– Podria haber en ellas algo revelador. ?Quien las vio?, ?quien las recuerda hoy?
– Usted aludio a un «terrible accidente»… ?Tambien figurarian en el las cadenas?
– Con mas razon o con toda la razon, pues las cadenas nos estan hablando de un artificio inteligentemente montado, con ellas como eje. Si alguien hubiera querido eliminar de verdad a los gemelos Altube…
– Ah, si, ellos eran, los Altube.
– …lo habria llevado a cabo con un procedimiento contundente, no empleando un encaje de bolillos.
– ?Encaje de bolillos? ?Que interesante! ?De que bolillos me habla usted, senor Samuel?
– Teatro. Idearon una farsa que yo tengo por muy ingeniosa. Confiaban tanto en ella, en su resultado, que arriesgaron incluso sus propias vidas. Lo tomaron como una diversion. Pero no fue unicamente una exhibicion gratuita de talento, pretendian congraciarse con nuestra comunidad, borrar su mala fama conmoviendo corazones. Debemos pensar que tambien deseaban emprender otro camino, vivir mas honradamente. No se trataria de un cambio radical. Mudarian, de momento, la fachada; se mostrarian como esquilmadores de guante blanco, ensayarian otra manera menos agresiva de comerciar.
No se por que clavo una mirada distinta en los ojos de Luis Federico Larrea, que la acusa, aunque sigue sonriendo.
– Soy inocente, no me juzgue por mi apellido -dice-. Disfruto de un interesante legado familiar desde mi mas tierna infancia. No he tenido necesidad de ejercer de pirata de guante blanco. Soy lo que vulgarmente se califica de ciudadano privilegiado.
Doy por concluida su aportacion.
– De verdad, ha sido muy amable mostrandome sus mapas. Ahora debo buscar el siguiente dato. Quizas, algun profesional haya estudiado este asunto y publicado los resultados, pero lo ignoro. Aunque prefiero estudiarlo yo mismo y, sobre todo, en esta playa y en esta pena.
– ?Se refiere usted a cuantos centimetros sube el nivel del mar en cuarenta y nueve minutos?
Por toda respuesta, empiezo a quitarme zapatos y calcetines y arremangarme el pantalon por encima de las rodillas para salvar los cien metros de piedras y agua que me separan de la pena de Felix Apraiz. Parece agua muerta, pero es toda vida en plena marcha hasta alcanzar un apogeo repetido dos veces al dia desde el principio de los tiempos. Su frontera ya nos esta alcanzando a Luis Federico y a mi, asi que debo retroceder playa arriba para dejar zapatos y calcetines en zona segura. Las penas se encargan de desbravar las olas para que lleguen muertas a la playa. Luis Federico viene tras mis pasos, y le oigo:
– Me quedare un poco mas, si a usted no le importa. Sera muy interesante contemplar su experimento. ?En que punto realizara su medicion?
– En esa cara vertical de la pena que mira hacia nosotros -y me agacho para hacerme con un pequeno canto rematado en punta de buril.
El agua esta fria y, a los pocos pasos, alcanza mis rodillas.
– Un momento, por favor -llama don Luis Federico a mi espalda-. Yo nunca salgo de casa sin mi cinta metrica.
Mascullo por lo bajo ?imbecil! por mi olvido y regreso a la frontera entre los dos mundos, donde me espera Luis Federico con su cinta metrica circular. Su reconvencion ha sido de lo mas delicada, pero evito sus ojos.
Esta aun remansada porcion de mar se beneficia de la pena de Felix Apraiz, que hace de rompeolas. El agua que frena el avance de mis piernas bulle con un palpitante hervor frio que anticipa el desencadenamiento de la pleamar. He de guardar el equilibrio sobre un fondo de piedras resbaladizas, y al alcanzar la nueva profundidad, junto a la pena, el agua ya empapa los pantalones recogidos en mis muslos.
