adelanto y ya las posee, y no precisamente por pasion coleccionista. Presiento que nunca mas volveremos a saber de ellas, que han desaparecido para siempre con su secreto. ?Que secreto?
No, aqui ya no queda nada por rascar.
Bueno, y de pronto se me ocurre echar un vistazo a ese sotano particular de chatarra de Joseba Ermo, una de cuyas puertas era la unica que le interesaba al asesino, aunque para acceder a ella tenia que abrir tambien la de la calle.
Nadie parece advertir mi movimiento hacia las tripas del local. Una ferreteria es la clase de comercio que trajina con mas variedad de articulos. La oferta de esta pareja de socios, el Ermo y el Altube, no sera de las mayores -al fin, mostrador de pueblo-, aunque todas sus paredes, hasta el techo, se hallan cubiertas de casillas ocupadas.
No esta cerrada la puerta de la trastienda. Cruzo el umbral y piso un pequeno espacio, malamente entarimado, con dos puertas. Empujo la primera y me asomo. Llega hasta aqui algo de luz de la ferreteria, que me permite ver un cuartucho-oficina lleno de estanterias destartaladas repletas de viejos y sucios archivadores desbordantes de papeles; una mesa minima con una silla plegable de cervecera completan el sordido despacho.
Me vuelvo a la segunda puerta, la empujo y tambien me asomo: respiro humedad de pozo. Cuando mis ojos se habituan a la semioscuridad, una escalera de madera de diez o doce peldanos arranca hacia abajo a mis pies, y un lobrego sotano se extiende mas alla de la vista. No solo huele a humedad sino tambien a hierro viejo. Hasta las ultimas sombras puedo distinguir montanas de chatarra. Aqui permanecieron diez anos las cadenas.
– Empezo a traer cargas hace anos, porque en aquella campa al aire libre le robaban. -Es Eladio Altube, parado en la boca del sotano y mirandome-. Es un negocio en el que yo no tomo parte. Hicimos un trato: el usa este sotano y yo me entiendo con los proveedores y me quedo con las comisiones.
La pregunta surge de inmediato en mi interior, y es una suerte que las sombras oculten la mirada de Eladio Altube y nada frene mi osadia:
– ?Sabias lo que tu socio guardaba en este sotano?
– Si.
– ?Desde el principio?, ?desde hacia diez anos?
– Desde que las robo de la pena.
No se mueve la sombra que es todo el. Deseo que lo haga para que me sea posible pasar a otra cosa.
– Diez anos a un metro del instrumento de horror que mato a tu hermano, recordando por fuerza sus gritos de aquella noche, su agonia a tu lado…
?Por que se desplaza en silencio la sombra? ?Para que yo no siga porque mis palabras pertenecen a un tiempo que el ha dejado atras y yo lo resucito y de ello tambien me acusa?
Quiero cruzar la ferreteria, abrir la puerta de la calle y salir a respirar el limpio aire de septiembre, pero alguien aparece ante mi: Bidane Zumalabe. Al toparse conmigo se detiene en el umbral, mas bien se queda petrificada en estatua, fijando su mirada en mi rostro, y no precisamente en mis ojos. De su brazo caido cuelga una cestita, y ahora recuerdo para que esta aqui.
– Llegas muy pronto -le recrimina su marido.
– Es la una -dice ella.
Un fulgurante toma y daca sin ninguna acritud por parte de la mujer, quien, como ha de seguir su avance, cierra la puerta volviendo atras la mano y enseguida salgo de su campo de vision. Cubre los seis pasos hasta el mostrador y deja en el su cestillo, sentandose suavemente en la banqueta. Mas que cansada, parece no estar aqui. El joven empleado se desliza por el costado del mostrador portando una escalera de mano y, al pasar ante la cestita, hace un guino a la mujer, comentando:
– Huele muy bien.
Agarrandose con una mano la cabeza y llevando en la otra su manojo de llaves, Joseba Ermo aboca el pasillo, cierra la puerta de su almacen con tres ruidosas vueltas de llave y se reune con Eladio Altube en un rincon y discuten en sordina.
