los primeros la muralla se reservo a nuestra mesnada. Se llevo el asalto con tal intensidad, y en forma tan organizada y continuada, a lo largo de todo el perimetro, que los defensores eran insuficientes para cubrir todo el frente. Las torres ofensivas tan numerosas, su dotacion de arqueros y ballesteros tan considerable, que superaban a los defensores, que no encontraban amparo ni siquiera en las almenas, heridos por todos los angulos. Esto hizo posible que nuestra mesnada pusiera pie sobre la muralla, y sorteando los incendios provocados por el material arrojado mediante las catapultas, se iniciara la lucha dentro de la fortaleza. Cuya puerta cayo abatida ante el impulso de los arietes, y del mismo modo se destruyeron las poternas. Una riada de guerreros penetro por las brechas que abrieron los paisanos hasta el patio central. Aunque multiplicaron su valor, los defensores eran impotentes para contener tal avalancha, acosado cada uno por diez aguerridos atacantes. Todos realizaron proezas. El mismo escenario de nuestra derrota, cuando murieron mi padre y sus amigos, se convertia ahora en palenque de nuestra gloria, donde quedaria purificado nuestro mancillado honor.

Todos los guerreros eludieron enfrentarse a Raegnar: recibieron mi orden de hacerlo. Incluso Aedan le encontro durante la lucha y con el solo intercambio de algunos golpes defensivos le dejo. Lo mismo acontecio con Teobaldo y Cenryc. Cuando le tuve frente a mi, me rebosaba el corazon ante el anuncio del final de una espera de veinte anos.

Cubierto con el escudo, Raegnar empunaba firmemente la espada. Aparecia erguido entre la multitud de combatientes que se prodigaban acometidas a nuestro alrededor. La lucha se decantaba a nuestro lado. El final nos sonreia feliz, aunque sangriento, pues gran mortandad reinaba sobre la fortaleza, donde nadie esperaba cuartel. El odio de los atacantes quebrantaba la resistencia de los defensores, mas no les disminuia el valor, que solo cedia ante la muerte. Y a fe que todos la tuvieron gloriosa. Murieron como heroes.

En viendome, Raegnar adivino que se enfrentaba al legitimo heredero del reino que usurpaba y maniobro despacio para hacerme frente, mientras me estudiaba. Quizas en sus ojos pudiera leerse la determinacion de los desesperados, pero no tenia tiempo de averiguarlo. «?Preparate a morir!», le grite con rabia macerada durante muchos anos, en mis pupilas la vision de aquella tragica jornada en que, nino aun, abandone el castillo donde sucumbiera mi padre, el rey. «?Soy mi propio paladin para vengar al rey, mi padre, que no fuiste capaz de matar con tu propia espada!»

Raegnar era viejo, mas un viejo demonio de resistencia y habilidad. Ensayo todos los trucos y los secretos aprendidos en larga vida de combates. Impensable fuera que se ajustase al codigo de los caballeros cristianos. Pero me encontraba acostumbrado a lidiar contra paganos, y aunque poderoso no alcanzaba en astucia y experiencia a Thumber, el gran ausente, al que hubiera preferido enfrentarme en tan gloriosa jornada. Y aunque cada golpe de Raegnar arrancaba un trozo de mi armadura y abollada mi escudo, y brotaba mi sangre por gran numero de heridas, por fortuna ligeras, finalmente mi furia acabo debilitando sus fuerzas. Cuando logre arrinconarle quedo contra el muro: desde alli me contemplaba, la espada hacia el suelo, el escudo caido, sin fuerzas. Pero sus ojos no solicitaban clemencia ni reflejaban el estupor que debe de sentirse ante la muerte. Al contrario, me aguardaba sereno, desafiante.

Alce la espada y de un solo golpe hendi el casco y la cabeza se partio en dos mitades hasta los hombros. Con este tajo, que era el postrero de aquella lucha, descargue mi alma del odio que la aprisionaba. Pues desde aquel instante y durante el transcurso de mi vida impero en ella la serenidad y la prudencia debida a un rey, y fui gobernante y regidor, olvidado de las fuertes pasiones que me condujeron hasta aquel momento supremo de mi existencia.

Me sente un momento y cerre los ojos para encontrarme a mi mismo. Pienso que es el animo el arma maravillosa que adapta al hombre ante las circunstancias.

El clamor de las tropas y los paisanos se levanto sobre el atardecer, reflejado sobre las nubes el incendio de la fortaleza, con lo que el cielo y la tierra fulgian tintos en rojo, de fuego y de sangre. Ascendi hasta la torre del homenaje, seguido por mis valientes tanes mas Ethelvina, que siempre era acompanada por el obispo. Contemplamos el castillo a nuestros pies, la llanura, las tropas y paisanos, el bosque, el cielo incendiado por el reflejo de las llamas que ya se afanaban en apagar despues del clamoreo de la victoria.

Tan intensamente como se dedicaron a destruir se aprontaban ahora a reparar los danos, despejar escalinatas y murallas, arrojar fuera cuanto estorbaba despues de la batalla.

