Pero su vida cobraba ahora tal novedad que los pequenos obstaculos no contaban. El instante mas solemne de su victoria lo vivio en la barberia, cuando al tomar asiento ante el espejo pidio una revista y ordeno, en tono grave: «Solo patillas y cuello».
Matias Alvear entendia que personalmente habia ganado con el cambio. Esperaba mucho de Ignacio, seglar. Tampoco creyo que la Iglesia espanola hubiera perdido nada: Cesar valdria por dos. De Vasconia se recibio una carta quilometrica, llena de advertencias para el desertor y de parabienes para Cesar. En Madrid, en cambio, parecieron tomarse todos aquellos manejos un poco a chacota.
Muy pronto, Ignacio empezo a experimentar una curiosa sensacion. De repente, sus cuatro cursos del seminario le parecian una pesadilla vivida por otro ser; otras veces se presentaban a su memoria con relieve angustioso. En realidad era demasiado sensible para enterrar con tanta facilidad un mundo que fue el suyo. Otros muchos ex seminaristas lo hacian y pregonaban su prisa por vengarse de Dios. Ignacio, en realidad, no sabia. Por el momento sentia una infinita curiosidad.
Porque le ocurria que en los cuatro anos habia crecido: ya un ligero bozo apuntaba, negro, y se daba cuenta de que su formacion intelectual, con ser incompleta, pues en el Seminario habia muchas asignaturas importantes que no figuraban en el programa, era muy superior a sus conocimientos «de la vida». En realidad, Ignacio habia estudiado unas materias basicas, que le daban cierto sedimento clasico. Se daba cuenta de ello al escuchar a Pilar y enterarse de las tonterias que explicaban las monjas. Y se daba cuenta incluso escuchando a su padre y a sus contertulios del Neutral. De modo que por este lado no habia mucho que lamentar. Ahora bien, «de la vida…», nada. Enfrentado con la calle, con la sociedad, sabiendo que podia mirar a la gente cara a cara, leer los periodicos, fisgar las fachadas sin sensacion de culpabilidad, se daba cuenta de que no entendia una palabra. De ahi sus ganas de saber. ?Como era el mundo? ?Por que unos hombres tenian coche y otros no? ?Por que las parejas? ?Era bueno o malo que el presidente de la Republica fuera un hombre como los demas?
Se daba cuenta de que no conocia ni su propia habitacion. Hasta entonces siempre la habia ocupado como algo provisional; ahora sabia que podia arreglarla a su modo, por lo menos la parte de ella que le correspondia, y dos estanterias de armario que Carmen Elgazu le destino. ?Pronto pondria alli libros suyos!
Luego, tampoco conocia absolutamente nada de la ciudad. A veces creia que conocia mejor Malaga, como si los ojos de un nino captaran mejor que los ojos de un seminarista. La ciudad… Aquello le atraia de manera irresistible. Conocer Gerona. A veces pensaba: «Deberia buscarme un amigo». Pero no. Mejor solo. Salir de madrugada, o hacia el atardecer, y recorrer calles y mirar. Placer de mirar. Analizandolo bien, casi no conocia sino la parte antigua, la del Seminario y edificios nobles, pero de todo el barrio moderno, el ensanche, y los campos que venian luego, nada. Y tampoco de la parte del Onar, remontandolo hacia el cementerio, y menos aun del barrio de los pobres, del misterioso barrio que empezaba a los pies del campanario de San Felix y se extendia luego, en casas que parecian de barro.
Alli le llevaba su corazon, hacia la calle de la Barca, Pedret. Aquella aglomeracion de edificios humedos, de balcones con ropa blanca y negra puesta a secar, con gitanos, seres amontonados, mujeres de mala nota.
Empezo por el barrio moderno. No le satisfizo en absoluto. Le decia a su padre: «Pero esto ?que es?» Matias le contestaba: «Cubista. ?Te parece poco?» A Ignacio se le antojaba que la alegria era alli artificial, aunque las tiendas estaban llenas de cosas dignas de ser compradas, no se podia negar.
Luego remonto el rio y llego hasta un pequeno monticulo que llamaban Montilivi -monte del Olivo-. Desde la cima descubrio un panorama menos grandioso que el que se divisaba desde Montjuich o el Calvario, pero entranable. Un pequeno valle, la Crehueta, verde, cuadriculado, por cuyo centro pasaba el tren chillando y despertando la vida. Luego empezaba el bosque, los arboles trepando hasta la ermita de los Angeles, lugar de peregrinacion.
?Cuantas cosas se veian, cuantos arboles, trenes, personas! ?Que dilatado horizonte! Siguiendo la carretera, llegaria al mar. Todo era un poco suyo. Grabo su nombre en una piedra.
Se tendia boca arriba para mirar. Pero luego volvia a mirar el valle porque le parecia mas a su medida. «?Por que la gente de Gerona no subia a Montilivi a respirar?»
