por semana lavarse la cabeza bajo una fuente. Para juzgar las faltas cometidas en clase, un tribunal formado por los propios alumnos. Y cultivar todos juntos un pequeno campo. Y adoptar en colectividad a una persona pobre. El frances, obligatorio. Cantar. ?Acabar pronto con el misterio del problema sexual! Insistir continuamente en la idea de solidaridad. Estimular la aficion para todo cuanto tendiera de un lado a la conquista del espacio: cometas, globos, planeadores, aviacion; del otro, al conocimiento del subsuelo: arqueologia, geologia, pozos petroliferos, etc…?Y sobre todo acuarios! Un gran acuario en la clase. Es decir, en la clase no porque el movimiento de los peces distrae; pero en un cuarto anexo. El mundo submarino es el boton magico de la poesia, etc…

Ignacio los oia con sumo interes. Hablaban con gran aplomo, uno tras otro, plenamente identificados. Tenian respuesta para todo. ?Como solucionar lo del problema sexual? «Figuras anatomicas.» ?De que color las pizarras? «Segun el paisaje.»

Era consolador ver aquella union, especialmente a la luz del atardecer, con un surtidor murmurando.

Jugaron a Analogias, juego predilecto de Olga.

– Si «La Voz de Alerta» fuera bebida, ?que bebida seria?

– ?«La Voz de Alerta»…? Horchata.

– ?Si, si!

– ?Agua de Carabana!

– Eso, eso esta mejor.

– Si Julio Garcia fuera animal, ?que animal seria?

– ?Arana!

– ?Pulpo!

– ?Estais seguros de que no es un centauro?

Ignacio regreso a su casa con los nervios bastante templados. Sobre todo porque a ultima hora, desde el jardin, vieron la puesta del sol. Hubo un momento en que, en opinion de Olga, el astro parecio un ser humano. Los rayos, los brazos en alto; el disco, la cabeza; la montana, la masa del cuerpo; las piernas, dos lejanisimas chimeneas de fabrica. En otro instante, una nube tenue le puso en la cara un bigote blanco parecido al de Lerroux.

Pero la cena volvio a ser silenciosa. Carmen Elgazu tenia una manera entera de disgustarse. Cuando se disgustaba sufria todo su cuerpo, enteramente. La frente, sus ojos, la boca, el cuello, su pecho, su cintura e incluso las piernas se le hinchaban un poco. Matias habia dicho un dia en el Neutral: «En cuestion de saber disgustarse, mi mujer es un hacha».

Ignacio le leia el disgusto en la manera de retirar los platos, en la leve disminucion de energia con que abria el grifo de la cocina. En jornadas triunfales, el chorro del grifo salia con fuerza arrolladura, como la ducha el dia en que Cesar fue a banarse; en aquella cena se le oia gotear sobre los platos con un punto de fatiga.

Y, sin embargo, aquello no era todo. Ignacio sabia que la mayor demostracion la tendria como siempre al entrar en su cuarto. Era la costumbre de los Alvear. Cualquier acontecimiento bueno o malo en la familia recibia su representacion simbolica en algun objeto depositado sobre la cama o dentro de esta. En el santo de Matias, este se encontraba al acostarse con una carta de felicitacion cosida en el pijama, o al introducirse entre las sabanas sus pies tropezaban con una escalera de puros. A Carmen Elgazu mas de una vez le habian cosido los punos de las mangas de su camison de dormir. Ignacio estaba seguro de que aquella noche tendria una sorpresa.

Y asi fue. El crucifijo no estaba en la cabecera; estaba en el centro de la almohada, tragicamente reclinado. Tenia un aspecto obsesionante, como un impacto en la blancura de la ropa. Ignacio supuso en seguida que era obra de Carmen Elgazu; porque la estrella del belen que bailoteaba sonriente entre los barrotes de la cama era evidentemente obra de Pilar…

Ignacio se desnudo desasosegado. ?Que hacer? Sentia lo ocurrido. Su madre le queria con toda su alma y el le correspondia. Recordo mil escenas de la ninez, cuando aquella le subio a la Giralda, cuando estuvo enfermo y ella le cuido noches enteras sin dormir, hasta que el peligro hubo pasado.

