– De acuerdo, Se-nah Prentiss, te lo dire, ya que quieres saberlo.

Teme a la muerte – sentir la niebla en mi

garganta,

La bruma en mi rostro,

Cuando la nieve comienza, y los rayos

se manifiestan

Estoy llegando al lugar

El poder de la noche, la fuerza de la

tormenta

El puesto del adversario;

– Y si esa no es razon suficiente para que un incredulo crea en las coincidencias, tal vez deba escuchar esto… ah, «A medianoche en la quietud»… no, espera… creo que es silencio. Si, es…

A medianoche en el silencio de la hora del sueno

Cuando liberas tus fantasias

?Pasaran a donde -por la muerte, creen los necios, aprisionadas-

Recordaba a Byron, el gran amante.

Melissa levanto la barbilla, como desafiandolo a decir algo.

– Y ahora, como companero del ultimo curso de humanidades, creo que deberias haber cogido la idea, Cal.

– Deberia, pero no lo he hecho.

– Como ya he dicho, no te debo ninguna explicacion.

– No -admitio. Ya no le importaba demasiado. La furia seguia condensandose y ya no era mas que un nudo de energia en el centro de su pecho, ardiente pero bajo control. Si pretendian acabar con el, habian fracasado. Hasta el momento. Si Melissa estaba alli para hacerle algun mal, no podia. Por el momento no habia nada mas que se le pudiera hacer. Probablemente volverian a buscarlo para intentarlo de nuevo, pero eso no ocurriria hasta dentro de algun tiempo y para entonces el se habria marchado. Si era una amiga, es verdad que la necesitaba, pero no iba a morder el anzuelo. En cualquier caso, estaba tan preparado como era posible.

Melissa dijo:

– Estaba con un trabajo de Ingles 135, tomando notas y realizando referencias cruzadas en mi habitacion y decidi salir a cenar algo en plena tormenta. -Era evidente que no le gustaba dar detalles pero tambien parecia que se estaba divirtiendo un poco. Habia topado con un misterio y disfrutaba tratando de desentranarlo-. Despues de regresar, me eche una pequena siesta y cuando desperte estaba mareada y tenia la cabeza llena a reventar de poesia, ya sabes a que me refiero. De modo que saque la antologia de Norton de la estanteria y lei un rato hasta volver a engancharme con los Victorianos. Mis companeros de cuarto entraron discutiendo de politica, como de costumbre. No podia seguir trabajando y me estaba entrando claustrofobia escuchandoles asi que me fui a leer a la biblioteca hasta que la cerraron, y entonces decidi ir a dar un paseo. Eso es todo. Un simple paseo. Aqui estoy. ?Quieres un justificante firmado? ?Una nota de mi madre? ?O vas a animar un poco esa cara?

No llevaba mochila ni libros. Cal volvio a pensar que podia estar mintiendo, que era posible que hubiera estado vigilandolo desde el principio, pero ya no podia seguir aferrandose al miedo o a la rabia. La senora y el decano no podian hacerle eso. Alguien habia muerto, pero no era el.

– ?Eso era Byron? -pregunto.

– No. Robert Browning.

– Me ha gustado. No conocia los poemas.

– No hay razon para ello, a menos que estuvieras escribiendo un trabajo sobre su estilo poetico antes de su matrimonio con Elizabeth Barrett comparado con la evolucion posterior de su obra.

– ?Y hay diferencia?

– Yo creo que si. El primer fragmento era la estrofa inicial de Prospice, y el segundo el epilogo de Asolando, el ultimo volumen que publico.

Algo paso corriendo a grandes zancadas en la espesura, tras ellos y Melissa Lea se volvio y estuvo a punto de caer en sus brazos. El tenia todavia las manos en los bolsillos y no las saco. Podia asir espectros pero no carne humana. Brillo la luna, palida luz sobre el hielo. Ella se volvio para mirarlo y el interes que Cal habia sentido aquella manana empezo a ascender reptando por el fondo de su garganta. Su chica estaba debajo de una sabana, como un cadaver en una morgue. La peca del ojo de Melissa volvio a atraer su atencion.

Sus fantasmas no lo habian ayudado. Puede que ella si lo hiciera.

Le tendio una mano, en busca de una ultima oportunidad.

– Vamos. A lo mejor puedo ganar un peluche para ti.

– No -respondio ella. Cal no sabia si iba a decirle que se fuera a freir esparragos. La muchacha lanzo una carcajada extrana, como si no supiera como iba a reaccionar-. No, no podras. Esos juegos siempre estan amanados.

13

Tintinearon las monedas cuando introdujo sus dos ultimos cuartos de dolar en la caseta de la feria. Habia cuatro arrugados billetes de un dolar cerca de el. Cogio la pelota por el lado mas gastado y la froto entre sus manos hasta que la friccion le calento los helados dedos. El viento soplaba ferozmente sobre su cara.

– ?Y los sorprendiste juntos? -pregunto Melissa en voz baja.

Caleb no se molesto en asentir: hablar de ello no habia sido liberador. No habia sido nada. Aunque por lo menos habia conseguido acabar las frases. El dolor se habia convertido en una cancion de cuna que lo acunaba y le daba sueno. Solo queria acurrucarse en su colchon nuevo. Puede que la redencion lo estuviera esperando alli. El contenido de sus suenos estria mancillado por la imagen de Jodi temblando en la cama con un cadaver. Fruggy Fred creia a pies juntillas la leyenda de que si morias en la cama, el miedo hacia que se te parara el corazon. Caleb no queria averiguar si era cierta.

– Deberias haberle dado un buen punetazo.

– Lo intente. Pero no pude ponerle ni un dedo encima al escurridizo bastardo.

Situado de costado tras el mostrador, se concentro en verter toda su fuerza y su potencia en el movimiento. Giro el hombro, extendio el brazo, lo levanto y avanzo un paso, pivotando con las caderas, como Clarissa habia hecho en su danza. Puede que si hubiera aprendido algo, a fin de cuentas.

Las tres jarras de leche que formaban la piramide estaban cargadas, para impedir que nadie las derribara por muy fuerte que lanzara la bola. Puede que no fuera mas que otro problema de calculo. El truco, pensaba, estaba en golpearlas justo en el fondo, que era donde estaban los pesos. Poner a prueba su teoria le habia costado algunos pavos, pero estaba empezando a cogerle el tranquillo.

Se acordo del profesor Yokver haciendo piruetas en mitad de la clase, gritando:

– ?No estoy moviendome!

Bueno, algunas veces habia que hacer trampas, retroceder un paso y ver que ocurria.

Melissa Lea se habia sentado en un banco alto de madera, tras el mostrador, con el abrigo alrededor de su pequeno cuerpo como si fuera una manta.

– ?Y dices que lo planearon todo? ?Una especie de perversa exhibicion para que los pillaras en el acto? ?Pero que clase de locos dirigen esta universidad?

– Los mejores.

Levanto la pierna derecha y tenso el brazo, aguardando el momento de la liberacion. Ahora que sabia donde estaba la mentira, podia apuntar contra ella. La fria y amistosa amargura no reservo nada y su codo emitio un crujido doloroso, ruidoso como un disparo de rifle. Extendio el brazo y lanzo la bola con todas sus fuerzas, mientras la llama de su interior cobraba vida como si hubiera recibido un chorro de oxigeno. La pelota salio

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