jamas nadie podria resucitarse a si mismo, si no era Dios.
CAPITULO XIV
La teoria de David y Olga era que si se hubieran levantado todas las capuchas de la procesion y contado los obreros que habia debajo de ellas, la cifra hubiera dado mucho que pensar al senor obispo y a los redactores de
En cuanto a Ignacio, consiguio volver a la realidad, lo cual le fue mas facil de lo que imaginaba; lo consiguio con solo entrar en el Banco el martes por la manana y encontrarse con un monton de Impagados. Segun los empleados, la multitud acudio a contemplar la procesion por mimetismo, porque un espectaculo es siempre un espectaculo. Pero despues todos querian justificarse. La Torre de Babel decia: «Yo sali un momento porque queria ver al director del Orfeon dirigiendo el coro de monaguillos». En cuanto a Padrosa, aseguro que pronto se canso del desfile y que se fue a su casa a estudiar el trombon.
A Ignacio le ocurria algo singular: tambien sentia cierto despecho. Se veia obligado a disimular, para no ser piedra de escandalo y porque el subdirector se expansionaba con el como con la unica persona capaz de admirar el pendon de la Adoracion nocturna que habia llevado todo el rato. Pero le penetro cierto despecho. Y cuando Cosme Vila saco uno de sus bocadillos del escritorio y le pregunto: «?Que tal, que tal la capucha? ?Ya tienes el cielo asegurado, no?», contesto con violencia porque entendio que era su deber; pero, en el fondo, al evocar su imagen se sentia un poco absurdo.
Por fortuna, a Ignacio le habia entrado el sarampion de las experiencias. Todo cuanto le ocurria lo convertia en su interior en una experiencia. Solo su innato sentido del ridiculo le impedia declararse a si mismo: «?Que mas da? Lo importante es que estoy viviendo intensamente».
Un hecho quedaba claro: la ciudad se iba dividiendo en dos bandos.
Menos mal que los Juegos Florales estaban cerca -el fallo se iba a hacer publico de un momento a otro- y que el buen tiempo iba a permitir bailar sardanas sin respiro. Menos mal que las derechas no podian presentar junto a las procesiones un balance de realizaciones practicas referentes a los mil problemas sociales planteados. Por el contrario, cuarenta y ocho horas despues del repique de campanas, el numero de obreros en paro frente al Bar Cataluna senalaba un cincuenta por ciento de aumento con relacion a la primavera anterior.
Ignacio vio a estos obreros al salir del Banco, camino de su casa. Ahora le impresionaria mucho el Cataluna. En primer lugar, ya no veria en el, nunca mas a su amigo Oriol; en segundo lugar, ahi estaba Blasco todo el dia. En cuanto este le viera entrar le diria: «?Cuidado con hacer de soplon, mamarracho!» Tal vez le preguntara por la mandibula.
Por cierto, ?en que habia parado el proyecto de la imprenta?
Matias era el mas ecuanime. «Digan lo que digan, el espectaculo en Gerona es de aupa.» En el Neutral no escatimo elogios. «De aupa, esa es la verdad.» Don Emilio Santos no podia opinar, porque anduvo oculto todo el rato bajo el paso. Julio Garcia comento: «No se puede negar que la Iglesia Catolica sabe organizar estas cosas». Matias preferia la austeridad de aquella procesion a lo que ocurria en la de Sevilla, donde, segun el, debido a la excesiva duracion y al temperamento la gente tenia que salir de la fila a comer y beber. Y algunos terminaban completamente borrachos.
Y, sin embargo, acaso las dos personas que mas habian gozado -mas, incluso, que Carmen Elgazu- fueron las dos sirvientas de mosen Alberto. Cuando vieron a este en medio de la Procesion, con aquella especie de baculo de plata dirigiendolo todo, dando ordenes aqui y alla, impecable toda su indumentaria, con los zapatos que le relucian a la luz de los cirios, no cupieron en si de satisfaccion. Para ellas, sin darse cuenta, mejor que manifestacion de luto, la ceremonia significo el triunfo de mosen Alberto.
