nuca.
Se avanzaba lentamente, habia gente incluso en los faroles. Los ojos miraban para arriba, para abajo. Arriba, el gran misterio de la noche, abajo el de la cera de las antorchas derritiendose. Formaba estalactitas que de repente resbalaban y quedaban petrificadas. A veces la llama chisporroteaba. Se notaba en la mano una humedad caliente. «Cuidado, era preciso no quemar al que iba delante.»
Y de repente, entraron en la Plateria. Y la ciudad fue un abanico que se desplegaba. Todas las muchachas hermosas estaban en los balcones, reclinadas en las barandas. Dona Amparo Campo presidia el suyo, con peineta y mantilla. Ya no eran gitanas, mujerucas; las calles ya no eran angostas. Era la ciudad que se abria, los altos edificios, las familias volcadas al exterior sobre las tiendas, tiendas mudas y avergonzadas. Un murmullo de admiracion corria a ras de las azoteas; se disponia de espacio para maniobrar; las perspectivas eran majestuosas.
A Ignacio le latia el corazon. Porque ya veia a lo lejos los arboles de la Rambla. Y ello significaba que pronto entrarian en ella y veria a los suyos en el balcon de su casa. Ahora se arrepentia de no haberse colgado la estrella en el capuchon. Menos mal que le habia dicho a Pilar: «Tu mira las antorchas. Cuando veas una que se agita tres veces en el aire, soy yo».
?Valgame Dios, era imposible! Pilar habia visto los caballos, a Ernesto con la paleta y el capazo, los Pasos, a mosen Alberto, a todo el mundo. Y veia docenas de antorchas que se agitaban tres veces en el aire, o por lo menos lo parecia. Carmen Elgazu decia: «Pero ?que mas da? Le reconoceremos en seguida». Matias decia que no, que era imposible pero tambien lo creia.
Matias quedo estupefacto una vez mas al ver los penitentes descalzos. Los pies debian de sangrarles a causa de la arena. Le impresionaban mas los que llevaban la cruz a la espalda que los que arrastraban cadenas. Las cadenas quedaban inmoviles un instante en el suelo; cuando el pie avanzaba, ellas avanzaban en pequenas sacudidas. «Para que mi pecho se cure; para que mi hijo vuelva al buen camino.»
No, no le reconocieron. Ignacio paso justo bajo el balcon, agito su antorcha, miro hacia arriba inclinando hacia atras el capirote, vio a su padre, a su madre, a Pilar y a las dos sirvientas de mosen Alberto con expresion arrobada, mirando para otro lado, senalando a este, a aquel. Miraban a todos lados excepto a donde el se encontraba. ?Como era posible? Debian de estar desconcertados por la luna, por los tambores. ?No veian sus ojos titilando como estrellas en el fondo de los agujeros del capuchon?
Ahora ya no cabia hacer nada. Porque todo ello quedaba a su espalda. Habian avanzado mucho, mosen Alberto impedia con soberana maestria que se cortara la procesion. Ahora ya se encontraban frente al bar Cataluna, semicerrado. ?Los limpiabotas estaban alli! Blasco con la boina en la mano. ?Esconderia tambien en ella todo cuanto poseia; tabaco, papel de fumar, aquel acta notarial…? Tambien estaba alli la Torre de Babel, protegido tras de gafas ahumadas. Asi, pues, la altisima capucha que precedia a Ignacio no era la Torre de Babel. ?Y si fuera el coronel esqueletico que vio por la calle de la Rutila, del brazo de Julio?
La procesion daba la vuelta hacia la plaza Municipal. Ello significaba el regreso. ?Que corto era aquello y que largo a la vez! Algunos de los pies descalzos sangraban, en efecto. La antorcha de Ignacio se habia pegado a su mano. Su vecino le dijo: «Hubieras debido atarte un panuelo».
Era el regreso. El abanico volvia a cerrarse. Era el regreso por la calle de Ciudadanos. ?Por delante del Banco Arus! ?Santo Dios, dentro habia luz…! Era la luz del guardian nocturno. Guardaba aquella caja de caudales para que no entraran alli hombres enmascarados y con capucha negra a robarlo todo.
Y luego la calle de la Forsa -el barrio gotico- y luego la Catedral. Y al cruzar bajo la puerta sono arriba, gravemente, la medianoche.
Ignacio se quito el capuchon. Y respiro. Las sienes recibieron un soplo de aire fresco. Penso: «Y todavia estoy en pecado mortal». Echo a andar hacia su casa. Sombras negras aleteaban aun.
