona Amparo Campo estuviera ausente. Y Julio no perdio el tiempo. Le felicito. Le sirvio conac y le felicito.

– Te felicito, muchacho. Se que has estado en el Manicomio… y que te has ofrecido en el Hospital para dar sangre. ?Chisssst te digo! Anda, bebe. ?Y que? -anadio-. ?Ya sabes lo del analisis?

– No.

– ?Anda, brindemos! Primera calidad. Tienes sangre de primera calidad.

Julio tenia una expresion simpatica, parecida a la que le conocia Matias Alvear las noches en que el policia iba a verle a Telegrafos. Y lo bueno de el era eso: siempre informaba de algo importante; por ejemplo, de que uno tenia sangre de primera calidad. Pero estaba completamente borracho.

De pronto senalo la mandibula de Ignacio y grito:

– ?Que es eso? ?Que te ha pasado?

Ignacio estaba tan cansado de mentir en casa, primero con lo de las comuniones y ahora con la historia del carro, que alli dijo la verdad. Por otra parte, el principal motivo de su visita, o uno de los principales, era explicarle a Julio el resultado de su experiencia anarquista. Queria saber su opinion.

– Julio se puso mas alegre aun.

– Pero, hombre…?por que no me lo dijiste antes? No hay nada que hacer, ?comprendes? Nada que hacer.

– ?En que no hay nada que hacer?

Julio puso unas cuantas botellas en el suelo. Dejo cuatro solamente sobre la mesa, y las coloco una en cada esquina.

– Separacion de clases, ?ves? El anis no sera nunca conac y el conac no sera nunca champana. ?Nada, nada! -prosiguio, viendo que Ignacio queria hablar-. Los de arriba -toco el cuello de la botella de champana- no creeran nunca en tu sinceridad, y los de abajo -toco la base de la botella de anis-, tampoco. Tu, clase media como yo, ?comprendes?

Ignacio comprendia.

– ?Verdaderamente no hay nada que hacer?

– Brrrr… ?Que crees que ocurriria si fueras al notario Noguer y le dijeras: «Senor Notario, hace usted muy bien disparando en su finca contra los intrusos»? Nada. Ni te daria la mano. Ni hablar.

Ignacio reflexionaba. Le parecia que aquella era una magnifica ocasion para sacar algo en claro de Julio. Le seguia la broma y bebia para acompanarle.

– Julio -le pregunto-, ?es verdad que usted es comunista?

– ?Yo…? -Julio, que habia encendido un pitillo, abriendo los brazos reunio de un golpe las cuatro botellas, haciendolas tintinear.

Ignacio dijo:

– Me alegro. Porque aqui se rumorea algo…

– Idiotas, idiotas -repitio el policia-. Lo que pasa -se echo para atras- es que a mi me interesa todo, ?comprendes?

– ?Todo…?

– Si. Todo lo que sea… ?Que te dire? Una gran transformacion.

– ?Hombre! -exclamo Ignacio-. ?Y cree que el comunismo lo es?

– ?Como! -Crujio los dedos-. ?Caray si lo es! El otro dia me contaban…

– ?Que le contaban?

– Que en Espana no se atreven a… En fin, que se sirven del socialismo.

– No entiendo.

– Si, hombre. Aqui no hay disciplina, ?comprendes? Ya lo ves. Tu, individualista. Y el Komintern lo sabe.

– ?El Komintern sabe que yo soy individualista?

– ?No seas burro! Sabe que lo eres tu -le senalo-, que lo soy yo -se senalo-. Que todos somos individualistas. Por eso ha ordenado lo que te he dicho. -Con la diestra se dio un golpe en la otra muneca, obligando a la mano izquierda a que se levantara-. El socialismo como trampolin.

A Ignacio le habia interesado lo de la transformacion.

– ?Asi que le gustan las transformaciones?

– Si. -Julio continuaba alegre-. Por eso me gusta Pilar, ?sabes? Se esta transformando.

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