donde nos fuera mas conveniente. Urgia, antes de que nos paralizase el invierno.
A algunos heridos hubimos de obligarles a reembarcar, pues no querian abandonar la mesnada. Repuesta de su dolor, Ethelvina organizo el regreso de los barcos, que llevaban a las doncellas cautivas, quienes sonaban alcanzar sus hogares.
Por tierra nos siguieron los carros con la impedimenta. Conforme nos adentrabamos crecia nuestra confianza. Acudian los paisanos a recibirnos con muestras de su alegria por nuestra llegada, y nos animaban a exterminar a los opresores, los odiados danes, Raegnar y sus nobles, verdugos y asesinos de nuestro pueblo. Me reconocian legitimo heredero de su amado senor, y me pregonaban rey coronado. Era Ethelvina quien durante el viaje tenia a su cargo la custodia del cetro y la corona, quien la mostraba al pueblo que la aclamaba. Los paisanos y campesinos quedaban con la impresion de haberles llegado la liberacion y su soberano, cuyos simbolos podian contemplar con sus ojos, inundados de lagrimas. Los jovenes nos pedian armas y alistarse en nuestras filas. Un clamor de victoria y jubilo que a todos nos transia de emocion.
El pueblo vigilaba la presencia de espias enemigos, a los que colgaban de los arboles a la orilla de los caminos. Impedian asi que Raegnar conociera nuestra situacion. Nuestros propios exploradores podian llegar exhibiendo el sello que les garantizaba. Magnifica organizacion la de Cenryc. Nos ofrecian tal cantidad de viveres que solo tomabamos los que pudieramos necesitar, ya preparados en carros, conducidos por sus propios hombres, que venian a engrosar la tropa. Pronto sumaban cinco mil los que cabalgabamos, otros a pie, camino de la reunion con Aedan y Penda y sus diez mil soldados de Ivristone.
Cuando llegamos por las cercanias nos alcanzo un mensajero de Aedan y Penda. Traia el plan concebido por el primero para enfrentarnos a Raegnar, que cabalgaba con doce mil soldados en pos de ellos, quienes le confundian con habiles maniobras para ganar tiempo a la espera de nuestra llegada. Tan perfecto resultaba como cabia esperar de su reconocida genialidad militar.
Maniobramos oportunamente y cuando Raegnar, ignorante de nuestra posicion, vino a percatarse, se hallaba en el centro de una gran llanura, con dos ejercitos que le acosaban en orden de batalla, uno al frente, el otro a su retaguardia. Se encontraba cercado. ?Sabria que Thumber no acudiria en su ayuda, a pesar de haberle enviado mensajes en solicitud de apoyo? ?Era consciente de haber sido superado? ?Se les acrecentaria el animo ante la dificultad, como los salvajes que sucumbieron gloriosamente en el refugio, o por el contrario se les helaria la sangre?
Mas, danes eran en cualquier caso: sangrientos y temidos enemigos establecidos veinte anos en nuestro reino. Viejo decaia ya Raegnar, perdidas las virtudes que antano le valieran fama, discolos sus nobles, anarquia por doquier. Cada senor explotaba, avasallaba y robaba, avidos de riquezas, poseedores de inmensos tesoros. Mientras el pueblo miserable era atacado y diezmado por sus tiranos, expoliado como enemigo. Muchos eran los nobles, paisanos y hasta religiosos, que no pudieron soportar la ignominia de semejante esclavitud, y organizaron bandas con las que se refugiaron en los bosques. Para subsistir asaltaban a veces aldeas y haciendas, robaban cosechas y mujeres. Un pais sometido al bandidaje, a la depredacion constante, sin gobierno y sin ley, donde hasta los amigos se convirtieron en verdugos.
Grande era el numero de combatientes, pero la batalla no fue gloriosa. Raegnar emprendio la huida con quinientos caballeros, en busca de la seguridad de los muros de Vallcluyd. Los guerreros danes lucharon furiosamente hasta sucumbir. Pero los soldados, reclutados entre los campesinos, abandonaron las armas y huyeron. Muchos se nos entregaron. De tal modo pronto acabo la contienda. Que nos dejo el dulce sabor de la victoria y la amargura de un enemigo cobarde que nos privo de la gloria de un combate singular, que no merecia menos la conquista de mi reino. Me humillaba recuperarlo contra un felon, cobarde y traidor como me parecia Raegnar, que abandonaba a todo un ejercito. El encuentro con Aedan y Penda nos colmo de alegria, mas no fue suficiente para calmar mi tristeza y mi ira. Tampoco los consuelos de Ethelvina cuando nos reunimos en la tienda. Intento coronarme, colocando sobre mis sienes la pesada corona que me entrego mi padre, mas la rechace. Queria recibirla con gloria; no la tendria hasta derramar con mi espada la sangre de Raegnar, que corrio a esconder su cobardia tras los muros de un castillo.