Estoy ante una limpia pared casi vertical de tres metros de altura, donde tomare la medida. Desde aqui no veo la argolla, en el primer tercio inferior de otra cara de la pena. Las cadenas mantendrian los cuellos de los gemelos entre medio metro y dos metros por encima de esta argolla, mientras el agua ascendia, implacable, hacia sus agujeros respiratorios, pero Lucio Etxe y los herreros regresarian antes de… He de acelerar, la marea tambien sube ahora… Pero solo se salvo un gemelo. ?La corriente y el oleaje enzarzaron las cadenas y una quedo mas corta? Por otro lado, ?que fallo?, ?cambio el viento y la marea subio con mas rapidez?, ?o aquel dia se retraso Lucio Etxe?… Precipitadamente, apoyo en la pared un metro de cinta metrica y con el silex marco, sobre la patina de salitre, dos rayas profundas en sus extremos, arriba y abajo, esta a ras del nivel del agua en este momento, y varias mas a distancia de un decimetro.
– ?Todo bien? -oigo a Luis Federico.
?Que he hecho mal ahora? Me desentiendo de el. En el trayecto de vuelta mis piernas reciben el empuje del agua por detras y no se por que se me ocurre pensar que en el futuro tendre tambien de mi parte a la mar.
Desde nuestro puesto de observacion en la playa intento localizar las tres rayas blancas abiertas. Si, alli estan, aunque no es facil distinguirlas.
– Las seis cincuenta y tres -pronuncia Luis Federico leyendo en su reloj de leontina.
Pienso: ?la hostia conmigo! Ademas, saca de no se donde unos pequenos prismaticos de teatro y me los ofrece, anadiendo:
– Creo que la distancia exige una pequena ayuda. Y asi podremos sentarnos un poco mas arriba.
Se sienta Luis Federico y yo tambien, desentendiendome de mis piernas y pantalones mojados. Los prismaticos pasan de uno a otro con innecesaria frecuencia. No es facil el control del ascenso real del agua: la irrupcion de las olas estrellandose contra la pena y envolviendola en un torbellino crea un falso crecimiento de nivel, que pronto se desinfla y desciende, y en este retroceso hay un punto, imposible de fijar, que senala cada nuevo y verdadero nivel. Mi companero no deja de cantar, con curioso entusiasmo, los minutos que van transcurriendo de los cuarenta y nueve: «Quince, veinte…». El nivel aun no ha alcanzado la mitad de nuestro metro. «Cuarenta, cuarenta y cinco, cuarenta y siete…» El torbellino cubre a rafagas la raya central, mostrandola o tragandosela, hasta que ya no la devuelve, y momentos antes Luis Federico habia cantado «?cuarenta y ocho!». No perseguimos la imposible precision; durante un rato negociamos un calculo muy poco cientifico y establecemos en cincuenta y nueve centimetros lo que asciende la marea en cuarenta y nueve minutos.
Al menos, en esta playa y a esta hora, con este viento, con esta luna y con este ojimetro.
– ?Ha sido muy emocionante! -exclama Luis Federico.
Contemplo sus aninados mofletes de manzana roja deseando no verle aqui. Le lanzo con crueldad:
– ?Se da cuenta de que alguien, antes que usted, se proporciono su propio mapa de pasos y tiempos?
16
Aun no ha cerrado Koldobike… Si, los gemelos siguieron mis mismos pasos para determinar esos cuarenta y nueve minutos que tardaria Lucio Etxe en regresar con refuerzos… En realidad, quien ha seguido los pasos que ellos inventaron he sido yo… Asi, calcularon el tiempo que habrian de contar hacia atras, hasta el minuto cero, momento en que cerrarian los pequenos candados de sus cuellos. Cabe suponer que anadirian unos minutos de seguridad a esos cuarenta y nueve, en prevision de…
La luz se filtra por los costados de la cortinilla de tela verde que cubre el cristal de la puerta. ?Que hace bajada esta cortinilla?…
Estoy tendido en el suelo y alguien me echa agua por la cabeza y oigo a Koldobike repetir: «?Brutos, brutos, brutos!», pero no a mi lado.
– El librero esta abriendo los ojos. -Es una voz de hombre, y creo reconocer la de uno de los amigos falangistas de Luciano.
Estoy al pie de la Seccion y los objetos no dejan de dar vueltas.
– Puedes sacarla ya -dice la misma voz.
El golpeteo violento de la puerta del bano precede a la llegada de Koldobike y el segundo falangista.
– ?Le habeis matado esta vez? -grita Koldobike, apartando al que esta a mi lado, arrodillandose y levantando mi
– Chiton, o te vuelvo a meter en el retrete -dice la segunda voz.
Un panuelo seca delicadamente mi cara y mi pelo.