Debia de ser muy importante lo ocurrido, puesto que su propio padre le dio una sorpresa en el cuarto. Se la dio cuando el muchacho estaba a punto de apagar la luz. No fue ningun objeto entre las sabanas; Matias prefirio presentarse alli en persona.

Ignacio, al verle, le miro intentando sonreir con los ojos; pero no le salio porque la expresion de su padre era tambien de estar muy disgustado.

La escena fue muy breve. Matias se sento en la cama de Cesar, jugo un momento con la estrella del belen, que Ignacio habia arrancado y depositado en la mesilla de noche, y luego le dio la orden -sin excusa ni pretexto- de ir a pedir perdon a mosen Alberto.

– Vas manana. ?Me oyes? Le dices: Mosen… estuve un poco grosero. Porque lo estuviste. A pesar de que muchas de las cosas que dijiste me parecen acertadas, te portaste de una manera indigna. Todavia eres jovencito para que un hombre de la edad de mosen Alberto te lave los pies. Y, ademas -anadio-, era nuestro huesped. - Despues de un silencio termino, levantandose y dirigiendose a la puerta-. Ni siquiera tu primo de Madrid -que en estas cosas piensa mas lejos que tu- se hubiera atrevido a decirle semejantes cosas.

Ya en la puerta se volvio.

– Y cuando lo hayas hecho le das un beso a tu madre, que bien sabes que lo merece.

Esto ultimo le rindio. Ignacio no tuvo animos para analizar, sopesar, buscar argumentos. Estaba un poco fatigado en seriedad. A veces pensaba que Julio tenia razon cuando le advertia: «Creeme, buscate una novia». De acuerdo. Pediria perdon a mosen Alberto. Claro que el no hablo para nada de si los curas comian pollo o se emborrachaban; pero, en fin, el tono que empleo… Le pediria perdon. Iria al Museo y le diria: «Mosen… estuve algo grosero». En ocasiones parecidas habia encontrado un medio facil para no sentir la punzada de la humillacion: ir alli pensando en otra cosa. Hacerlo como un automata, sonriendo. Como quien dice en la taquilla del cine: «Una entrada. Platea».

Con este proposito se durmio.

Pero al dia siguiente, en el Banco, cambio de idea. La figura de mosen Alberto se le aparecio con relieve angustioso. Entonces tomo una subita determinacion. Pidio prestada un momento la maquina de escribir a Cosme Vita. Se sento y escribio:

Distinguido mosen Alberto: Mis padres me han ordenado que le pida perdon por mi groseria. Asi lo hago. Ellos creeran que he ido personalmente… Crealo usted tambien, se lo ruego… y me hara un favor.

Su affmo. servidor. - ignacio.

Puso la nota en un sobre y llamo al botones.

– ?Tienes que salir?

– Luego. A buscar los periodicos.

– Pues hazme un favor. Sube al Museo Diocesano -ya sabes, al lado del Ayuntamiento- y entrega esto a la sirvienta que te abra la puerta.

– De acuerdo.

– Muchas gracias, pequeno. ?Ah, toma! Y comprate un mantecado.

Fue, como en otras ocasiones, la reconciliacion.

– Mama, he ido a ver a mosen Alberto. En fin, le he pedido que me perdonara. Ahora yo te perdono a ti el bofeton. -Se le acerco y le dio un beso. Carmen Elgazu se lo devolvio en movimiento reflejo. Todavia no habia digerido aquellas palabras.

– ?Que dices…? ?Que has ido a ver…?

Matias desde el balcon intervino:

– Si, mujer, si. Yo queria decirtelo luego… pero ya ves, ya esta hecho.

La frente de Carmen Elgazu rejuvenecio. La mujer se arreglo el mono. ?Bien, no todo estaba perdido! El grifo de la cocina volveria a chorrear con fuerza.

– ?Ah, hijo, hijo! No me des estos disgustos, ?oyes? No escuches a los demas, creeme. Piensa siempre en lo que te ha ensenado tu madre. Un sacerdote… es el representante de Dios, ?comprendes? Anda, te dare un plato de crema.

Un plato de crema. Lo mismo que en Malaga, cuando era pequeno. Ignacio respiro hondo. Era dificil vivir cuando la familia sufria por culpa de uno. Le entraron una ganas incontenibles de ordenar sus pensamientos, de

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