– ?Hijo mio! ?Donde te has metido?
– ?Yo que se! He agitado la antorcha mas de veinte veces.
Pilar pataleo.
– ?Pues como te ibamos a reconocer? Habiamos quedado en que una, dos y tres…
Ignacio se encontraba deshecho. Se encontraba fatigado, era preciso ir a dormir; al dia siguiente hablarian.
Ignacio entro en su cuarto. Y colgo la capucha tras la puerta. Se desnudo, se metio en cama. Y entonces se quedo dormido en el acto, respirando profundamente. Y sono. Sono toda la noche, sin parar. Sono que David y Olga le perseguian con cirios gritando: «?Eh, hombre patetico, que anduviste sembrando terror con los curas para sugestionar a la gente sencilla!» El queria huir, huir, pero no contaba con otro vehiculo que la tortuga de Julio Garcia.
Gerona entera sono con cirios, largamente. La procesion de las horas seguia. Ya la madrugada se abria paso, se deslizaba con sabor amargo.
De repente, Carmen Elgazu abrio la ventana del cuarto de su hijo. ?Que habia ocurrido? Entro el sol a raudales.
– ?Que pasa? ?Que ocurre?
– ?Sabado de Gloria!
Ignacio se incorporo en la cama y escucho. Su madre habia quedado inmovil. Todas las campanas de la ciudad volteaban a un tiempo.
Pero, sobre todo, las de la Catedral sobrecogian el espiritu. Se hubiera dicho que eran las piedras las que chocaban entre si, adquiriendo de pronto calidades de bronce. La gente andaba por las calles indefensas ante el gran jubilo que se habia desencadenado en el cielo azul. ?Como hubiera gozado Cesar! Los campaneros eran izados todos, sin excepcion, a varios metros de altura.
Ignacio se vistio precipitadamente y salio. Gerona era un mar de alegria y mil olas de color salpicaban las fachadas. Entonces fue cuando empezo a correr el rumor: habia estallado un petardo en el Palacio Episcopal.
Lo encendio un hombre solitario, forastero, pobre. No causo ningun dano. Solo el panico de aquellos que oyeron la detonacion. Le detuvieron y le preguntaron: «?Por que lo habeis hecho?» El contesto: «Dejadme, dejadme, yo quiero estar solo».
Luego volvieron a salir las muchachas hermosas. Todo el mundo olvido al hombre pobre. Los cafes se llenaron, la nina del cuello de cisne estreno un precioso sombrero juvenil…
Era el Sabado de Gloria, la Resurreccion. Las mujeres habian ido al Sepulcro y lo habian encontrado vacio. La losa levantada, un angel sentado a la puerta. Luego Cristo penetro en el Cenaculo y dijo a los apostoles: «Id y predicad el Evangelio por el mundo».
Aquel fue, pues, el primer Seminario. Ignacio penso que el Cenaculo fue el primer Seminario, el de la Sagrada Familia de los Apostoles. La noticia era jubilosa. Por eso tanian las campanas. Por eso, mil novecientos treinta y cuatro anos despues Carmen Elgazu habia abierto la ventana de su cuarto y la nina del cuello de cisne habia estrenado un precioso sombrero juvenil.
?Que dirian ante todo aquello el Responsable, sus hijas, el Cojo, el Grandullon? Continuarian conspirando, porque aquello no resolvia el hambre de justicia de sus vidas. Alli estaba como muestra el hombre pobre que queria estar solo. ?Que diria Julio? Nunca a base de inyecciones se conseguirian Sabados de Gloria… ni se resucitaria a nadie. ?Que dirian David y Olga? David y Olga estarian contentos porque ya se habia terminado aquella Semana de sombras negras.
Ignacio recorrio la ciudad, durante la manana del sabado, como ebrio. Emborrachandose de colores, de muchachas hermosas. ?Incluso las de la Academia Cervantes, que vio en grupo en la Plaza de la Independencia, tenian algo de belleza resucitada! Y es que ademas de todo aquello estaban en el corazon de la primavera. Los arboles de la Rambla en la procesion le habian parecido maderos para crucificar. Pero ahora se los veia verdes y ufanos, riendose con los ninos, ?y con el primer vendedor de mantecados! Iba a costar mucho esfuerzo volver a la realidad. Porque las campanas continuaban tocando. La que con mas frenesi tania, con mas jubilo, era la de las monjas Veladoras, la mas lejana, la del minusculo