que conocieran los movimientos de nuestra expedicion.

A un tiempo, las tropas de Ivristone, compuestas por diez mil soldados, al mando de Aedan y Penda, avanzarian sobre el castillo de Vallcluyd, mas no tan deprisa que sorprendieran a Raegnar, a quien debian atraer sin perder nunca el contacto con nosotros, para entablar batalla cuando hubieramos concluido con Thumber y pudieramos situarnos a su retaguardia, para aniquilarle tambien con un doble ataque. Revisado el plan cuidadosamente, todas las ordenes fueron cursadas, con la esperanza de que funcionase eficaz y dentro de los plazos senalados.

Nos llego desde Oackland la respuesta de Aedan: la mesnada se encontraba dispuesta y los mensajeros prontos, con suficientes relevos para asegurarnos la comunicacion dentro del mas breve tiempo posible, lo que resultaba vital en una campana como aquella.

Y finalmente llego el dia en que toda la maquina de guerra se puso en marcha. Ethelvina monto un palafren y se situo, junto a nosotros, al frente de la tropa.

VIII

No fuera virtud de mi calculo ni prevision. Tampoco mi querido Cenryc ni mi fiel Teobaldo lo destacaron: al igual que todos, lo dieron por supuesto. Tuvo que ser mas tarde, al reunimos con Aedan cuando este genio ponderase el acierto de la invasion en aquellos momentos. Y no se debio a virtud, lo repito, sino a la circunstancia de que asaltara Thumber el castillo durante el inicio del otono, cuando los otros ejercitos estaban concluyendo sus campanas, y al igual que el vikingo se encaminaran al refugio de sus cuarteles de invierno, para volver durante la primavera en procura de nuevas hazanas.

Resulto un acierto, segun aprendimos, aunque dispuesto por el azar, atacar cuando las tropas se disolvian y los hombres retornaban a sus madrigueras, como los osos o las marmotas a sus agujeros, para soportar los restallantes latigazos del crudo invierno. Si bien la brevedad del tiempo disponible, con la amenaza de los intensos frios, nos obligo a desarrollar un esfuerzo supremo para llegar al final antes de quedar atrapados por el hielo. En nuestro amado Reino del Norte era riguroso en extremo el invierno, por ser el septentrion del pais.

Todavia el tiempo se desenvolvia con alternativas, pero se dejaba invadir por las nieblas. Algunos cordonazos presagiaban a los marineros el tiempo que aguardaba en proximas visperas. Asi lo entendian las gaviotas, los alcatraces y los cormoranes, que ya no volaban hacia el interior del oceano, sino que se mantenian proximos a la proteccion de los acantilados, donde levantaban sus chillidos y peleaban por un agujero. Navegabamos cerca de la costa, en prevision de que se desatasen las furias marinas. Entendia tambien que resultaria mas dificil localizarnos desde el refugio de Thumber si llegabamos a su proximidad costeando.

El asalto lo teniamos planeado con precision, gracias a los informes de los espias. Asi lo aprobaron Cenryc y Teobaldo, el obispo y los nobles que nos acompanaban con las tropas de Ivristone. Ethelvina tambien lo hallaba satisfactorio.

Dispuse que Alberto, situado con la mesnada en el interior, despues de cruzar el territorio por las montanas, atacase el lugar con las primeras luces del alba para atraer sobre si la horda entera de los vikingos. Entonces penetrariamos en la bahia escondida tras los promontorios, en tres secciones. Al mando de Cenryc la primera, se dirigiria al fondeadero donde arrojarian sobre sus barcos barricas de ligeras duelas de roble, que reventarian al estrellarse sobre el maderamen de la cubierta, para incendiarlos con antorchas arrojadas por los que le seguirian.

Funciono con perfeccion, pues en muy breve tiempo aquellas naves que habian surcado tantas veces el oceano, crepitaron bajo el diluvio de llamas que habia de tragarselas. Imagino que aquellos bandidos, si tenian corazon, sentirian una opresion de muerte al contemplar la hoguera, pues nada ama tanto un vikingo como sus barcos.

La segunda seccion se dirigio al poblado, y usando el mismo artificio incendiaron todas las construcciones, que eran de madera, abandonadas precipitadamente al acudir a defenderse contra el ataque de la mesnada al mando de Alberto. Batalla que entablaron muy reciamente no mas lejos de dos millas al interior.

Supe despues que de las casas escaparon las doncellas que trajeron cautivas, robadas como esclavas en los territorios que invadieran. Huyeron con terror en los ojos y el panico en las gargantas. Ethelvina se ocupo, con ayuda de su escolta, y el obispo, en recogerlas y llevarlas a un extremo del campo, donde no se mezclasen con las tropas.

