hacer cosas. Llego a pensar que la teoria de las vitaminas de que hablaba Julio debia de tener sus puntos debiles. ?Por que un plato de crema podia comunicar tanta fuerza?
Por fortuna, no solo habia decidido hacer cosas, sino ordenar sus pensamientos. Porque lo primero sin lo segundo…
Y lo primero que admitio fue que debia hacer el gran esfuerzo de todos los anos por aquella epoca: estudiar, porque los examenes se acercaban. Esfuerzo mucho mas intenso que en los anos anteriores, dado que era el ultimo del Bachillerato. Si lo aprobaba, ya era un hombre… Y luego, tenia que buscarse la novia. En efecto, ya sobraban tanto futbolista y tanta capucha. Una novia, una chica de diecisiete anos. No, de dieciseis. No, de diecisiete. Bueno, de dieciseis, pero que aparentara diecisiete.
?Ahi seria nada llevarla a la Dehesa -ahora que todo estaba verde y oloroso- y enlazar ?por fin! su dedo menique con su dedo menique…! Al diablo el de Impagados arrastrando aquella mujer de manos redondas, fofas… Unos dedos alargados, finos, de terciopelo. Unos dedos como los de la chica de cuello de cisne…pero que no fuera hija de un abogado tan importante. Abogado, abogado… ?No seria el abogado, cinco anos despues de haber terminado el Bachillerato? ?Y no llegaria a serlo tambien importante?
Pilar siempre le decia: «Asuncion me ha dado recuerdos para ti». ?Que tonteria! Asuncion era una nina. No tenia… nada. Todavia no tenia nada. Ignacio necesitaba una forma de mujer. Como la de la gitana que iba con aquel hombre que era a la vez su hombre y su padre.
?Valgame Dios, vio la que le convenia en la fiesta de los Juegos Florales, en el Teatro Municipal! Una de las Damas de Honor. La reina, no. La reina fue la hermana del arquitecto Ribas, gorda y de mirada boba. La corona en la cabeza le sentaba como si se la hubieran puesto al patron del Cocodrilo. Pero entre las Damas de Honor habia una muchacha que era la primavera en persona. No recordaba haberla visto nunca. ?En que balcon estaria cuando la procesion? En ninguno. Porque de haber estado en uno, la habria visto.
Fue una fiesta magnifica para el. Contemplo a la muchacha durante todo el rato. Cuando esta sonreia, el escenario quedaba iluminado. ?Suerte de ella! Porque las poesias premiadas…
Suerte tuvo ella de el. Porque el resto del publico, al parecer, estaba absolutamente embebido con las poesias y las banderas catalanas; sin acordarse de su sonrisa. ?Que aplausos y que vivas y que repeticiones! El poeta laureado recitaba como si de cada silaba dependiera el porvenir de la raza.
?Pobre Jaime, pobre Jaime empleado de Telegrafos…! Nada, ni un accesit. Escondido en un palco iba siguiendo con el alma fuera de los ojos la apertura de los sobres por el Secretario del Jurado. Ahora diran: Amor. Nada. Otros poemas que no eran el suyo. Matias ya se lo habia advertido. «?Pero no comprende usted, Jaime, que si le hubieran premiado se lo habrian notificado ya?» Jaime contestaba: «Que no, que no. No abren el sobre hasta ultima hora, en el escenario». ?Tantas noches de busqueda, sin resultado! «Peco usted por demasiada austeridad -le decia Matias-. Por demasiada economia de elementos.» Porque en las poesias premiadas las metaforas no faltaban. Las mujeres eran sirenas, aire, humo, luna, frufru de seda, barcas de vela que se hacian a la mar. Matias decia: «Lo son todo menos mujeres».
Pero no importaba… para los que no eran Jaime. El entusiasmo era extraordinario. En el Teatro Municipal estaba presente Gerona entera. Aquello constituia una implicita protesta contra la politica anticatalanista que Lerroux llevaba a cabo desde el Gobierno. Una de las poesias premiadas se titulaba: «El pueblo cautivo».
Y por lo demas, si la sesion de los Juegos Florales peco tal vez de sentimentaloide, en cambio, el espectaculo de la noche fue de una calidad excepcional; canto en Gerona el Orfeon Catalan.