Y en cuanto a este en persona, su presentacion como maestro de ceremonias le valio toda suerte de placemes. Desde sus criadas hasta el senor obispo, todo el mundo le felicito. En las visitas a sus amistades, visitas que inicio el martes: el notario Noguer y esposa, don Santiago Estrada, don Jorge y los Alvear, no recibio sino parabienes. El iba diciendo: «No crean, no crean. Todavia pudo ir mejor. Se rompio un momento cuando la Cofradia de la Purisima Sangre llego al Puente de Piedra».
Un detalle le impedia saborear a sus anchas el triunfo: habia recibido carta del vicario de San Felix que se habia ido a Fontilles… Y aquello le habia devuelto a la realidad de sus vanidades humanas. Gracias a la carta confeso que la procesion se habia roto un momento al llegar al Puente de Piedra.
Le impresiono tanto, que la fue leyendo a todo el mundo. El notario Noguer le dijo: «Vea usted, a mi no me importa ver lo que sea, y muchas veces he ido al Hospital; pero eso de la lepra…» Don Santiago Estrada, hombre alto, eternamente vestido de gris, dijo: «Si, creo que Gil Robles ha concedido una subvencion importante a esa leproseria». Don Jorge alineo en el comedor a toda su familia, incluida la esposa, y les obligo a escuchar la lectura de la carta del vicario. Sus siete hijos -cuatro varones y tres hembras- y las dos criadas, sentadas en dos taburetes a la puerta de la cocina, no levantaron la vista hasta mucho despues que mosen Alberto hubo leido, al final de la hoja que tenia en las manos: «Un abrazo en Cristo de su reverendo Luis, ex vicario de San Felix».
Pero, en el fondo, en ninguna de aquellas casas ocurrio nada de particular. El notario no tenia hijos, los dos de don Santiago Estrada ya habian regresado al internado -
En casa de los Alvear todo ocurrio de otro modo porque en ella habia un exaltado: Ignacio. Ignacio, quien continuaba mirando a mosen Alberto como si este llevara eternamente capucha negra.
El sacerdote subio a su casa el miercoles, despues de comer. Recibio los placemes, disolvio el azucar en el cafe y luego leyo la carta.
– ?Lea, lea! -le habia rogado Carmen Elgazu-. Nos gustara mucho.
Y, en efecto, les gusto. Porque la carta era ejemplar. En ella el ex vicario describia brevemente la vida de la leproseria de Fontilles. No se detenia en detalles de horario ni arquitectonicos, ni hablaba para nada de las personas que servian a los enfermos; hablaba exclusivamente de estos, situandolos, como siempre, en primer termino.
En resumen decia que en Fontilles ocurria como en todas partes: habia enfermos de todas clases. Leprosos que vivian poco resignados, contemplandose sin cesar las manos, el pecho, la cara o donde les mordiera la dolencia. Por mas que les prohibieran tener espejos, siempre hallaban donde contemplarse: en un vaso de agua -sosteniendolo largo rato, increiblemente inmovil-, en cualquier charco, o en los cristales de la ventana. De repente, muchos de ellos se echaban a llorar. Otros andaban siempre apartados de los demas, como buscando por los rincones su identidad perdida. En otros, la enfermedad avanzaba lentamente y querian marcharse, marcharse al mundo y vivir; no hacian mas que mirar afuera y acercarse a las rejas o palpar las puertas. Otros estaban resignados y alegres; estos eran, segun mosen Luis, los elegidos de la gracia. ?Con que entusiasmo y fe hablaban de la Resurreccion de la Carne!; este era el misterio que mas impresion producia en los leprosos. Habia uno de ellos, el mas alegre de todos, un vasco, que pintaba. Era viejo y siempre pintaba cuerpos magnificos, en lo alto de una colina, que despedian rayos de oro. Decia: «?Hermanos, asi seremos un dia todos nosotros!»
Carmen Elgazu tenia los ojos humedos. Resistio hasta el momento en que el pintor vasco se habia subido a