Juntamente con ambas acciones paralelas desembarcamos la hueste y nos dirigimos al interior, donde atacamos por la retaguardia a la horda salvaje que se enfrentaba a Alberto. Debian seguirnos los soldados al mando de Cenryc y Teobaldo en cuanto concluyesen sus tareas.

Jamas presencie otra semejante entre las mil batallas en que combati. Eran los salvajes guerreros como osos, fornidos, vestidos con cascos de cuero o de hierro, cubierto el cuerpo de pieles, embrazado el escudo redondo y pequeno, manejado con tal habilidad que lograban cubrirse por entero. Como las lanzas fueron arrojadas contra el enemigo en la primera embestida, luchaban ahora con la espada o con el hacha, hombre contra hombre, pues habia pasado el momento de usar las flechas.

La desesperacion de aquellos salvajes testimoniaba que se habian percatado de su situacion. Vislumbraron el incendio a sus espaldas, los barcos y el poblado convertidos en antorchas, enfrentados a un ejercito que les igualaba en bravura, rodeados ahora por toda la mesnada, enemigos de tantos anos. Se dieron cuenta de que era llegado el momento de morir. Mas no desmayaron: antes bien se les acrecento el valor.

Tan superiores en numero les eramos, que mantuvimos en retaguardia las tropas de Ivristone sin entrar en liza, por si eran necesarias. Al serles imposible escapar, las pruebas de coraje eran tantas como acciones emprendia cada guerrero. Pues al saberse perdidos vendian sus vidas con desprecio, hasta el instante en que se les escapaba el ultimo aliento por la punta de la espada de un enemigo. Nuestros guerreros les perseguian con jubilo, pues en valentia les igualaban, y por vez primera en tantos anos de enfrentamientos habiamos conseguido cercarles, reducidos a una situacion en que no les quedaba otra posibilidad que la de morir.

Todos deseaban acabar gloriosamente. Fueran de ver las maravillas que sobre aquel campo de muerte se realizaron. Me humillaria mermar los elogios que merecia aquella horda pagana, enemiga de tantos anos, que ahora sucumbia orgullosamente, pues que su gloria aumentaba la nuestra. Cada uno de mis mesnaderos lucho como un rey. Cenryc y Alberto incrementaron su fama, pues dejaron en retaguardia la tropa de Ivristone y acudieron al combate. Por nada del mundo se privarian del honor de acabar con aquella odiada y perseguida horda, por la que siempre habiamos sentido admiracion. Hasta que, tras muchas horas de combate, sucumbio el ultimo vikingo. Setecientos piratas fueron contados. Y trescientos nuestros muertos. A los que lloramos lagrimas amargas. Por todos ellos, bandidos y mesnaderos, hicimos grandes ceremonias, como se debe honrar a los valientes.

Solo empanaba nuestra gloria y satisfaccion no haber encontrado a Thumber. Por las doncellas cautivas supimos que el rey vikingo habia zarpado una semana atras y llevo consigo a Elvira y a sus doncellas, a las que todos respetaban y trataban con dignidad real. Le acompanaron treinta velas. Pensaban invernar en su reino, dejar alli a Elvira y regresar en la primavera.

Noticia cruel que todos deploramos. Hasta Ethelvina meso sus cabellos con desesperacion, sin ocultarse ante los hombres, aunque era la primera vez que manifestase en publico unos sentimientos de dolor, con ser tan naturales. En muchos momentos despues pensara yo si lo eran, en verdad, para ella. Hubo que consolarla, y los nobles de Ivristone, tambien nosotros, tuvimos cuidado hasta que se sobrepuso. Su duelo nos era justificado, pues la marcha de Thumber significaba perder definitivamente a Elvira. Tanto era el dolor que reflejaba Ethelvina como el mio. Toda la tropa se lamentaba, por la desgracia que ensombrecia la victoria. Triunfo que hasta los soldados de Ivristone consideraron justo, aun cuando no hubiesen participado en el combate, pues entendieron que era la revancha y venganza merecida por nuestros hombres, despues de tantos anos de perseguirla.

Triste nos resulto la jornada, pese al exito rotundo. Aunque nos proporciono la satisfaccion de ver reunida la mesnada. Solo nos faltaban Aedan y Penda, a quienes confiabamos encontrar pronto. Nos abrazamos todos. Recibir al valiente Alberto me lleno de jubilo.

Despachamos correos a Aedan y Penda para informarles del feliz resultado de la batalla, y nuestro llanto por no encontrar a Thumber y haber perdido a Elvira. Les prometimos reunimos con rapidez. Cabalgariamos dia y noche. Concertariamos durante la marcha el lugar de reunion y el momento, para atraer a Raegnar con sus tropas

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