Sin darse cuenta retardaba el momento de irse al barrio pobre. Le atraia, pero le inspiraba temor. Le parecia que descubriria alli algo importantisimo, que tal vez fuera definitivo para el. Cuando su padre decia: «Chico, no se como vamos a hacer para llegar a fin de mes», su expresion era sombria, y, sin embargo, en su casa habia un minimo asegurado; en cambio, bajo el puente del ferrocarril…
Un dia tomo la decision. Y entro en la calle de la Barca. Y la impresion que recibio fue profunda. No le impresionaron ni la basura ni el color de las fachadas ni los perros famelicos: le impresionaron los ojos. Este fue su gran descubrimiento: que en el fondo de una mirada humana pudiera concentrarse todo el rencor, toda la tristeza y todos los colores sombrios de su mundo circundante.
Aquello no era cubista ni el horizonte era dilatado. Era una calle estrecha y otra y otra de empedrado desigual. Con tabernas llenas de peones ferroviarios, de traperos, de vagabundos. Con escaleras oscuras, con mujeres sentadas en la acera comiendo tomates y sandias y bebiendo en porron.
Ignacio se exalto lo indecible. Atardecia. «?Eh, cuidado, chaval!» Y echaban un cubo de agua.
Se paraba en las esquinas. Afectando indiferencia, estudiaba los rostros. Hombres de boina torcida, hembras de mono loco. Los viejos tenian cierto aire de paraliticos, y eran como espejos del futuro. Los ninos jugaban… ?con pelotas de trapo!
Los nombres de los bares y tabernas eran significativos. Bar «El Cocodrilo», taberna del Gordo, del Tinto. Ningun parangon con los nombres de la parte centrica: cafe Neutral, La Alianza, La Concordia. Para no hablar del Casino de los senores…
Vio que se armaba un altercado. Hizo como si se abrochara los zapatos para oir el dialogo.
– Tu lo que eres, un hijo de p…
– Y tu, idem.
– Me dan ganas de preguntarte si eres hombre.
– Preguntaselo al obispo.
– Eso tu, que te tuteas con el.
– Anda y que te emplumen.
Ignacio se irguio y echo a andar. Aquel lexico le revelo la ira de los corazones. Corazones como los de la gente que mondaba naranjas en el tren. Ignacio sabia que muchos de aquellos hombres habian llegado de provincias miserrimas, casi todas del Sur, y de Albacete, de Murcia, en busca del pan cotidiano. Ahora vivian alli, poniendo a secar ropa blanca y negra y comiendo sardinas en la acera. Ignacio fue a la calle de la Barca y paso bajo el puente del ferrocarril muchas tardes. Y poco a poco le parecia que iba conociendo nuevos detalles de aquella humanidad. Le parecio que muchos de ellos, a pesar de su miseria y de la exaltacion que les producian los periodicos, no podian sustraerse a una innata y racial alegria. Con frecuencia bastaba que apareciera un organillo para que se formara un corro y sonasen las palmas. Nunca faltaba el profesional de la ira, el mas letrado, mas hablador o mas chulo, que permanecia recostado en un farol, con bufanda de seda, fulminando con la mirada a los que se reian.
Las mujeres eran mas vulgares que los hombres, porque utilizaban menos que estos los ojos para increparse, armar jolgorios u odiar. En seguida chillaban. Gritos, gritos y aranazos y mono loco. Tal vez porque las faenas mas tristes y puercas les tocaban mas de cerca. Los hombres tenian, algunos de ellos, una misteriosa serenidad. Como si meditaran algo muy hondo, muy hondo. Entre eructos y blasfemias intercalaban refranes muy ajustados e imagenes sorprendentemente poeticas. Las mujeres de mala nota utilizaban los ojos para atraer clientes.
Ignacio regresaba a su casa con vertigo, victima de sentimientos opuestos. Con frecuencia queria enganarse a si mismo y adoptaba aires de venir de quien sabe de donde y de estar estudiando los mas delicados problemas sociales. En estos casos se sentaba a la mesa con cara reflexiva, silencioso, o mirando afuera distraidamente. Matias Alvear, que conocia sus correrias, le espiaba divertido y Pilar le senalaba a la atencion de Cesar por medio de codazos.
Las reacciones de Cesar eran muy distintas. Desde que su ingreso en el Seminario habia quedado decidido, habia renunciado voluntariamente a la libertad de mirar y recorrer calles. Cesar tenia trece anos y en los Hermanos de la Doctrina Cristiana habia recibido una excelente educacion. Nunca le interesaron ni las matematicas, ni jugar al futbol, ni estudiar frances. A pesar de sus esfuerzos, estaba lejos de ser el primero de la clase. Sin embargo, el Hermano Director habia dicho a Matias: «Es el chico mas educado del colegio».
Matias suponia que a los eclesiasticos les bastaba que alguien fuera piadoso para considerarle educado. No obstante, tal vez en el caso de Cesar fuera cierto. Ahora, desde que su lucha interior, iniciada el mismo dia en que