Acudieron los cinco valientes tanes y el obispo. Alegre era la ocasion a pesar de mi tristeza. Todos se lamentaron de la huida de Raegnar, de la ausencia de Thumber y la perdida de Elvira. Ethelvina aparento agradecerles su preocupacion por la princesa, mas el corazon me estaba diciendo que se alegraba.
Reunidos todos, examinamos la situacion. Los informes del castillo revelaban que a lo sumo se encerraban alli un millar de hombres. Decidimos dirigirnos a Vallcluyd para el asalto. Todos conociamos bien y sabiamos que Raegnar lo habia reconstruido. Importaba presentarse antes de que pudieran reforzar las defensas o acumular mayores tropas.
Hicimos piras con el millar de muertos enemigos, sin honores, que no merecieron. Honramos, en cambio, a los que sucumbieron en nuestra defensa, que apenas contaban cien. Tan deslucido resultara el encuentro que apenas si algunos valientes guerreros tuvieron oportunidad de morir.
De camino tratamos con Aedan sobre el asalto al castillo. Al ser danes el millar de defensores, afectos a su rey, lucharian hasta la muerte. Y el tiempo caminaba rapidamente hacia el riguroso invierno, que nos obligaria a suspender la campana si para entonces no estaba concluida llegaron bandas armadas de hombres que permanecian en los bosques, paisanos que acudian desde sus poblados, deseosos todos de luchar contra sus opresores, que era unanime el grito y nos consideraban libertadores. Avisaban a otros grupos y otros poblados, y todos engrosaban la tropa. Otros caminaban a marchas forzadas, por distintos senderos, en direccion a Vallcluyd, que concitaba todos los odios.
Cuando llegamos a la llanura donde se asentaba el castillo ya en el bosque cercano trabajaban sin descanso millares de hombres en el corte de madera, atando gavillas, acarreando el material; y multitud de calderas derretian grasa y pez. Todo el pueblo voluntario colaboraba en la lucha contra el invasor enemigo, escondido tras los muros, al acecho, agazapados, no sabemos si con el temor que causa la contemplacion de las multitudes enfebrecidas por el odio, como un hormiguero que avanza.
Cierto que los danes eran bravos. Pero la vista de aquel hervidero humano que ya alcanzaba los veinticinco mil hombres, con los pertrechos abundantes y la participacion del pueblo, habria de mermarles la confianza de resistir. El espectaculo de todos los vasallos levantados contra sus verdugos, que nos acogian y ensalzaban como su legitimo rey, nos llenaba de orgullo y confianza. Todos conscientes de que aquella era una lucha contra el invierno, mas temible que el mismo enemigo.
Se imponia un asalto fulminante, pero bien organizado, capaz de romper la resistencia del millar de guerreros danes apostados tras los fuertes muros. No era tarea facil, pero nuestros seguidores lo convertian en posible. Nos infundian valor con su trabado y entusiasmo.
Construimos con brio torres de ataque sobre ruedas, amplias de base, que pudieran ser arrastradas hasta las murallas, y convertirlas en plataformas a la altura de las bien almenadas torres. En tanto numero que hicieran posible atacar el perimetro en toda su extension, para lograr la dispersion de los mil defensores, lo que les debilitaria. Nuestra abundancia de tropas lo permitia. Desde alli inundariamos al enemigo con dardos, arcos y ballestas, y teas para incendiar la pez y la grasa que les seria llovida por catapultas, de modo que los defensores se vieran imposibilitados de rechazar a los que saltasen sobre el muro.
Se construyeron cobertizos para que los guerreros llegasen al pie de la muralla y de las puertas protegidos contra las armas arrojadizas y el fuego, para manejar arietes contra las poternas y entradas del castillo. Dispusimos un par de ellos de gran peso y envergadura contra la puerta principal, que era de gruesa madera claveteada de hierro.
Todos entendiamos que no quedaba tiempo para usar zapadores que derribaran lienzos de la muralla, tarea pesada y lenta que no permite trabajar a multitud de hombres al mismo tiempo. Tiempo, lo unico que nos era limitado y escaso.
En una semana ultimamos los preparativos. Las tropas y el pueblo dispuestos al asalto. Las torres, situadas alrededor del castillo, representaban la gran amenaza. Las catapultas, instaladas tambien en torno, levantaban su gigante brazo terrible, con gran acopio de gruesas piedras y barricas. Los arqueros y ballesteros provistos de inagotable provision de saetas. Cada guerrero con resuelto animo y las armas prontas. En todos imperaba la determinacion de iniciar el combate y concluirlo con la rendicion o la muerte del odiado enemigo. Nadie confiaba en que se entregasen. Tampoco nosotros estabamos dispuestos a perdonarles la vida. Y los sitiados, con Raegnar a la cabeza, debian de adivinar que les era llegada la ultima hora, desesperanzados de resistir la tormenta que se les presentaba ante los ojos.
Imposible resulta narrar aquella lucha. Todos, paisanos y guerreros, fuimos asaltantes. Pero la gloria de pisar