A Matias, le habia desagradado una cosa: que una carta asi hubiera sido leida delante de Pilar. En cuanto a Ignacio, se paso la mano por el cabello negro y encrespado. Se habia impresionado ?como no! Y habia pensado sin cesar en las teorias de Julio sobre las inyecciones. Incluso dijo: «Desde luego, vivir alli debe de ser…» y no hallo nada suficientemente admirativo con que terminar la frase.
Pero entonces ocurrio lo inesperado. Mosen Alberto explico, con muy buen sentido, que sin negar que habia personas no religiosas que practicaban obras de misericordia, el porcentaje de grandes sacrificados era abrumadoramente mayoritario en el haber de la Iglesia Catolica. Dirigiendose a Matias anadio: «Usted mismo, aunque se ria de lo de los sellos a los negritos, admite que las misiones…»
Todo el mundo lo admitia. ?A que insistir? Mosen Alberto insistia porque habia algo que al parecer no le cabia en la cabeza: que siendo todo aquello asi, no solo
Eso dijo, en un tono que le salio inesperadamente duro, como a veces le ocurria sin darse cuenta, y cambiandose el manteo de brazo. Ignacio, entonces, le miro. No supo por que, pero el malestar que comunmente sentia en presencia del sacerdote aumento en su interior en proporciones y rapidez desconcertantes. Le vio tomarse el cafe de un sorbo, sacarse el panuelo, secarse con el los labios, los labios que acababan de decir: que se atrevieran a tirar un petardo al Palacio Episcopal. ?Por que aquel hombre estaba tan asombrosamente seguro de si mismo?
Ignacio no supo lo que le ocurrio. Dias despues lo atribuyo a que no habia ido a confesarse. Otras veces penso que fue simplemente una demostracion de la violencia de su caracter, algo comparable a lo que debio de ocurrirle al Responsable cuando de pronto le agarro de la solapa gritando: «Los ninos a beber leche ?oyes…? ?Leche!» El caso es que al oir aquellas palabras del sacerdote, todo desaparecio de su entendimiento excepto una fulgurante sucesion de imagenes: la del Grandullon robando gallinas cuando era nino; la del Cojo diciendole a su madre: «Hasta luego, madre, me voy a la Audiencia» y la del Responsable, diminuto, un crio aun, yendo, de la mano de su padre, por ferias y mercados para vender pomadas. La infancia. La infancia de los seres. ?Que sabian en Palacio -que sabia mosen Alberto- de la infancia de aquel hombre pobre que habia tirado el petardo en el Palacio Episcopal?
No supo lo que le ocurrio. Empezo hablando de eso, sin dejar de mirar a los labios de mosen Alberto. Y al ver la expresion subitamente dolorosa y un tanto sarcastica del sacerdote, el muchacho se cego. Y continuo hablando, nervioso como siempre que oia demasiado su propia voz. Y ante la estupefaccion de Carmen Elgazu y el miedo de Pilar, le dijo a Mosen Alberto que era preciso distinguir, y que no se podia condenar de aquella manera… El, Ignacio, rendia homenaje a mosen Luis y le besaba la mano… Entendia que era admirable hacerse misionero y convencer con sellos a los negritos para que se dejaran bautizar. Aceptaba el porcentaje de obras de misericordia en el haber de la Iglesia Catolica; pero de eso a lo dicho, a condenar a los descontentos, a los hombres solitarios… Se equivocaba mosen Alberto al extranarse de que hubiera hombres asi. En realidad, habia muchos. En realidad, en la procesion sumaron mas de la cuenta las «Voces de Alerta». ?Cuantos obreros hubo bajo las capuchas? Desgraciadamente muy pocos… ?Y todo por que? Era lamentable decirlo, pero… por un Cesar o un mosen Luis que hubiera, habia muchos sacerdotes asombrosamente seguros de si mismos, que en la practica vivian totalmente desconectados de los hombres humildes. ?No sabia mosen Alberto lo que le habia ocurrido a Cesar en la calle de la Barca? En muchas casas le dijeron: «?Cura! ?Que quieres? ?Comprar nuestros votos?» Claro esta, no estaban acostumbrados a que un seminarista o un cura fueran a afeitarlos. Los sacerdotes eran impopulares: esta era la verdad. En el Seminario lo vio, ?por que ocultar aquello? Al fin y al cabo, estaban alli para hablar, para exponer opiniones y decir verdades. El senor obispo no se preocupaba de ninguno de los problemas de aquellos hombres que lanzaban petardos. ?Doloroso decirlo, pero lo que hacia falta era… quien sabe! Tal vez menos pendones con letras doradas y mas mezclarse con los necesitados, convivir con ellos. Precisamente le habian