victima que se salvo de milagro en cualquiera de las dos versiones:

– ?Cuando te confeso que todo fue filfa, antes o despues de la boda? -Me ayuda a desentenderme del resoplido de Koldobike la contemplacion de una Bidane que no tiene la menor idea de que le estoy hablando. Pero insisto-: La playa, las cadenas en la pena de Felix Apraiz, el ahogamiento de Leonardo… Todo pudo ser un juego con desastroso final que se inventaron los gemelos.

La boca abierta de asombro no puede hablar. Luego, su pregunta debio ser, exactamente: «?Para que?», pero esa cabeza no esta en condiciones de usar la logica. En su lugar, estalla:

– ?Pobre amor mio! ?Pobre amor mio! -Una tierna plegaria que arrolla con todo y deja zanjado el asunto. Cuando se pone en pie, solo a medias recompuesta, sale del comedor murmurando-: Que ocurrencia, que lo hicieron ellos… -Solo al pisar el pasillo se acuerda de nosotros-. Venid, venid -nos invita.

La seguimos y, a los tres pasos, se abre ante nosotros un gran espacio donde los ruidos se encogen. El quinque de Bidane ilumina la cuadra mas limpia que he visto en mi vida. No hay burro ni gallinas ni conejos y, aunque esa pareja de vacas ha de generar mucho estiercol, huele a rosas. Bidane se dirige a su puerta, cerrada, naturalmente.

– Esta mujer no tiene miedo -envio quedamente a Koldobike-. Le basto descorrer el pestillo para abrirnos la puerta de casa. No tenia echada la llave. Ni un cerrojo. A pesar de que se encontraba sola.

– ?Veis segura esta puerta? -quiere saber Bidane.

?A quien teme esta mujer? Porque su marido no parece temer nada: sus negocios o chapuzas lo mantienen todo el dia fuera de casa -su mujer le ha de llevar la comida alla donde este- y, por lo que descubrimos hoy, tampoco se libran las noches. Si les amenazara un peligro no la dejaria sola. O quiere creer que vive en la inocencia por haberle ocultado los fallidos intentos de matarle.

– ?Ha bajado Eladio a la ribera a pescar? -pregunta de pronto Koldobike.

Mi chica esta dandole vueltas a lo mismo que yo.

– No, anda en sus trabajos -contesta Bidane.

En cualquier caso, esta mujer ha sufrido la misma congoja a lo largo de diez anos: la posibilidad de que el asesino regresara para ultimar lo emprendido. Sin embargo, nunca pidio ayuda. Al menos, no a nosotros. Claro que, hasta ahora, no habia tenido al investigador privado Samuel Esparta a quien acudir.

?Que paz habria recibido Bidane de una confesion de su marido de este jaez: «Querida, fuimos nosotros, tu difunto cunado y yo, los que montamos todo el circo, solo que algo fallo y hubo una baja»! Se habria comportado como un marido altamente generoso culpandose del gran error…, aunque no veo a Eladio Altube en ese papel. ?Y mintiendo? Inventandose sobre la marcha el tinglado, que pudo no existir, a fin de librarla para siempre del miedo. Tampoco le veo.

Los tablones con que se construyo la vieja puerta se hallan tan gastados que por algunas rendijas cabe la mano. Basta con ver la tranca que la cierra para olvidar toda tentacion de llevarle la contraria.

– Una roca -digo, dando un patadon a la puerta.

– ?Estas seguro?

– Samuel entiende mucho de puertas -asegura Koldobike.

Si Bidane estuviera fingiendo habria advertido el tonillo de la frase, pero su rostro no ha perdido las grietas y la mano que sostiene el quinque es todo menos firme. Asi que la congoja con que nos hace desfilar por las troneras de la cuadra, deteniendonos ante cada una, resquebraja mi convencimiento y no se a que carta quedarme. Miro a Koldobike y creo que se siente mas feliz adivinando mi viraje.

Todas las troneras disponen de un barrote vertical innecesario, pues, sin el, solo un nino podria pasar. Acudo a mi recuerdo de otras cuadras para comentar:

– ?Por que estos hierros? -He de levantar mucho la mano para tocar uno; el escaso deterioro de su superficie me indica que no son tan viejos como el caserio-. Los ventanucos son tan estrechos que…

– No estaban con mis padres -me explica Bidane-. Mi marido los puso cuando vinimos a Zumalabena.

Si, encaja con la teoria de los dos atentados al marido. Pero ahora quien tiene miedo es ella y no el.

