amen de algunas cuadrillas de piratas cuyos jefes andaban tambien buscando un reino, que la situacion era dificil y urgente, y los enemigos no descansaban. Tanto era asi que en prevision ya habia ordenado a sus tanes situarse con el ejercito en la cordillera para cerrar el paso a cualquier intento de invasion, quedando en el castillo el tane mas sesenta guerreros para entrenamiento de los reclutas. Que seria su tarea reorganizar un ejercito lo mas rapidamente posible.

Ausente el caballero las mas de las veces, sumida la corte en periodo de duelo, mi vida fue transcurriendo tranquila, pues ya tenia decidida la sucesion de las sedes vacantes, que la misma Ethelvina me senalara quien tenia mas meritos para cada caso, y ademas despachado cuanto de urgente me presentara el dean secretario, con lo que ansiaba algun divertimento.

Mas no se presentaba ocasion, que las cenas en el castillo transcurrian ausentes de diversiones, pues no habia musicos, ni bufones ni saltimbanquis; solo algun juglar que nos contaba las glorias del difunto rey, que por lo sabido precisaban imaginar muy libremente para encontrarle argumento, pues los anales de su reinado se encontraban huerfanos de hazanas, que salvo en la procreacion fuera humilde y apocado. Que no era un contrasentido, pues, ?quien no tiene dos vidas juntas?

Ocupados los caballeros en mil tareas por el Gran Senescal de Guerra, apenas si aparecian entonces por el castillo, y asi la mesa en el gran salon durante el yantar y el cenar, presidida siempre por la senora, ocupabanla las viudas negras, cuyo entretenimiento principal en aquella epoca aburrida consistia en lucir nuevos modelos de luto inventados por el genio de Monsieur Rhosse, cuya constante palabrimujeriega me tenia colmado, si bien mi estado obligabame a parecer paciente y perdonativo. En lo que destacaba aquel sirveparatodo se ofrecia a mi vista sin recato: los grandes fanales donde lucia la color rosada de las tentaciones mujeriles, que parecia empenado en que no guardasen secretos, con tal esplendidez los mostraban. Que al resaltar sobre la tiniebla de sus tocas y ropajes negros, me atraian con fuerza, ya que no existia mas entretenimiento, como dije. Y es malo dejar al hombre con una sola idea. Pues a poco se torna obsesiva, imperiosa y gobernante. Y como todas estaban obligadas a guardar la compostura del luto de la corte, que no la suya, los secretos y sonrisas, y alguna vez risitas reprimidas, me iban encendiendo, que yo hubiera necesitado tambien marcharme a la campina y al campamento para entrenar reclutas y sentir la fatiga del sol y el viento, del cierzo y la helada, donde no apareciese ni una mala cantinera en cinco leguas. Cuando me llamaba la senora sentia el vertigo de su esplendido escote, y aun con la princesa Elvira, que sobre no resultar tan exagerado por ser doncella, tambien tentaba, que era primoroso.

Asi estaba cuando una noche, al penetrar en mi cuarto, distingui una bella mujer que me sonreia, reclinada sobre mi lecho, ocupada en ordenar las ropas, con lo que ofrecia a mis ojos pecadores la mas fuerte tentacion que hasta el momento pudiera sentir. Quedamos mirandonos, ella sin perder la sonrisa, yo sin perder la vision que a mis ojos se ofrecia como iman, que nunca lo tuviera enfrente mas poderoso. Tuve que apoyarme en el vano para dominar unos mareos que me hundian, mientras el sudor inundaba mi frente. Dijome ser la duena Miranda, mandada por la senora, que siempre se ocupo de cuidar a cuantos obispos hubo.

Sin que mediara una determinacion, por impulso reflejo me fui acercando y llegue hasta ella por la espalda, y cuando le coloque mis manos pecadoras en las caderas, siguio ella ocupada en arreglar el lecho, como esperando. Y yo la sujetaba cada vez mas fuerte, convulsivamente, luchando con mi indecision y mi infierno.

«?Como asi, Reverencia? ?Timido sois?», la voz de la duena era burlona e incitativa.

«?Ay de mi! -me lamente casi sollozando-, que juramento hice de no yacer.»

«?De vuestro agrado no resulto, senor obispo?», y la melodia de su voz era aguamiel que encendia mas el fuego que me devoraba la garganta y aumentaba las palpitaciones de mi pecho.

«Me placeis, duena, y mucho. Pero me hace vacilar la promesa.»

«Pardiez, senor, que os creia mas resuelto cuando os acercasteis. Que cada problema tiene solucion sin violentar conciencias. De no montar hembras las tuvo el obispo Ingewold, y guerreaba a caballo y viajaba en mulo. Pero no de ser montado. Ea, acabad las dudas. Que duena cuide del obispo Ingewold, que Dios tenga en su gloria, y duena pienso ocuparme de vos, y tambien del que os suceda, que no conozco que clase de juramento tendra comprometido, pero cada obispo presenta su dificultad para contentarle. Aunque nada es imposible. Pero si juramento hicisteis de no yacer con mujer, yo yacere con vos. Alzad, pues, el telon, e iniciad la representacion; de otro modo tanto os valiera encontraros en el bosque abrazado a una encina.»