contado que en otros paises habia sacerdotes que incluso trabajaban en talleres, llevando mono azul… Claro que, lo primero que hacia falta para eso era conocer a los obreros, a esos, hombres necesitados. Convivir con ellos. La verdad era que ahora, por el momento, no los conocian. Ni sabian por que eran asi y no de otra manera. Se limitaban a eso, a censurar su conducta y a profetizarles grandes males. En cuanto los oian blasfemar o los veian salir de un local con la cara enrojecida, ?bueno! les consideraban pecadores, poco menos que casos perdidos. A veces desde el pulpito… les decian cosas peores. ?Por que todo aquello? ?Era muy facil no pensar en petardos teniendo cuenta corriente en el Banco Arus! Pero al Cojo y al Grandullon y a los parados del Cataluna, ?que se les reservaba? ?Como hablar de procesiones y catecismo a aquellos parados, o a las mujeres que cobraban tres pesetas en la fabrica Soler o en Industrias Quimicas, si sus propios hijos los miraban ironicamente? Tal vez la Iglesia debiera dirigirse directamente… al pueblo. Hacer lo que algunos sacerdotes del campo, que practicamente eran los hermanos de todo el pueblo, los padres. Y nada de soberbia jerarquica, de envanecerse o abusar de la gracia de estado que la ordenacion les ha conferido. Amistad: los curas debian ser amigos de la gente e invitarla a fumar y jugar a las cartas con ellos. ?Y menos hablar del infierno y mas de las ventajas de la fidelidad y el amor! ?Y no emplear sino muy raras veces la palabra resignacion, porque entonces los que sufren creen que la religion esta de acuerdo con los poderosos para que los obreros continuen dejandose explotar! Un cambio radical, absoluto, se imponia. Los sacerdotes… siervos de la gente. Y no mezclarse en asuntos politicos ni arreglar bodas ni aconsejar financieramente a las viejas… Tabaco, repartir mucho tabaco y constituirse en una fuerza terrible contra los potentados y los orgullosos, contra la ignorancia y determinados articulos de
Carmen Elgazu estaba completamente horrorizada. Su estupefaccion era absoluta y su dolor tan intenso que no habia acertado a levantarse a interrumpir el discurso de su hijo. Habia permanecido sentada bajo el calendario de corcho del comedor, mirandole y llorando. Las lagrimas le habian ido cayendo y le parecia imposible que aquel ser de dieciocho anos que tenia delante, alto, inteligente y con los ojos fuera de las orbitas, hubiera salido de sus entranas. Le parecio revivir los dolores del parto y recordaba con ironia las palabras de las vecinas de Malaga, que porque habia nacido en treinta y uno de diciembre profetizaron que seria obispo. ?Que Dios la perdonara, pero ella, que era la madre de aquel ser, hubiera preferido haberle perdido, despues de bautizado!
Matias no decia nada. Fumaba. Sentia un respeto inmenso por su hijo. Ignacio veia claro, tenia razon y era un valiente. Su mujer lloraba porque era ignorante. El sacerdocio, entendido como decia Ignacio, seria algo perfecto. ?Si su hijo fuera diputado votaria por el! El, Matias, era creyente. Tenia fe. Siempre tendria fe. La religion era indispensable. Y era cierto que existia Dios. El lo habia comprendido gracias a Carmen Elgazu. Antes de casarse habia tenido muchos amigos en Madrid, por todas partes, que se lo tomaban a chacota. El los habia imitado. Y se habia encontrado en mitad de la vida como un imbecil, sin saber por que estaba en Madrid y no en otro lugar y por que las personas se enviaban tantos telegramas unas a otras. Pero despues de casarse habia comprendido que alguien existia superior a los hombres.
Alguien total y unico, que se llamaba Dios. Si no, no se explicaba el mundo, ni que uniendose el y Carmen hubieran nacido Ignacio, Cesar y Pilar. Ni que Pilar fuera tan hermosa y tuviera aquellas mejillas sonrosadas. Sin religion la gente no sabia que hacer, sobre todo cuando las cosas marchaban medianamente. Hacian lo que Julio, que de un tiempo a esta parte parecia tener varias caras; y otros acababan como los padres de David y Olga. Pero de eso a defender a mosen Alberto… habia una diferencia. ?A que iba cada semana a su casa? ?Su mujer ya estaba convencida, y Cesar tambien, y el ya tenia tabaco! Mejor lo que decia Ignacio: que fuera por el barrio de la Barca. ?Consiliario de la CNT! Tenia gracia. Ignacio era un tio. El Director de la Tabacalera se reiria mucho con aquello.