– ?Cuidado! -oigo, tarde, a Bidane, cuando mi nariz ya ha chocado contra un grueso pilar de roble. ?Tanto le gusta a Eladio llenar la bolsa que no le queda nada para traer luz electrica a su casa?

– ?Estas bien? -se me acerca Koldobike.

– Recuerda que soy duro de pelar.

– ?Que te ha pasado en la cara? -quiere saber con sumo reparo Bidane. Sus furtivas miradas me advirtieron desde nuestra llegada que escondia deseos de preguntarmelo.

– Esta manana alguien puso lija en el sitio del jabon.

Zumalabena es inmenso. He dado el visto bueno a sus enrejamientos en cocina, dormitorios y otras dependencias. Incluso he mirado bajo las camas. Bidane parece mas tranquila. Carraspeo y empiezo:

– Eladio puso tanto hierro…

– No todos los puso mi marido, algunos ya estaban -me corta Bidane-. Aunque si los reforzo todos.

– Bien…, puso verjas, reforzo… Sin embargo, en estos momentos el esta del otro lado de esos hierros. Y de noche.

Los ojos de Bidane recuperan de golpe todo su miedo.

– Es que no sabe el peligro que le va a destruir -pronuncia la mujer con la gravedad con que un profeta anunciaria una catastrofe.

No es la primera vez que se expresa asi. A Koldobike le ha impactado, si bien las dos horas que llevamos enclaustrados en esta oscuridad estaran pesando lo suyo.

– Jope -expele sordamente mi secretaria.

Tendria yo ahora que recurrir al interrogatorio ritual de todo investigador para averiguar que es lo que sabe Bidane que no sabe Eladio. Y lo que me detiene, precisamente, es la sensacion de que no seria un autentico interrogatorio llevado por mi, sino que lo llevaria ella, porque lo esta pidiendo desde nuestra aparicion. Al parecer, sus respuestas no son las adecuadas porque mis preguntas tampoco lo han sido, de modo que espera las nuevas que le proporcionen la disposicion personal que necesita para responderlas. O es que, simplemente, no ha llegado el momento. Es una situacion rara y me gustaria transmitir a Koldobike este brujuleo. Pero ahora es imposible. Bidane Zumalabe nos llamo para ayudarla, aunque no especifico que clase de ayuda necesitaba realmente. No cambiaria esta noche por ninguna de las que ellos hayan vivido.

– ?Que hora es? -pregunto.

– Las doce y veinticinco.

Koldobike se ha subido la manga del chaqueton para descubrir su reloj de muneca.

Hemos regresado al comedor, Bidane nos brinda un descanso, o desea una dilatacion de la ronda de esta noche antes de mandarnos a descansar.

A proposito: en nuestro safari no he visto ni rastro de dos camas dispuestas para los visitantes, segun nos adelanto, unicamente el solido lecho matrimonial de los duenos. Ah, se ausenta Bidane.

– ?Donde piensa ponernos a dormir?, ?en el suelo? -silbo.

En el rostro de Koldobike aparecen mas sombras de las que nos rodean.

– Algo mas grave que eso me zumba en la cabeza… Te digo, Sam, que te ha traido a una trampa, que te quiere eliminar. Abre bien los ojos, Eladio Altube te espera en algun rincon para darte un garrotazo. Luego, en buena logica criminal, tendria que despeinar mis hermosas matas oxigenadas.

– Tus temores hacen buena mi teoria del falso atentado. ?Tan importante fue para los gemelos… y lo sigue siendo para el vivo?

Suenan las pisadas de Bidane y surge con una fuente de higos. ?Nuestra ultima cena?

– Ha sido un buen ano de higos -dice.

Koldobike toma dos y yo uno. Asi quedamos, mirandonos, con los frutos en la mano. ?Esperamos a que la mujer se meta uno a la boca y nos demuestre que no estan envenenados? Los tres sentados, sus brazos descansan sobre su halda y no se le adivina ninguna intencion de llevar una mano a la bandeja. Koldobike cierra los ojos y mordisquea uno de sus higos. Yo hago lo mismo con el mio.

– Los pajaritos comen mas -sonrie Bidane. Nos sentimos ridiculos y comemos, incluso repetimos-. Os he sacado algo porque aun nos queda el camarote.

Dios mio. Un cansancio inutil por impulsarlo una mentira. Sin embargo, viendo a Bidane, su dramatica seriedad, nadie pensaria eso.

– ?El camarote? -exclamo-. ?Nadie invade las casas por los camarotes!

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