Tan gallarda y garrida resultaba la duena, florida en anos, que mas propia para mi condicion no la hallara; deseaba acabara el dia y concluyera la cena para encerrarme en mi cuarto, donde a poco acudia. La cual me convirtio en hombre nuevo, feliz; que la senora y todas las damas decian notarme la satisfaccion en el rostro. Imagino que ninguna sospechaba la causa, pues que recomendaba a la duena usara de mucha discrecion, que no estaria bien dar escandalo alli donde estaba llamado a dar ejemplo. Insistia ella gentil en que al no quebrantar yo la promesa, pues era ella la que venia a yacer conmigo, nada podia reprocharme la conciencia, y esa satisfaccion era la felicidad que sentia. Y que no averiguase mas si no queria descubrir lo que me displaciese. Que sabio era disfrutar de lo que se nos ofrece y quien rechaza lo que nos gusta busca su infelicidad.

Tan al pie seguia sus consejos que paso una temporada sin apenas darme cuenta, deseando se ocultase el sol y prendieran los hachones, y acabaran aquellas interminables veladas en que debia soportar la atencion de las bellisimas viudas negras que buscaban en mi conversacion algun entretenimiento, pues otro no tenian, siendo yo el unico hombre que muchas veces les acompanaba. Y aunque presente tenian mi condicion, el olor de varon debia de incitarles a usar picardias, y asi intentaban siempre embromarme. Cosa que no les ocurria con Monsieur Rhosse, eterno mariposeador de aquellas damas, al que trataban con la misma intimidad que solian entre ellas, pues que al parecer el aroma no les resultaba diferente.

Hasta que una noche hube de pasarla viudo, pues la duena no acudio como acostumbraba. Tampoco aparecio en la siguiente. Con lo que me crei obligado a preguntar usando discrecion, pues la suponia enferma. Mas ni doncellas ni criadas, ni el propio intendente a quien recurri a ultima hora, me dieron senas, antes bien, insistieron en que la tal duena Miranda les era desconocida, que jamas existiera una en el castillo de aquellas senas. Lo que acabo por colmarme de confusion y desasosiego. Y a poco comence a sentir verguenza, por alguna sospecha que me estaba acometiendo, aunque no tuviera por entonces una forma definida. Pero de pronto la tuvo, cuando resono en mis oidos la risa burlona, hiriente, insultante, sardonica, del infernal Jordino. ?Misero de mi!, ?como pude olvidar que el maligno jamas cede en su empeno de encenagar las almas? ?Como, tan candido e incauto que me dejara arrastrar al pecado, enganar por segunda vez y con igual factura, olvidar que aquella lucha perduraria por vida, y que debia llenar de ceniza mi cabeza, llorar, castigar mis carnes para desalojar la lujuria, purificar y santificar mi alma? Que sobre mi orgullo de hombre estaba ahora sentirme merecedor de la sede, llevar con dignidad el baculo, e ir algun dia a Roma para recoger el pallium en cuanto los tiempos lo permitieran y la senora me entregase las cartas de presentacion que me habia prometido.

El ataque de furia contra Jordino primero, contra mi mismo despues, conocio alternativas. Predominaba la intencion de santificarme, arrepentido de mi flojedad, pero me sentia herido por aquel rebelde diablejo que nada habia aprendido de su jefe, y deseaba demostrarle que nunca jamas conseguiria burlarse otra vez de mi, que yo no era su esclavo para contentarme con suenos, que como hombre libre era yo quien escogia mi camino, y asi iba a probarselo para concluir de una vez la contienda que nos enfrentaba. Aunque quebrantase mi promesa de no yacer, que me prometia a mi mismo iba a cerrar esta etapa de mi vida, pues al concluirla dedicaria mi empeno a la santificacion.

Y asi emplee con furia mi honor herido en ojear, hasta decidirme por una brava moza reidora, que en encantos y misterios a ninguna otra iba en zaga, antes las aventajaba con holgura, que accedio a visitarme con animo de platicar, segun le dije. La tente bien y hurgue en lo principal en cuanto la tuve alli, y para no alarmarla dijele que de comprobar se trataba que no era ilusion de los sentidos, que ya desconfiara de mi enemigo. Y en sintiendo que de hueso y carne humana era preguntele si estaba libre. Replico que libre era, y muy formal, que solo el difunto rey Ethelhave le pusiera la mano encima, y ahora mi Reverencia, porque senores de tan alta condicion mandaban. Que aun cuando tenia enamoriscado a un master corporal de la guardia, no le permitia desliz alguno por mucho que insistiera, que primero era oir la epistola, teniendolo tan desesperado que perdiera el apetito y el sueno, y aun asi no le aplicaba clemencia. Le referi que mucho terror me sobrecogia cuando me hallaba solo en la oscuridad, por lo que haria una buena obra de caridad en acompanarme, y mucho insisti para que no se negase. A lo que contesto que si se lo imponia de penitencia abandonaria al master corporal para venir conmigo cuanto hiciera falta hasta curarme los terrores, que siendo tan medroso no iba a poner reparos para danarme. «No por penitencia, sino por voluntad vendreis, si lo deseais», conclui.

Estuvose sonriendo un tanto, como haciendo balance de sus pensamientos, y concluyo con una cierta resolucion que vendria bien al master corporal conocer que solo al rey y al obispo permitiera tratarla en confianza,

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