?Que hago yo, inmovil, a dos pasos de esta puerta? Me correspondia haber saludado a Bidane, pero ni una palabra, ni un gesto. Ella tampoco, ni siquiera me miro a los ojos. De un encuentro tan de sopeton y sometido uno a novedades tan sorprendentes, puede esperarse cualquier anomalia. No me decido a salir, dejando a mi espalda este enjambre de personajes. Ahi sigue Bidane Zumalabe, sentada, esperando. Sus ojos parecen rastrear los rotulos de los cajoncitos que llenan la pared de enfrente. Ignoro por que, pero me gustaria que Eladio Altube le diera la oportunidad de abrir el cestillo para sacar las viandas; daria cuenta de ellas sin importarle la presencia de testigos, que le verian comer como un triste obrero a la puerta de la fabrica; pura mezquindad de un tipo que ha mercadeado lo suficiente como para adquirir cualquier fabrica.
– Nunca he escrito tan a ras de tierra -oigo al camisa azul a mi lado. No ha soltado el cuaderno ni el lapiz-, aunque me gustaria requisar todo este torrente de vida… ?De que has hablado con mi colega ahi dentro? Olvidalo, yo tampoco haria revelaciones a un rival… Por cierto, ?que te parecieron las hojas que te pase? No importa, no importa… Escucha, amigo: jamas habria sospechado que de personas corrientes brotara tanta materia novelesca. ?Yo, que he hecho la guerra y la posguerra tan cerca de ellas que hasta las mataba! Estas hojas las lleno de vulgar narrativa de arriba abajo. Lineas cerradas apurando los bordes del papel, parrafos entrechocandose, no vaya a ser que deje un blanco por algun rincon…
Me ha bastado recorrer medio pueblo para dar un giro a mis teorias. Es mas de la una y media y la libreria no esta cerrada. Koldobike me espera con la puerta medio abierta.
– He ido a casa de un salto y te he traido una marmita con lentejas. Sientate, que aun estan calientes.
Lentejas.
– Estan ocurriendo cosas fundamentales y tan inciertas que cambian de color apenas se dan a conocer, y tu me vienes con urgencias domesticas…
– Andas como una pelota de aqui para alla sin aliento, y hay que alimentarse y respirar. Puedo tapar la Seccion para que ellos no te vean comer lentejas.
Veo en la mesa de la oficina una fiambrera abierta y humeante. Me siento y esgrimo la cuchara.
– Su mujer tambien le lleva a Eladio Altube el pienso del mediodia.
– Come y cuentame.
– Quizas el criminal no sea el que robo las cadenas, como creimos, y entonces vuelve a cobrar peso la teoria de los gemelos simulando su propio atentado.
Le revelo el gran interes de ese Larrea por las cadenas asesinas para su museo de antiguallas y sus constantes visitas a Joseba Ermo para acordar un precio.
– Alguien se entero de este regateo y ha tomado el camino mas corto.
– ?Has caido en que ese neguritico, del que poco sabemos, es nuestro moscardon de verano?
Como sin ganas, subiendo la cuchara con carga y bajandola vacia, entregado al ritmo.
– Todo sigue estancado, cuando creiamos haber removido algo.
Koldobike se aleja para enviar a un cliente, a traves del cristal de la puerta, que no estamos.
– Por cierto -dice al regresar-, alguien ha preguntado por ti: un tipo con gemelos de oro que ha recibido amenazas de muerte y quiere contratarte para desenmascarar a los malos. -Es su inyeccion de atmosfera-. Este, al menos, te pagaria esas cincuenta pesetas diarias mas gastos.
– ?Es de los que vuelven?
– Le he dicho, mascando chicle, que estas muy ocupado salvando el mundo… Y pienso en otro de su cuerda que pudo haber atacado anoche a Joseba Ermo:
– No pienso nada. No me encaja ese Txominbedarra.
Koldobike me trae un vaso de agua del lavabo.
– ?Y que hacemos si nadie mato a nadie?
– Se de un vasco que respirara con alivio. Ademas, con esta segunda opcion, saldria a flote el ingenioso montaje que se inventaron los gemelos. No dejo de pensar que es una obra de arte. Acertaron a coordinar la