Fue un exito que se apunto el arquitecto Ribas: consiguio que aquella imponente masa de cantantes de Barcelona se trasladara, bajo la direccion del maestro Millet. Y la perfeccion armonica que aquel coro habia alcanzado, la cantidad de dificultades tecnicas resueltas con la maestria con que mosen Alberto resolvia las de la procesion, la increible matizacion de cada frase, el borrarse cada uno para servir al conjunto, la belleza de las composiciones, transportaron a todo el mundo. Habia momentos en que las voces estallaban como un trueno subito que rebotaba contra el techo y que luego descendia en modulaciones lentas hasta terminar en un austero lamento. Otras veces la masa arrancaba debil de la base e iba ascendiendo en olas sucesivas construyendo la gran piramide. Y de pronto, al llegar a la cima se desplegaba en una apoteosis de notas que era un mar, un mar interminable, un mar de gargantas humanas en plena creacion de arte, fieles a la batuta del maestro Millet. Las voces eran humanas y, en consecuencia, contenian en si toda la naturaleza. Podian ser caballos al galope, brisa, campanas, jubilo. Composiciones como
El pobre director del Orfeon Gerunda, al que habian reservado un palco, al final de cada pieza, en vez de aplaudir, se quedaba mirando al escenario como hipnotizado. Y el barbero Raimundo, al fondo de la platea, tenia la boca mas abierta que cuando el mismo cantaba. En el entreacto, todo el mundo tenia la sensacion de que aquello constituia un golpe mortal para el Orfeon Gerunda. ?Quien se atreveria a cantar, despues de aquello? En varias revistas extranjeras se citaba al Orfeon Catalan como el mejor del mundo. Era dificil substraerse al contagio y no creer, como
Don Emilio Santos, al terminar, le hubiera regalado al maestro Millet no un puro sino toda la Tabacalera. Ignacio se habia quedado absolutamente estupefacto, lo mismo que su padre. De pronto Cataluna se le presentaba bajo otro aspecto. Como algo serio, viril, profundo. Con sus defectos como en todas partes, nacidos tal vez del deseo de emulacion, excesivo, y de la soberbia que podia dar la superioridad conseguida por propio esfuerzo. Matias salio murmurando: «?Caray, caray!»
Por desgracia para el arquitecto Ribas y su acompanamiento, todo aquello ocurria en primavera y el concierto no duro mas de dos horas. Al dia siguiente, era tal el entusiasmo que todo el mundo queria hacer algo, algo grande y digno, a tono con lo que acababan de oir; y entonces los organizadores del acto volvieron a tomar, como todos los anos en aquella estacion, la paleta y los pinceles.
El arquitecto dio el ejemplo, con su taburete portatil y su visera. Y puesto que el maestro Millet le habia dicho: «Yo me inspiro en la melodia popular y virgen», el eligio, para pintarlo, el valle de San Daniel, cuya naturaleza no habia sido sujeta aun a la vigilancia del hombre.
?El valle de San Daniel! Era el valle que el riachuelo, el Galligans, cruzaba al fondo oeste de la vertiente del Calvario. Por aquel valle no pasaba el tren, como por el de la Crehueta. No habia platanos milenarios, como en la Dehesa. En aquel valle lo milenario era solo eso, el valle. Habia olmos. Olmos graciosos, altisimos, que temblaban por cualquier cosa. Y acacias y, sobre todo, muchos prados verdes y muchos ladridos de perros cerca o lejos. Lo abrupto no empezaba sino siguiendo hacia el norte, montana arriba otra vez. El valle era como un reposo que se daba la tierra. Si la tierra hubiera tenido una mano, aquel valle de San Martin habria sido su palma abierta. Con la linea de la vida surcandola -el Galligans-, con la linea del corazon -los jugosos y fertiles prados-, con el monte de Venus -una colina propicia al sueno de los enamorados, al amor-. Tenia el valle algo escondido y remoto. Con una fuente en su desembocadura, que contenia hierro milagroso. En la palma de aquella mano los enamorados -y el arquitecto Ribas- sonaban en los viajes que harian, estudiaban sus inclinaciones, hacia el arte o las matematicas, lanzaban profecias sobre el triunfo -combinacion Sol-Jupiter- o la derrota de sus vidas. Enfermedades… la mano senalaba pocas. Tal vez gracias al agua ferruginosa.
En opinion de Matias era una lastima que los pintores que habian inundado aquella maravilla no acertaran con los verdaderos colores de aquel valle. No solo los verdes sino los azules, los amarillos, los rosas de que se cubrian el cielo y la tierra al atardecer. Por desgracia, a su entender la mayor parte no veian en los troncos de los arboles sino las cuatro barras de sangre. Por lo demas la primitiva orientacion de la escuela pictorica habia evolucionado. Ya no era el paisaje relamido. Eran las lineas duras, recortadas, sin matices, los colores mezclados en torbellinos. Los cuadros se llamaban
CAPITULO XVI
El malestar crecia como una oleada. Ya no eran las timidas protestas de los primeros dias, los encogimientos de hombros. Ya no se trataba solamente del problema regional; los vencedores en las elecciones demostraban no