La antigua ensena del reino ondeo en el mastil. Los ojos estaban inundados al tiempo que los brazos se cerraban sobre el amigo en interminables, apretados abrazos.

Cenryc lloraba, arrodillado para agradecer al cielo nuestra ventura, reconocido por haberle concedido vida para ver cumplido el juramento hecho a mi padre, el rey. Cuyo espiritu debia encaminarse a la palestra donde se celebraban los incruentos combates de los heroes que como el mismo vagaban en espiritu por las praderas florecidas de la inmortalidad.

Los mensajeros llevaron la feliz nueva a todos los confines del reino. Se convoco a los nobles, a los sacerdotes del rey, abades principales, obispos, cabezas de la iglesia, a los diputados de los distritos, representantes gremiales, a todo lo largo y ancho del pais. Nunca los opresores les concedieron la autoridad tradicional que les correspondia. Pero ahora les quedaba restituida y debian ser llamados para preguntarles si me aceptaban por rey. De todas las bocas escapo un jubiloso clamor que me proclamaba heredero, legitimo Rey, Senor y Regidor del Reino.

Quise, en la primera ocasion, cumplir una promesa que me tenia hecha a mi mismo, y fuera la primera disposicion que tome: nombrar a Penda obispo de Vallcluyd: deseaba que fuera el quien me coronase. Sabia que representaba la gran ilusion de su vida, y asi me lo testimonio de rodillas, abrazado a mis piernas, mientras derramaba tiernas lagrimas. Nuestro obispo innominado revistio a Penda y le consagro con satisfaccion, pues que el era conocedor de estas ilusiones y promesas, y nadie lo merecia con mayor justicia que mi fiel tane.

Tuvo lugar la coronacion despues de la Asamblea. Las manos consagradas de Penda colocaron sobre mi cabeza la pesada corona recibida de mi padre, el rey, y el cetro en mis manos. Le ayudaba el obispo innominado. Todos los presentes lloraban de emocion. Mis tanes vinieron, al concluir la ceremonia, para renovarme el juramento. Alli mismo, sobre el altar, concedi a todos ellos el titulo de aldormanes; cada uno gobernaria sobre una quinta parte del reino, que seria senalada despues.

Finalizado el ritual llame a Ethelvina. Avanzo majestuosa hasta las gradas del altar, con todo el esplendor de su belleza. Desde alli proclame que iba a celebrarse nuestro matrimonio. No hubo vitores ni jubilos por lo sagrado del lugar, pero un murmullo de aprobacion se extendio sobre los asistentes. Siempre con la ayuda del obispo innominado, Penda llevo a termino nuestra union.

Convertida ya Ethelvina en mi reina, vuelta para recibir la sumision y parabienes de los presentes, que representaban al reino, vine en anunciar que en adelante nuestro reino y el de Ivristone quedaban fundidos, que pasarian a denominarse los Dos Reinos. Y que en virtud de la autoridad que el cielo me habia conferido nombraba a mi fiel y prudente Cenryc Oficial Mayor de los Dos Reinos, que seria el cargo mayor despues del rey; Aedan vino a convertirse en Gran Senescal de Guerra; Teobaldo en Gran Chambelan para armonizar el gobierno de los dos reinos fundidos; y a Penda prometi, para cuando tomase las ordenes, nombrarle arzobispo primado de los Dos Reinos, para lo que solicitaria la aprobacion de Roma.

Constitui el Consejo del Reino, al que por derecho pertenecian mis cinco aldormanes y el obispo innominado, amen de otros nobles que ya designe desde aquel instante, pues se hallaban presentes, mas otras personalidades cuyo nombramiento se anunciaria mas tarde.

Concluyeron finalmente las fiestas, que fueron esplendidas. Todos mis vasallos rivalizaron en proveernos de viveres, contribuyendo con largueza, testimonio del gran gozo que les embargaba. Y cuando se ausentaron camino de sus hogares, pues el invierno amenazaba y muchos tenian por delante largas jornadas hasta su destino, nos quedo la tarea de reorganizar la paz.

Ethelvina no manifesto gran intensidad de sentimientos por el logro de sus mas caras ambiciones. Siempre tuvo gran dominio. Pero habia en ella un renovado ardor durante nuestra intimidad. Libremente expresaba alli el regocijo de su espiritu, vencida una tenue barrera de pudor o de calculo, que con Ethelvina nunca se estaba seguro, que hasta entonces atemperase sus ambiciones. Sentirse Reina de los Dos Reinos le colmaba de dicha tal que sin pretenderlo, o proponiendoselo, me transmitia la violencia de su propia felicidad. Pues esta superacion de su propio placer y el mio no la conocia hasta ahora. Y aunque me quedaba sometida por amor, parecia saturada de una ambicion con limites. Que todo lo tuviera siempre controlado y meditado, enemiga de improvisar: su limite era la cima, pues aspiraba a alcanzar la cumbre que se ofrecia ante sus ojos.

Reconozco que era impulsora y artifice de nuestro poder: suya era la creacion de los Dos Reinos. Conseguido ya el titulo de reina tan ansiado, se extendia en concebir nuevos planes. Nuestro viejo pais se encontraba

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